De no creer. Me vacuné, y siento que ya no soy el mismo
Carlos M. Reymundo Roberts
Conté el sábado acá que en Capital se estaba vacunando más rápido que en provincia, y a las pocas horas me citaron por WhatsApp para que fuera a recibir, anteayer, mi primera dosis. Casualidad, por supuesto; de hecho, creo que si hubiesen leído lo que escribí me mandaban al rincón en penitencia.
Lo importante es que cumplieron. Yo me había anotado a comienzos de febrero y estoy en un grupo de riesgo, por la edad (65, aunque todo el mundo me da 64) y porque trabajo en un medio permanentemente sometido a las presiones del mercado, del Consenso de Washington, del Fondo Monetario, de Pfizer, de la sinarquía internacional y del lobby de contrarrevolucionarios venezolanos.
Déjenme que les cuente mi experiencia del jueves, cuando fui a vacunarme, porque en algunos momentos me sentí un ciudadano del primer mundo, y en otros, del quinto. Lo más importante es que encontré una gran organización, un operativo sencillo y aceitado, y buenísima disposición de todos los que me atendieron; desde que entré hasta que salí, ya con la AstraZeneca comenzando su trabajo de blindaje, pasaron apenas 45 minutos. Pero, claro, esto es Peronia (como escriben desaprensivamente en las redes) y siempre hay peligro de que el diablo meta la cola; y la metió.
Estaba sentadito esperando ansiosamente mi turno y entretenido con los carteles de “Buenos Aires/Vacunate”, profusamente distribuidos por todos lados, cuando vi que un señor del operativo recorría las sillas entregando a cada persona un folleto, un cuadernillo. Qué bien, pensé: ahí deben estar todas las instrucciones y explicaciones, tan necesarias frente a un proceso que la gran mayoría desconocemos. “Otra vez te equivocaste, Robertito”, me diría Cristina, siempre hiriente para señalarme los errores.
Sí, me equivoqué. Con esta gente, la célebre sentencia atribuida a Maquiavelo ha sido reconfigurada: piensa bien y no acertarás nunca. El cuadernillo de ocho páginas llegó a mis manos y resultó ser un panfleto propagandístico, un burdo pasquín dedicado en un 95% a destacar los éxitos del gobierno bonaerense en la lucha contra el coronavirus. A la luz de lo que estamos viendo en estas semanas, con las cifras estrafalarias de contagiados y muertos, el pasquín ha quedado espantosamente desactualizado. Me da lástima porque se lo ve lindo, a todo color y lleno de fotos; además, habrá costado una fortuna imprimir millones de copias, cosa de que nadie se quede sin su Manual Ilustrado del Kicillof Básico. No merecía envejecer tan rápido.
En la tapa hay tres niveles, y en los tres aparece el gobierno provincial. En la página 2, adivinaron: un texto de Kicillof acompañado por una gran foto de Kicillof. Allí dice, por ejemplo, que “estamos saliendo de esta pesadilla”, que “2021 será el año de la vacunación” (tranquilos, en cualquier momento empieza 2021) y que debemos construir una sociedad “en la que reine el amor”; Axel, un dulce de leche.
"Hay enfermeras que militan en los centros de vacunación; militan vacunas que llegaron tarde y mal"
Para amenizar la espera de la vacuna, el panfleto también tiene su espacio de humor. En la página 3, un título proclama: “La educación, un pilar fundamental para la provincia”; la nota no está firmada, pero calculo que es de Baradel. Acaso no le convenga hablar de educación a un gobernador con tantas dificultades para expresarse correctamente. Durante las protestas contra el cierre de las aulas, un chico decía en su pancarta: “Yo quiero estudiar para no ser como Kicillof”.
En fin, no me propongo spoilearle al resto de los bonaerenses las maravillas que encontrarán en las ocho páginas. Una sola cosita más: Kichi pone que gracias a lo que hizo su gobierno “se pudo evitar el colapso del sistema sanitario”. Kichi, Gollan y Kreplak se la pasan ahora pronosticando inminentes catástrofes y colapsos; yo estoy más tranquilo después de haber leído el cuadernillo.
La última sorpresa la tuve durante el momento sublime de la vacunación. Una señora que también estaba por recibirla le pidió a la enfermera si podía tomarle una foto. “Por supuesto –le contestó–. Pero vamos a hacerla bien, no perdamos la oportunidad”. Fue, buscó el pasquín, se lo puso en las manos y sacó la foto. Si esa chica no es de La Cámpora, hay que inscribirla ya mismo, sin cuota de ingreso.
Wow, enfermeras que militan en un centro de vacunación, militan una vacuna que llegó tarde y mal. Bueno, no sé de qué me sorprendo: Alberto fue anteayer a Ezeiza con medio gabinete y el presidente de Aerolíneas Argentinas a recibir un avión que traía un millón de dosis de la china Sinopharm. No le achaco tanto el show marketinero como su falta de decoro y seriedad. ¡Profesor, usted es un señor grande! ¡Madure, usted no es Maduro! ¿De quién habrá sido la idea, de Santiaguito Cafierito? Al que se le ocurrió, no lo echen: vacúnenlo con la Sinopharm.
Desde su ostracismo –es decir, comiendo ostras en El Calafate–, Cristina estará muriéndose de risa; o de angustia. Siempre atenta a las noticias que le proveen los medios hegemónicos, se habrá enterado de que un sector del Gobierno lo da por despedido al subsecretario de Energía Eléctrica, el kirchnerista Basualdo, y otro sector asegura que está firme en su cargo; que Paula “Moreno” Español dice una cosa y su jefe, el ministro Kulfas, lo contrario; que un ranking de la agencia Bloomberg ubicó a la Argentina como uno de los tres peores países para vivir la pandemia, y que al presidente Meme Fernández lo obligaron ayer a leer el discurso para evitar las consabidas cataratas de furcios, imprecisiones, errores y contradicciones; me da cosa, pobre Meme: dos personas le preparan los mensajes, y diez, las desmentidas.
Según las encuestas, la mayoría de los vacunados tiene una opinión favorable del Gobierno. ¿Me pasó a mí? ¿Estoy cambiando de vereda? Un poco, sí, pero no sé si es por la vacuna o por el folleto.
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