La novela póstuma de Almudena Grandes, una distopía inesperada
La escritora española dejó como último libro una historia ligada a la pandemia
José María Brindisi
En palabras bien escuetas y coloquiales, podría decirse que una distopía es un futuro torcido, situado en las antípodas o que está –como mínimo– bien lejos de lo utópico. Por lo general, esos caminos de la literatura imaginan regímenes totalitarios o “sociedades de control”, en los que se recortan la mayoría de los derechos y libertades, también por lo general disfrazando esas operaciones desde perspectivas extrañadas o justificándolas como el precio a pagar para sostener un estilo de vida o, directamente, la vida misma; es decir, la supervivencia de esa sociedad. Entre los ejemplos de literatura distópica más célebres se hallan
Farenheit 451, de Ray Bradbury; 1984 de George Orwell; La naranja mecánica, de Anthony Burgess; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; la novela de culto Nosotros, del soviético Yevgueni Zamiatin, o las más contemporáneas La carretera, de Cormac Mccarthy, y El cuento de la criada, de Margaret Atwood, libro este último de referencia absoluta para la autora que nos ocupa.
Difícilmente alguien se hubiese arriesgado a superponer una introducción como la precedente al nombre de Almudena Grandes (Madrid, 1960-2021), la gran escritora española fallecida hace poco más de un año, pero lo cierto es que su última novela, aparecida de manera póstuma y completada por su marido el poeta y catedrático Luis García Montero –su intervención se circunscribe, en rigor, al breve capítulo final–, circula plenamente por esos carriles, correlato íntimo y personal en el devenir de la autora de La novia de Frankenstein de los innumerables efectos que la transición pandémica de los últimos años ha provocado en cada uno de nosotros.
Suele decirse que la ciencia ficción elige tomar distancia para observar mejor el presente, y desde luego proyectarlo. En el caso de Almudena Grandes no hay duda de que la pesadilla que el Covid-19 desató a comienzos de 2020 había encendido no solo sus alarmas, sino también un nuevo sentido de responsabilidad a propósito de la incidencia de su pluma.
500 PÁG.
4800$
Durante la última década, Grandes, que saltó a la fama antes de los treinta años al ganar el premio de novela erótica La sonrisa vertical con Las edades de Lulú, se había concentrado en un proyecto ambicioso dedicado a la memoria, cuyo núcleo consistía en la revisión de los años de la Guerra Civil Española y sus resonancias. No llegaría a consumarlo del todo; el volumen que pretendía cerrar la sexalogía, Mariano en el
Bidasoa, se hallaba rigurosamente planificado, pero quedó sin escribir. El programa había sufrido años atrás una interrupción –Los besos en el pan, novela impulsada por la crisis económica de 2008–, y esta pretendía ser apenas otra, urgida por las consecuencias todavía calientes de la pandemia. Pero Todo va a mejorar terminó volviéndose su despedida.
El argumento de esta fantasía futurista es, en cierto sentido, una puesta en escena in extremis de algunos de los comportamientos visibles de los tiempos recientes, e incluso de la actualidad. Aunque se trata de una novela coral, el epicentro es un personaje siniestro al que ya todo el mundo conoce como el Gran Capitán: un empresario ambicioso y sumamente rico que, ante la oportunidad que la época siembra delante de sus narices, no tiene más remedio que hacer lo que el lugar común le endilga a los millonarios y poderosos; es decir, ir por todo. El Gran Capitán alumbra, de entre todas las lecciones que el coronavirus pareciera habernos regalado, aquella que le permite potenciar los sueños que incluso no se ha animado a soñar. “El coronavirus nos ha enseñado que es muy fácil confinar a la población de un país entero. Conseguir que sus ciudadanos renuncien voluntariamente a los derechos y las libertades que sus antepasados conquistaron con sangre en una lucha que duró siglos (…). Desarmarlos, neutralizarlos, inmovilizarlos sin que duden ni por un instante de que su sacrificio es imprescindible para conseguir un bien superior”.
El primer paso es entonces volver a la población absolutamente vulnerable, del modo en que la época lo propicia: desconectándola. Y el siguiente es imponerle una nueva realidad, en la que el país transmuta en una gran empresa y, como tal, posee sus reglas, sus obligaciones y cuantiosos beneficios: las libertades cercenadas se reemplazan por una ilimitada plataforma de consumo, una felicidad nueva que no precisa de mayores coartadas. Para llevar a cabo semejante entelequia, el Gran Capitán comprende, además, que no alcanza con asociarse al poder sino que necesita hacerse de él: funda entonces un partido político –el Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!– que, acorde a los tiempos, se cuelga la medalla de no poseer ideología alguna que lo contamine. El resultado lógico es que arrasa en las elecciones. Es el punto de partida, entonces, para un espejismo que resulta incómodo para el lector porque no parece estar desconectado del pasado inmediato –empezando, sin ir más lejos, por los días posteriores a la caída de las Torres Gemelas– ni alejarse demasiado de ciertos mecanismos del presente
Durante la última década, Grandes, que saltó a la fama antes de los treinta años al ganar el premio de novela erótica La sonrisa vertical con Las edades de Lulú, se había concentrado en un proyecto ambicioso dedicado a la memoria, cuyo núcleo consistía en la revisión de los años de la Guerra Civil Española y sus resonancias. No llegaría a consumarlo del todo; el volumen que pretendía cerrar la sexalogía, Mariano en el
Bidasoa, se hallaba rigurosamente planificado, pero quedó sin escribir. El programa había sufrido años atrás una interrupción –Los besos en el pan, novela impulsada por la crisis económica de 2008–, y esta pretendía ser apenas otra, urgida por las consecuencias todavía calientes de la pandemia. Pero Todo va a mejorar terminó volviéndose su despedida.
El argumento de esta fantasía futurista es, en cierto sentido, una puesta en escena in extremis de algunos de los comportamientos visibles de los tiempos recientes, e incluso de la actualidad. Aunque se trata de una novela coral, el epicentro es un personaje siniestro al que ya todo el mundo conoce como el Gran Capitán: un empresario ambicioso y sumamente rico que, ante la oportunidad que la época siembra delante de sus narices, no tiene más remedio que hacer lo que el lugar común le endilga a los millonarios y poderosos; es decir, ir por todo. El Gran Capitán alumbra, de entre todas las lecciones que el coronavirus pareciera habernos regalado, aquella que le permite potenciar los sueños que incluso no se ha animado a soñar. “El coronavirus nos ha enseñado que es muy fácil confinar a la población de un país entero. Conseguir que sus ciudadanos renuncien voluntariamente a los derechos y las libertades que sus antepasados conquistaron con sangre en una lucha que duró siglos (…). Desarmarlos, neutralizarlos, inmovilizarlos sin que duden ni por un instante de que su sacrificio es imprescindible para conseguir un bien superior”.
El primer paso es entonces volver a la población absolutamente vulnerable, del modo en que la época lo propicia: desconectándola. Y el siguiente es imponerle una nueva realidad, en la que el país transmuta en una gran empresa y, como tal, posee sus reglas, sus obligaciones y cuantiosos beneficios: las libertades cercenadas se reemplazan por una ilimitada plataforma de consumo, una felicidad nueva que no precisa de mayores coartadas. Para llevar a cabo semejante entelequia, el Gran Capitán comprende, además, que no alcanza con asociarse al poder sino que necesita hacerse de él: funda entonces un partido político –el Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!– que, acorde a los tiempos, se cuelga la medalla de no poseer ideología alguna que lo contamine. El resultado lógico es que arrasa en las elecciones. Es el punto de partida, entonces, para un espejismo que resulta incómodo para el lector porque no parece estar desconectado del pasado inmediato –empezando, sin ir más lejos, por los días posteriores a la caída de las Torres Gemelas– ni alejarse demasiado de ciertos mecanismos del presente
Con todo, pese a la mirada lúcida de la autora respecto de las conductas humanas y al modo en que trastocamos o invertimos con facilidad nuestras convicciones, y al carácter coral que aporta interesantes matices en términos de la psicología de los personajes, Todo va a mejorar se desdibuja un poco por la docilidad con que se apropia de las fabulaciones y los discursos que han proliferado acerca de la pandemia, sus causas y sus ecos.
Es posible que esta novela del final no sea un verdadero canto del cisne, pero nos recuerda el carácter insoslayable de la obra de Almudena Grandes, que está entre las más agudas y bellas de la literatura en español de las últimas décadas.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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