miércoles, 7 de octubre de 2020

ARTE...MARTA MINUJÍN


Marta Minujín: “El arte es terapéutico. Transforma la angustia en algo vital”
Para enfrentar sus miedos la artista más popular de la Argentina trabaja desde mayo en la creación de Pandemia, su primera obra en blanco, negro y gris


Esta obra simboliza el impacto emocional que me causa hablar de muerte todo el tiempo. Hacerla es una hazaña, un desafío, pero va a ser histórica”, dice Marta Minujín, la artista más popular de la Argentina, sobre Pandemia: la pieza “transpsicodélica” en la que trabaja desde mayo entre cinco y seis horas por día.
“No hago nada más que esto. El arte es terapéutico, transforma la angustia en algo vital. Cuando termino estoy genial, hasta la cara me cambia”, asegura en diálogo  al explicar el largo proceso que la llevó a pegar más de 15.000 tiras con pequeños cuadrados pintados en blanco, negro y siete tonos de gris en una tela que supera los dos metros de alto y ancho. Cuando finalice esa tarea, la obra se completará con el movimiento que aporte la proyección de la imagen de esa misma trama sobre el bastidor.
Atrás quedaron los colores flúo con los que solía repetir esa operación para calmar sus nervios mientras construía la obra más desafiante de su larga carrera: el monumental Partenón de libros prohibidos, que instaló en la Documenta de Kassel en 2017, recreación de aquel otro montado sobre la avenida 9 de Julio para celebrar el retorno de la democracia en 1983. No hay nada que celebrar ahora, mientras el país y el planeta atraviesan una de las peores crisis de la historia como consecuencia del coronavirus.
“Lo peor es tener miedo”, dice la reina del arte pop, que llegó a hacer una performance con Andy Warhol e incluso a presentarla semanas atrás en una versión de realidad virtual. Miedo a que se enferme alguien cercano o ella misma, a los 77 años, pero también a detenerse. “Si no trabajo me muero”, había advertido al comienzo de la cuarentena, cuando se vio obligada a reinventar su intensa rutina.
En tiempo récord apeló entonces a su cuenta de Instagram (@martaminujin) para repasar ante más de 160.000 seguidores los hitos su carrera. Tal como lo haría también el 4 de junio al apoderarse por un día de la cuenta del Malba (@museomalba), que le dedicó una retrospectiva hace una década, ofreció una visita guiada virtual que abarcó desde la quema de sus obras en su primer happening en París, en 1963, hasta sus instalaciones con colchones, el Obelisco acostado que presentó en la Bienal de San Pablo de 1978 –cuyo registro fotográfico integra ahora en la galería Rolf Art la muestra Pensar todo de nuevo, curada por Andrea Giunta– o la recreación de La Menesunda en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y en el New Museum de Nueva York.
Aquella obra que había montado con Rubén Santantonín en 1965 en el Instituto Torcuato Di Tella, pionera en el rol participativo que proponía al público, iba a presentarse este año en la Tate Liverpool como parte de la primera muestra individual de Minujín en Gran Bretaña. Pero la pandemia cambió todos los planes hasta nuevo aviso.
“Hacer proyectos como La Menesunda es lo que más extraño”, confiesa la artista, mientras se lamenta de otra inauguración que quedó pendiente: la de la muestra prevista en la Fundación Santander. En la terraza del edificio ubicado sobre Paseo Colón al 1300, en el Distrito de las Artes, planea instalar una reproducción en hierro de su propia cabeza, gigante, donde invitará a contestar preguntas formuladas por una computadora.
“Se iba a inaugurar ahora”, se queja, aunque sin dejarse vencer por los obstáculos. La perseverancia es lo suyo: así como logró reunir 55.000 libros de todo el mundo que alguna vez fueron censurados para levantar su Partenón de tamaño real en Kassel, acaba de iniciar los trámites para construir con financiación de Mecenazgo otra cabeza gigante destinada al espacio público.
“El arte en el exterior va a venir muy bien, y lo puede disfrutar todo el mundo”, señala Minujín sobre la etapa poscuarentena, ya programada con proyectos al aire libre impulsados por museos para prevenir contagios en espacios cerrados. El suyo, aún sin destino definido, se titula La catedral del pensamiento vacío. “Es una cara cortada del David de Miguel Ángel –explica–, de 18 metros de ancho y construida en cemento, con agujeros para sentarse y música. Por la noche se lava con agua, para evitar que alguien duerma ahí. Está pensada para que quede para siempre, como el lobo marino que hice en Mar del Plata”.
Claro que la expresión “para siempre” suele ser apenas un deseo en la Argentina, donde muchas esculturas fueron vandalizadas en los últimos meses. En agosto, cuando los vecinos de Retiro y Recoleta alertaron sobre los crecientes robos de piezas de bronce, Minujín recordó desde Twitter que hace ya un año desapareció la bandera de las Naciones Unidas de su escultura Venus de Milo fragmentándose, instalada en la intersección de la Avenida del Libertador y Ayacucho para conmemorar el Día de los Derechos Humanos.
En las redes sociales encontró otro tipo de “espacio público” virtual, que le permite acercarse a uno de sus principales sueños: que el arte llegue a todos y se integre en la vida cotidiana en forma de actitud creativa. Como cuando se pone máscaras de animales y baila mientras trabaja, lo filma y lo publica en Instagram para llegar incluso a quienes “no saben leer”. “Siempre me gustaron las máscaras, porque te liberan –opina–. Me divierte y divierto a los demás, me mantiene viva”.
“Crear o morir”, posteó hace un mes junto a una foto con Alberto Greco, su “amigo más amigo”. “Por su influencia comencé a ser informalista, yo tenía 16 años y me cambió la vida”, contó, días antes de compartir una de las obras de aquella época que hicieron juntos y que encontró en su taller de San Cristóbal. “Y acá estamos: todos, todos, todos, el mundo entero con barbijo, en esta pandemia como nunca se vio -publicó esta semana mientras filmaba su obra en proceso-. Todos en lo mismo, todos aislados, todos juntos por este virus terrible que acá está, representado en los miles de inventos que tenemos que hacer para socializar y no estar solos, solos, solos”.

C. CH.

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