INVESTIGADOR DR. RICARDO "EL MORDAZ" |
CARRILLO
Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como agentes de enfermedad, son unas pobres causas." Ramón Carrillo
Ramón Carrillo (1906-1956)
En una habitación del Hospital Militar Central, dos hombres charlaban animadamente, uno de ellos era Ramón Carrillo, por entonces jefe del Servicio de Neurocirugía de dicho hospital. La otra persona era el coronel Juan Domingo Perón, quien detenido por la Marina en Martín García, había sido trasladado al Central por orden de un médico amigo, alegando una infección pulmonar inexistente. Era el 15 de octubre de 1945 y Ramón Carrillo abandonó el hospital con una serie de instrucciones que le dio Perón para repartir entre sus allegados.
Carrillo y Perón ya habían tenido entrevistas previas y al futuro presidente le encantaba el entusiasmo del médico por mejorar la situación sanitaria del país devastada por la década infame. Carrillo tenía tres postulados que ayer, hoy y siempre constituyen la piedra angular de la medicina:
-Todas las personas tienen derecho a la salud.
-No puede haber política sanitaria sin política social acorde.
-De nada sirven las conquistas de la técnica médica si ésta no puede llegar al pueblo por los medios adecuados.
Cuando Perón asumió la presidencia, una de sus primeras medidas fue poner a Ramón Carrillo a cargo de todo lo concerniente a políticas sanitarias. Lo hizo lanzando una de sus frases que siempre lo caracterizaron: “No puede ser, que en este país tengamos un ministerio para las vacas y no tengamos uno para atender la salud de la gente. Cuidamos más a las vacas que a los pobres.”
Este artículo quiere rescatar del olvido al personaje que más contribuyó a la salud de nuestra sociedad, que fue difamado y perseguido por la autotilulada “Revolución Libertadora” y que siguiendo los pasos de la mayoría de los grandes próceres de la Argentina, murió en el exilio.
Carrillo nació en Santiago del Estero en 1906 y cuando terminó el secundario se dirigió a Buenos Aires para cursar la carrera de medicina en la UBA. Viajando en el tren quedó impactado por los niños pidiendo limosna en cada estación donde el tren se detenía.
De la facultad egresó con notas tan sobresalientes que la Universidad le otorgó una beca por 3 años para perfeccionarse en Europa. Estando allá, representó a la Argentina en el Primer Congreso de Neurología, en Berna, Suiza, siendo el participante más joven y uno de los más activos. Retornó al país en 1933 y lo encontró sumido en una gran crisis económica y política, propia de la Década Infame. Al país le faltaba un modelo de inclusión social totalmente renovador.
A los 36 años de edad poseía un bagaje en investigación en el terreno de la neurología de tal magnitud que ganó por concurso el cargo de Profesor Titular de Neurocirugía de la Universidad de Buenos Aires. También fue jefe del Servicio de Neurología del Hospital Militar Central y aquí retomamos la historia de su encuentro con Perón quien había perdido todos sus cargos por la revuelta del General Ávalos y se encontraba prisionero en el hospital.
Ese momento marcó un punto de inflexión en la vida de Carrillo, porque cuando Perón asumió la presidencia creó el Ministerio de Salud Pública y Carrillo se transformó en el primer ministro a cargo de esa cartera. Ese momento también fue una bisagra en la historia de la salud en la Argentina.
Se podría decir que el estado sanitario del país era por entonces medianamente aceptable en la zona céntrica de Buenos Aires, e iba empobreciéndose a medida que se ampliaba el círculo territorial. Más allá de la avenida General Paz, la carencia de medios hospitalarios era paupérrima y en muchas provincias la atención sanitaria era inexistente, con guarismos de mortalidad en todos los órdenes que bien podían equipararse con las tribus nómades del desierto de Sahara.
Carrillo dio vuelta la situación como si fuera un panqueque. Elaboró el llamado Plan Analítico de Salud Pública de más de cuatro mil páginas, en el que previó hasta el más mínimo detalle. Todos los puntos del funcionamiento hospitalario estaban contemplados: cada empleado debería atender su función específica y todos ellos eran importantes por igual. El cuerpo médico dependía de que las áreas de mantenimiento, intendencia, lavandería, ropería, administrativa, contable, compras y personal cumplieran acabadamente con sus funciones.
Carrillo también otorgó a la arquitectura hospitalaria una relevancia que no había tenido hasta entonces y promovió la construcción de centros de salud espaciosos, luminosos y funcionales. Incluso alentó la creación de una cátedra de Arquitectura Hospitalaria, así como la organización de cursos de instrumentación quirúrgica, enfermería, administración, hemoterapia, radiología, anestesiología y alimentación.
Dividió el país en zonas sanitarias y planificó para cada una de ellas la atención específica de sus problemas.
Es interminable la lista de logros de Carrillo durante su gestión de casi 9 años a cargo del Ministerio de Salud Pública. Fue el primero a nivel mundial en llevar a cabo una campaña exitosa contra una endemia, como fue el paludismo al cual erradicó definitivamente. Creó EMESTA, la primera fábrica nacional de medicamentos; y el apoyo a los laboratorios nacionales por medio de incentivos económicos de modo que los remedios estuviesen disponibles para toda la población sin tener que depender de la voluntad de los laboratorios extranjeros.
Aumentó el número de camas existentes en el país, de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954. Hizo desaparecer prácticamente la sífilis y las enfermedades venéreas. Creó 234 hospitales o policlínicos gratuitos. Disminuyó el índice de mortalidad por tuberculosis de 130 por 100.000 a 36 por 100.000. Terminó con epidemias como el tifus y la brucelosis. Redujo drásticamente el índice de mortalidad infantil del 90 por mil a 56 por mil. Si le faltó algo a su gestión podría decirse que fue una ley de aborto para reducir la mortalidad materna, pero semejante emprendimiento era impensable por aquella época. Incluso actualmente dicha ley no ha podido implementarse por la sorda lucha de la iglesia y sectores fundamentalistas que pretenden imponer el dogma sobre la salud.
Fue un hombre de gran capacidad ejecutiva y así lo demuestran diversas anécdotas de las cuales se cita una. El doctor Simón Kirschbaum, especialista en el tratamiento de quemaduras, pidió una entrevista con Carrillo. Este lo recibió en su despacho y Kirschbaum comenzó a explicarle su proyecto sobre la necesidad de crear un centro de atención para pacientes quemados. Mientras iba desmadejando detalles y características del emprendimiento, le dio la sensación de que Carrillo estaba con la mente en otra parte y así se lo susurró a su secretario. “No se preocupe”, le contestó éste, “se pone así cuando piensa”. Kirschbaum terminó su exposición y Carrillo se levantó diciendo: “Usted será el primer director del Instituto del Quemado, cuya creación ya he decidido”. Inmediatamente llamó a su secretario y le dio instrucciones para que le facilitaran a Kirschbaum lo que necesitaba y, a los cuatro meses, el Instituto ya estaba funcionando a pleno, transformándose en un modelo de atención e investigación y el único en Sudamérica.
Carrillo tenía una excelente relación con Eva Perón y existía una colaboración mutua y estrecha entre su ministerio y la Fundación, pero después del fallecimiento de Eva, el ambiente se enrareció a su alrededor y se tornó hostil. El 31 de julio de 1954, le envió una carta de renuncia al presidente, a quien había intentado ver infructuosamente días antes. Uno de los párrafos es elocuente: “Querido jefe, cuando todo estaba por hacerse no chocaba con nadie ni recibía tiros desde ningún ángulo, pero con el ministerio armado y en perfecto funcionamiento, concluyó para mí la paz”. Uno de los desaciertos de Perón fue no saber conservar a las personas que le eran valiosas.
Pocos meses después viajó a Nueva York, junto a su esposa Susana y sus cuatro hijos, para tratarse de una enfermedad crónica. Afortunadamente, el golpe militar del 55 lo encontró lejos de su patria. El gobierno de Lonardi lo acusó de enriquecimiento ilícito e impuso interdicción a dos departamentos que tenía y confiscó sus cuadros y sus libros, pese a la justificación que hizo de todos y cada uno de sus bienes a través de su hermana. En los Estados Unidos decidió emplearse en la empresa Hanna Mineralization and Co., que tenía un emprendimiento a unos kilómetros de Belem do Pará, en Brasil. Llegó a su nuevo lugar de trabajo el primero de noviembre de 1955, donde además colaboró desinteresadamente con el hospital local.
Como consecuencia de su enfermedad, el 28 de noviembre de 1956 sufrió un accidente cerebrovascular. Falleció el 20 de diciembre de 1956 y fue enterrado en el Cementerio Santa Isabel de Belem do Pará. La dictadura impidió la repatriación de sus restos y dio marcha atrás con la mayoría de sus proyectos. Como anécdota que sintetiza tanto el odio como la miopía de los uniformados, se destaca el episodio en que ordenaron destruir los pulmotores simplemente porque tenían una placa que decía “Fundación Eva Perón”. Al año siguiente, la epidemia de poliomielitis, obligó a la importación de nuevos equipos como los que habían sido destruidos.
El caso de Ramón Carrillo muestra la falta de políticas lineales en la historia de nuestro país y la salud no escapó de las ideologías que nos gobernaron.
Daniel Barrios. Ramón Carrillo, primer Ministro de Salud Pública de la Nación. http://www.cancerteam.com.ar/invi022.html
Pedro Pesatti. Reportaje a Augusto y María Salomé Carrillo, sobrinos de Ramón Carrillo. El Ortiba. http://www.elortiba.org/carrillo.html.
Sergio Wischñevsky. Ramón Carrillo. Programa Gente de a pie de Radio Nacional.
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