domingo, 20 de marzo de 2016

LAS MUJERES TENEMOS CORAZÓN ¡¡CUIDALO!!!


Cuando éramos chiquitas nos gustaba ir a la Luna. El mundo era nuestro dormitorio los domingos por la mañana y, mientras los viejos dormían, nos íbamos desplazando por debajo de sábanas, frazadas y acolchados hasta el borde, mucho más allá del límite al que llegaban nuestros pies, y desde ahí nos contábamos nuestro viaje por el espacio. Recuerdo con nitidez su voz y la mía mientras narrábamos lo que veíamos con ojos de imaginación infantil en la oscuridad. Esa postal íntima me acompañaba el martes pasado, cuando iba en un taxi urgente y llorosa desde mi casa de Caballito hasta el hospital Argerich. 

El llamado había sido inesperado, provenía de su celular. Atendí convencida de que llamaba para preguntarme en su clásico estilo obsesivo si ya había retirado su torta de cumpleaños de la confitería, pero no era ella la que llamaba, sino Patricia, su compañera en el ministerio. Con toda la delicadeza del mundo me avisaba que Mariana se había sentido mal y que habían tenido que llamar al SAME. Ya estábamos juntas en el hospital cuando salió el cardiocirujano al pasillo y, después de decirles a Patri y a Adriana, otra compañera, que le habían salvado la vida por la celeridad con la que actuaron, les puso nombre a las cosas. Infarto: así se llama el rayo que le partió el pecho a mi hermana el mismo día de su cumpleaños número 53.


Empezó a sentirse mal en el subte. Náuseas, fuego en la boca del estómago. Ya en el trabajo todo empeoró; sudores fríos, dolor de cabeza, tremendo dolor en el pecho y en la espalda, falta de aire. A las 14.30 Mariana ingresó en la guardia del Argerich y a las 14.50 el doctor Gigena comenzaba a practicarle una angioplastia. Varios factores de riesgo se combinaron hasta llevarla al infarto: fuma (espero que pronto sea "fumaba") una enormidad, alto colesterol, alimentación desordenada, poco ejercicio. Una larga serie de eventos afortunados se combinaron, en cambio, para permitirle seguir de este lado de la vida: sus colegas enérgicas y ejecutivas, la ambulancia que llegó enseguida, la ruta directa hacia el hospital despejada (horas después, varias marchas la pondrían en jaque), un equipo médico de guardia que actuó con premura y un departamento de cardiología eficaz y talentoso. Mi hermana ahora tiene un stent en la arteria que se tapó: ya no jugamos a irnos a la Luna, pero hacemos bromas bobas sobre su flamante corazón con agujeritos.



Tuvo suerte, tuvimos suerte. En las guardias, en general las mujeres reciben menos atención que los hombres cuando llegan con síntomas compatibles con un infarto, síntomas que, por otra parte, no se presentan igual en ambos sexos. En el caso de las mujeres, es usual que los médicos subestimen el malestar -suelen diagnosticar estrés, ataque de pánico, problemas emocionales, gastritis- o que lo traten con mayor demora y hasta a destiempo. Es que para el imaginario popular los corazones femeninos sólo se rompen "por amor" y entonces los problemas coronarios suelen estar asociados a los hombres, pese a que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de cada tres mujeres muere en el mundo por patologías cardiovasculares, una cifra que supera al cáncer. Aunque la enfermedad cardiovascular es más frecuente en los hombres, el riesgo de muerte es mayor en las mujeres.



Hospital público de la ciudad de Buenos Aires: grandes recursos humanos, pobres recursos materiales. Los médicos están ahí, siempre, igual que técnicos y enfermeros. Las salas son amplias, están limpias. Los muebles están rotos, desvencijados; hay óxido en las camas de hierro. Las sábanas se ven gastadas, muchas tienen agujeros. Cada paciente debe llevar sus toallas. Un enfermero da explicaciones: "No, señora, no hay almohadas, esta semana se robaron seis". En un pasillo, una mujer habla por celular y llora, su hija está al borde de la muerte. Su hija tiene tres hijitos y entonces la que llora es una abuela: sufre por ella y por ellos. Otra mujer lee en voz alta unos papeles que alguien le alcanzó mientras varios miembros de su familia, con los ojos húmedos, escuchan cuánto cuesta un velatorio con entierro y cuánto uno con cremación. Se abrazan y se miran entre ellos, sorprendidos aún por la muerte del ser querido y preocupados por ese dinero que se necesita ya mismo y que no está. Dos chicos juegan en el piso con una cajita, casi ajenos al dolor de los mayores. Son todos golpes al corazón.


Chateo con Silvia, que está en Salta. Me cuenta que una vez, una alumna de su taller de arte, de 7 años, definió al corazón como "el tambor del alma". Me emociona pensar así en Mariana, en su dolor y en el tambor de su alma, que necesitaba ayuda. La recibió: nació de nuevo el día de su cumpleaños.

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