Anotaciones de un cinéfilo en cuarentena
Enero es el mes del cine. Al menos para mí, que casi siempre lo paso en la capital. Por un lado,se suelen estrenar buenas películas en salas cómodas y casi despobladas; por otro, el año que empieza invita a ver en la pantalla de casa con menos apuros, de manera despejada. Este enero algo se trastocó, sin embargo. Fuera de la ciudad por un período y atrapado en la lectura de libros larguísimos, solo exploré El irlandés, al que le doy mi voto por su tono crepuscular (sospecho que ya no habrá más películas de gangsters con Robert De Niro y el gran Joe Pesci); y, en la oscuridad del cine, ya orillando el fin de mes, Parasite.
La cosecha cinéfila fue, de tan escueta, un perfecto récord negativo. Me resigné a un año pobre en películas. Pocos meses después, el panorama se invirtió de manera radical. Los libros son ahora breves y, todavía en mayo, ya pasé el centenar de films, un número mayor al de mi media anual. No me sobra el tiempo. Sigo trabajando. Ocurre que el cisne negro de la pandemia me llevó a evitar por la noche los programas televisivos y a llenar ese tiempo con menos lectura de la habitual y mucha más cinefilia.
Hay algo más. Una manera de seguir en contacto con los amigos en momentos de distanciamiento social consiste en consultar los mismos servicios de streaming e intercambiar pareceres sobre una constelación de películas más o menos similar. De mi parte, nada de series. De parte de todos: descartar cualquier fetichismo por lo contemporáneo. Mejor considerar el cine como una gran biblioteca. Las películas que se nombran en esta columna, por si despiertan curiosidad, están lejos de ser inaccesibles. Basta con saber buscar.
Una buena medida para no marearse es la de volver de vez en cuando a obra ya conocidas (siempre hay un Murnau, un John Ford, un Bresson, un Carpenter que revisitar). Otra, la de aprovechar y liquidar deudas. Hace demasiado tiempo vi Pather
Panchali y Aparajito, las dos primeras entregas de la histórica trilogía del indio Satyajit Ray. En el debe había quedado El mundo de Apu (1959), que concluye de manera un poco inesperada la educación sentimental del protagonista, un chico pobre que quiere ser escritor.
Lo más importante es que el neorrealismo de la trilogía (una obra maestra, por si hace falta aclararlo) me llevó a La esposa solitaria (1964): Ray es un cineasta formidable, y lo es más cuando retrata mujeres. Podría decirse que no necesita reivindicarse como femenista para serlo: le basta con su manera de desplazar la cámara y tomar los rostros.
Algo parecido ocurre con el maestro japonés Kenji Mizoguchi, aunque las gradaciones son otras: en Una geisha (1953) la adolescente que aspira a convertirse en acompañante pronto se rebela (no hay que olvidar que geisha no es sinónimo de prostituta) y reclama por sus derechos.
El cine japonés, en todo caso, es un enigma al que vuelvo una y otra vez. No resulta simple saber hasta dónde estamos entendiendo sus códigos. De Shoei Imamura conocía La balada de Narayama y
La anguila. Fue asistente de Yasujiru Ozu, al que le criticaba su esteticismo. Él, decía Imamura, prefería la realidad, aunque qué entendía por esa palabra es una incógnita.
El cine japonés, en todo caso, es un enigma al que vuelvo una y otra vez. No resulta simple saber hasta dónde estamos entendiendo sus códigos. De Shoei Imamura conocía La balada de Narayama y
La anguila. Fue asistente de Yasujiru Ozu, al que le criticaba su esteticismo. Él, decía Imamura, prefería la realidad, aunque qué entendía por esa palabra es una incógnita.
La venganza es mía (1979), por ejemplo, es una obra extrañísima, con estructura de crónica policial. Sigue los pasos por medio Japón de un asesino compulsivo, pero el acento no está puesto solo en su raid delictivo: los personajes con que se cruza en su camino son tan hipócritas y tortuosos como él, solo que sin crímenes. Imamura, artista de otro orden que Ozu, más bien exagera la realidad para que se entienda.
Otra cinematografía particular: la polaca. ¿Qué lleva a que tantas de sus películas hayan sido y sigan siendo en blanco y negro (baste pensar en la reciente Cold War, de Pavel Pawlikowski).
Otra cinematografía particular: la polaca. ¿Qué lleva a que tantas de sus películas hayan sido y sigan siendo en blanco y negro (baste pensar en la reciente Cold War, de Pavel Pawlikowski).
¿Es cuestión de realismo, de esteticismo? Papuszka (2013) en todo caso usa esa sobriedad para explorar los rostros de una historia, pero también los paisajes.
La película de Krzysztof Krauze y Joanna Kos-krauze es una biopic sobre Bronislawa Wajs, la poeta romaní que fue repudiada por los suyos, los gitanos, por dedicarse a la escritura y, supuestamente, revelar secretos sobre su comunidad. Para mi asombro,Papuszka es glorificada –y tienen razón– tanto por los tradicionalistas como los experimentales del grupo de cinéfilos conectados por la cuarentena.
¿Cómo culminar una lista que podría continuar con decenas de otros títulos? Quizá con la película más reciente, la vista en último lugar. Lleva la firma de Louis Malle, un cineasta poco citado al que admiro casi tanto como a Truffaut. Milou en mayo (1990) no es de sus cintas fundamentales, pero es entretenida y, sobre todo, tiene a Michel Piccoli, que era la razón de fondo que me llevó a curiosearla. Piccoli murió hace unas semanas, ya grande, a los 94 años, y a los intérpretes que uno más quiere siempre hay que despedirlos, con todos los honores, volviéndolos a ver.
Papuszka es una biopic sobre Bronislawa Wajs, la poeta gitana repudiada por dedicarse a escribir
P. B. R.
¿Cómo culminar una lista que podría continuar con decenas de otros títulos? Quizá con la película más reciente, la vista en último lugar. Lleva la firma de Louis Malle, un cineasta poco citado al que admiro casi tanto como a Truffaut. Milou en mayo (1990) no es de sus cintas fundamentales, pero es entretenida y, sobre todo, tiene a Michel Piccoli, que era la razón de fondo que me llevó a curiosearla. Piccoli murió hace unas semanas, ya grande, a los 94 años, y a los intérpretes que uno más quiere siempre hay que despedirlos, con todos los honores, volviéndolos a ver.
Papuszka es una biopic sobre Bronislawa Wajs, la poeta gitana repudiada por dedicarse a escribir
P. B. R.
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