El gran pianista Daniil Trifonov
Es tiempo de descubrir a Daniil Trifonov, una de las estrellas más rutilantes de la música culta
Al Covid-19 y su pandemia, que ha transformado al mundo y nuestras vidas en todos sus aspectos, podríamos sumarles un cargo más en su foja de desastrosos servicios. Ahora, en junio, para el abono del Mozarteum, Daniil Trifonov, devenido en una de las estrellas más rutilantes y convocantes de la actualidad, iba a estar con nosotros por primera vez. Para suplir su ausencia y aumentar las expectativas para el momento en que, efectivamente, arribe a nuestro país, podremos conocerlo y disfrutarlo en YouTube, Spotify y otros servicios de streaming.
Nacido en Nizhni Nóvgorod, en 1991, y formado en las mejores fraguas de la escuela pianística rusa, Trifonov fue laureado con un tercer puesto en el Concurso Chopin de 2010 (cabe consignar que Martha Argerich y Nelson Freire votaron por él como el mejor) y, al año siguiente, cuando tenía 20, con dos meses de diferencia entre uno y otro, obtuvo el primer premio en el Concurso Arthur Rubinstein, de Tel Aviv, y en el Chaikovsky, de Moscú. El dictamen final, en ambas competencias, gozó de una tan poco frecuente como contundente unanimidad. En Tel Aviv, en una de las etapas iniciales, el muchacho, con una contundencia y una expresividad abrumadoras, sorprendió con los Doce estudios op. 25 de Chopin y, ya en las instancias más avanzadas, dio una clase de sobriedad y alta intensidad interpretativa con el Concierto para piano y orquesta Nº 23 de Mozart, cuyo segundo movimiento es una tentación irresistible para introducir romanticismos absolutamente inapropiados.
Algunas semanas después, en la tercera ronda del Chaikovsky, Trifonov asumió un riesgo importante cuando, en su primera presentación con orquesta, dejó de lado lo que la localía del concurso podría indicar como más conveniente y, en lugar de recurrir a algún concierto de un compositor ruso, se expuso con el primero de Chopin. Su presentación fue inapelable.
Tras el triunfo, con menciones en todas las categorías del concurso, Trifonov emprendió una carrera asombrosa. Invitado por los principales teatros y orquestas del mundo y con ofertas de las principales discográficas, Daniil se encargó de pasear su arte siempre cautivando y siempre convenciendo con sus propuestas musicales y causando las mejores impresiones. Casi como lo hacía Rachmaninov un siglo atrás, entra con pasos resueltos a los escenarios con su alta figura estilizada, barbada desde 2016, y transmitiendo cierto aire de solvencia que lo expone invicto y vencedor. Después, todo brota de sus dedos. Aquella posición señorial del ingreso incluye intensos encorvamientos que ubican su nariz, ese flequillo indómito y su mirada penetrante a escasos centímetros del teclado.
Como el exponente más reciente de la gran escuela pianística rusa, la de Rachmaninov, Horowitz, Medtner, Richter, Gilels, Berman, Ashkenazy, Kissin, Pletnev y Matsuev, entre muchos notables más, Trifonov encuentra su territorio natural en el romanticismo. Sus muchos registros discográficos se centran, especialmente, en este período. Sin embargo, interpreta maravillosamente la música de Bach, como también las adaptaciones que sobre la música de Bach realizaron compositores románticos. La Royal Philharmonic Society, que en 2016 le otorgó el premio al mejor instrumentista del año, presentó un video en el que Trifonov interpreta el arreglo y transformación que Rachmaninov hizo del Preludio de la Partita para violín solo Nº 3 de Bach. Como corresponde, Daniil recurre a los toques pertinentes para los contrapuntos bachianos y apela a toda la intensidad dramática y netamente romántica de la música de Rachmaninov.
También Beethoven goza del arte de Trifonov. Aún sin registro del Concierto del Emperador, que ha interpretado junto a algunas de las orquesta del planeta, se puede observar toda su capacidad, por ejemplo, cuando, en 2014, se presentó en el Carnegie Hall con la última sonata para piano de Beethoven. Concentrado y navegando por los misterios de la última sonata para piano, Trifonov ofreció una interpretación sublime de esta sonata en dos movimientos.
Después de algunos escarceos y varias ofertas tentadoras tras su triunfo en el Chaikovsky, Trifonov se transformó en artista exclusivo de Deutsche Gramophon, el célebre sello amarillo. Entre sus muchas grabaciones, la que ha cosechado más elogios y distinciones es la que dedicó a los Estudios trascendentales de Liszt.
Para acompañar la edición, Deutsche Gramophon promocionó el álbum con un video tomado en estudio en el cual Trifonov toca “Mazeppa”, el cuarto de los Estudios. Es, verdaderamente, una interpretación consumada. Ahí están los pasajes de fuerza y drama, todo el lirismo y la poesía, la extensión de los silencios antes del final y el “alarde” de virtuosismo que aflora impetuoso. Liszt es un mundo de misterios, de cambios inesperados y de horizontes impensados en cada pieza, un maestro en el arte de componer como si no tuviera lineamientos formales presentes, casi como una improvisación prolijamente compuesta. Con soltura y una precisión endemoniada, Trifonov recorre y expone cada uno de esos secretos.
Por sus manos, como solista, junto a orquestas o integrando ensambles de cámara, también pasan Scriabin, Schubert, Medtner, obviamente Chaikovsky, Prokofiev, Brahms y Rachmaninov, entre varios más, y hasta sus propias obras. Mientras se formó como pianista, en Rusia y luego en Estados Unidos, Trifonov también estudió composición. En 2014, por pedido del Cleveland Institute of Music, completó y estrenó su Concierto para piano y orquesta en mi bemol menor, el cual ha ofrecido, como solista, en diferentes teatros del mundo. Apartado de cualquiera de las corrientes de vanguardia, la obra trasunta una intensa expresividad romántica y a su manera pareciera ser un tributo o un homenaje a sus coterráneos Rachmaninov, Scriabin y Prokofiev.
En concordancia con las nuevas modalidades de consumo que propone la industria de la música clásica, Trifonov, gustoso, se presta a conciertos informales. En Berlín, rodeado de jóvenes y muy de entrecasa, sin escatimar arte y entrega, el pianista tocó la Fantasía impromptu op. 66 de Chopin.
En 2011, para el Financial Times, Martha Argerich dijo sobre Trifonov: “Lo que hace con sus manos es técnicamente increíble. Es también su toque, que tiene la ternura y también un elemento demoníaco. Nunca había escuchado algo así”. Lo seguiremos esperando.
El toque distintivo de Daniil Trifonov
Desde hace varias décadas se sostiene que para poder emprender una carrera importante en el campo de la música clásica es necesario ganar un concurso, esos certámenes de tensiones extremas en los cuales los jóvenes deben demostrar todas sus habilidades y talentos para impresionar a un jurado de notables que, desde la más pura y legal subjetividad, dictaminarán quién es el mejor de todos ellos.
Sin embargo, ese triunfo no es garantía irrefutable de que la vida le sonreirá de modo natural e instantáneo al triunfador. Las puertas se abrirán de modo inmediato, pero después hay que confirmar esas virtudes y cautivar y enamorar a los públicos.
Y, tal vez más importante, a las discográficas, a las compañías que manejan las agendas, los contactos y los contratos y, por último, a las empresas que organizan conciertos, temporadas y festivales. Con todo, para superar todos estos avatares, ya que no escollos, y sostener una carrera notable a lo largo del tiempo y destacarse por sobre todos los demás, la clave imprescindible e indispensable, en última instancia, son la calidad, el talento, la técnica y ese toque distintivo, tan personal como estrictamente indefinible, que solo poseen algunos pocos. A los 29, el pianista Daniil Trifonov es la demostración más cabal de todas estas afirmaciones.
P. K.
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