domingo, 11 de febrero de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Cristina, la única que conoce de verdad a Milei

— por Carlos M. Reymundo Roberts


El querido Presidente rezó en el Muro de los Lamentos, prendió velas en el Santo Sepulcro, mañana estará en la canonización de Mama Antula y pasado mañana se reunirá con el Papa. La conclusión es obvia de toda obviedad: está reclamando la urgente asistencia de las “fuerzas del cielo”, porque solo no está pudiendo con las malignas fuerzas del infierno. Las tropas celestiales, es cierto, como que no terminan de llegar, y entonces los demonios se pasean orondos por aquí. Lo que puede dejarnos tranquilos, al cabo de una semana en la que asistimos a la traición de gobernadores, legisladores y hasta de algunos de nuestros soldados, es que tenemos al frente a un hombre de fe. Gloria a Dios en las alturas, y confianza en Javier en este valle de lágrimas. A ver si nos entendemos: nada de la coyuntura política argentina se explica si no es a través del hecho incontrastable de que nos guía un iluminado, acaso un profeta, un buen pastor. El problema es el rebaño, Javi: cuántas ovejas descarriadas. Contamos con tu sabiduría y misericordia para rescatarlas. Y contamos también con tu motosierra.
Es interesante esa doble dimensión en la que se mueve nuestro líder. A la piadosa unción en los lugares sagrados le sigue, con igual fervor, el pulso firme para retuitear a tipos que hablan de ir a la guerra, o que piden pasar a degüello a la casta, o que llaman “putitas” a los radicales. Qué bien asimiló aquello de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Estos días por momentos podíamos pensar que se pasaba de rosca con los ruegos, hasta que enseguida aparecía la fiera salvaje: “La ‘Ley de bases’ les sacó la careta a los delincuentes que arruinaron el país”. ¡Bien dicho, eminencia reverendísima! Así eran los cruzados de la Edad Media: en una mano la Cruz y en la otra, la espada. Che, ¿y si además de profeta y pastor nos ha tocado en suerte un cruzado? Que se pongan a temblar los infieles: sobre ellos caerá la justicia divina; o la justicia mileiana, que de divina no tiene nada.
No pretendo inmiscuirme en esas plegarias de Javier al dirigirse a la Providencia, pero ojalá que se le ocurra ir a fondo. La bendita ley, que era como nuestros mandamientos, nuestros 664 mandamientos, se cayó también por impericia propia.
No todo es culpa de los impíos. Escuché cosas feas de los generales que comandaron esa batalla. De Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, me dicen que para todos ha pasado a ser solo Martín, “porque no se merece el Menem un chico que no caza one: ni siquiera conoce el reglamento de la Cámara”; del jefe del bloque, Oscar Zago (EX-UCR, ex-pro, excasta), lo mismo: la pilcha le queda enorme; de Santiago Caputo –“ministro del pensamiento”, lo llama el Presi– comentan que se presentó al Congreso sin haber leído el proyecto e ignorando cosas elementales: le mencionaban organismos y no estaba enterado de su existencia (sí lo elogiaron como publicista: se mostró sinceramente preocupado por las fotos); del ministro del Interior, Guille Francos, cuentan que fue buenísimo en las reuniones con la oposición y un espíritu extraviado fuera de ellas, porque en la Casa Rosada le sacaban el banquito; Luis Caputo ha pasado a ser mala palabra en Diputados por no haberse animado a dar la cara y defender la ley; supongo que para Luisito muchas cosas de la ley eran indefendibles. ¿Karina, “el Jefe”? El biógrafo de Milei, Juan Luis González, sostiene que al Presidente no le caben dudas “de que su hermana es Moisés”. Yo no estoy tan seguro, a Moisés me lo imaginaba distinto, pero por las dudas no me meto con ella. ¿Karina? Diosa.
El atrevido de González apunta sobre Javier: “Su relación mesiánicomística es parte de lo mismo: vida, política, religión y esoterismo es para él una sola cosa”. Y agrega: “Veo un incremento muy marcado en la inestabilidad de Milei. El hecho de que en un solo día tuitee o retuitee 500 veces no lo hacía ni antes de ser presidente”. Lo que dije: este pibe es un zarpado.
El Presi se puso a rezar y, creer o reventar, enseguida le llegó una ayuda, inesperada, a todas luces milagrosa: recibió encendidos elogios de Cristina. No sé si es exactamente lo que él estaba pidiendo, pero con los dioses pasa eso: escriben derecho sobre renglones torcidos. Cris, la gran inversora en empresas gringas y en Mercado Libre, se franqueó con el periodista Roberto Navarro. Le dijo que Milei “es hoy el político que mejor está haciendo las cosas en términos de técnica política”, que “la inflación va a ir bajando” y que “en julio va a dolarizar con los dólares del campo”. A ver, si son flores no nos fijemos de dónde vienen. En la semana en que la ley ómnibus chocó y tuvimos que sacarla de circulación, estas palabras de la señora son como maná caído del cielo. Cris dijo además que Milei “es kirchnerista en su manera de obrar, es decir, siempre redobla la apuesta y nunca va para atrás”. Tomá mate con bizcochos.
Javier, cada día estoy más convencido: Cristina es la única que te conoce el alma.
El Presi se puso a rezar y enseguida le llegó una ayuda inesperada, milagrosa: elogios de Cristina

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Mi ley y los traidores
— por Pablo Mendelevich
No es algo normal que se caiga una ley después de ser aprobada, pero en la Argentina de 2024 nada es normal. Un ejemplo de anormalidad, para no hablar de los insultos del Presidente a los legisladores cuyos votos reclama, es esta misma ley, una especie de Biblioteca de Alejandría, no tanto por haberse convertido en humo, destino que según la leyenda tuvo la biblioteca atribuida a Alejandro Magno, sino por ser extraordinariamente abarcativa, como lo vocifera la propia ley cada vez que se la llama Ómnibus. Debido a que la versión original traía 664 artículos en 180 páginas, para referirla políticos y cronistas se vieron tentados de desempolvar la palabra mamotreto, poco usual en el discurso público, que describe un libro abultado y deforme.
Una vez rebanada (quedó en 382 artículos), la ley consiguió nada menos que 144 votos (contra 109). ¡Albricias, salió mi ley!, debió festejar Milei. Pero esa sólo fue la aprobación en general.
No todo el mundo se acuerda de que después viene la votación artículo por artículo, un trámite casi siempre consecutivo, no esta vez. Una cosa es que una ley no consiga respaldo suficiente para ser aprobada y la Cámara baja la rechace, y otra cosa, por demás infrecuente, es que ya aprobada sucumba en la instancia del acabado fino. Se supone que si se consiguen los votos para la aprobación en general de una ley, después, cuando se discuta el texto en detalle, será más sencillo lograr mayorías circunstanciales. O por lo menos es de esperar que se logren consensos después de pulir una parte de los artículos. Quien puede lo más puede lo menos.
El artículo 155 del reglamento de la Cámara dispone claramente que si un proyecto vuelve a comisión cuando se lo está debatiendo artículo por artículo se cae la aprobación en general. Hay que empezar todo otra vez. Como con la ley ómnibus se anunció hasta el cansancio que el tratamiento en particular traería la extraña novedad de que no estaban cerrados previamentelosacuerdospolíticosyqueesos acuerdos serían buscados directamente enelrecinto,lológicoerasuponerquepor lo menos los estrategas del gobierno ya le habían echado un vistazo al artículo 155 del reglamento. Es decir, sabrían que a esa altura del proceso legislativo un tropezón no significa una oportunidad para tomar agua y volver sino que quiere decir, lisa y llanamente, game over.
Resulta que ni el ministro del Interior ni el presidente del bloque oficialista habían leído el reglamento de la Cámara. Guillermo Francos y Oscar Zago dejaron constancia de lo que erróneamente creían en declaraciones públicas contemporáneas con el entuerto: que si la ley volvía a comisión la aprobación general seguía teniendo validez. ¿Habrán contagiado también con su error al Presidente, quien difícilmente haya llevado a su viaje por Jerusalén el librito azul del regladonde mento de la Cámara de Diputados?
A la vez, la atmósfera política se contaminó en las últimas horas más de lo que ya estaba. Lo muestra el auge de la palabra traidor, un inesperado homenaje de la cultura libertaria al léxico incandescente del peronismo setentista. ¿Traidores, incluso delincuentes, son los que no votan al oficialismo artículo por artículo?
En sus implacables acusaciones públicas desde Israel, Milei parece haberse enfocado en el sector llamado dialoguista, lo cual podría decirse que también constituye una anomalía de la hora. Se les llama dialoguistas a los que dialogan con el gobierno, lo que excluye al peronismo-kirchnerismo y a la izquierda, amigos de la confrontación callejera. El concepto parece estar más justificado en el contexto de una dictadura que en el de la democracia, se supone que nadie debería estar contra el diálogo, pero en cualquier caso no habría que confundir diálogo, negociación y búsqueda de acuerdos con alineamiento incondicional, por más que el gobierno haya ganado las elecciones con un porcentaje extraordinario.
Tampoco se trata acá de una disputa entre buenos y malos, apegados unos a la sacra palabra empeñada y rompedores seriales de acuerdos, traidores consuetudinarios, los otros. Hay antes que nada un desorden visible en el tablero, la política, desapego a los reglamentos y las costumbres, mezcla de impericia con fogosa determinación a la que algunos llaman autoritarismo. Está visto que eso afecta la calidad de las negociaciones, la confianza y los procesos institucionales.
Las cosas están sucediendo en un medioambiente triplemente contaminado: primero, por la envergadura de la crisis; segundo, por los dos extremos en los que quedó envuelto el sistema político, un extraordinario respaldo electoral combinado con la mayor minusvalía parlamentaria oficialista que se recuerde; y tercero, por las características singulares de Milei, que administra castigos verbales como si la campaña electoral hubiera vuelto a empezar.
Milei tiene derecho a considerar que Carolina Píparo, su excandidata a gobernadora bonaerense y por unas horas directora ejecutiva de la Anses, lo traicionó. Ese es un asunto que el oficialismo merece resolver de acuerdo con la disciplina partidaria que le apetezca, independientemente de que el partido venere la libertad en sentido doctrinario. Algo distinto es empaquetar en la peyorativa categoría predilecta, la casta, a todos los diputados que votan “contra el pueblo”, según él, o que tienen divergencias. Es el peor discurso peronista pero al revés.
Al final del día la impericia oficial resulta desconcertante. ¿De verdad el ministro del Interior y el jefe de la bancada oficialista no sabían que la ley ómnibus se caía si volvía a comisión? La incredulidad auspicia teorías estrafalarias: “hicieron caer la ley a propósito para gobernar con DNU”; “va a gobernar con plebiscitos”, “quiere cerrar el Congreso”.
La renovación de la incertidumbre para nada ayuda.
El ministro Francos quedó en un lugar incómodo luego del cortocircuito con los gobernadores; les hizo una promesa y quedó desautorizado

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