jueves, 31 de marzo de 2016
LA VERDADERA POLONIA; JEDWABNE
Memorial de Jedwabne vandalizado con signos nazis en 2001
Los fueron a buscar a sus casas y los sacaron a patadas, los obligaron a desmalezar la plaza central con cucharas y a demoler un busto de Lenin mientras debían cantar "La guerra es culpa nuestra". Los llevaron a un granero, los asesinaron, tiraron sus restos a un hoyo. A los que fueron encontrando luego por las calles o escondidos -hombres, mujeres, niños- los llevaron al mismo pajar y les prendieron fuego. Los muertos eran los judíos del lugar, que para entonces eran la mitad de la población. Esto ocurrió el 10 de julio de 1941 en Jedwabne, un pueblo del nordeste de Polonia.
Después de haber sostenido por décadas que la masacre fue cometida por los alemanes y que algunos polacos habían colaborado operativamente, en 2000 el historiador Jan Gross publicó Vecinos,
un libro demoledor en donde demostró con documentos irrefutables que quienes cometieron la matanza fueron ciudadanos polacos y que ese día murieron en condiciones inhumanas entre 400 y 1600 personas. Gross, profesor en Princeton y víctima de la ola de antisemitismo de 1968 por la cual debió abandonar Varsovia, es uno de los más grandes investigadores de la historia de los judíos polacos durante la Segunda Guerra y fue condecorado en su país de origen por sus aportes a la verdad histórica.
A fines del año pasado, Jan Gross cuestionó en un artículo publicado en el diario alemán Die Welt la falta de solidaridad de los países del este europeo con los refugiados de Medio Oriente y aseguró que este desprecio no era algo nuevo. "Los polacos mataron a más judíos que alemanes", escribió entonces, y sus palabras fueron consideradas oficialmente "un insulto público a la Nación". El gobierno no sólo abrió una causa en su contra por la que podrían caberle hasta tres años de prisión, sino que ya anunció que van a retirarle sus distinciones por difamación.
La masacre de Jedwabne tuvo lugar poco después de que los nazis dieran la orden de producir pogroms locales en los territorios anexados. Al igual que otras localidades del este de Europa, Jedwabne cambió de manos varias veces durante la guerra y en todos los casos hubo purgas y contrapurgas. La matanza del 41 sucedió con los alemanes nuevamente en casa, aunque está documentado que quienes se ensuciaron las manos de odio voluntariamente fueron polacos.
A partir de la investigación de Gross, el ex presidente Aleksander Kwaniewski ordenó una nueva investigación y pidió perdón públicamente a los familiares de las víctimas en 2001 en nombre del pueblo polaco. Hoy, en cambio, las autoridades de ese país -que responden al partido Ley y Justicia- se desdicen de los hechos y, según desde donde se lea, pretenden limpiar el nombre del país o reescribir la historia.
Acusaciones de autoritarismo, falta de respeto a la división de poderes, intentos de censura y cooptación de medios son cotidianas desde la oposición y desde otros países europeos en relación a quienes gobiernan Polonia desde 2015. El "affaire Gross" puso en evidencia muchas de estas polémicas. Dentro de esta promoción de una nueva lectura del pasado, la ONG Liga de Antidifamación Polaca apunta contra Gross en una campaña obscena en la que lo llaman "amenaza letal" contra el país. Un detalle que no es menor: según cuenta en un artículo de Tablet Anna Bikont -periodista y autora de The Crime and the Silence, otro libro sobre la masacre de Jedwabne-, entre los miembros prominentes de la Liga se encuentran el vicepremier y el ministro de Cultura del actual gobierno nacionalista y ultraconservador.
Las raíces del antisemitismo en Polonia, fogoneado incluso por autoridades de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos, están documentadas y su fuerza ideológica, que aún puede advertirse, sólo admite ser reconocida y combatida. También está debidamente probado el nivel de resistencia de los polacos ante el avance del nazismo, su lucha contra los soviéticos y las acciones individuales de decenas de miles de polacos que ayudaron a judíos en los peores momentos de la guerra, arriesgando incluso sus vidas.
El nuevo gobierno polaco sólo pretende iluminar este costado de los libros de historia y barrer bajo la alfombra el resto, negando lo que el reconocido periodista y ensayista Adam Michnik llama la "contradicción polaca", esa paradoja por la cual los ciudadanos que enfrentaron como ningún otro pueblo a nazis y soviéticos debían a la vez confrontar con el prejuicio sombrío contra los judíos, las principales víctimas de los alemanes de Hitler. Como sabemos, la memoria histórica admite manipulaciones y el actual gobierno polaco, cuyos desvíos autoritarios y xenófobos le han valido preocupados llamados de atención por parte de la Unión Europea, no parece muy amigo de verdades dolorosas e inexcusables.
H. P.
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