El byte se corta por lo más delgado, Parte XII. Por favor, nunca aprietes ese botón
Podría haber buscado una foto de banco de imágenes, más prolija y bonita. Pero este es el tablero real, una vez extraída la tapa
El misterio duró dos meses. No es para menos. Una intrincada cadena de pequeños errores, decisiones apresuradas y deducciones flojas de papeles terminó en un incidente muy incómodo. Pero siempre lo más incómodo es no saber qué está pasando
Ariel Torres
¿Cuál puede ser el peor momento para quedarse sin agua? Todos, claro. Pero un viernes a las diez de la noche justo antes de un fin de semana largo parece particularmente incómodo. Pues bien, eso es lo que ocurrió: un viernes a la noche, justo antes de un fin de semana largo, nos quedamos sin agua.
En las sociedades industrializadas, incluso en suburbios con pobre o nula infraestructura, como es el caso de muchas zonas de la Argentina, la frase “quedarse sin agua” es en realidad una exageración. A lo mejor te quedás sin suministro, pero tenés las cisternas llenas. O se vacían las cisternas, pero todavía hay suministro. Por ahí se corta la luz, pero el agua baja por gravedad. Más todas las combinaciones imaginables. Por completitud, añadiré que en la Argentina hay muchas zonas donde la frase “no tener agua” es real, no una exageración. Es una dolorosa y mayormente inexcusable realidad.
En nuestro caso, y por razones que explicaré enseguida, solo salía agua, y a desgano, de una canilla en el jardín. Al punto que, en medio de la crisis y mientras me rompía la cabeza pensando qué podía estar ocurriendo, tuve que pasar por una ventana una manguera desde esa canilla hasta una de las dos bachas de la cocina. Cocinar sin agua es casi enteramente imposible.
El agua fue un problema en este barrio hasta que en 2016 o 2017, durante la gestión de María Eugenia Vidal, hicieron las obras y empezó a llegar el servicio de una planta potabilizadora que Aguas Argentinas tiene a 1 kilómetro de aquí. De verdad, el agua, en una especie de castigo a lo Tántalo, estaba al alcance de la mano, pero no estaban puestos los acueductos. Sin palabras.
Antes de eso, y como lo más estresante de la Argentina es su imprevisibilidad, importaba menos la falta de agua que reducir el estrés de la incertidumbre. Así que hasta que llegara el suministro de una forma más o menos regular y siempre potable (algo que pasó antes de lo que imaginaba, pero, de nuevo, no podíamos saberlo), enfrenté el desafío con uno de mis mecanismos favoritos: la redundancia.
El reglamento de construcción dice que hay que tener dos cisternas enterradas (check) y otra en la parte alta de la casa (check). La de arriba se llena mediante una bomba elevadora tomando el agua de las inferiores, que a su vez se llenan con el suministro que llegue al barrio (check). Lo que no dice el reglamento es que las bombas elevadoras fallan y que no sería mala idea poner una línea adicional que suba agua directamente del suministro. ¿Por qué no lo dice? Bueno, porque en general la presión no es suficiente para llegar tan alto.
Pero si el goteo puede quebrar tus finanzas, también puede llenar una cisterna. Así que hice eso. Normalmente, la bomba elevadora subiría agua a la cisterna superior, pero si hubiera presión suficiente, un hilito de agua durante varias horas podría ser una ayuda más que bienvenida, dadas las circunstancias en aquel momento.
Un crack
Así que la noticia de que estábamos por completo sin agua me tomó por sorpresa. Se había vaciado incluso el termotanque solar, que es algo así como the last man standing, porque está ubicado un poco por debajo de la cisterna principal, de la cual toma el agua; es decir que si se vacía no hay nada de líquido en ninguna parte. Ni siquiera en las cañerías. Super lindo.
Verifiqué enseguida que la bomba elevadora había dejado de funcionar, pero ese de ninguna manera era mi problema en ese momento. Cuando no podés ni bañarte y es viernes a la noche antes de un fin de semana largo, el problema es conseguir alguien que te de una mano. Por fortuna, y después de años de lidiar con faltazos y desplantes, di con un plomero que es, literalmente, un crack. Le escribí a las 11 de la noche, cuando ya había armado mi informe de daños, le pedí sinceras disculpas por la hora, le conté lo que estaba pasando, y me prometió venir al día siguiente.
Cosa que, por supuesto, hizo. Por eso digo que es un crack.
Revisamos todo, y francamente no había mucho que pensar. Sin agua no podés pensar mucho. Después analizaría los detalles, pero primero fuimos al local más cercano de una cadena dedicada a la construcción e invertí dolientes 320.000 pesos en una bomba elevadora nueva. La original fue al archivo, ad referendum de repararla para tener (de nuevo) backup. Todo se rompe, anoten.
No responde
Excelente. Instalada la bomba, se suponía que era cuestión de conectar de nuevo la corriente y listo. No tan rápido. La bomba, nueva, reluciente, prolijamente instalada por un profesional, conectada al enchufe correspondiente, no andaba. Parafraseé algunos epigramas de Marcial y, luego de probar que el aparato en sí funcionaba y que por lo tanto era un asunto de la instalación eléctrica, me puse a pensar qué podría estar pasando.
Con los años uno aprende que un problema es en realidad una constelación de problemas, y de allí el nombre de esta serie. Pues bien: ¿cuál era el punto más delgado de esta cadena de eventos? Era muy improbable que fuera el cableado. La bomba nueva funcionaba. Difícilmente fuera el flotante, pero compré otro, por si acaso, innecesariamente. El flotante es un componente electrónico que conecta el circuito para que la bomba arranque cuando queda en posición vertical (porque se vació) y también se lo puede configurar para que cuando queda en posición horizontal permita sacar agua de un tanque (porque significa que está lleno). Sabía que no era eso, pero el agua es cosa seria y gasté otros 6000 o 7000 pesos. Por supuesto, eso no resolvió el problema (de hecho, unos días después medí con un tester el flotante viejo y andaba a la perfección).
La misión de este crack que me había respondido el WhatsApp a las 23 de un viernes estaba más que cumplida. La bomba se encontraba instalada y, si la enchufabas, andaba. Pero no arrancaba automáticamente cuando se vaciaba la cisterna del techo. Era hora de llamar a otro amigo, un electricista y músico que ya ha protagonizado otra de estas columnas, Jorge.
Por un número de razones que no vienen al caso, Jorge recién pudo acercarse la semana última. En el medio pasaron dos meses; este dato, el de los dos meses, es más que significativo. Pese a estar sin bomba elevadora, nunca nos había vuelto a faltar agua. En medio de la niebla que hay detrás de todo problema, el misterio empezaba a develarse. Es decir, la bomba podía haber fallado mucho tiempo antes sin que nos enteráramos. Tras subir al techo unas 100 veces en diferentes horarios, descubrí que, como no derrochamos agua, la conexión directa al suministro conseguía llenar por goteo la cisterna; quod erat demonstrandum.
De modo que era muy probable que o bien ese suministro hubiera faltado durante un día o dos para que, combinado con algún consumo más alto de lo normal, llegáramos a ese viernes fatídico. Entonces recordé un mail donde se alertaba sobre un corte de agua por mantenimiento, lo busqué y coincidía no solo con las fechas del incidente, sino también con una canilla que me había encontrado abierta en un baño que casi no se usa y que, en el momento, no supe determinar cuánto tiempo había pasado así. Mi corazoncito eco se estrujó, la cerré y me olvidé del tema. No hay que llorar sobre el agua derramada, dicen. Pero, más importante, el incidente coincidía con el viernes fatídico. ¿Cómo lo supe? Simple: WhatsApp. Había repartido filípicas de eco warrior indignado por haber encontrado esa canilla abierta. Busqué el mensaje y, bingo, era de ese viernes en el que nos quedamos sin agua.
Eso resolvía la mitad del misterio. Quedaban todavía dos capítulos. Primero, por qué la bomba nueva no arrancaba automáticamente cuando la cisterna superior se vaciaba. Segundo, por qué la primera bomba –en su momento, recién estrenada y con una función poco demandante– había fallado en tan poco tiempo.
Preguntas incómodas
Mi amigo Jorge hizo exactamente todas las pruebas que había intentado por las mías. Sin éxito. La bomba elevadora seguía sin arrancar cuando debía. Pero como tiene una mente superior para estas cosas, en un momento, me preguntó:
–¿En el tablero no hay ninguna llave para la elevadora?
Le respondí que no. “No, al menos, debidamente etiquetada”, añadí. Bueno, como Jorge tiene además experiencia con clientes que tocan cosas que no deberían, me pidió que abriera el tablero. De un vistazo, y pese a estar lejos, advirtió tres llaves que estaban bajadas (es decir, desconectadas). Me preguntó por qué. Le dije que una era la del calefón solar (los termotanques solares tiene dentro una resistencia que calienta el agua cuando no hay sol suficiente; me pareció un sinsentido y la desconecté).
–Ajá, ¿y las otras dos? –quiso saber. Le dije que las había bajado porque no tenían ninguna etiqueta y porque no parecían hacer nada. Un razonamiento que dejaba mucho que desear, lo admito, pero era la verdad. Nunca le mientas ni a tu médico ni a tu electricista. Me pidió que las subiera, primero una –no pasó nada– y luego la otra; y ahí arrancó la dichosa bomba.
Lo diré así: en ese momento no me sentí el sujeto más brillante del mundo. El remate, me temo, fue cuando me preguntó qué hacía esa tecla blanca muy grande a un costado de las térmicas, y antes de que le dijera que no sabía, la presionó y la bomba elevadora se encendió. Escandí varias estrofas en feroés arcaico para ventilar la frustración. Durante dos meses había enchufado la bomba a mano para hacer pruebas, y ahora descubría que podría simplemente haber apretado esa tecla. Tuve entonces una iluminación: un tablero de estos, no debidamente etiquetado, es como el código fuente sin comentarios. Te podés pasar días siguiendo cables y dispositivos (o líneas de código, variables y funciones) antes de entender qué hace qué.
Como el agua blanda
¿Por qué había fallado tan rápido la bomba original? Porque había sido puesta en marcha solo un par de veces. Luego, el ambiente húmedo del Delta fue haciendo su lento trabajo de corrosión hasta que, posiblemente luego del primer invierno, ya no arrancó más. ¿Pero por qué había sido puesta en marcha solo un par de veces? Porque cuando instalé el termotanque solar, al mismo tiempo que la infraestructura de suministro de agua, leí el manual, descubrí que una de las térmicas alimentaba la antedicha resistencia y la bajé. Como al lado había otras dos llaves sin etiquetar, deduje (mal) que no hacían nada, y las bajé también.
Eso fue hace siete años. No habían sido unos meses, sino mucho más. Todo, gracias a la falta de comunicación. Comentarios. Documentación. Hay muchas formas de llamarlo, pero a la larga es lo mismo: un sistema complejo necesita etiquetas y comentarios. De otro modo, es un amasijo de cables y botones que solo el que lo armó sabe cómo funciona. Y en una emergencia eso puede resultar muy caro.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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