El regreso del viejo autoritarismo disfrazado de “nueva era”
Pandemia. Muchos querrán utilizarla para cuestionar la democracia constitucional y la economía de mercado que la sustenta, pero así se verán vulneradas las libertades individuales
Ezequiel Spector
La pandemia del Covid-19 ha generado un impacto histórico en los sistemas de salud del mundo. Ha obligado a los gobiernos a declarar la emergencia sanitaria y a adoptar medidas sumamente restrictivas de las libertades individuales, limitando derechos como privacidad, propiedad, reunión, circulación y residencia, además de inclinarse hacia prácticas poco republicanas que tienden a la concentración de poder.
Muchos intelectuales y personalidades políticas han aprovechado este contexto para advertir sobre el comienzo de una nueva era, con una presencia más fuerte del Estado; una “nueva normalidad” en la que una mayor injerencia del Estado en la vida de las personas será necesaria para protegerlas de estas nuevas amenazas, que hoy toman la forma de un virus. Una nueva etapa que abandone el paradigma “neoliberal” y la lógica de mercado. Quienes han introducido esta idea tratan de expresarla desde una perspectiva científica, pero se les hace muy difícil disimular su entusiasmo por la nueva era con la que están ilusionados, con un Estado controlando diversos aspectos de nuestra vida.
Básicamente, la idea es que, en esta supuesta nueva etapa, debemos repensar la concepción individualista predominante y dirigirnos hacia un modelo más solidario, en el que “solidaridad” no tiene nada que ver con formas voluntarias de relacionarse entre las personas, sino con el uso de la coerción estatal para defender valores como el bien común o el bienestar colectivo, esos conceptos tan vagos que pueden justificar casi todo lo que se le ocurra al gobernante de turno.
Frente a esta propuesta, quienes defendemos una concepción liberal de la sociedad debemos insistir en dos puntos claves (digo “liberal” en un sentido amplio, que incluye a todos los que encuentran algún valor en la noción de libertad individual y que han entendido que la felicidad de la humanidad no pasará por destruir la economía de mercado).
El primer punto es que el rechazo al individualismo, tal como lo manifiestan muchos intelectuales, descansa en una falacia de equívoco, porque explota la ambigüedad de ese concepto. El término “individualismo” puede entenderse de dos formas. Por un lado, puede significar egoísmo, o sea lo contrario a la solidaridad. En este sentido, tiene una connotación negativa que prácticamente todos pueden identificar.
Por otro lado, “individualismo” puede referirse a la idea de que las personas valen en sí mismas, como individuos, y no como partes de un todo. Es decir que el colectivo (“la nación”, “la patria”, etcétera) no es un ente autónomo que valga más que las personas, sino que son las personas mismas. En este sentido, “individualismo” es lo contrario a “colectivismo”: la tesis de que las personas valen solo como parte de algo más amplio, un ente independiente al cual deben estar subordinadas y por el cual a veces deben hacer grandes sacrificios (por ejemplo, mandar a jóvenes a morir a una guerra invocando alguna idea de dignidad nacional). Como si fueran células en el gran cuerpo de la sociedad, cuya cabeza es el Estado. Benito Mussolini ilustraba esta idea al decir: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
El liberalismo es individualista en el segundo sentido, es decir, como opuesto al colectivismo. Este individualismo es, de hecho, uno de los fundamentos de la idea de derechos individuales. En este sentido, el individualismo es compatible con la solidaridad. Incluso la presupone, si por “solidaridad” se entiende relaciones de cooperación voluntarias entre personas libres. Más aún, en este marco conceptual, también hay espacio para quienes tienen intuiciones colectivistas, siempre que no quieran forzar a toda la sociedad a pensar como ellos. ¿Usted piensa que el colectivo es un ente diferente, y más importante que los individuos que lo conforman? Es libre de seguir sus ideales, mientras no dañe a nadie. Algunos dirían que es heroico. Pero tenga cuidado con sacrificar a otras personas por la patria. Eso no es heroico.
El segundo punto concierne a la naturaleza del mercado. ¿Usted defiende las libertades individuales? Prepárese para defender una economía de mercado. Podría hacerlo con diferentes matices: más o menos regulaciones, y con mayor o menor asistencia social. Allí hay un margen de desacuerdo razonable. Pero defender las libertades individuales y, al mismo tiempo, anhelar la destrucción de la economía de mercado es una contradicción. El mercado es condición necesaria (aunque no suficiente) del ejercicio de las libertades individuales. Los países que han abandonado la economía de mercado han atentado sistemáticamente contra libertades individuales (además de colapsar económicamente, con niveles de pobreza que han dejado, por contraste, muy bien paradas a las economías de mercado).
El mercado no son empresarios millonarios haciendo negocios en Puerto Madero (quizás ellos sean más afines al Estado de lo que se cree). El mercado es cada uno de nosotros queriendo perseguir proyectos y planes de vida propios sin dañar a terceros. Cuando el Estado clausura pequeños comercios por no acatar regulaciones absurdas o no cumplir con la enorme burocracia estatal, está interfiriendo en el mercado. Cuando el Estado establece una alta carga impositiva y hay negocios que quiebran por no poder afrontarla, está interfiriendo en el mercado. Si el Estado subsidia y protege a empresarios amigos, o les otorga licencias especiales o facultades monopólicas, eso no es mercado. Es lo que muchos llaman engañosamente “neoliberalismo”. Pero en realidad es la peor clase de estatismo, donde la preocupación de las empresas no es ofrecer la mejor relación precio-calidad a los consumidores en un clima de competencia, sino hacer lobby en la estructura estatal para conseguir privilegios que los protejan de esa competencia. Estas regulaciones terminan impidiendo que los pequeños y medianos crezcan, si no destruyéndolos.
Quien mejor ha explicado esta lógica es Adam Smith. A él le preocupaba que la economía de mercado se deteriorara y deviniera lo que hoy muchos llaman “neoliberalismo”. Smith fue un defensor del libre comercio, pero no de las grandes empresas. Pensaba que las grandes empresas favorecían los subsidios y las protecciones, no el libre mercado. Los contactos políticos entre las grandes empresas y un gobierno con amplias facultades para intervenir en la economía conducen a grandes subsidios, prácticas de licencias de monopolio y aranceles. Estas políticas siempre son presentadas como protección a las clases media y baja, pero su verdadero propósito casi siempre es transferir riqueza de ciudadanos comunes a grupos poderosos de interés, sostenía Smith.
En conclusión, es evidente que la pandemia querrá ser utilizada para cuestionar las democracias constitucionales y la economía de mercado sobre la cual descansan. Tener presentes las dos ideas que aquí introduje es esencial para evitar malentendidos a la hora de debatir.
Profesor investigador, Escuela de Derecho Universidad Torcuato Di Tella
¿Usted defiende las libertades individuales? Prepárese para defender una economía de mercado
Podría hacerlo con diferentes matices
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