lunes, 28 de marzo de 2016

PALABRAS QUE MATAN POR FELIPE PIGNA




Es hacer un análisis muy pobre el pensar que recordar a las víctimas de la dictadura implica avalar el accionar guerrillero.La cosa es mucho más compleja. Porque, por ejemplo, muchos de los desaparecidos eran delegados gremiales, otros militantes de partidos que incluso se oponían explícita y enérgicamente a la guerrilla como la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Partido Socialista de los Trabajadores y el Partido Comunista; delegados estudiantiles y militantes sociales. Reducir la tragedia argentina a la opción entre Videla o la jefatura de Montoneros y ERP, es empobrecer la historia y llevarla a una opción binaria que deja afuera a muchos militantes de diversas organizaciones políticas y sociales que criticaron severamente el accionar de las cúpulas militaristas de la guerrilla -particularmente su accionar durante los gobiernos electos entre 1973 y 1976-.
Pero además está la metodología represiva completamente ilegal e ilegítima elgida para combatir lo que globalmente se llamó subversión que incluía a la guerrilla y a todo el arco opositor que incluía a cantantes, actores, escritores, cineastas, artistas plásticos, etc. 


Otra forma de empobrecer el debate es instalar una teoría de los dos demonios que como me decía el insospechado de "subversivo" historiador liberal Tulio Halperín Donghi:
"Hay una teoría de los dos demonios, pero son dos demonios muy diferentes. Hay un elemento diferenciador entre la violencia surgida de la iniciativa de los guerrilleros, y una violencia que comienza con el secuestro del Estado y el uso de todos los recursos del Estado para ciertas funciones que los que lo han capturado deciden que son importantes y que imponen al resto de la sociedad. Creo que aquí hay una diferencia básica, que tiene una dimensión moral. Y que caracteriza muy bien la naturaleza muy diferente de los dos movimientos." (1)
Con la excusa de combatir a esa guerrilla, que para 1976 se encontraba aislada políticamente de una población que, tras evaluar sus errores y horrores, estaba muy lejos de visualizarla como una alternativa válida frente al gobierno de Isabel Perón, los uniformados y sus socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 8 de julio de 1976: "La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo".

Hasta 1976 el 24 de marzo remitía en las efemérides a dos hechos auspiciosos y democráticos: el 24 de marzo de 1816, se inauguraban las sesiones del Congreso de Tucumán que proclamaría nuestra independencia y tres años antes, un 24 de marzo la Asamblea del año XIII, terminaba para siempre con la nefasta Inquisición en todo el territorio del ex virreinato del Río de la Plata.
Seguramente ni los congresales del XIII ni los del XVI estaban en condiciones de sospechar que la inquisición volvería corregida, actualizada y aumentada un 24 de marzo de 1976.
Los uniformados y sus socios civiles venían a imponer un nuevo modelo de sociedad, a terminar con todo conato de desarrollo nacional independiente y a disciplinar a una sociedad con una larga tradición de lucha y conciencia gremial. Así lo expresó claramente el general Videla en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 8 de julio de 1976: "La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente militar. No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la política o en el gremialismo."
Las primeras medidas de la dictadura encabezada por el general Jorge Rafael Videla, ungido presidente por sus pares, no dejaron lugar a dudas sobre su carácter: establecimiento de la pena de muerte, clausura del Congreso Nacional y de todas las legislaturas provinciales y municipales, reemplazo de todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia por jueces adictos al nuevo régimen, allanamiento e intervención de los sindicatos, prohibición de toda actividad política y censura previa sobre todos los medios de comunicación.
Los ministerios, con excepción del de Economía y el de Educación, fueron ocupados por militares. Los gobiernos provinciales también fueron repartidos en su mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión fueron adjudicados con ese criterio. Se creó, según decían ellos en reemplazo del Congreso, la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), también integrada por civiles y militares, cuyas funciones nunca se precisaron detalladamente. Las intendencias municipales fueron asignadas en su gran mayoría a civiles de diferentes partidos políticos, con predominio de los miembros del radicalismo y del peronismo.
El Estado, que mediante la recaudación de impuestos debe garantizar a los ciudadanos educación, salud, seguridad y justicia, se convirtió en terrorista, transformándose en un poderoso instrumento de represión, ignorante del derecho en general y de los derechos humanos más elementales, cuyo objetivo era reorganizar en sentido regresivo la sociedad argentina entronizando la injusticia, la insensibilidad social y la ignorancia.
La censura llegó a todos los órdenes, desde los medios masivos hasta la vida cotidiana. Fueron cerradas las carreras universitarias de Psicología y Antropología y, en la provincia de Córdoba, llegó a prohibirse la enseñanza de la matemática moderna por considerársela subversiva.
La barbarie del nuevo gobierno y su desprecio por la cultura quedaron claramente sintetizados por el almirante Massera, miembro de la Junta: "La crisis actual de la humanidad se debe a tres hombres. Hacia fines del siglo XIX, Marx publicó tres tomos de El Capital y puso en duda con ellos la intangibilidad de la propiedad privada; a principios del siglo XX, es atacada la sagrada esfera íntima del ser humano por Freud, en su libro La interpretación de los sueños, y como si fuera poco, para problematizar el sistema de los valores positivos de la sociedad, Einstein, en 1905 hace reconocer la teoría de la relatividad, donde pone en crisis la estructura estática y muerta de la materia" (1). Así hablaban los supuestos defensores del pensamiento "occidental y cristiano".
A dos días de producido el golpe militar, el Fondo Monetario Internacional le otorgó un crédito a la flamante dictadura y anunció su satisfacción por la designación del nuevo ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.
La opinión del establishment internacional le era unánimemente favorable. El banquero David Rockefeller declaraba: "Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa son las indicadas" (2). Mientras Martínez de Hoz aplicaba los conceptos económicos monetaristas de la Universidad de Chicago, los militares aplicaban la Doctrina de Seguridad Nacional aprendida en la academia de West Point y la Escuela de las Américas de Panamá. Represión y plan económico iban de la mano.
Se aplicó un primer plan de ajuste aconsejado por el inefable FMI: liberación de precios, devaluación del peso, congelamiento salarial y disminución del déficit fiscal. Las consecuencias fueron que en el primer semestre de 1976 los precios al consumidor aumentaron el 87,5%, garantizando la tasa de ganancia de los sectores dominantes. Para disminuir el déficit fiscal, se redujeron los sueldos, se despidió personal estatal y se aumentaron los impuestos al consumo y las tarifas de las empresas públicas. La pérdida del poder adquisitivo del salario real fue del 40%, lo que implicó una transferencia de ingresos de los asalariados al sector privado del 17% del Producto Bruto Interno.
Entre los grupos de poder locales se respiraba un aire fresco: el que daba contar con uno de ellos en un puesto clave para sus negocios. A no pocos miembros de la clase media comenzó a caerle simpático aquel hombre de orejas exageradas cuando, retrasando el tipo de cambio, les permitió viajar a Miami y competir por comprar al menos dos productos igualmente inútiles. Era la época en que la plata empalagaba a quien sabía especular y su ausencia amargaba los estómagos de los trabajadores que veían cerrar sus fábricas y fuentes de trabajo ante la desleal competencia del ingreso irrestricto de todo tipo de artículos importados.
Pero no todos callaron. Entre ellos, los organismos de derechos humanos, con las Madres y Abuelas a la cabeza, y sectores del movimiento obrero que entre 1976 y 1979, en la etapa más feroz de la represión, llevaron adelante más de 300 conflictos gremiales.
El decidido apoyo al golpe por parte de los factores de poder que veían amenazados sus privilegios por la creciente movilización de importantes sectores de la clase trabajadora y la producción intelectual de sectores medios partidarios de un proyecto de cambio social, fue decisiva. Dentro de este esquema de acuerdo represivo entre poder económico y poder militar se consideraría subversivo a todo aquel que postulase ideas contrarias al ”ser nacional” que comprendía valores como la aceptación acrítica de toda jerarquía sin lugar a la discusión. La sociedad argentina venía de un proceso de cambio que se había acelerado a partir de hechos claves como el Cordobazo y la recepción de la renovada producción ideológica e intelectual posterior al Mayo francés del 68. Una clase media ilustrada e inquieta seguía con atención los procesos mundiales y comenzaba a adoptar el psicoanálisis y sus categorías de análisis.
Como señala el historiador David Rock, "los grupos de poder, la Iglesia y los militares comenzaron a preocuparse cuando notaron, entre otras cosas, que el cura confesor estaba siendo reemplazado por el psicoanalista".
El responsable de la represión en Córdoba, jefe de campos de concentración como el célebre "La Perla", general Luciano Benjamín Menéndez, decía por aquellos años en un discurso dirigido a directivos de establecimientos escolares:
"Para los educadores: inculcar el respeto de las normas establecidas; inculcar una fe profunda en la grandeza del destino del país; consagrarse por entero a la causa de la Patria, actuando espontáneamente en coordinación con las Fuerzas Armadas, aceptando sus sugerencias y cooperando con ellas para desenmascarar y señalar a las personas culpables de subversión, o que desarrollan su propaganda bajo el disfraz de profesor o de alumno. Para los alumnos comprender que deben estudiar y obedecer, para madurar moral e intelectualmente; creer y tener absoluta confianza en las Fuerzas Armadas, triunfadoras invencibles de todos los enemigos pasados y presentes de la patria"
Huelga aclarar que el encendido discurso del general fue pronunciado cinco años antes de que su hermano, Mario Benjamín Menéndez, también general de ese ejército invencible, se rindiera bochornosamente en Malvinas, no antes de dejar morir por falta de alimentos y entrenamiento a casi mil jóvenes argentinos.
La imposición de una cultura vigilante de “los valores occidentales y cristianos” se planteó como una especie de cruzada en la que la jerarquía de la Iglesia católica cumplió un rol fundamental, tal como se advierte en estas declaraciones del representante del Vaticano en Argentina, Monseñor Pío Laghi: "El país tiene una ideología tradicional, y cuando alguien pretende imponer otro ideario diferente y extraño, la Nación reacciona como un organismo con anticuerpos frente a los gérmenes, generándose así la violencia. Pero nunca la violencia es justa y tampoco la justicia tiene que ser violenta; sin embargo, en ciertas situaciones la autodefensa exige tomar determinadas actitudes, en este caso habrá que respetar el derecho hasta donde se puede".
Desde el otro lado de la historia, un sacerdote que fue secuestrado por un grupo de tareas contó su terrible experiencia a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas: “Volvió el otro hombre, que me había tratado respetuosamente en el interrogatorio, y me dijo: usted es un cura idealista, un místico, diría yo, un cura piola; solamente tiene un error, que es haber interpretado demasiado materialmente la doctrina de Cristo. Cristo habla de los pobres de espíritu, y usted hizo una interpretación materialista de eso, y se ha ido a vivir con los materialmente pobres. En la Argentina los pobres de espíritu son los ricos, y usted, en adelante deberá dedicarse a ayudar más a los ricos, que son los que realmente están necesitados espiritualmente. Luego la persona que me interrogaba perdió la paciencia y se enojó diciéndome: vos no sos un guerrillero, no estás en la violencia, pero vos no te das cuenta de que al irte a vivir allí con tu cultura, unís a los pobres, y unir a los pobres es subversión.
El ministro de educación Llerena Amadeo llegó a proponer que: "Para una mayor convivencia social es conveniente que quienes no son cristianos sepan cuál es la concepción cristiana que tiene la mayoría de la población sobre estos temas. El nuestro es un país occidental y cristiano y no se puede dejar de mostrar a los futuros ciudadanos qué significa tal concepción. "
Pero ¿cuáles eran esos valores "occidentales y cristianos" que los genocidas militares y civiles decían defender? Históricamente, se ha vinculado a la tradición occidental con la democracia y la plena vigencia de los derechos elementales del hombre. Se oponía el modelo democrático occidental a las tiranías, teocracias y regímenes autoritarios ubicados por los propios occidentales en la tradición oriental.
En cuanto a lo cristiano: la solidaridad, la misericordia, la comunión, el amor al prójimo hasta el sacrificio, la dignidad de la persona humana, a lo que habría que sumarle los diez mandamientos, de los cuales los terroristas de estado no dejaron uno solo sin violar.
Se decía en no pocos documentos oficiales que la "subversión" utilizaba la droga como medio de captación de los jóvenes y se hablaba de sus efectos devastadores para el individuo y la familia. La historia nos recuerda que en 1980, la dictadura de Videla colaboró activamente con hombres, armas, dinero y logística con el llamado "golpe de la cocaína" perpetrado en Bolivia por generales vinculados al narcotráfico encabezados por García Meza. Uno de los responsables del apoyo argentino, el general Suárez Mason, presidente y aniquilador de la petrolera estatal YPF -a la que dejó con una deuda de seis mil millones de dólares- y responsable de la represión en el Cuerpo de Ejército 1, será condenado años más tarde por una corte de los Estados Unidos por tráfico de drogas y vinculación con el narcotráfico internacional.
La contradicción entre los dichos y los hechos no es nueva en nuestra historia, ya que los conservadores argentinos, autodenominados liberales, que han detentado el poder durante la mayor parte de nuestra historia y lo hicieron durante la dictadura han hecho del doble discurso su forma de hacer política. Uno de ellos, José Alfredo Martínez de Hoz, le aclaraba al país en 1977: “No somos unos ogros que han sacado del fondo de una caverna para hacer sufrir a la gente, sino que somos seres humanos, igual que todos ustedes que me están escuchando; que hemos sido sacados de nuestras casas convocados por las Fuerzas Armadas, que han salido a superar una crisis tremendamente grave en la historia política, económica y social argentina; que hemos abandonado una vida más cómoda, más provechosa y también nuestra vida familiar.” Decía el genial Atahualpa Yupanqui, “no aclare que oscurece”.

(1) Tulio Halperin Donghi en Felipe Pigna, Lo pasado pensado. Entrevistas con la historia argentina (1955-1983), Buenos Aires, Editorial Planeta, 2005, pág. 341.

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