Lionel Messi El estilo tardío de un artista del fútbol
Cerca del final de carrera, el capitán de la selección se reinventó a sí mismo Por Alan Talgham
La selección argentina, de la mano de su capitán, Lionel Messi, se coronó campeona del mundo el domingo pasado, luego de treinta y seis años de espera. La fiereza del equipo y la determinación del cuerpo técnico bastante tuvieron que ver en la consagración, pero parece evidente que no se hubiera conseguido sin la soberbia actuación del futbolista rosarino. Muchos sostienen, incluso, que este fue su mejor mundial. Es posible. Lo que es seguro es que fue diferente de los demás.
En Qatar, Messi vivió un renacimiento. Pareció, por momentos, ser un deportista nuevo. Ni mejor ni peor al que era antes, pero sin duda distinto. El mejor jugador del mundo (y, posiblemente, de todos los tiempos) jugó el Mundial de Fútbol 2022 bajo una forma inédita, cuyos destellos comenzaron a observarse en la Copa América del 2019 y a confirmarse en la del 2021. Cambió incluso su tono al declarar ante la prensa, levantando la voz frente las injusticias arbitrales y las críticas malintencionadas. Este otro Messi, tan convocante como el anterior, es la muestra perfecta de lo que se denomina el “estilo tardío.”
Ya no hay dudas de que el fútbol es un arte. Llevado a sus expresiones máximas y mínimas, sigue el camino de las grandes obras de la humanidad. Hay quienes no estarán de acuerdo. Desconocen quizás el efecto vital que produce en
Esta clase de producciones sorprenden por su irreverencia absoluta
El Messi tardío llega exactamente a tiempo, es bien puntual
cada cuerpo un despeje, una gambeta, un tiro libre, un penal o un gol; la dicha de experimentar ese relámpago que gran parte de los argentinos sentimos, en numerosas oportunidades, en el curso del pasado mes. Como dice un amigo: el fútbol tiene algo que ver con la vida, con eso que agita el cuerpo y lo pone en movimiento.
Ahora bien, si entendemos que el fútbol es un arte, podemos afirmar que quienes lo practican son artistas en toda ley. Ellos también, conforme avanza su carrera, van encontrando ciertas figuras, motivos y trazos que luego configuran su manera de jugar. Su estilo propio. Los monólogos de Shakespeare, la pincelada de Van Gogh, el blanco espeso de Kazimir Malevich, los golpes a la puerta del destino de la Quinta Sinfonía o los coros de los Beatles son elementos del mismo conjunto. Se encuentran a la par de las bicicletas de Ronaldo (el verdadero), la pisada y la pegada de Riquelme, los giros de Zidane, los quiebres de cadera de Orteguita y, por supuesto, los enganches hacia adentro de Messi, que casi siempre terminan en gol.
Con el paso del tiempo, esas marcas del estilo tienden a convertirse en pequeños clichés, en modismos casi un tanto incómodos. Es el caro precio de la fama y de la genialidad. Esa reducción de un artista al menor rasgo de su estilo hace que sea fácil caricaturizar a los más reconocidos entre ellos con apenas unos gestos.
Es así que el estilo se va tornando un peso. El artista tiende a querer imitarse a sí mismo para repetir la fórmula que le ha prodigado tanto éxito y muchas veces, incluso, lo consigue (El Padrino II es claramente mejor que la primera). Sin embargo, ese peso del estilo también se vuelve un lastre (ahí está El padrino III). Es algo que se porta, que se carga, y de lo cual es difícil desembarazarse. Porque pese a ser algo muy propio, es, al mismo tiempo, algo radicalmente ajeno.
El estilo es a pesar de uno mismo. Es lo que sale o lo que pasa cuando alguien, intentando copiar un ideal, tropieza. Es un tropiezo afortunado puesto que, en muchos casos, eso que sale al imitar un ideal termina siendo más interesante. Pero, cuando el estilo se torna un lastre, la creación pasa a volverse una experiencia difícil, meditada y, por supuesto, que se juzga con mayor severidad. En el caso del fútbol, ante el reconocimiento del estilo particular de un jugador, los rivales se preparan, se avivan, confeccionan estrategias específicas para neutralizarlo; otros lo imitan, lo perfeccionan, algunos lo teorizan y en definitiva, entre todos, terminan por aplastarlo.
Pasa. Les pasa a todos. Le pasó a Messi. De ahí la eterna queja de unos cuantos: “No hace lo mismo en el Barcelona que lo que hace en la Selección.” Se referían a su estilo. Como si Messi, al ponerse la celeste y blanca, jugara a otra cosa. Solo que, en su caso, la queja se da por partida doble: por comparación con el estilo del propio Messi pero también con referencia al del otro gigante eterno. Sí, es el estilo de Maradona el que se le quiere endosar a Lionel y que ha constituido para él el verdadero lastre de su trayectoria mundialista. Pero eso, hace poco tiempo, empezó por suerte a cambiar.
Llega un período en la vida de ciertos grandes compositores y artistas en que deciden dar por terminada la fase canónica de su obra, aquella gracias a la cual alcanzaron notoriedad, fama y elogios, y emprenden un camino totalmente nuevo. Este suele coincidir con una fase crepuscular de su existencia, con la percepción de la proximidad del fin. Cuando estos artistas se percatan de que pueden morir pronto, comienza un periodo distinto de su trabajo en el cual producen obras descomunales. Las producciones de este momento tardío sorprenden por su potencia, por su desfachatez y por su irreverencia absoluta respecto de las marcas del estilo a las que estos autores habían acostumbrado a su público. Pero esas obras finales y nuevas tienen también sus coordenadas propias. El pensador y musicólogo Edward Said, siguiendo a Theodor Adorno, acuñó el término “estilo tardío” para referirse a estas producciones del último tercio, de la despedida de un artista. El caso ejemplar es el de Beethoven, cuya Missa Solemnis, sus sonatas finales y sus últimos cuartetos de cuerdas dan testimonio del vigor y la potencia de un talento desatado de sus amarras habituales. Lejos de sus greatests hits, liberado de los motivos vueltos clichés de su propia creación, Beethoven materializa un conjunto de piezas con un alto contenido de innovación, de sensibilidad y de belleza.
Pero quizá Beethoven no sea del gusto de todos los lectores. Tomemos, por ejemplo, Abbey Road o Sargent Pepper’s, escuchemosThe Eraser de Thom Yorke o Black Star de David Bowie, terminado en su lecho de muerte. Prestemos atención a los últimos films de Jean-luc Godard, pongamos los últimos vinilos de Bill Evans. Veamos a Messi jugar este reciente mundial.
Messi hoy no es Maradona. No está maradoneano. No se maradonizó. No juega como él ni declara parecido. Messi está desamarrado: se soltó. Finalmente, en el momento culminante de su carrera, en lo que podría haber sido su ultimo torneo con la Selección, volvió a crear. Messi dejó de tener que copiarse a sí mismo, dejó de intentar ser el del Barcelona. Es otro. Messi es en cierto modo Beethoven componiendo febrilmente la Missa Solemnis, es Rembrandt pintando su “Autorretrato con dos círculos”, es Sergio Leone filmando Érase una vez en América. Es él mismo. Messi es Messi. Y este Messi crepuscular, despojado, nos hace testigos de uno de los momentos cumbres en la historia del arte y el deporte. Estamos asistiendo, en vivo, a la refundación de un artista. Si hubiese sido compositor, diríamos: “Messi, el estilo tardío”.
¿Qué lo lleva a estar así? ¿Qué causó en él esta revolución interna? Su motor parece ser el tiempo, la introducción en la temporalidad. Cito a otro amigo: la introducción en el tiempo es lo que produce para un sujeto ese giro vital, ese acto transformador después del cual ya nada vuelve a ser lo mismo. Puede que sea esto lo que le ocurrió a Lionel, como a tantos grandes artistas en su época. Empezaron a entender que existe el tiempo.
Messi supo que este era su último mundial en plenitud. Supo que, posiblemente, no iba a tener ya otras chances de conseguir la gloria máxima. Supo, también, que en poco tiempo ya no volvería a jugar al futbol de manera profesional. Entendió que, en su carrera, estaba cerca del fin.
En la víspera del cierre, en el ocaso de la vida, en el otoño de las esperanzas, la proximidad del final opera un corte y produce un nuevo despertar. Es una refundación, un nuevo comienzo. Este Messi tardío llega exactamente a tiempo, es bien puntual. Este Messi sabe que como jugador va a morir mañana, y por eso, en esta copa, decidió recomenzar.
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