martes, 27 de diciembre de 2022

La lección de Ezeiza,


El Gobierno adquiere rasgos de secta
Francisco Olivera
Momentos antes de fracasar en el objetivo que se había propuesto, saludar a Messi en la pista, Eduardo de Pedro llegó a dudar de acercarse. Temía que le pasara exactamente eso: no conseguirlo y, al principio, se mantuvo a cierta distancia. Pero alguien lo alentó a dar unos pasos, él avanzó y el resto se vio perfecto delante de las cámaras: el fotógrafo del Ministerio del Interior se mueve buscando el ángulo de la imagen, Claudio Tapia se apura, se interpone y a partir de entonces no hay manera; el Diez pasa rápido y enfila para el ómnibus. Faltaban tres minutos para las 3 de la madrugada y Ezeiza desbordaba de euforia. “Yo que él me habría puesto en el medio de la alfombra roja”, dijo después a la nacion un empleado aeronáutico, el rubro laboral con más presencia en esa bienvenida.
Como últimamente en casi todo, la jugada no salió y vuelve a mostrar de cuerpo entero a la dirigencia política: ensimismada en sus necesidades y hasta desprovista de sensibilidad para interpretar un momento histórico. Es cierto que la AFA había sido celosa en la conformación del escenario. “¿Cuánta gente hay?”, preguntaban antes del aterrizaje, y nadie estaba muy en condiciones de contestar. Pero los jugadores venían bien predispuestos, de humor inmejorable y propensos a interactuar con todos. Julián Álvarez, por ejemplo, les había mostrado a compañeros de viaje desconocidos los juegos de mente que tenía en su tablet.
Aerolíneas Argentinas está manejada por La Cámpora, una agrupación siempre propensa a celebrar epopeyas. Aunque originalmente iban a estar Pablo Ceriani, presidente de la línea aérea, y unos pocos funcionarios, ya desde las 23, cuatro horas antes de que llegara el Airbus 330 ploteado, esperaban unos cuantos militantes. Entre ellos, Mayra Mendoza, que se ubicó con empleados de la PSA y tampoco pudo acercarse: alcanzó apenas a sacarse una selfie desde lejos, con el avión de fondo. Como si alguien hubiera estado velando en silencio por la consigna de Gabriela Cerruti: no mezclar deporte con política.
Quienes pretendieron lo contrario deberían haberse enterado antes de que el ámbito del fútbol no es sencillo. Nunca lo fue, entre otras razones, porque se mueve con una lógica corporativa y universal. Tiene, por ejemplo, reglas propias capaces de salvaguardar cooptaciones de gobiernos: ante cualquier intento de interferencia, las federaciones locales pueden recurrir a la FIFA, que está facultada para excluir a los países de las competencias internacionales. El peor castigo de populistas y no populistas. Le acaba de pasar a Nayib Bukele, presidente de El Salvador, que tuvo que aceptar hace cuatro meses las condiciones de Infantino después de haber designado a su hermano Yamil en el Instituto Nacional de los Deportes e intentado intervenir, según interpretó la FIFA, en la asociación local.
Sin embargo, la AFA casi siempre se ha llevado bien con los gobiernos. Los desencuentros por los festejos de esta semana parecieron, esta vez, partir más bien de desajustes internos del Frente de Todos. Expusieron, por lo pronto, a la coalición gobernante desorganizada y obsesionada en asuntos de facción. Como si, al contrario de lo que recomendaba su fundador, el peronismo estuviera virando de movimiento a secta. Ya la condena a la vicepresidenta había sorprendido a los militantes disminuidos y sin reacción. La orden del Instituto Patria fue entonces no salir a la calle: es lo que pasa cuando se tiene menos poder. Y esta semana, la decisión de no acatar el fallo de la Corte volvió a exhibirlos en falsa escuadra, como indiferentes a una fiesta popular que llegaba de regalo y que sin dudas, según admiten en algunos municipios, trajo alivio en medio de un diciembre que en condiciones normales habría sido complicado. ¿Pretende el Gobierno politizar la atmósfera en un país con casi 100% de inflación anual y la actividad entrando en recesión? ¿No venía bien el impasse mundialista para ganar aire, como razonaban varios colaboradores de Alberto Fernández, al menos hasta febrero?
Los primeros alarmados por la relación con la Corte son los empresarios, que ven en el conflicto un umbral institucional que hasta ahora no se había atravesado. ¿Quién podría invertir en un país con un tribunal supremo de fallos no vinculantes? “La democracia es para los chetos”, tuiteó con ironía Marcos Galperin, dueño de Mercado Libre, y ayer varias cámaras pidieron respetar la cautelar. Entre los sorprendidos hubo también colaboradores de Alberto Fernández, que venían escuchándole al jefe del Estado un discurso muy distinto en cuanto a la Justicia. Casi el opuesto: decía que 2023 sería un año difícil porque las diferencias con Cristina Kirchner, principalmente en el plano institucional, estaban cada vez más a la vista. Anticipaba, por ejemplo, que no estaría en condiciones de cumplir pedidos que, dijo, iban en contra de la Constitución. Entre ellos, un decreto para regular el Consejo de la Magistratura. Era una catarsis que incluso hacía juego con ese rapto de autonomía que viene mostrando y que lo lleva todavía a soñar con ser candidato. “No hay otro”, había llegado a decir esta semana, con la aclaración de que estaba dispuesto a correrse si aparecía otro con mejores perspectivas.
Pero el fallo de la Corte tocó un distrito decisivo para el kirchnerismo, la provincia de Buenos Aires, y evidentemente alteró prioridades. Por el tono de la discusión con el máximo tribunal y las reacciones del establishment, será más difícil para el Presidente instalar la triple idea con que se definió a sí mismo en el coloquio de Mar del Plata: la de un líder que no roba ni espía ni interfiere en la Justicia. Es cierto que siempre le ha ido mejor bloqueando decisiones ajenas que imponiendo las propias. No es sencilla la vida del presidente ungido por su vice. Hace dos años, por ejemplo, cuando volaba en las encuestas, también él quiso hacer política futbolera con una propuesta ambiciosa: reemplazar a Tapia por Marcelo Tinelli en la AFA. Le faltó entonces, una vez más, el respaldo de Cristina Kirchner. Es por lo menos la versión que le llegó a Tapia: que Alberto Fernández le planteó a la vicepresidenta esa candidatura a través de emisarios y que ella, que parecía primero indiferente al tema, retrocedió después al preguntar quién apoyaba a Tinelli. “Alberto”, le dijeron, y sepultó el proyecto. Es la razón por la que La Cámpora se arroga desde entonces haber defendido a Tapia, y lo que probablemente intentaba decir Larroque el domingo, con su posteo celebratorio del Mundial: la foto del presidente de la AFA.
Son interpretaciones que explican las discusiones por el recorrido de los jugadores. ¿No hizo Tapia, como suponen cerca de Alberto Fernández, el menor esfuerzo por convencerlos de saludar en la Casa Rosada? Es probable. En el fútbol dicen, de todos modos, que el presidente de la AFA tiene en el seleccionado menos poder del que se supone: su virtud ha sido en todo caso saber interpretar mejor que nadie las pretensiones del plantel. A eso llegó después de un recorrido que empezó hace cuatro años, al cabo de una Copa América traumática en Estados Unidos, cuando Chile le ganó a la Argentina la segunda final consecutiva.
Aquel viaje de 2016, que tuvo a Tapia como presidente de la delegación y que concluyó con la renuncia del técnico, Gerardo Martino, había tenido hasta dificultades económicas. Dicen que el ahora líder de la AFA se llegó a hacer cargo de parte del alojamiento, y que Agüero pagó un chárter de su bolsillo, y Martino, algunas comidas.
Era el peor momento: Messi, que ya acumulaba tres finales de Copa América y la del Mundial 2014 perdidas, anunció entonces que tal vez se retiraba del seleccionado. En la AFA agregan que fue Tapia quien viajó a Barcelona para convencerlo de revertir la decisión. La apuesta salió bien: la Argentina le ganó en 2021 la final a Brasil en el Maracaná y, en adelante, hasta los fallos de la Inspección General de Justicia empezaron a favorecer al expresidente de Barracas. El más relevante le permitió extender su mandato. Como en el fútbol, en la Argentina manda el resultado. Es la lección que las imágenes de Ezeiza le dejan a una dirigencia política desgastada, celosa de sí misma e incapaz de resolver problemas

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