jueves, 18 de junio de 2020
MARTÍN RODRIGUEZ YEBRA ANALIZA Y OPINA
El triunfo de Cristina
Martín Rodríguez Yebra
El Frente de Todos nació como un instrumento político extraordinariamente novedoso: una coalición electoral entre Cristina Kirchner y una legión de dirigentes peronistas que llevaba años bregando para jubilarla.
El fracaso económico de Mauricio Macri dejó a la vista la zanahoria del poder. La expresidenta necesitaba al PJ unido como muleta para volver a la cima. La operación requería astucia de parte de ella y un titánico ejercicio de resignación de esa generación de políticos que se cansó de predicar contra los vicios del modelo kirchnerista.
Cristina cumplió su parte. Sorprendió con la invención de Alberto Fernández como candidato a presidente, el mejor símbolo disponible de la alianza que se buscaba construir. El fundador del kirchnerismo que había roto con ella para denunciar las incongruencias económicas, la corrupción, los atropellos institucionales, volvía para reagrupar a la tribu dispersa. Para poner fin a rencores y divisiones irreconciliables.
Funcionó. De a poco se completó la foto con Sergio Massa, Felipe Solá, Pino Solanas, Daniel Scioli, gobernadores en ciernes como Omar Perotti y otros ya curtidos, como Juan Manzur, Sergio Uñac, el siempre arisco Carlos Verna y el siempre oficialista Gildo Insfrán. Si hasta Carlos Menem fue invitado a bañarse en el Jordán del antimacrismo unido. Todo estaba permitido en la odisea de “volver mejores”.
En el horizonte no pocos participantes del experimento divisaban una bruma esperanzadora a la que llamaban “albertismo”. El sueño de jubilar a Cristina por las buenas.
Pasó un año de aquella génesis. Se disiparon los festejos electorales, pasó el frenesí del desembarco a puro reparto de pesos por decreto, la pandemia sacudió al mundo. Y, en la maraña de crisis que se superponen, muchos de los entusiastas frentetodistas se apoltronan en la misma trampa de la que quisieron zafarse una década atrás. El kirchnerismo vuelve a diluirlos en su épica. Se descubren defendiendo ideas en las que no creen y se muerden la lengua para no cometer sacrilegios, como cuestionar la catástrofe de Venezuela. Abogan por la inocencia de personajes de cuyas fechorías se avergonzaban hasta hace nada. Se embanderan en conceptos etéreos, como la “soberanía alimentaria”, festejando otra estatización como las que juraban no desear. Aunque sea Vicentin y no YPF. Es lo que queda. Ensayan exabruptos que sumen puntos con “la señora y los pibes”. Contra Macri. Contra los porteños. Contra los que se quejan de la cuarentena. Contra quien sea, pero contra alguien.
Hay que mantener abierta la grieta que venían a cerrar. Al albertismo ordenó cancelarlo el propio Alberto. Qué remedio. Si el primer albertista en potencia, Santiago Cafiero, dice que Cristina Kirchner “es la política más significativa que tuvimos desde el regreso de la democracia”.
Es opinable. Pero lo que resulta difícil de refutar es la gran capacidad de la vicepresidenta para dominar la escena a su alrededor. Porque Cristina sigue en el mismo lugar, silenciosa pero coherente. Determinada a cobrarse los cuatro años que sufrió en el llano. Las denuncias de corrupción, el desfile judicial, las burlas, el destrato de un sector del poder económico que le había consentido todo en el pasado.
Perdonó lo justo para construir el andamiaje partidista que le evitara otra derrota. Aprendió de los errores de 2013, 2015 y 2017. Cedió cartel y protocolo. Poco más.
Es irrelevante entrar en el juego cansino de si gobierna ella o gobierna él. La existencia de la duda es su triunfo. Y la mayor amenaza a la autoridad del Presidente. Las evidencias la muestran como socia mayoritaria de un gobierno con inmenso margen de acción institucional, dispuesto a usar todas las herramientas disponibles para ejercer el poder sin contrapesos. Los que cambiaron fueron los otros. Sus socios. A ellos también les puede dedicar el regreso. El peronismo la acompaña otra vez. Con la ilusión acaso de que la Argentina sea capaz de encontrar una salida enfilando por el mismo sendero en el que se extravió en el pasado.
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