La Argentina, una apuesta constante
Diego M. Jiménez
Podríamos parafrasear a Juan Carlos Torre cuando en su libro Diario de una temporada en el quinto piso se refiere al club de los “Optimistas sin esperanza”, para describir las sensaciones de este fin de año. Creen, quienes conforman ese club argentino, que las cartas (nuestro destino como país) no están escritas de una vez y para siempre, pero al mismo tiempo no se ilusionan con un porvenir, en palabras del reconocido sociólogo, radiante.
Cautela, pero no derrotismo; cierta ilusión, pero rodeada de incógnitas de difícil resolución. A medio camino y lanzando la moneda al aire, sin saber cómo caerá. La Argentina es una apuesta constante, y eso no es del todo malo.
La marea humana, exultante y feliz, reunida a lo largo y a lo ancho del país durante el pasado Mundial, festejando una y otra vez cada triunfo, explica necesidades insatisfechas y angustias perennes, canalizadas tras las victorias en el deporte más popular del planeta. Hubo allí una innegable y única pasión, pero también un desahogo. Una cosa no invalida a la otra, pero su naturaleza es diferente.
Un país como el nuestro, dado a mezclar las cosas, enturbiar las discusiones, a desordenarlas y llenarlas de grietas, divisiones y trincheras, debería mirar con atención lo ocurrido. Especialmente, el apoteótico e inédito recibimiento al seleccionado de fútbol, tras su consagración histórica. Allí se vio algo de la materia de la que está hecha esta sociedad polémica y díscola. Cierta desorganización institucional en la seguridad y en los trayectos de la caravana triunfal, idas y venidas sobre si arribar o no a Casa Rosada y un puñaria? do ínfimo de violentos al final de un día singular, descargando su ira en la zona del Obelisco. Y la elemental interpretación de lo ocurrido desde el mundo de la política a través de las redes.
Pero el dato más interesante, es que, a pesar de ello, casi cinco millones de personas festejaron en paz. Familias, amigos, vecinos de la ciudad y del resto del país se congregaron y recibieron a sus héroes deportivos. Uno podría enfatizar los mínimos, pero no por ello irrelevantes, disturbios; algunas peligrosas situaciones y destempladas reacciones, pero el protagonismo lo tuvo la paz, el disfrute.
¿Por qué no reconocer eso? ¿Por qué negarse a estar contentos por ese resultado social en un día único en cuanto a la concentración de personas y a la naturaleza de la convocato¿Por qué reducirlo, nuevamente, a mezquindades políticas y a viejas y actuales inquinas? Nuestra sociedad es también capaz de disfrutar a pesar de sus graves dificultades económicas y sociales; a pesar de una dirigencia increíblemente desorientada, incluso, para procesar lo bueno; a pesar de que el día después corrimos el velo de la ilusión futbolística para ver más clara la realidad de los días.
La Argentina actual no es violenta, eligió la pax democratica a partir de 1983. Y eso es un dato, no una hipótesis. Es una de las cosas por las cuales podemos enorgullecernos, aunque transitemos un escuálida y aparentemente sin fin complicada realidad. Quizá, entonces, la definición, optimistas sin esperanza, nos calce bien y por esa razón, vivamos con la incerteza acerca del lado en que caerá la moneda de nuestro porvenir.
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