Armando Bo
“La cultura no solo se construye con éxitos”

Texto de Fabiana Scherer
“Pensá que mi papá y mi abuelo salían a vender una película tocando el timbre, cine por cine. Se iban a Francia con las valijas para ver si les interesaba la película. Y ahora, una plataforma te la cuelga en 240 países, una serie como Cromañón la tenés disponible en más de 240 países”, analiza Armando Bo, el cineasta, el guionista que, en 2015, junto a su primo Nicolás Giacobone subió al escenario del Dolby Theatre en Los Ángeles a recibir el Oscar al Mejor Guion Original por Birdman, film del mexicano Alejandro González Iñárritu. A pesar de que ese año Relatos salvajes no pudo quedarse con el premio a mejor película extranjera, desde el escenario y ante un teatro colmado, Armando dedicó el premio: “A toda la Argentina”. La casa devenida en productora –típica construcción setentista con aires futuristas que recuerdan a Los Supersónicos– llama la atención al que camina por las calles del barrio de Núñez. En el primer piso está la oficina de Armando, el corazón de About Entertainment, la productora audiovisual de contenidos de ficción, no ficción y branded content que Bo presentó en sociedad en 2020, junto a Mercedes Reincke, Natacha Cervi y Ezequiel Olemberg, con la premisa de desarrollar historias de calidad y de alcance internacional. En una gran pizarra –que apenas deja ver el blanco de origen– aparecen nombres con marcador negro, ubicados en distintas columnas, datos en círculos remarcados, flechas que unen y tachaduras que dibujan el cuadro principal. En el sillón, pilas de guiones y una selección de fotos, de los rostros que quizá superen el casting final y posiblemente veremos pronto en alguna ficción. Desde una de las ventanas se puede ver una de las tribunas del estadio de River Plate. “Soy hincha de Independiente –confirma que por herencia– y trato de que mis hijos sigan la línea, pero no es fácil, no es un gran momento para el rojo ni para criar hijos hinchas de Independiente –bromea, quitándole importancia–. Es difícil, digo, decirle a un hijo ‘tenés que ser hincha de’ o contagiarle las ganas de ser hincha... pocos goles, son pocos los éxitos. Es un momento donde también está bueno que ellos elijan, que ya no esté esa cosa más mandatoria que uno heredaba de los padres, las familias. Hoy me parece que es más libre”. La luz de esa misma ventana es la que destaca el afiche que muestra unas zapatillas colgadas, las que son todo un símbolo de la tragedia ocurrida el 30 de diciembre de 2004. Debajo se lee Cromañón. –Recién hacías la comparación del trabajo que debían hacer tu papá, tu abuelo, para que una película cruzara fronteras. –Obviamente no se trata solo de colgarla –arremete en su rol de productor–, es importante para cada película, para cada serie cómo se la publicita para impactar, llamar la atención entre tanta oferta. Hoy, en poco tiempo tu serie, tu película cruza fronteras. En la semana de estreno, Cromañón (8 de noviembre) la serie de ficción se ubicó en lo más visto en Prime Video en la Argentina, Uruguay, Bolivia, Paraguay, y México. Ese impacto se contagia, nutre. Y así pasa con otro tipo producciones de países que quizá antes no llegaban. En otros tiempos ibas a un videoclub, que con suerte tenía algo distinto, o al cine que tenía una cartelera con películas fuera del circuito. No se trata solo de subirla. Hay que trabajar un montón para que la serie, la película, sea relevante y te quieran ver ante tanta oferta. El jueves pasado se estrenó –en la misma plataforma–, Cromañón, el documental, con dirección de Natalia Labaké y producción de About Entertainment. El largometraje narrado por Miguel Granados entrelaza las voces de los sobrevivientes y de los responsables, con imágenes de lo ocurrido en el juicio para reconstruir, paso a paso, como un rompecabezas, lo sucedido aquella noche en que “Argentina se apagó de golpe –dice Bo, la frase que es parte del documental–, para despertar convertida en otro país”. Sin quitarse el sombrero –fiel a su estilo– y acomodado en una silla detrás de un gran escritorio, el hombre cuyo apellido representa una dinastía dentro de la cinematografía nacional y su nombre remite inevitablemente al de su abuelo: el director que desafió a la censura con películas que se hicieron célebres por el destape de Isabel Sarli, dice: “Es innegable, me pusieron su nombre, siempre hago el mismo chiste, no fueron muy creativos. Es cierto también que era otra época, era muy común, ¿no? Está todo bien. No reniego de eso, para nada, al contrario –asegura–, yo creo que hay un montón de cosas que, aunque uno no quiera… todos tenemos nuestras historias personales. Obviamente la mía es más conocida, pero todos estamos cruzados por las historias de nuestros padres, abuelos, de una u otra manera. Lo vivo con naturalidad”. La historia de los “Bo” y el cine comenzó a escribirse en 1939, cuando Armando (el abuelo) hizo su aparición como extra en el film Ambición, dirigida por Adelqui Migliar. Casi diez años después fundó con Elías Hadad la Sociedad Independiente Filmadora Argentina (SIFA), que dio el primer paso con Pelota de trapo, de Leopoldo Torres Ríos y que Bo protagonizó. Es el mismo sello con el que después dio luz a los films que inmortalizarían a Isabel la Coca Sarli. El mismo sello que llevó por primera vez al cine a Borges, en 1954, como productor de Días de odio, inspirada en “Emma Zunz”. Armando se casó con María Teresa Machinandiarena, hija del cofundador de los Estudios San Miguel, uno de los más importantes de aquellos años. De aquella unión nació Víctor, que participó en la mayoría de los films producidos y dirigidos por su padre, además de pasar a la historia como “Delfín”, uno de Los superagentes, junto a Julio De Grazia (Mojarrita), Ricardo Bauleo (Tiburón), la exitosa saga de la que se hicieron nueve películas. En un rincón privilegiado de la oficina y sobre la caja original está ella, la cámara que usaba su abuelo, la que tuvo guardada por más de 20 años Isabel Sarli y con la que posa en la tapa del suplemento. “La famosa cámara”, dice y mira la Cameflex que la Coca le regaló. “En algún momento tendré que contar la historia...”, dice al pasar.
–¿Vas a hacer una película sobre Sarli? –Ya sé cómo contarla, pero todavía no... No voy a decir qué voy a contar, porque me van a robar la idea. Están los que quieren hacer la historia... Queda terrible que lo diga, pero la van a hacer mal. Así que prefiero guardarme el punto de vista, ya está anotada. En el momento que me entere que alguien la va hacer, me largo y la voy a hacer más rápido y mejor. –¿Busco a un extra para que diga que la va a filmar? –(Risas) Sé que va a pasar así. Porque otro no la puede contar. La historia la conozco y muy bien. Narrar historias es parte de su ADN familiar que también tiene como protagonista a Teresa, su hermana periodista, corresponsal de Al Jazeera International. “Sin duda hay algo en el ADN, digo, familiar, que está metido desde la cuna, ¿no? Esto mismo lo tiene mi hermana, como periodista, contando historias desde otro punto de vista, pero bueno, somos una familia que de alguna manera cuenta historias –sostiene–. Para mí es así, estoy siempre atento a lo que puedo encontrar, a lo que está pasando a mi alrededor en cada viaje, cómo y qué puedo generar. Qué historia necesita ser contada. Qué historias puedo traer a la Argentina y qué puedo llevar de la Argentina para el mundo. La oportunidad que tengo es la de conectar territorios”. Ser productor lo llena de orgullo. No lo dice por decir. “El productor tiene un poco de todo… tiene que ser creativo, pero también tiene que poder pensar en la calidad del producto, de la película o de la serie –describe–. Tiene que estar súper consciente de la historia, de lo que se está contando. Y resulta más que atractivo en esta etapa encontrar historias y apoyarlas desde otro punto de vista. Acompañar a realizadores con su propia voz, apoyándolos con los mejores recursos técnicos y creativos, para obtener producciones con calidad premium, como lo hicimos con Cromañón”. En 2020, con El Presidente, la serie que se metió en el escándalo del FIFA Gate, About Entertainment dio su primer paso y consiguió la nominación al Premio Emmy Internacional a la Mejor Serie Dramática. “El mundo del fútbol es una parodia en sí misma, es absurdo si lo analizás, no se comprende la impunidad con la que trabajan ese nivel de poder económico”, confiesa Bo como productor y como hincha. La segunda temporada, que tiene como subtítulo El juego de la corrupciónEl presidente le siguió Pandemos, una serie de cortometrajes colaborativos filmados alrededor del mundo, que cuentan diferentes experiencias sobre el confinamiento debido a la pandemia de Covid-19). Buscamos contar historias que tengan a América Latina como protagonista, a la Argentina. Que mi productora haga una serie como Cromañón, de este calibre, que guste, que genere debate, que se convierta en una serie popular y de mucha calidad, está buenísimo. Fueron cuatro años de trabajo, de mucho trabajo”. –En esta oportunidad, con Cromañón te corriste del lugar de director, de guionista, para enfocarte en el rol de productor. ¿Por qué? –Fue una decisión que tomamos con el equipo. Obviamente estuve metido en todo. Siguiendo de cerca todos los procesos. Me motiva acercarme a otros artistas y producirlos. Antes de que la estatuilla quedara en sus manos por el guión de Birdman, Armando se había instalado en el barrio de Venice, Los Ángeles, California, junto a su familia, su pareja, la diseñadora Luciana Marti y sus dos hijos, Amador y Torino. –¿Por qué decidiste volver a la Argentina y apostar en el mercado audiovisual con tu productora? –La verdad es que no quería ser un clisé. Obviamente la industria americana me seduce, me gusta y la aprovecho en un montón de aspectos. Tengo varios proyectos dando vueltas, que pueden salir en cualquier momento. Pero al mismo tiempo me di cuenta de cómo funciona la industria americana y Hollywood. En algún punto me di cuenta que tenía que entrar y salir. Que tenía un montón de oportunidades en el mundo del cine, de las series, en el mundo de la publicidad también, en otro tipo de territorios. ¿Por qué no aprovecharlos y encontrar las historias que me importen a mí? Estando en los Estados Unidos solo podía, de alguna manera, entrar dentro de una burocracia muy lenta, que encima es una industria que está en crisis. Soy un hacedor, soy una persona a la que gusta hacer, y me gusta hacerlo a otro ritmo. Allá, hay proyectos que tardan demasiado tiempo, que se pierden en la burocracia y que a veces, a pesar de tenerlo todo listo, no se hacen (como ocurrió con la serie The One Percent que reunía al equipo de Birdman: Iñárritu, Bo, Giacobona y Alexander Dinelaris Jr.). Me di cuenta que, en otros tipos de mercados, que son los nuestros: Argentina, Latinoamérica, Iberoamérica, está la posibilidad de contar las historias que a mí me gustan, que a mí me movilizan. –Volvemos un poco al comienzo de la charla en la que destacabas la importancia de cruzar territorios. –Poder llevar la Argentina al mundo, traer a la Argentina el mundo. Hubiera sido muy tonto si yo no lo aprovechaba. Quiero decir, esto está adentro mío. Soy muy argentino, ‘sos lo que sos’, dicen. Hay un montón de historias en nuestro país que son muy interesantes de contar, que juntan los territorios. Por ejemplo, El presidente en un punto es un mundo muy argentino, pero también internacional. Lo más importante es que elegí la libertad, poder hacer lo que yo sienta y lo que tenga ganas de hacer. Obviamente, asociado con un montón de gente súper importante que me apoya. Elegí la libertad de poder contar las historias que yo quiero y no quedarme en lo que puede llegar a ser, dentro del sistema americano, luchando contra los molinos de viento. Siempre supe que iba a ser muy difícil, no estoy en contra del mundo hollywoodense, me gusta, pero al mismo tiempo me divierte ser libre, soy un hacedor que necesita libertad. –¿A qué creés se deba esta libertad creativa? –(hace una pausa) No soy un tipo que estudió en Harvard… en algún punto me hice trabajando, de chico, aprendí a hacer lo que yo puedo hacer. Me crié con mucha libertad. No sé si puedo hacer cosas “manufacturadas” a la perfección. Tengo un sistema personal. –¿Cuál es? –Seguir el instinto de lo que me parece, de lo que siento. No conozco otra manera. Entonces resulta imposible hacer eso sin la libertad de poder hacer lo que sentís, porque los proyectos tardan años, pero si estás haciendo lo que vos querés y lo que vos sentís que tenés que hacer, está buenísimo. En casa de Armando se hablaba todo el tiempo de cine, de la que podía ser una buena historia. “Está en mi inconsciente, es algo natural en mí. O seguís ese camino o tomás uno totalmente distinto”, reflexiona. –Estar detrás de escena, haciendo diferentes trabajos, como contando las entradas de cine, te dio otras herramientas. –Hice de todo, como cuando arranca en este mundo. Me curtí de abajo. Fui el che pibe en agencias de publicidad (en La Brea, una exitosa productora creada por el director Luis Pucho Mentasti). También trabajé haciendo aplaudir a la gente en Teleganas (programa de juegos que conducían Andrés Percivale y Gisela Barreto por ATC). Como bien decís, de chico me mandaban a contar la taquilla con el cuenta ganado (hace el gesto), escuchar las críticas a la salida del cine, lo que decía la gente en el baño, eso sobre todo en la etapa de Los Superagentes de mi viejo. Me mandaban al baño a escuchar (risas)...eran otros tiempos. Todo cambió. También iba a ver cómo doblaban las películas. –Y llegaste a actuar... –Bueno, actuar... –Lo hiciste… –Sí, por suerte me di cuenta de que no iba por ahí. En La clínica del Dr. Cureta (1987), en Las puertitas del Sr. López (1988) y Ya no hay hombres (1991), con Georgina Barbarossa y Giuliano Gemma, las tres dirigidas por Alberto Fischerman y producidas por su padre, Armando se animó tímidamente a aparecer como extra. Además, de dejarse ver en varias publicidades donde seducía con su pelo enrulado, el que hoy controla con sombreros de todo tipo. “Claramente no había que seguir por ese lado”, dice, seguro de la decisión tomada. –Lo tuyo era estar detrás de cámara. –Lo agradecen todos. –¿Con el tenis qué pasó? –Mejor fuera de la cancha, detrás de cámara –ríe nuevamente– estoy mucho mejor como público, como espectador.
En los tiempos que cursaba el secundario bilingüe, en el Chester College, en el barrio de Belgrano, Armando hacía mucho deporte. Jugó al rugby en Alumni, reconocida institución, y al tenis, por sugerencia de su padre. Hasta que se cansó. No lograba visualizar el futuro con una raqueta en la mano –“el cuerpo tampoco”, bromea–, sí con una cámara. “Todo fue un gran aprendizaje, el deporte de alta competencia es muy bueno en eso de educarte en la persistencia, en el enfocarte. De muy chiquito me obsesioné con el tenis, no es que intenté ser tenista, pero sí me obsesioné con jugar bien... (duda y uno puede suponer si el sueño de un Grand Slam no pasó alguna vez por su cabeza). Lo que sí ese tiempo me dio muchas herramientas para poder usarlas hoy. Enseñanzas que está conmigo: aguantar, saber esperar, enfocarse, no desconcentrarse –enumera–. Muchas de las cosas que aprendés en el deporte son muy buenas para aplicar en la vida”. Tras su paso por La Brea, la productora de Pucho Mentasti en un momento en el que se filmaban campañas publicitarias con grandes equipos; Armando el che pibe, que trabajaba atento a todo, listo para aprender y que pasó por todos los rubros: desde meritorio a locaciones, producción, y después como asistente de dirección tenía en claro su próximo destino: Nueva York. En la escuela de cine hizo un entrenamiento intensivo. A prueba y error. La cámara se transformó en su raqueta y su apellido por aquellos lados era el de uno más, lejos de cualquier dinastía e historias de censuras y superagentes. “Descubrí un mundo donde nadie sabía quién era mi papá ni mi abuelo”. Aunque reconoce que cada vez que contaba su historia enloquecían, le decían que tenía que hacer algo, “una película, una serie”. Armando ganó terreno y cosechó varios premios internacionales en el plano publicitario y trabajó para grandes productoras, como Anonymous Content (que cuenta con una lista de importantes clientes, directores, escritores y actores reconocidos) con la que mantiene la alianza, ahora junto a su propia productora. Antes de ganar el Oscar y el Globo de Oro como guionista, Bo estrenó, en 2012, El último Elvis en el Festival de Cine de Sundance. Su ópera prima recibió múltiples premios en los festivales de San Sebastián, Londres, Francia, Corea y Bulgaria. Seis años después, en 2018, presentó su segundo largometraje, Animal, protagonizado por Guillermo Francella y Carla Peterson. –¿Tenés pensado volver al cine? Dirigiste capítulos de series, publicidades (en uno de los monitores del equipo que trabaja en una oficina se ve a Sylvester Stallone pronunciando unas líneas para una campaña). –Claramente quiero volver al cine, estoy ahí. No puedo anunciarlo todavía, pero estamos muy cerca. Lo que sobra en About son proyectos. –La lista es larga, aparece Moria Casán (todo indica que será una ficción); el caso del femicida Ricardo Barreda, el odontólogo que, en 1992, asesinó a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra. –Ya estamos avanzando con la historia de Barreda. Muchos años de investigación. También estamos trabajando sobre la historia de Moria, mucho más no puedo decir. Está la película de Peter Lanzani sobre Luca Prodan (Lanzani va a dirigir y protagonizar la historia sobre el líder de Sumo). –En carpeta hay dos películas. ¿Las vas a dirigir? –Sí. Los proyectos llevan años. Al guión de Elvis lo tuve siete años. El de Animal, ocho años. Los procesos son muy largos, no siempre, pero sí en su mayoría, por eso uno habla del amor por los proyectos. Que un proyecto se haga después de tanto tiempo y que siga siendo representativo de uno...eso es amor, ¿no? –¿Uno de esos proyectos es el que cuenta la historia del periodista británico Robert Cox? –(Mueve la cabeza en un claro gesto de afirmación, sin perder el sombrero). Una historia humana, la de Cox, la del Buenos Aires Herald (NdR. el diario publicado en inglés en la Argentina que denunció las violaciones de los derechos humanos de parte de la dictadura cuando ningún otro medio lo hacía), la historia de su exilio. Tuve varios encuentros con él. –En la página de About figura la futura adaptación de Las malas, la novela de Camila Sosa Villada (se anunció la compra de los derechos en 2020). –Estamos trabajando, pronto daremos a conocer las novedades. (En la oficina hay pistas desordenadas, fotos, nombres de quienes pondrán el cuerpo a este grupo de mujeres trans cuyas vidas cambiarán cuando una de ellas encuentre un bebé abandonado en una zanja). –Hablamos de cine, de series, de plataformas. Claramente estamos frente a un cambio cultural en lo que se refiere al consumo de audiovisuales. –Un cambio cultural en el mundo, no es un tema de series o películas. Están TikTok, YouTube, Instagram, los videojuegos, los podcasts, hay diversas maneras de contar historias, chiquititas, editadas de una u otra manera. También hay una crisis de atención. En mayo de este año se compartió por todas las redes el cortometraje que Bo codirigió con Bizarrap para anunciar la esperada Music Sessions #60. Una producción ambiciosa que se metía con la Inteligencia Artificial. “Fue muy interesante trabajar con alguien tan joven y tan creativo como Bizarrap. Aprendo de todos. Mantener fresca la cabeza, con ideas nuevas, es relevante. Cambiar de roles me motiva”. –Como productor, creador, ¿te preocupa el avance de la IA? En Hollywood se están tomando medidas. –Sin duda asusta, pero depende cómo podemos aprender a usarlas, es una herramienta. Ya está, eso es innegable y hay que aprender a usarlas. Está acelerando todos los procesos de una manera impresionante. Sin embargo, por más que avance, no creo que lo humano sea reemplazable. –Mencionaste la crisis que atraviesa Hollywood, aquí hay otra y tiene al Incaa en el foco de discusión. –Ya veníamos de una situación difícil y ahora es una situación aun más difícil. El país está muy caro para poder filmar. Hay un montón de gente, de amigos que no la están pasando bien. La verdad es que la industria está frenada. No todo lo que no funciona, creo que lo dijo Adrián (Suar), hay que destruirlo. Si hay algo que no funciona lo tenés que hacer funcionar. Y tenés que ayudar. Yo recibí apoyo para hacer mi primera película (El último Elvis), y para mí fue clave. Si miro a El último… y tuviera que solo medirlo por la plata que gané, estaría midiéndolo mal porque no gané nada, al contrario, perdí. Pero al mismo tiempo gané futuro, aprendí, crecí. La cultura no solo se construye con éxitos. Las mejores películas de la historia, en su mayoría, no fueron las más taquilleras. Las películas de las que hablamos, muchas fueron un fracaso comercial. Deberían escuchar a la gente que hace y que sabe para poder sacar conclusiones y así poder hacerlo bien. No se trata solo de vender entradas.
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EL ARQUEÓLOGO MARCELO WEISSEL ES UNO DE LOS POCOS ESPECIALISTAS QUE TRABAJA EN LA HISTORIA DE LA BOCA Y SU CONSERVACIÓN
Flavia Tomaello —
“Si es lo que te gusta, hazlo. Y que nadie te lo quite de la cabeza”. Qué voz mejor que la de Indiana Jones para impulsar a quien sueña con profesiones de película. Esas que son soñadas por los más chicos y que muchos adultos escuchan con escepticismo: “¿Y de qué vas a trabajar?”. Desde En busca del arca perdida a El reino de la calavera de cristal, Harrison Ford enarboló ilusiones que para un niño de ciudad pueden ser solo sueños. Pero algo de esto sembró fuerte en la mente de Marcelo Norman Weissel Álvarez.
Nacido en Buenos Aires, el 24 de junio de 1966, hijo del matrimonio de un alemán y una argentina de procedencia gallega, creció alternando su ciudad natal con San Nicolás de los Arroyos. Su padre trabajaba en Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) y eso los retuvo un tiempo allí. Por entonces, eran dos hermanos y una hermana, él era el mayor. En el colegio le iba bien, de chico le gustaba jugar a la guerra, a la pelota y andar en bicicleta.
Con una frase de Isaac Asimov repiqueteando en la cabeza, “espera mil años y verás que se vuelve preciosa hasta la basura dejada atrás por una civilización extinta”, no le tuvo miedo a la idea de sumergirse en la arqueología, aunque la geografía a priori no le parecía demasiado tentadora.
Se licenció en Ciencias Antropológicas con orientación en Arqueología en 1997, y 11 años después se doctoró en Arqueología en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
En 1986 inició los estudios de antropología con excavaciones arqueológicas en la Isla de los Estados, con la dirección de Victoria Horwitz. Hizo su propia experiencia europea entre 1990 y 1993 y de regreso a Buenos Aires completó los estudios sobre arqueología urbana industrial porteña, en 1997, para concentrarse en el rescate de patrimonio en el Riachuelo de La Boca y Barracas.
Desde el 2000 integra la Fundación Azara, colaborando en el montaje del Gabinete de Arqueología y la dirección del Programa Historia Bajo las Baldosas de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, en cuyo marco dio a conocer, el 29 de diciembre de 2008, el hallazgo del pecio de Zencity, los restos de un barco mercante español en el subsuelo del dique 1 de Puerto Madero.
“El suspenso de las ruinas, como símbolo de lo que afecta a la vida de las personas hasta el punto del que no hay retorno, nos afectó por dos años –relata a la nacion–. Aunque siempre se abren oportunidades para construir nuevas visiones ante los trances críticos. Los restos arqueológicos de un barco son el producto del naufragio o abandono de una nave. Son llamados relictos de una nave, o simplemente pecio, materia de debates interminables en muchas partes del mundo. Los restos del barco español, que fue depositado finalmente en Barraca Peña, forman parte del patrimonio arqueológico de la Ciudad de Buenos Aires y están afectados por la Convención Unesco de protección del Patrimonio Cultural Subacuático”.
“Su valor destaca en la historia científica de hallazgos arqueológicos argentinos por constituir un contexto único de arquitectura naval y conjunto de artefactos históricos de procedencia hispánica representativos del área de captación atlántica y portuaria de la Buenos Aires colonial. El hallazgo, en su momento, tomó por sorpresa a las instituciones culturales argentinas, al punto que la administración generó conflictos sobre la autoría del hallazgo, sobre la conducción científica del bien y la búsqueda de agencias para hacerse responsables de la tutoría a lo largo del tiempo”, agrega.
Con una sencillez que se contrapone a su conocimiento, el especialista en patrimonio arqueológico portuario Weissel es investigador y docente de la Universidad Nacional de Lanús. Autor de 12 libros, 60 artículos especializados y 20 de divulgación, ha sido distinguido como Ministro de Arqueología de la República de La Boca (2023).
“Los arqueólogos somos como detectives de la antigüedad –sugiere–. Investigamos el pasado de las civilizaciones perdidas para tratar de reconstruir su historia y su cultura antes de que se disipen para siempre. Nuestro trabajo parte del pasado en el presente, pero se trata sobre el futuro, para que las próximas generaciones sepan de dónde vienen”.
El sueño de convertirse en arqueólogo llegó a Weissel a través de sus padres y de la antropología. Si bien había comenzado a estudiar oceanografía, a los 18 años viajó por los Estados Unidos donde experimentó la convivencia con diferentes grupos culturales, desde neoyorkinos a samoanos, californianos, japoneses y cubanos. Cuando volvió Buenos Aires, en 1985, influenciado por todas esas experiencias se cambió de carrera.
La necesaria bohemia
Entre sus prácticas con Victoria Horwitz en la isla de los Estados, y Luis Borrero y José Lanata en Tierra del Fuego, se enamoró de su esposa. Cuando ella partió a Italia, la siguió. Allí se casaron e hicieron una vida de jóvenes bohemios alternando períodos en Colonia y Berlín, Ámsterdam y Moscú. “Hacíamos vida de jóvenes bohemios, arte y música, viajando e interactuando con los jóvenes de cada lugar”, recuerda. De regreso terminó sus estudios con una tesis sobre la arqueología industrial del radio antiguo de Buenos Aires.
Trabajó como guía de turismo en varios idiomas y empezó a hacer trabajos de arqueología para la Ciudad. “El primero fue la obra de control de inundaciones de La Boca y Barracas, a la que llegué gracias a mis trabajos de tesis –explica–. Luego trabajé en la plaza Roberto Arlt, en las obras nuevas del Banco Central y del Banco Galicia, saneamiento habitacional de conventillos en La Boca, Fundación Andreani y ex Centro Clandestino Club Atlético, en 2002”.
A la par trabajó en estudios de impacto ambiental en gasoductos y proyectos de represas en Loma de la Lata, Neuquén, La Pampa, Entre Ríos, Corrientes, Santa Cruz y Chubut. “Pero lo más lindo –sigue– fue la dirección y trabajos con el Programa Historia Bajo las Baldosas de la Comisión de Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, en cuyo marco realicé la denuncia de descubrimiento del pecio de Zencity, el mismo año que defendí mi tesis doctoral sobre paisajes arqueológicos de La Boca del Riachuelo”
A eso siguieron decenas de proyectos: la recuperación del patrimonio hispánico guaraní sobre el río Uruguay, en Entre Ríos; fundar la Red de Estudios Portuarios junto a otros investigadores y se sumarse al Congreso Internacional de Museos Marítimos. Encabezó sucesivos estudios en la cuenca Matanza Riachuelo, trabajando para las plantas de tratamiento de aguas y dirigió investigaciones y excavaciones del lugar histórico nacional Tuschkapalan Misión Anglicana de Ushuaia. En 2016, se sumó al Museo Histórico de Buenos Aires Cornelio Saavedra y al proyecto de arqueología de la isla Martín García, dirigido por él desde 2020. En el museo comenzaron a trabajar con talleres de Turismo Científico y Arqueología, dónde nació el grupo Arqueolitos.
“Es un conjunto de habitantes de ciudad y provincia de Buenos Aires que se reúnen como nativos aprendices de patrimonio –indica–. Los une el entusiasmo por aprender a conocer los bienes arqueológicos y los abordajes científicos del estar en la ciudad. Elaboramos preguntas colectivamente y plasmamos experiencias investigativas en bitácoras particulares y hojas cartográficas del Área Metropolitana de Buenos Aires”. A la par, en 2018 retomó los trabajos de arqueología en la Ciudad para recuperar la Barraca Peña y el pecio allí inhumado.
La idea de la arqueología en Buenos Aires puede parecer una disciplina que se acerca más a cuidar lo conocido que a trabajar en los hallazgos o en profundizar conocimiento. Pero Weissel se fue encontrado a lo largo de su vida profesional con joyas inesperadas. “A partir de mis trabajos en el puerto y costa de la ciudad, especialmente la obra nueva del Hotel Hilton, en 1998, identificamos la profundidad de dónde realizar hallazgos que permitieran recuperar una historia bien porteña –dice–. Una década más tarde me permitió identificar los restos del navío español en dique 1 de Puerto Madero”.
Como especialista, para el turista local sugiere dos circuitos arqueológicos dentro de Buenos Aires que invitan a descubrir algunos hitos. “El céntrico y el de la zona sur –propone–. En el primero, caminando se puede conocer el Museo de la Casa Rosada con el patio de maniobras de la Aduana Nueva (1855), la Manzana de las Luces, la Cisterna de la casa de Juan Manuel de Rosas, el pasaje Bolívar, la Casa del Historiador y la sede del departamento de Arqueología Urbana, el Museo Etnográfico, el Zanjón de Granados y la Tasca de los Cuchilleros. En la zona sur, en tanto, en los barrios de La Boca y Barracas podés visitar el Museo del Conventillo y el Museo Arqueológico de La Boca, en la calle Garibaldi 1429, la plaza de los Suspiros en la Vuelta de Rocha, la Barraca Peña, el Centro de Patrimonio Arqueológico Costero y Subacuático de la Ciudad, y el complejo Santa Felicitas de Barracas, además de todo el entorno de las riberas del Riachuelo”.
La orilla del relato
Marcelo Weissel tiene una particular vinculación con lo portuario. Trabaja en un entorno complejo y, más aún, en La Boca, con situaciones de contaminación de aguas. “El fondo del Riachuelo –explica– se encuentra contaminado con sus barros. Al trabajar cerca del agua te encontrás con diferentes vasos comunicantes. Es un paisaje de humedal antropizado, es decir, con transformación ejercida por el ser humano sobre el medio y, por lo tanto, tenemos los cuidados necesarios, además de las herramientas teórico-metodológicas precisas para hacer ciencia ahí. Ciencia de pico y pala, arqueología que no muerde, sino que construye y valora la identidad local”.
Recientemente se realizó un estudio batimétrico del Riachuelo, donde solicitó participar “dado que esos barros contaminados tienen mucha historia urbana e industrial –continúa–. Cuando se retiraron los barcos hundidos allí pudimos documentar los naufragios y formamos una colección de piezas náuticas como salvavidas, bitas, cornamusas, cuerdas y escobenes”.
Y suma: “La visión para esta área es la de constituir un museo de la contaminación y proyectos de arqueología experimental basados en las tecnologías de recursos renovables y cero emisiones de carbono, como las construcciones históricas en madera de barcos y casas para recuperar la cultura del agua y del puerto que tanto caracterizó a la historia de los habitantes de Buenos Aires”.
Como arqueólogo urbano, Weissel –con humor y bajo la imagen retórica de Indiana Jones– dice que prefiere “un casco a un sombrero”. No solo por cuestiones de geolocalización de su trabajo, sino por la cercanía tecnológica que aplica en las investigaciones cotidianas. “Su impacto siempre estuvo ligado al desarrollo de la arqueología –aporta–. Hay pasos bien concretos como, por ejemplo, realizar identificaciones botánicas y fechados de radio carbono con acelerador de espectrometría de masas para el caso del pecio de Zencity. En este último caso, mis estudios de la documentación y materiales históricos sitúan el naufragio en abril de 1682, justamente un caso para fechar con nuevas tecnologías”.
“Para el proyecto de la isla Martín García buscamos trabajar con tecnología de vuelos Lidar, cuya aplicación de rayos láser permiten relevar el terreno sin la interferencia de la vegetación. Asimismo, allí buscamos colaborar con el Centro de Investigaciones Costeras de la Universidad de la República del Uruguay para relevar con sonar de barrido lateral las aguas compartidas de esa isla que tiene tanta historia rioplatense”.
Entre tanto, como sugiere, sigue acariciando a su hijo dilecto en Barranca Peña. “Continuamos desarmando la escena del crimen del Riachuelo, no muy lejos de donde hicieron sus primeras prácticas los integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense. Hemos puesto en valor la existencia de una arqueología portuaria, ética, estética y antropológica, que incluye también al Riachuelo”.

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