A 40 años de la muerte de Julio Cortázar: la hipótesis de la leucemia, un supuesto contagio de HIV y su gigantismo
El lunes se cumplirán cuatro décadas del fallecimiento de unos de los mayores autores de la literatura argentina; la salud del escritor, la causa de su defunción y la versión de su íntima amiga, Cristina Peri Rossi, que refutó la versión oficial en un libro que acaba de reeditarse
Cecilia Martínez
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“Precisamente porque en el fondo soy alguien muy optimista y muy vital, es decir, alguien que cree profundamente en la vida y que vive lo más profundamente posible, la noción de la muerte es también muy fuerte en mí. Nunca se despertó en mí el menor sentimiento religioso. Y entonces la noción de la muerte para mí no es una noción que yo pueda esconder o disimular o buscarle un consuelo con la idea de una resurrección, de una segunda vida. Para mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo”. Con estas palabras llegó a expresar Julio Cortázar sus ideas sobre el final de la existencia. Su fallecimiento, del cual se cumplen 40 años el próximo lunes 12 de febrero, no devino propiamente en escándalo, aunque sí en cierto enigma: distintas teorías trascendieron acerca de las causas de su desenlace, entre hipótesis de un posible cáncer o el contagio, por una transfusión de sangre, del virus del sida.
El escritor nacido en 1914 y fallecido en 1984, a los 69 años, remarcaba: “Yo creo que no deberíamos morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte”, dijo en un texto recogido en el libro Cortázar de la A a la Z. A su entender, el hombre, consciente de su finitud, reacciona ante ello de distintas maneras. En su caso, de cierto modo con la escritura.
En una carta dirigida a su madre en 1980, en los años previos a su muerte, el autor de Rayuela se refería a la vejez: “Comprendo muy bien tu estado de ánimo frente a los problemas de la salud, porque de eso depende siempre nuestra manera de hacer frente a las cosas de cada día. Yo también envejezco, mamita, mis ojos se cansan mucho (los usé demasiado en esta vida) y me fatigo fácilmente; hay días en que me siento rabioso de no ser ya el que fui, aunque no puedo quejarme puesto que no tengo nada realmente grave”.
Un año antes, también escribía a su hermana: “Todos al ir llegando a edades críticas empezamos a sentir diversos achaques, casi nunca graves pero que molestan y que es necesario cuidar. Por mi parte tendré que someterme al uso de anteojos, porque ya no veo bien a la distancia (para leer, hace casi veinte años que los uso). Tengo problemas de huesos, nada serio pero que a veces fastidian porque provocan dolores y molestias diversas; tu artritis, si se trata de eso, también es conocida mía aunque en grado bastante insignificante. En fin, no nos quejemos demasiado pero hagamos todo lo necesario para sentirnos bien”.
Cortázar murió en París en 1984, un año después de su última visita a Buenos Aires, y recibió sepultura en el cementerio de Montparnasse junto a su última esposa, Carol Dunlop. “No fui al entierro de Julio. No estoy en la foto”, dijo más tarde sobre aquel día la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, quien mantuvo una relación sentimental y una profunda amistad con el argentino. Ella es autora del libro Julio Cortázar y Cris (Editorial Hum, Montevideo, 2018), en el que contradice la supuesta versión oficial que indicó que el escritor falleció de leucemia.
La ganadora del Premio Cervantes, afincada en España, aclaró en su publicación que siguió muy de cerca la enfermedad que acabó con la vida de su íntimo amigo. “Julio no tenía cáncer. Aún las personas más cercanas o quienes estuvieron junto a él creen que tuvo cáncer. No existió nunca ese diagnóstico, sino todo lo contrario (Lamento, Mario Muchnik, contradecirte, en el hermoso capítulo que le dedicas en tu libro Lo peor no son los autores, recoges la versión más difundida, la del cáncer. No es raro. La enfermedad que padeció Julio no estaba todavía diagnosticada)”. La autora de La insumisa señaló que el mal padecido por Cortázar no tenía por aquel entonces un nombre específico. Y refiriéndose al sida, precisó: “Se la llamaba pérdida de defensas inmunológicas, la misma que se había llevado a Carol Dunlop un tiempo antes. Se caracterizaba por un cuadro de aumento desmesurado de los glóbulos blancos, manchas en la piel, diarreas, cansancio, infecciones oportunistas, y culminaba con la muerte”. El propio Julio, “muy preocupado por su enfermedad”, le enseñó “una placa negra en su lengua: el sarcoma de Kaposi -tumor desarrollado en algunos portadores de HIV-”. Según detalla la escritora, su ilustre amigo padecía entonces un virus que desconcertaba a los médicos, sin que existiera en aquellos incipientes años 80 una forma de tratarlo. “Ningún médico sabía, tampoco, cómo se transmitía o cómo se contraía”.
Peri Rossi medió para que el escritor argentino consultara con el médico y poeta barcelonés (de su absoluta confianza) Javier Lentini. Con las pruebas clínicas en mano, ambos fueron a verlo. La entrevista médica, exhaustiva y prolongada, llevó al doctor a determinar que “los análisis de sangre de Julio y otras pruebas descartaban la existencia de un cáncer”. En cambio, atribuyó la enfermedad a “un raro virus sin identificar”, coincidiendo con el diagnóstico de sus colegas franceses, que lo habían tratado antes. Sin embargo, Lentini se mostró “completamente desconcertado”. La escritora explica que “faltaba una pista objetiva cuya importancia sólo ha podido aquilatarse de manera retrospectiva: dos años antes de contraer la enfermedad, Cortázar recibió una masiva transfusión de sangre en un hospital del sur de Francia, donde estaba de vacaciones con Dunlop. La transfusión se realizó a raíz de una hemorragia estomacal. “Soy un hombre nuevo. Me han cambiado toda la sangre”, le dijo a su amiga.
Según relata la autora en su libro, que se reeditó recientemente, muchos años después, el ministro de Sanidad de Francia dimitió por “el escándalo de la sangre contaminada de sida”. Y añade: “Curiosamente, Carol falleció antes que Julio, también a causa de una rarísima enfermedad no identificada, un virus desconocido que le provocó la pérdida de defensas inmunológicas y la aparición de infecciones oportunistas”.
El médico barcelonés falleció antes de que se pudiera confirmar un diagnóstico, pero la uruguaya reflotó una conversación que tuvo con él a fines de 1987 en la casa de la escritora Ana María Moix. “Ambos recordamos llenos de emoción a Julio. Le dije: ‘Creo que ahora los médicos podrían diagnosticar con exactitud la enfermedad que lo mató’. Javier, con su habitual ternura, me respondió: ‘La podríamos diagnosticar, Cristina, pero no la podríamos curar’”.
Julio enfrentó la enfermedad, “una de las pocas que tuvo a lo largo de su vida”, con “estoica gallardía, con elegancia, solo un poco irritado por la inoperancia de los médicos”, aseguró su amiga. “Era un hombre optimista que no se derrumbó nunca, ni ante la muerte de Carol, ni ante su propia enfermedad”.
Con posterioridad, Peri Rossi publicó un artículo dedicado a su amigo ya fallecido. “A veces escucho tu voz y tus palabras en trozos de las cintas que me enviaste y recupero algunas de las cosas más queridas: el olor del tabaco de tu pipa (yo probé a pasarme a la pipa inútilmente: lo único que quería era dejar la pipa para fumarme un buen cigarrillo), la melancolía de tus ojos celestes, los pantalones de pana que te quedaban un poco cortos, siempre, la manera de pronunciar la palabra: ‘terrrrrrible’ y a María Bethânia cantando “Drama”. Ya no colecciono caleidoscopios -posiblemente porque no estás vos para quedarte extasiado mirando las formas y colores- y tengo la sensación de que el mundo, tal como va, no te gustaría, que tendrías muchas cosas que decirle, con tu sonrisa irónica, con tus atribuciones a la tía Celia, que por suerte no está para desmentirte. También pienso que no te arrepentirías de nada, porque nunca fuiste injusto y tenías un corazón tan grande -como dijo Juan Rulfo- que fue necesario inventarte un cuerpo muy grande, también, para contenerlo. Para un escritor, lo más difícil es estar a la altura de su obra. En tu caso, eso te exigió crecer muchísimo”.
“La vida me va quedando chica”, decía el escritor
“Cortázar, con un solo brazo, nos abrazaba a los dos. El brazo era larguísimo”, inmortalizó Eduardo Galeano en El libro de los abrazos sobre el autor de Bestiario, a quien Borges llegó a describir como “un muchacho muy alto” tras su primer encuentro.
En varias ocasiones, se ha señalado que el escritor padecía de acromegalia, una enfermedad rara caracterizada por un crecimiento anormal y conocida como ‘gigantismo’. “La vida me va quedando chica como los trajes cuando tenía doce años y cada semana crecía un par de centímetros”, escribió el autor, de más de 1,90 metros de altura en 1972 en una carta a Jean Andreu.
Los problemas de visión también estuvieron presentes en la vida de uno de los próceres de las letras argentinas. En una misiva a Marcela Duprat, ya advertía en septiembre de 1942: “Se suma en mí la fatiga de dos años de tareas escolares (dicto ahora 22 horas semanales, entre mis cátedras y unos interinatos) y la mala costumbre de leer hasta el agotamiento; esto ha traído varias consecuencias poco gratas, tales como una irregularidad cardíaca y la necesidad de usar anteojos permanentes”.
A pesar de las dolencias, el hombre nacido en Bruselas (Bélgica), donde su padre había sido destinado para desempeñar funciones en la Embajada argentina, se refirió a sus momentos de felicidad. “Me ha hecho muy feliz escribir, y sentir que en torno a mi obra había una gran cantidad de lectores, jóvenes sobre todo, para quienes mis libros significaron algo, fueron un compañero de ruta. Eso me basta y me sobra”, le confió al periodista uruguayo Ernesto González Bermejo años antes de su muerte.
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