jueves, 4 de junio de 2020
DE UN MUNDO A OTRO
Dolencias emergentes y nuevos virus, la gran amenaza del futuro
Carlos A. Mutto
Según los científicos, estaremos cada vez más expuestos a la aparición de diversas enfermedades
Dentro de algunos meses, años o decenios, los aumentos de temperatura del planeta provocados por el desorden climático podrían acelerar el deshielo del permafrost y liberar agentes biológicos patógenos que duermen desde hace milenios en las zonas periglaciares -como la tundra- y las áreas circumpolares de Canadá, Alaska, Siberia, Tíbet, Noruega y varias islas del océano Atlántico Sur.
Esa perspectiva estremecedora fue confirmada por los investigadores franceses Chantal Aberget y JeanMichel Claverie cuando resucitaron dos virus gigantes que hibernaban desde hacía 30.000 años bajo el suelo helado de Siberia. No fue su única sorpresa: tanto por sus dimensiones espectaculares -de un micrómetro, que permite estudiarlos con microscopio- como por la talla y la complejidad de su genoma, esos verdaderos "monstruos" biológicos desafían el conocimiento y las teorías acumuladas por los especialistas en años de estudio. Aunque los dos ejemplares son inofensivos para el hombre, ningún científico se atreve a descartar el retorno a la vida de algún otro virus prehistórico que, a corto o mediano plazo, pueda resultar devastador para el género humano.
Esa amenaza no pertenece al dominio de la ciencia ficción, sino que forma parte de las hipótesis más realistas que estudian los expertos. Después de la severa advertencia que representa esta fulminante pandemia de Covid-19, miles de científicos en el mundo se esfuerzan por imaginar el impacto que tendría la resurrección de agentes patógenos que hibernaron durante milenios bajo el hielo, o el brote abrupto de alguna enfermedad emergente o la expansión de agentes biológicos patógenos que, hasta ahora, han permanecido marginados de la civilización. Aunque ese escenario bioapocalíptico parece extraído de un relato de ciencia ficción, es el resultado de numerosos estudios sobre las relaciones complejas y fascinantes que mantiene el hombre con el mundo animal -salvaje o doméstico-, cruzado con centenares de otros parámetros.
La mayoría de los virus y bacterias pueden "residir en un ecosistema intacto sin ser jamás detectados", asegura David Quammen en su libro Spillover: Animal Infections and the Next Human Pandemic. Según los científicos, estaremos cada vez más expuestos a la aparición de diversas enfermedades infecciones animales y la próxima pandemia), escrito después de entrevistar a un centenar de biólogos y epidemiólogos. Pero, en un planeta superpoblado por 7500 millones de habitantes, "nuestra especie en erupción no solo alteró los hábitats y fragmentó su relación con los animales, sino que provocó un repliegue de la naturaleza, que se descompone y se reorganiza de manera impredecible", explica el naturalista paleontólogo Bruno David, presidente del Museo de Historia Natural de París.
Los científicos comprobaron que la devastación de millones de hectáreas de bosques precipita la destrucción del hábitat de numerosas especies, que se ven obligadas a desplazarse y terminan por ponerse en contacto con los humanos y sus animales domésticos. "Los virus, altamente adaptables, se cobijan en esos casos en otras variedades, como esas especies de bípedos de sangre caliente que pueblan el planeta desde hace millones de años", dice -aludiendo al hombre- Jean-François Guégan, especialista de enfermedades infecciosas del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (IRD). La novedad es que en el último medio siglo -con el deterioro de la biodiversidad provocado por el avance del mundo moderno, en general- comenzaron a aumentar las transmisiones interhumanas de nuevos virus y microbios patógenos. La amplitud del fenómeno quedó demostrada por Kate Jones, especialista de la diversidad del University College de Londres. En un estudio publicado en 2014 en la revista Nature, identificó 335 enfermedades infecciosas emergentes aparecidas entre 1940 y 2004, de las cuales 60% eran transmitidas por animales salvajes. "Ahora existe la prueba de que las enfermedades infecciosas emergen a un ritmo cada vez más rápido y que la mayoría de ellas son provocadas por patógenos que utilizan el animal como agente transmisor", concluyó.
Solo entre los murciélagos se identificaron unos 5000 virus potencialmente peligrosos para el hombre. "No hay ninguna duda de que, al erradicar los bosques primarios, estamos abriendo una caja de Pandora llena de monstruos poderosos que siempre existieron, pero que hoy dejan escapar un flujo continuo de microorganismos", advierte. Solo en un año (2017), el sistema de monitoreo de pandemias de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) de Estados Unidos identificó la aparición de 48 nuevas especies de virus en los bosques de Malasia, sin hablar del resto del mundo, que están dispuestos a lanzarse a la conquista del planeta si el hombre les da la menor ocasión. La FAO (Organización para la Agricultura y la Alimentación) indicó que el aumento de enfermedades infecciosas emergentes coincide con la aceleración de la deforestación tropical. En los últimos 40 años desaparecieron más de 250 millones de hectáreas.
Para numerosos virólogos, ese fenómeno explica la multiplicación de epidemias que conoció la humanidad en el último medio siglo, del SARS (síndrome respiratorio agudo severo) al MERS CoV (síndrome respiratorio de Oriente Medio), pasando por múltiples formas de gripe (asiática, de Hong Kong, H5N1, H1N1), del sida, el Ébola, la legionelosis, las fiebres de Lassa y de Crimea-Congo, y los virus Marburg, Hendra, del Nilo occidental, Nipah, Zika y el chikungunya, sin contar con el regreso del dengue y el paludismo, la fiebre amarilla, la sífilis e incluso la peste. Cada año, según Guégan, "aparecen 4 o 5 nuevas enfermedades infecciosas emergentes, que son la vanguardia de un ejército que cuenta con miles de agentes patógenos. Son bombas de tiempo ocultas en la penumbra que esperan que se reúnan las condiciones para explotar y extenderse masivamente entre los humanos".
Todas esas epidemias son zoonosis (enfermedades infecciosas trasmisibles entre el hombre y el animal). Las alertas de gripe aviaria registradas entre 2003 y 2008 demostraron los riesgos que existen, incluso en áreas protegidas, como esas granjas industriales que encierran miles de vacunos o en las cuales conviven aves y cerdos. En verdad, no se trata de un fenómeno nuevo. Desde que comenzó la domesticación de fauna salvaje a principios del Neolítico, hace unos 10.000 años, la promiscuidad con los animales y sus ecosistemas favoreció el estallido de pandemias devastadoras, desde el sarampión, la parotiditis (paperas) y la viruela -transmitidas por los bóvidos y los camélidos- hasta la peste bubónica, vehiculizada por las pulgas que colonizaban a las ratas.
Desde el origen de la historia, los virus viajaron siempre como polizontes en los animales que seguían a las caravanas o los ejércitos, o viajaban en la bodega de los barcos. En esas épocas, las epidemias tardaban meses o años en migrar de un país a otro. Ahora el fenómeno es idéntico. Solo cambió la escala temporal. En un mundo en el cual se desplazan 4400 millones de pasajeros por año, a un ritmo de 100.000 vuelos diarios -según cifras de la IATA para 2018-, la propagación de las enfermedades infecciosas emergentes puede moverse de un extremo a otro del planeta casi a la velocidad del sonido. Los científicos están convencidos de que, en ese contexto, el mundo estará cada vez más expuesto a esos nuevos virus y a las enfermedades emergentes. Es la amenaza que Quammen llama "the Next Big One", en alusión al inevitable sismo que, un día u otro, terminará inevitablemente por destruir a Los Ángeles.
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