
Hoy se cumplen dos años del nacimiento de ChatGPT (y parece mucho más)
Microsoft fue el gran ganador de la revolución IA, gracias al sagaz Satya Nadella, que invirtió 10.000 millones de dólares en OpenAI cuando muchos se mofaban del proyecto
El 30 de noviembre de 2022, sin que nadie lo viera venir, OpenAI puso al alcance del público, sin cargo, la primera maquinaria creada por humanos que era capaz de hablar; y se quedó con todo
Ariel Torres
Hace hoy exactamente dos años, sin que nadie lo viera venir, nació ChatGPT. Parece más, ¿no? Exacto. Parece que la IA siempre hubiera estado entre nosotros. Pues bien, cuando dos años no parecen dos, sino diez o más, estamos frente a un cambio de era. O, al menos, ante una tecnología muy disruptiva. Personalmente, y aunque ya saben que he sido muy crítico con la apoteosis que los gurús de turno fabricaron en torno a ChatGPT, creo que la IA es el siguiente paso evolutivo en lo que, genéricamente, llamamos cómputo. Más allá de toda la pavada que más se visibiliza –porque es casi un fenómeno circense–, hay algo profundamente revolucionario en el que las máquinas sean capaces de aprender y mejorar de forma autárquica. Todavía no van a ser generalistas (aunque podrían simular una inteligencia generalista local, limitada) ni van a exhibir consciencia ni sus mentes sintéticas van a funcionar como las orgánicas. Pero es un error garrafal minimizar el impacto de la IA a causa de sus metidas de pata, sus alucinaciones y sobre todo porque se la usa para cosas para las que no fue diseñada. Haré una transcripción brutal. Minimizar el impacto de la IA equivale a escuchar un gramófono en 1887 y despreciarlo porque no suena como una orquesta real. Eso se llama miopía, y en tecnología se paga carísimo.
Adele con cuatro premios Grammy; la estatuilla es un gramófonoMás recientemente, pasó con la PC, que apareció en agosto de 1981, y un año y cuatro meses más tarde, en diciembre de 1982, ya era persona del año de la revista Time. Pasó con el iPhone, que en menos de un lustro había borrado del mapa una categoría completa de teléfonos limitados, con teclado mecánico, pantallas minúsculas, cámaras horribles y sin aplicaciones. Aniquiló además a tres gigantes: Motorola (que en el momento pasó a manos de Google), Nokia (al principio se la compró Microsoft) y BlackBerry, el teléfono favorito de un presidente estadounidense y emblema de una generación. Raro como pueda sonar, los BlackBerry contenían la semilla de la revolución móvil, porque su éxito no se debió a ese sistema operativo espantoso que tenían ni a su teclado mecánico, sino a que llevabas en el bolsillo un chat (ahora ese lugar lo ocupó WhatsApp) y el correo electrónico.
La previa
Vuelvo a ChatGPT. En octubre de 2022, el tortuoso proceso de adquisición de Twitter por parte de Elon Musk había llegado a su fin y las imágenes y los memes inundaban las redes y los medios. De pronto, todo cambió, y la inesperada aparición de ChatGPT eclipsó al mediático multimillonario. Desde entonces Musk solo volvió a tener pocos instantes de fama; el más reciente fue cuando Donald Trump ganó las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos, y algunas de sus alocuciones en clave política fueron, por lo menos, decepcionantes. Desde el 30 de noviembre de 2022, lo nuevo es la IA. Indignado, Elon, que además había cofundado la empresa que creó ChatGPT, intentó mediante una carta pública bastante floja de papeles frenar el entrenamiento de los modelos masivos de lenguaje por seis meses, mientras que tras bambalinas se preparaba para fundar su propia compañía de IA. Hermoso.
Fiel a su estilo, Elon le impuso a x.AI, su compañía de inteligencia artificial, una misión desmesurada: "Entender el universo"En rigor, ChatGPT eclipsó muchas aspiraciones revolucionarias; todos quieren ser el próximo Steve Jobs, se sabe. Sobre todo, canceló la del Metaverso, en el que Mark Zuckerberg (el fundador de Facebook) había invertido más de 10.000 millones de dólares, sin el más mínimo éxito. Era la misma cantidad de dinero que, silenciosamente, Satya Nadella, el CEO de Microsoft, le había puesto sobre la mesa a una joven compañía llamada OpenAI. Nacida en 2015 (el mismo año en que lanzaron Windows 10, que está a punto de ser discontinuado), OpenAI proponía algo que buena parte de la comunidad de la inteligencia artificial se ocupó de ridiculizar. Esto es, entrenar inmensas redes neuronales (compuestas de cientos de miles de millones de nodos) con corpus colosales (por ejemplo, todo el texto disponible en Internet).
El experimento era válido y Microsoft, que había quedado fuera de varias revoluciones previas (las interfaces gráficas, la Web, la movilidad), apostó fuerte. En 2019, Musk trató de quedarse con todo, pero lo corrieron. Se fue dando un portazo. El 30 de noviembre de 2022, sin campaña de marketing, sin mayor estruendo, OpenAI puso al alcance de todos, sin cargo, una cosa misteriosa llamada ChatGPT. El impacto fue tan brutal que todavía, dos años después, sentimos sus ecos.
Lo que vendrá
ChatGPT fue una movida genial. No solo por la tecnología, que en algunos aspectos es extraordinaria y en otros deja mucho que desear, sino porque, al igual que la Web, la PC o el iPhone, abrió las compuertas que separan al público en general de una tecnología que hasta ese momento era para unos pocos. En este caso, la inteligencia artificial. Hasta entonces, la IA había sido una flor de invernadero, delicada y hermética. De pronto, la teníamos al alcance de la mano, sin costo, sin trámite, sin complicaciones. Es la historia de todas las revoluciones técnicas de la historia humana, desde la escritura hasta la IA.
El nombre ChatGPT estaba formado por dos partes, cuya separación nunca quedó del todo clara (a pesar de que lo es), y todo junto se convirtió en una marca indeleble. De pronto, las máquinas habían aprendido a hablar. En su momento, anticipé que esa ola era imparable, porque el lenguaje es la destreza humana más característica, y que íbamos a tener IA hasta en la sopa. Ocurrió exactamente eso, ni más, ni menos.
Sundar Pichai, CEO de Google, la compañía más golpeada por el estallido de ChatGPT. En sus propios laboratorios se había creado una parte esencial de la nueva inteligencia artificial, los transformadores, y ahora la IA amenaza su negocio esencial, las búsquedasSolo por completud, Chat, en ChatGPT, es el bot con el que interactuamos y que sirve de interfaz con el modelo de lenguaje, GPT; sus siglas provienen de Generative Pre-trained Transformer.
Aunque es difícil hacer caso omiso a la IA, la carrera de los modelos generativos recién empieza. El resorte que hizo posible esta súbita revolución (la retropropagación) se llevó el premio Nobel de física este año, y los transformadores, que están también en el corazón de estas tecnologías, nacieron en Google, en 2017.
Es cierto que en algunos escenarios los modelos masivos de lenguaje –es decir, una red neuronal como la que hace funcionar a ChatGPT– están empezando a crujir, pero esta tecnología sigue buscando nuevos caminos, y ahora lo hace, vaya, con la ayuda de la IA. Así que hay todavía un larguísimo, impredecible y muy desafiante camino por recorrer.
Uno de los menos visibles en la pantomima a la que someten a la IA los que no entienden cómo funciona la IA es el campo científico. La capacidad de estos modelos para aprender y predecir patrones a velocidades inéditas en la historia está revolucionando la biología molecular, los medicamentos, las vacunas, el diagnóstico, la astrofísica, la climatología y sigue la lista. Hablemos en un año. O en diez. Que esto es solo el principio.
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