Chantaje, secretos y crueldad: ser gay en la era de oro del cine no era como lo cuenta Hollywood
La serie de Netflix imagina una ficción muy lejana de su oscuro pasado
Rock Hudson ocultó su sexualidad hasta que reveló que tenía sida
Durante sus primeras dos décadas del siglo XX, el recién inaugurado Hollywood fue una juerga. La sociedad presuponía que la farándula se regía por reglas distintas al resto de la población y eso incluía un libertinaje sexual que a menudo no distinguía de géneros y que tampoco juzgaba a gays, lesbianas o bisexuales. En aquella época, la fluidez de género se consideraba lo más moderno en las grandes ciudades. Pero en 1931, tres escándalos enturbiaron la fiesta de Hollywood: se destapó la sórdida vida sexual de la actriz de moda Clara Bow, la prensa documentó las enfermedades mentales de la “novia de América” Mary Astor y el director F. W. Murnau falleció cuando su coche se estampó contra un poste. La rumorología cuchicheó que el motivo había sido que el conductor, el asistente de 14 años del director, estaba recibiendo una felación de Murnau. Varios grupos religiosos se manifestaron en contra de Hollywood y llamaron al boicot al considerar que la industria del cine era un lupanar que daba mal ejemplo al público. Por eso en 1934 se impuso el Código Hays, según el cual un comité de escoltas de la decencia prohibían aquellas escenas que ellos consideraban inmorales.
Las estrellas debían ejercer como modelos de conducta también fuera de la pantalla (ya que sus vidas personales interesaban tanto o más que sus películas), así que los estudios incluyeron una “cláusula moral” en sus contratos: los actores debían evitar situaciones indecentes, inmorales o que se prestasen al ridículo y a perder el respeto del público. Y esto, por supuesto, incluía cualquier escarceo sexual no normativo. Por eso la androginia de los años 20 dio paso a virilidades y femineidades extremas. Por este motivo, estas diez estrellas se pasaron su vida –a diferencia de la ficción que cuenta la serie de Netflix Hollywood–ocultando su identidad.
Rock Hudson, “193 centímetros de masculinidad”
Su imagen pública. Hudson era un adonis cuyo perfil (una belleza armónica de buen corazón, sin profundidad ni neurosis) ayudó a los Estados Unidos a salir de la oscuridad tras la Segunda Guerra Mundial. Sus papeles en Gigante y, sobre todo, en las tres ingenuas comedias románticas que protagonizó junto a Doris Day devolvieron el optimismo a la nación. En aquella época se le conocía como el Rey de Hollywood y un columnista lo describió como “193 centímetros de masculinidad”.
Su secreto. Roy Fitzgerald trabajaba como camionero hasta que se sometió a una transformación para ser un producto de Hollywood y, en concreto, del despótico agente de estrellas Henry Wilson (interpretado por Jim Parson en la serie de Netflix). Este le dio un nombre viril, curtió su voz hasta que necesitó cirugía en las cuerdas vocales y corrigió sus amaneramientos golpeándolo con una regla. La actriz Noreen Nash contó en 2007 que Hudson y Elizabeth Taylor apostaron durante el rodaje de Gigante quién de los dos se llevaría a James Dean a la cama primero y, según Nash, ganó Hudson. En 1955, Life lo puso en portada subrayando su soltería y asegurando que, a los 29 años, sus fans ya estaban “impacientes por verlo casado”. La revista de cotilleos Confidential amenazó con destapar la homosexualidad de Hudson, así que Wilson ofreció como sacrificio a dos de sus otros representados (Rory Calhoun, que había estado en la cárcel, y Tab Hunter, que era gay) y obligó a Hudson a casarse con su secretaria Phyllis Gates.
¿Salió del closet? Nunca. Hudson se separó de Gates, quien aseguraría que estaba genuinamente enamorada de él, a los doce meses de matrimonio y jamás volvería a casarse. En la última alfombra roja por la que caminó, por el estreno de Ice Station Zebra en 1968, algunos asistentes le gritaron insultos homófobos. El actor cayó en el olvido en los 70 al convertirse en una reliquia de la América más mojigata, hasta que regresó a las noticias en julio de 1985 cuando develó que padecía sida. Él no pretendía contarlo, pero tras escribir de forma anónima a sus amantes para advertirlos, uno de ellos vendió la historia a la prensa por 10.000 dólares. Su último papel fue en Dinastía, donde la desinformación en torno al sida le llevó a falsear los besos por temor al contagio. El mundo se lo tomó como una confirmación de su homosexualidad y su muerte, en octubre de aquel año, concientizó a la sociedad en torno al entonces llamado “cáncer gay”: las donaciones se duplicaron y unos días después de fallecer Hudson el congreso anunció una inversión millonaria para la investigación de la enfermedad. “Hace dos años organicé un acto benéfico por el sida y no conseguí que una sola estrella acudiese”, aseguraba Joan Rivers. O como sentenció Morgan Fairchild: “Rock Hudson le puso rostro al sida”. Su amigo Ronald Reagan, a quien llegó a visitar en la Casa Blanca, sin embargo, tardaría dos años más en pronunciar la palabra “sida” en público.
Secretos y chantajes: la vida oculta de las estrellas gay en la era de oro del cine
Los astros de la era del Código Hays debían firmar contratos con “cláusulas de moralidad” con los grandes estudios
Cary Grant
Cary Grant, la quintaesencia de la estrella de Hollywood
Su imagen pública. El canon de la masculinidad del siglo XX era una creación tan artificial que hasta el propio Archibald Leach (nombre real del actor) declaró “todo el mundo quiere ser Cary Grant, incluso yo quiero ser Cary Grant”. Su elegancia natural y su sarcasmo encantador lo convirtieron en la quintaesencia de la estrella de Hollywood durante tres décadas: desde No soy un ángel, en 1933, hasta Charada, en 1963, dos años antes de su retiro, a los 61.
Su secreto. Cuando llegó a Hollywood, Archie convivió con el diseñador de vestuario Orry Kelly, quien siempre mantuvo que fueron pareja durante los permisivos años 20. Aquella relación duraría nueve años, hasta que Grant se fue a vivir con el actor Randolph Scott. El caso de Grant es muy particular porque, aunque siempre negó los rumores en torno a su sexualidad, no tuvo reparos en posar para un reportaje de la revista Modern Screen junto a Scott. Las fotos muestran a las dos estrellas en la mansión que compartían en escenas domésticas idílicas e incluso tocándose con una intimidad poco habitual. Su amiga Carole Lombard definió su amistad como “la relación perfecta: Randolph paga las facturas y Cary las envía por correo”. ¿Salió del closet? Cary Grant negó su homosexualidad hasta el punto de que en 1980, seis años antes de su muerte, demandó al cómico Chevy Chase por difamarle llamándolo “homo” en un chiste. La millonaria Barbara Hutton, su segunda esposa, solía contar en sus reuniones sociales que el único hombre que no había querido sacarle nada en su vida había sido Cary Grant. “Ni siquiera sexo”, remataba una amiga suya. La biografía de Marc Eliot, sin embargo, especuló con que Grant era en realidad asexual. Randolph Scott se casó, adoptó dos hijos y murió dos meses después que Grant. Orry Kelly, por su parte, falleció en 1964. Grant fue uno de los portadores de su ataúd.
Marlene Dietrich y su ambigüedad sexual
Su imagen. Sus siete colaboraciones con el cineasta Josef von Sternberg ( entre ellas El ángel azul , Marruecos y La venus rubia ) la convirtieron en un mito instantáneo que personificaba fantasías que el público ni siquiera sabía que tenía: seductora, con una seguridad en sí misma arrolladora y vestida de esmoquin (en Marruecos llegaba incluso a besar a una mujer), la alemana Dietrich entró en el imaginario colectivo y jamás lo abandonó. Durante la Segunda Guerra Mundial declinó una invitación de Adolf Hitler para visitar su país natal y apoyó activamente a las tropas norteamericanas, actuando para ellas en numerosas ocasiones .
Su secreto. Según contaría su propia hija, María Riva, Dietrich utilizaba el sexo con los hombres como una herramienta de poder para controlarlos y manipularlos, mientras que el sexo con mujeres era una cuestión de placer. La biografía escrita por Riva aseguraba que había muy poca gente del Hollywood clásico con el que su madre no se hubiera acostado. La actriz regentaba lo que ella llamaba “un círculo de costureras”, en el que se congregaban mujeres lesbianas, bisexuales o que tenían simplemente curiosidad de explorar su sexualidad, por aquel grupo pasarían Ann Warner (la esposa del presidente de Warner), Claudette Colbert o Dolores del Río. Incluso Edith Piaf, según algunos rumores. Tallulah Bankhead, una de las mayores estrellas de la época, fue vetada por mostrar interés por Greta Garbo. De hecho el gran misterio romántico de Dietrich es si mantuvo o no una relación con Garbo, su rival en el trono de la estrella más exótica de los años 30, porque ambas aseguraban no conocerse, a pesar de haber rodado una película juntas en Alemania, en 1925. ¿Salió del closet? Dietrich nunca se identificó como bisexual, pero desafiaba abiertamente las constricciones de género: practicó boxeo en los años 20, se definía como “un caballero en el fondo de mi corazón” y mantuvo una relación con la millonaria Joe Carstairs (nacida Marion).
Montgomery Clift, atormentado por sus demonios
Su imagen pública. Hollywood se pasó diez años intentando seducirlo pero él no tenía ningún interés en dejar el teatro. Y cuando accedió a hacer cine, ya con casi 30 años, lo hizo a lo grande: La heredera, Río Rojo, Mi secreto me condena, De aquí a la eternidad. Fue una de las primeras estrellas en negarse a firmar un contrato con un estudio porque quería elegir sus proyectos (y no quería que le obligasen a casare con una mujer). La naturalidad al actuar de Clift, que chocaba con la impostura de la época, enamoró al público, a la crítica joven y a la Academia, que lo nominó al Oscar tres veces en sus primeros cinco años de carrera.
Su secreto. Desde su muerte en 1966, se ha escrito sobre Montgomery Clift en términos de melodrama. “El suicidio más largo de Hollywood”, según su profesor de actuación, en referencia al abuso del alcohol y las drogas que precipitaron su muerte a los 45 años. El accidente de coche que desfiguró su rostro, el cual tuvo que ser reconstruido quirúrgicamente, añadió textura de tragedia a un mito. Apenas se le conocen romances, ni siquiera se casó para guardar las apariencias. Los fetichistas del Hollywood dorado consideran que su mejor amiga, Liz Taylor, fue el verdadero amor de su vida. Fue ella quien según la leyenda le sacó los dientes de la garganta para que no se asfixiase tras el accidente, quien amenazó a los fotógrafos con arruinarles la vida si sacaban una sola foto de su aspecto (no existen imágenes del accidente y quien cuando el conductor de la ambulancia les exigió dinero por llevarlos al hospital le arrojó una sortija de diamantes a la cara.
¿Salió del closet? Precisamente fue Liz Taylor quien confirmó, en un evento por el colectivo LGTB en 2000, que su “amigo más íntimo y mejor confidente” Monty era gay. Pero un documental de hace dos años dirigido por el sobrino del actor quiso arrojar luz sobre su legado. Making Montgomery Clift presentaba a la estrella como “un hombre con el sentido del humor de un payaso”, que prefería sus interpretaciones después de la cirugía y que se sentía plenamente cómodo con su sexualidad.
J. S.
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