Secretos del conurbano: la aldea medieval que atrae a una multitud todas las semanas hacia González Catán
Cada semana, 7000 personas visitan la mágica aldea medieval en La Matanza
El parque temático Campanópolis está en un predio de 220 hectáreas y fue construido por un hombre con cáncer tras recibir un pronóstico adverso; un legado de lucha y superación
Evangelina Himitian
Antes de las 10 de la mañana del sábado, un enjambre de mosquitos castiga a quienes bajan de los colectivos de larga distancia y el olor a repelente domina la escena. Bajan turistas: italianos, brasileños, colombianos. También hay cordobeses y mendocinos. De los autos del estacionamiento salen cientos de porteños, y todos se encaminan a la plaza central, sin poder creer que realmente eso que vieron en las redes sociales es real: un parque temático medieval, enclavado en González Catán, en el corazón del conurbano profundo, en plena La Matanza. Está por comenzar la visita guiada a este predio que en total tiene 220 hectáreas; el paseo ocupa unas cinco.
“Bienvenidos a Campanópolis”, anuncia la guía desde se micrófono portátil. Varios tours en diferentes idiomas ocurren en simultáneo. Cada semana unas 7000 personas llegan al lugar, que por estos días festeja sus 40 años de historia y que, de la pandemia a la actualidad, vive un verdadero boom gracias a los influencers que continuamente muestran en sus redes visitas a esta aldea medieval. Parece un recodo de Europa, pero apenas a unos 50 kilómetros de la Capital. En la página web hay instrucciones para que nadie se extravíe en el camino ni se amedrente si su GPS advierte “acercándose a una zona desconocida”. Para quien no conoce cómo acercarse, el Google Maps ofrece un camino directo y seguro, explican los organizadores.
Campanópolis parece un recodo de Europa, pero apenas a unos 50 kilómetros de la Capita
“Es cierto, es todo un desafío movilizar tanta gente todas las semanas hasta La Matanza. Y un orgullo también que seamos una suerte de embajadores impensados del partido. Por supuesto que muchos me preguntan por qué lo instalamos acá o si no se nos ocurrió llevarlo a otra zona. Lo que les explicamos es que lo importante de Campanópolis no es ni el lugar ni las construcciones tipo medievales, sino el mensaje de lucha que nos dejó Antonio, mi papá, que empezó a hacerlo de forma artesanal, como para él, para nosotros, y apenas llegó a ver en lo que se había convertido por el significado que tiene para la sociedad”, cuenta orgulloso Oscar Campana, de 51 años, el hijo de Antonio, que hoy asume junto a sus dos hermanos el legado que dejó su padre.
Precisamente, Antonio Campana (por eso se llama Campanópolis) no levantó esta ciudad medieval con la idea de crear un parque temático, sino todo lo contrario. Más bien fue una terapia que eligió cuando le diagnosticaron cáncer de amígdalas y le dijeron que le quedaban pocos años de vida. Se sobrepuso a cuatro operaciones y, cuando los médicos le dijeron que solo le quedaba esperar, él decidió que iba a hacer mucho más con ese tiempo que tenía por delante. Al final, esos pocos años se convirtieron en más de dos décadas y el desafío de hacer una “casita” más, cómo él le decía, lo mantuvo con fuerzas y energías hasta los últimos días.
Enfermo de cáncer y con un pronóstico adverso, Antonio Campana comenzó a construir una por una las "casitas" con materiales reciclados
No es que él tuviera un sueño de hacer una aldea medieval, confiesa Oscar. Como hijo de italianos, fiel a esa idiosincrasia que tanto se refleja en las edificaciones del conurbano, fue haciendo a medida que hacía. No es que hubiera planificado y se hubiera sentado a dibujar. Antonio había terminado la primaria; no tenía estudios de arquitectura ni ingeniería, pero sus hijos suelen decir que tenía un posgrado en creatividad. Había comprado esas 220 hectáreas en 1977, pensando en que serían una inversión para su familia. A uno de sus hijos le gustaban los caballos y se imaginó que en aquella zona podría desarrollar un negocio de cría equina. Sin embargo, pocos años después, el gobierno militar le expropió las tierras sin que pudiera darle otro uso. En cambio, se destinaron a la empresa Ceamse: durante seis años aquello se convirtió en un basural a cielo abierto, donde iban a parar los residuos de toda la provincia.
Con el regreso de la democracia, Antonio inició los trámites para recuperar el predio. Se lo devolvieron tres años después. Lo primero que hizo fue iniciar una plantación: en total, más de 120.000 árboles, que hoy conforman un gran bosque. Después, empezó a llevar tierra para cubrir la basura. En 1989 le llegó la noticia: tenía cáncer y tenía que enfocarse en su recuperación. Decidió dejar su actividad económica, al menos el tiempo que le dedicaba (era comerciante del rubro alimentario, proveedor de supermercados mayoristas), para iniciar su terapia en sus tierras. Se iba a las 5 de la madrugada todos los días y volvía a las 19. Llegar a Gonzalez Catán no era tan sencillo como ahora, ya que la ruta 3 era apenas una avenida angosta. Así y todo, empezó a hacer. Cuando su familia le preguntaba qué, él decía que “una casita”.
Entre los turistas hay italianos, brasileños, colombianos; también cordobeses, mendocinos y porteños
Lo primero fue una casa para guardar herramientas. Después hizo un silo y un molino. Después, empezó a visitar demoliciones, remates ferroviarios, construcciones antiguas, y se fue equipando con materiales que creía que le podían servir: maderas, durmientes de ferrocarril, columnas de hierro, puertas antiguas, rejas, semáforos ferroviarios, colgantes del puerto. Era conocido en el mundillo de los remates porque sabían que cuando llegaba, esperaba para ofertar último y se llevaba lo que ya nadie más quería. Así fue como empezó a armar, con materiales reciclados, de a poco aquellas construcciones que hoy se levantan en Campanópolis y conforman la aldea medieval.
Fueron casi 20 años de trabajo incansable. Siempre tenía una idea más, una casita más por levantar. Se emocionaba con los materiales que conseguía en las demoliciones y enseguida ponía manos a la obra para levantar alguna de aquellas edificaciones, que después se fueron uniendo entre sí con pasajes empedrados, recovecos, fuentes y torres que hoy conforman el predio.
Lo importante de Campanópolis, dice Oscar Campana, el hijo del creador, no son las construcciones tipo medievales, sino el mensaje de lucha que dejó su padre
No pasó mucho tiempo hasta que los amigos de los hijos, que visitaban frecuentemente el lugar como paseo de fin de semana, empezaron a pedirle que se los prestara para un casamiento en la capilla que construyó o para sacar fotos. La voz se fue corriendo y comenzaron a llegar las primeras producciones comerciales: marcas que decidían filmar allí e incluso productoras internacionales que lo elegían como una locación impensada para un país que no tiene historia medieval propia. Hasta allí, esos años de fama fueron los que Antonio llegó a conocer. Poco tiempo después, la enfermedad volvió, y en 2008 finalmente falleció.
Sus hijos siguieron adelante con su legado. “No nos interesaba simplemente difundir una aldea tipo medieval o ecléctica, quisimos transmitir la historia de nuestro padre, de lucha, de superación. De cómo pudo lograr todo esto a partir de haber recibido la peor noticia y transformar eso en algo mágico y único”, explica Oscar. Justamente es eso, dice, lo que más sorprende a los europeos que visitan el predio. “Les llama la atención que no tenemos una historia medieval, pero más allá de eso se sorprenden de cómo alguien que luchaba con el cáncer desarrolló este lugar como su manera de plantar bandera y decir que no bajaba los brazos, que mientras tuviera proyectos estaba vivo”, dice Oscar.
El predio tiene un total de 220 hectáreas, de las cuales el paseo ocupa unas cinco
Hace 15 años, el predio se abrió al público por decisión de los hijos. Oscar se dedica sobre todo a organizar eventos y producciones. Además, de lunes a viernes se puede visitar hasta las 17 y los sábados, hasta las 13. Las entradas se sacan previamente y cuestan unos $8000. “No es sencillo mantener todo esto funcionando. Nosotros nunca quisimos incorporar marcas, sino que lo mantenemos como un predio privado, sin auspicios”, aclara.
Fue realmente tras la pandemia, cuando muchos influencers comenzaron a visitar y a dar a conocer lo que se podía ver en Campanópolis, que el parque temático tuvo un nuevo resurgir. “Mucha gente se animó a salir a pasear por zonas que no conocían. Y para nosotros en un orgullo recibirlos”, cierra Oscar.
Campanópolis se puede visitar de lunes a viernes hasta las 17 y los sábados, hasta las 13
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