miércoles, 23 de marzo de 2016
EN EL "ESPACIO MENTE ABIERTA" LA OPINIÓN DE SERGIO BERENSZTEIN
Un arranque híperactivo, un horizonte repleto de obstáculos
El tango asegura que 20 años no son nada, pero en la Argentina de la convulsión postkirchnerista, los apenas 100 días que transcurrieron desde la asunción de Mauricio Macri, el 10 de diciembre pasado, parecen haber sido una eternidad. El Gobierno desplegó una agenda multidimensional, con algunos éxitos iniciales, unos cuantos errores no forzados, en un intento por ir solucionando las cuestiones más urgentes tratando de estirar el optimismo inicial con que la sociedad premia a toda nueva administración.
Las huellas que ha venido trazando Mauricio Macri y su equipo de gobierno deben precisamente analizarse en función de la especificidad de cada una de aquellas dimensiones: se dieron en algunos casos avances notables; en otros, hubo zigzagueos que pusieron de manifiesto que, a pesar de los ocho años en la jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, también el nuevo presidente está haciendo camino al andar: veremos cuál es la pendiente de su curva de aprendizaje, pero está claro que nadie nace sabiendo cómo desempeñar semejante responsabilidad.
Se suponía que el Gobierno tenía sobrepoblación de economistas y déficit de operadores políticos. Sin embargo, fue justamente en la política donde las huestes lideradas por Macri demostraron una capacidad sorprendente para articular alianzas con líderes de la oposición, gobernadores, diputados, senadores y sindicalistas. Esta habilidad, que pocos estimaban que sería una de las fortalezas del nuevo equipo, sirvió para compensar el ajustado resultado de las elecciones, que determinó, en principio, un equilibrio de poder que favorecía ex ante al peronismo. Es cierto que las divisiones entre los sectores moderados y los halcones K ya existían antes de la crucial derrota electoral del 2015, pero fue sin duda este resultado lo que ahondó las diferencias preexistentes, galvanizando aún más a una dura minoría todavía leal a Cristina Fernández de Kirchner que empujó a que la mayor parte del peronismo (pragmático, moderado, identificado siempre con quien ejerce el poder), buscara distintos tipos de acuerdos con Cambiemos.
De este modo, si a priori se esperaba un gobierno de gerentes, con modos tecnocráticos, esquemas inflexibles y un discurso ortodoxo, la Argentina encontró un equipo pequeño, pero muy eficaz (versátil, flexible, conocedor de las realidades provinciales), en el que se destacaron Rogelio Frigerio, Emilio Monzó y hasta el efímero presidente Federico Pinedo. Así, Argentina goza ahora de una gobernabilidad mayor a la esperada, al menos en el corto plazo, tanto a nivel nacional como de los principales distritos, como la siempre compleja provincia de Buenos Aires. El trámite parlamentario para sancionar las leyes necesarias para salir del default expresan precisamente esta nueva realidad. Es cierto que lejos estamos aún de lograr una coalición amplia e inclusiva que permita plantear problemas estructurales que requieren un compromiso de largo plazo, pero, para el día a día, para transitar esta primera etapa tan crítica y complicada, la red de acuerdos minimalistas resultó más que suficiente para sortear con creces los primeros desafíos.
Si en lo político el nuevo gobierno tuvo más éxitos que los esperados, lo contrario ocurre en materia económica, a pesar de que los logros obtenidos no son menores. Pero una estanflación de casi cinco años, encima ahora que el mundo y la región están más complicados, no es tan sencilla de revertir. Algunos pensaban que el mero cambio de administración, de personal político y de discurso alcanzaría para disparar una catarata de nuevas inversiones. Hubo, en ese diagnóstico, una mezcla peligrosa de ingenuidad, egocentrismo y una cuota de vanidad. Repasemos algunas conquistas obtenidas casi de inmediato: sobresale la exitosa salida del cepo con una devaluación que no se trasladó completamente a precios (por eso Argentina recuperó algo de competitividad con el nuevo tipo de cambio, que tiende a neutralizarse por la guerra de monedas en la que entró el mundo emergente).
También la eliminación de las retenciones a los productos primarios (excepto la soja), que revivió a las economías regionales. El capítulo que pareció más complejo se resolvió con una solvencia admirable: el acuerdo con los tenedores de bonos fue rápido y efectivo, enfatizando la mala praxis que caracterizó al anterior Gobierno, sobre todo en esta materia.
Sin embargo, otros aspectos medulares de la gestión económica han generado un desgaste temprano y muy significativo, en particular en relación con la inflación, las negociaciones paritarias, jubilaciones, salarios, ganancias y un estancamiento que está lejos de terminar. La frustración con estos obstáculos iniciales ha tenido un impacto inesperado, como que dirigentes sensatos y moderados, como Ernesto Sanz, reivindiquen la figura del inefable Guillermo Moreno. No es el mejor estímulo para que lleguen las esperadas (y demoradas) inversiones. Hubo un claro cambio de personajes y de intenciones, pero el país hasta hace apenas 100 días era visto en el mundo de los negocios internacionales, sin duda erróneamente, como otra Venezuela. No puede cambiar esa imagen en tan poco tiempo, sobre todo cuando la mala regulación, la falta de seguridad jurídica y el ritmo de disminución de la inflación siguen produciendo una lógica incertidumbre. Nadie duda de las buenas intenciones del nuevo equipo gobernante. Las dudas, en todo caso, apuntan al resto del entorno político; al legado del intervencionismo populista y a la voluntad/capacidad del actual Gobierno para desmontar, en un plazo perentorio, dicho andamiaje político, cultural e institucional.
Indudablemente, los avances más significativos de esta primera etapa de la administración Macri se dieron en la política exterior, con resultados inmediatos y muy notables. La estrategia consistió en volver a Occidente, buscando cooperación y compromisos con los países más democráticos de este planeta para terminar la etapa de mayor aislamiento que hayamos vivido desde 1983 a la fecha. Ya pisaron nuestro suelo el primer ministro italiano Matteo Renzi; el presidente francés François Hollande y se espera, inminente, el arribo del primer mandatario estadounidense, Barack Obama. El apoyo obtenido no es menor ni solamente testimonial: su utilidad se vio reflejada en la negociación para salir del default. También, Argentina volvió a hablar de libre comercio, un término censurado en los años K, con un avance importante en la negociación entre el Mercosur y la Unión Europea. La nueva relación con los EEUU implicará mucha ayuda en materia de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, una de las prioridades de Mauricio Macri.
Este éxito en el plano internacional se da en un contexto de una crisis, para algunos observadores terminal, de este ciclo de populismos latinoamericanos. Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia hacen que sea aún más destacada la manera en que Argentina pudo salir de la experiencia K, de manera no traumática y mediante mecanismos electorales. El país es visto en el mundo como “el” modelo de transformación de un populismo radicalizado a una democracia pluralista (aún en construcción), aunque con ciertos interrogantes, en especial en la transición económica. ¿Cómo se modificará el antiguo modelo intervencionista en una economía más abierta y competitiva, produciendo el menor daño posible en especial en las pequeñas y medianas empresas que crecieron gracias al proteccionismo y los subsidios (sobre todo a la energía y al crédito)? Tanto la democracia pluralista como la economía abierta necesitan que el Gobierno avance con mayor claridad y firmeza para seguir generando expectativas positivas, ganar tiempo, y fortalecer la credibilidad dentro y fuera el país.
En el plano de la sociedad, se produce una interesante paradoja: al igual que como ocurrió durante todo el proceso eleccionario, Macri tiene mejor llegada al conjunto de la sociedad que a su entorno de pertenencia. Durante la campaña acusó fuertes encontronazos con el “círculo rojo”: empresarios, los sectores más influyentes, y el establishment no confiaban en su estrategia política. “No tenemos que hacer la campaña pensando en ‘el círculo rojo’, sino en la gente, en el votante”, repetía su equipo. Aunque tuvo razón, y despertó tardíamente una ola de apoyo que nunca había conseguido, vuelven a generarse chisporroteos por actitudes que no son las esperadas. Ocurre con la remarcación de precios, también con la falta de nuevos proyectos de inversión. Al Gobierno le va mejor en la calle que entre los grupos de poder, que plantean dudas sobre el programa económico (que prefieren más ortodoxo) o la estrategia política (a la que siguen viendo poco efectiva).
La famosa grieta sigue, de todas formas, muy vigente: según un estudio reciente de D’Alessio, el voto en las elecciones de noviembre es el factor más relevante para explicar las opiniones de los argentinos. Aquellos que apoyaron a Cambiemos están mayoritariamente a favor de lo realizado por el Gobierno, lo contrario ocurre con los que votaron por el Frente para la Victoria. Si el presidente Macri quería unir a los argentinos, está lejos de alcanzar ese objetivo.
El balance es, entonces, mixto: la política doméstica y las relaciones internacionales muestran logros importantes que todavía no se manifiestan, al menos en su misma magnitud, en las dimensiones de la economía y la sociedad. Sin embargo, llevamos apenas 100 días, bastante menos del 10 por ciento del total del mandato. En la lista de pendientes queda la definición de una estrategia de mediano y largo plazo (el Gobierno parece obsesionado con el “paso a paso”), hecho inesperado y notable considerando que la principal crítica al principio fue que era “un gobierno de gerentes”. Es imprescindible en el sector privado contar con planes estratégicos, y con proyectos plurianuales con metas claras, medibles y comunicables a todos los stakeholders de una organización. Nada de eso ha hecho hasta ahora este Gobierno. Sería un grueso error que prescindiera de las mejores prácticas del mundo empresarial que pueden enriquecer los anquilosados hábitos y costumbres del sector público argentino.
Los objetivos que planteó Macri en la campaña, durante su asunción y en la apertura de las sesiones parlamentarias son tan loables como ambiciosos: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico y la unión de los argentinos. Están claros los qué. Sin embargo, en ningún momento se han discutido los cómo. Faltan los mecanismos, la explicitación de las estrategias y las etapas intermedias, sobre todo, el sistema de coaliciones sin las cuales semejante transformación parece imposible. Estas falencias restan una cuota de credibilidad y dificultan que los debates que se plantean en la sociedad tengan sentido más allá del paso a paso. Durante los primeros 100 días, el Gobierno logró zafarse de las trampas inmediatas. Sería ideal que los próximos días, semanas y meses se aprovecharan para mirar más allá del corto plazo; desarrollar una visión amplia y ambiciosa de país, y construir los consensos necesarios para establecer las bases de un crecimiento equitativo y sustentable en un ámbito de estabilidad e inclusión social.
Una versión original de este artículo fue publicada en La Gaceta el 18 de marzo de 2016.
Fuente: http://berensztein.com/un-arranque-hiperactivo-un-horizonte-repleto-de-obstaculos-por-sergio-berensztein/
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