jueves, 18 de junio de 2020
NUNCA OLVIDAR,
Oradour-sur-Glane: la memoria del terror
Hoy se cumplen 76 años de la matanza de Oradour-sur-Glane, en la que 642 mujeres, hombres y niños murieron a manos de las tropas alemanas en retirada.
Visitantes ascendiendo por una de las calles del village martyr (pueblo mártir) de Oradour-sur-Glane, conservado en el estado en el que quedó tras su destrucción el 10 de junio de 1944 por una unidad del Waffen-SS.
“Oradour-sur-Glane es el símbolo de las desgracias de la patria.
Conviene preservar su recuerdo, pues hace falta que nunca más
semejante tragedia se reproduzca”.
Discurso de Charles de Gaulle, Oradour-sur-Glane, marzo de 1945.
El 10 de junio de 1944, solo cuatro días después del desembarco aliado en las playas de Normandía, en Oradour-sur-Glane, pueblo cercano a la ciudad de Limoges, en la zona central de Francia, una división de las Wafen-SS alemanas en retirada asesinó a todos sus habitantes. Entre ellos, 24 españoles refugiados allí tras la guerra civil. 190 hombres, 245 mujeres y 207 niños murieron fusilados o quemados vivos en su iglesia, cuya memoria se conmemora cada 10 de junio. El lugar fue completamente destruido por las tropas alemanas tras la masacre. El Estado francés decidió dejarlo intacto y convertirlo en un memorial en recuerdo de la barbarie. Es Monumento Nacional desde el año 1946.
En la actualidad, una pequeña carretera separa el viejo pueblo del nuevo. La entrada a las ruinas, gratuita, se hace a través de una instalación en la que además de souvenirs y exposiciones, se nos ofrece la información suficiente para conocer los terribles sucesos, así como su contextualización en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
Tras atravesar un túnel que conduce a la avenida principal, nos topamos de nuevo con la luz del día. Un cartel a la izquierda del camino, apoyado en un árbol, nos reclama silencio. Ése es el único habitante que queda en el pueblo, un sobrecogedor silencio que los miles de visitantes respetan en su paseo por el horror y el recuerdo.
A izquierda y derecha, las ruinas de lo que fueron escuelas infantiles, cafés, carnicerías, garajes de coches, panaderías u hoteles conducen hasta una plaza central en la que un viejo Citroen se erige como protagonista principal.
A estas alturas ya sabemos que los hombres fueron agrupados y fusilados en distintos puntos de la calle principal, y que las mujeres y niños fueron llevados a la iglesia al final de la calle. Solo un niño de 8 años consiguió escapar con vida.
La historia cuenta que allí fueron quemados vivos. Pocas cosas quedaron a salvo en el templo, como el confesionario en el que, según parece, algunas mujeres aterrorizadas trataron de esconder a sus bebés.
Todavía hoy, algunos historiadores revisionistas tratan de negar estos hechos o acusan a los habitantes del pueblo de colaboradores con la resistencia antifascista como excusa para la matanza. También de haber sido ellos mismos quienes volaron la Iglesia. Las mismas mentiras que, a lo largo de la historia, los represores han usado para justificar la barbarie y enturbiar la verdad.
Como en España, el tiempo corre a favor de los que aún hoy niegan su responsabilidad en aquella masacre. Pero, a diferencia de Francia y del caso de Oradour-sur-Glane, que el gobierno francés mantiene como ejemplo de lo que nunca se debe repetir, en España, amparados por la justicia en muchas ocasiones y por el poder político en otras, los negacionistas de la memoria siguen campando a sus anchas, imposibilitando el derecho de cientos de miles de represaliados de nuestra guerra civil a ser recordados como merecen.
Las imágenes de un pueblo devastado y masacrado por el fascismo están ahí, como símbolo para la sociedad de hasta donde pueden llevar el odio y la sinrazón. Contra el olvido, es necesario pelear por mostrar las páginas de una historia que algunos quieren pasar en su propio beneficio.
A. M.
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