Te espero en la oscuridad Domingos, a las 21.15. Teatro Metropolitan, Av. Corrientes 1343.
El cuarto de Verónica Martes, a las 21 (reestreno en octubre) Teatro Metropolitan.
Silvia Kutika. “La juventud es divina, es bárbara, pero el espíritu vale más”
Acaba de estrenar Te espero en la oscuridad y en simultáneo continúa encabezando el elenco de El cuarto de Verónica
Texto Pablo Mascareño | Foto Mariana Araujo
Silvia Kutika parece estar decidida a hacer del suspenso macabro un género instalado en los escenarios porteños. Luego de la muy buena repercusión de El cuarto de Verónica, pieza de Ira Levin que se estrenó en Broadway en la década del setenta, la actriz acaba de estrenar Te espero en la oscuridad, material escrito por Frederick Knott, estrenado en 1966 y cuyo suceso en Nueva York, con el protagónico de Lee Remisk y Robert Duvall, impulsó la producción del film icónico en la trayectoria de Audrey Hepburn, con dirección de Terence Young.
Ambas piezas se presentan en la sala del Metropolitan 2 con el mismo equipo creativo, con Virginia
Magnago a cargo de la dirección y un elenco en el que Kutika está acompañada por Fabio Aste, Adrián Lazare, Fernando Cuellar, Camila Barberis y Jorge Almada. La música, de gran valor estético y metafórico, pertenece a Martín Bianchedi.
En Te espero en la oscuridad, Silvia Kutika se convierte en Susan Hendrix, una mujer no vidente con residencia en Nueva York. Cuando su marido decide llevar una pequeña muñeca a su casa, se desata una trama de intrigas en la que tres hombres buscarán ingresar a la vivienda bajo cualquier pretexto para poder dar con el objeto que encierra un verdadero misterio.
En Buenos Aires, figuras como Narciso Ibáñez Menta y Daniel Tinayre han sido responsables de temporadas memorables del género macabro. Quien fue el marido de Mirtha Legrand comandó los destinos de El segundo disparo –con Thelma Biral–; Luz de gas estuvo a cargo del recordado Marcelo Lavalle y protagonizada por Myriam de Urquijo.
Cuando la actriz era una niña, una tía la llevó al cine a ver una película de terror. Al terminar la proyección, lejos de amedrentarse, dijo, anticipatoriamente, “quiero hacer esto”. No sólo cumplió el deseo de la actuación, sino que hoy es una fiel representante de un género que gana oscuridad en los puntos suspensivos que va proponiendo el relato. “También me encantan los libros de terror y suspenso”.
–En este género, lograr la credibilidad en escena es muy complejo.
–Es un desafío tremendo, es muy difícil de contar, por eso se trata de un desafío muy interesante.
Al ser su personaje una mujer no vidente, Kutika tuvo que entender el modo de habitar el espacio que poseen los ciegos y el sentido de ubicación y distancia que puede verse tergiversado ante la falta de visión: “La directora Virginia Magnago me hizo ensayar mucho con los ojos vendados”.
–¿Cómo fue esa experiencia?
–Al principio, perdía la noción del espacio, necesitaba a alguien que me sostuviera. A veces, la directora me preguntaba si sabía en qué parte del escenario estaba y yo le respondía diciéndole el lugar exactamente inverso al que me encontraba. Fue muy difícil entender la percepción del espacio.
Kutika apela a una posición de la mirada de manera alta y recta y, en el proceso creativo, recurrió a artilugios como contar pasos, escuchar las pisadas de sus compañeros y los sonidos del ambiente. “Al principio bajaba la mirada, no me salía mirar al horizonte. Siempre intento no fijar la mirada en mis compañeros, una forma de desafiarme, de no estar cómoda”. Como en todo desarrollo creativo, también la angustia fue parte del trabajo: “Llegaba a casa y me ponía a llorar delante de Pipo (el actor Luis Luque, su marido), le decía que no iba a poder, pero él, con su palmadita, me respondía que ya estaba pudiendo, que todo era parte del proceso”, dice.
–En los materiales aparecen los personajes más oscuros desde un lugar de cierta humanidad, lo cual los convierte en más inquietantes.
–Es que hasta un asesino tiene una familia y ciertos vínculos de afectos.
–El villano sin matices es un mohín.
–Es que no existe el bueno buenísimo o quien es solo malísimo. Los seres humanos tenemos todos los condimentos y elegimos cuál usar.
La actriz recibe a en su casa la nacion del barrio de Chacarita. “Esto es un oasis”, dice Kutika. No miente. El empedrado de la calle comulga muy bien con esa casa enmarcada por una persiana que esconde un viejo local, hoy convertido en el amplio living de la propiedad que comparte con su marido.
“Cuando nos mudamos, vino un vecino a pedirnos entrar, porque en el patio de la casa se reunían para los bailes de carnaval”, explica la actriz, quien recuerda que aquel hombre no pudo contener las lágrimas al volver a ingresar a esa casa “chorizo” centenaria, donde las plantas son protagonistas, resabios de la vocación de Kutika por la biología. “Cada tanto me hago un curso en el botánico o en Agronomía”, cuenta.
Objetos y muebles con historia. Nada está por azar. “Acá funcionó una peluquería y una carnicería. Los pisos originales son calcáreos, no se los puede lustrar porque se les borraría el dibujo”. Se acerca el mediodía y hace su ingreso Luis Luque desde la calle. Trae el almuerzo y pregunta cuánto falta de entrevista para poder ir encendiendo las hornallas, pero, intuyendo que resta un rato, se va a su estudio, donde realiza artesanías y hace música, a leer el diario.
En Te espero en la oscuridad, Luis Luque bien podría interpretar alguno de los roles masculinos. Su eximia capacidad interpretativa y su porte dialogarían acertadamente con la tensión que establece el material. “Nos conocimos trabajando juntos, pero, en ese momento, no nos enganchamos como pareja”. Aquel proyecto fue la telenovela Lucía Bonelli, protagonizada por Analía Gadé. Pasaron ocho años y ambos fueron convocados para trabajar en Primer amor, otra ficción diaria, esta vez con Grecia Colmenares al frente del elenco. “Ahí nos enganchamos como pareja”. La actriz Alejandra Darín, compañera de ambos, ofició de Celestina. Luego llegó la historia de
Cartoneros, la tercera oportunidad en la que compartieron la actividad. “Nos llevamos bien, trabajamos contentos, pero es cierto que estar las veinticuatro horas pegados y hablar de lo mismo todo el día es medio aburrido”.
–¿Nunca hubo una discusión que se llevó al set?
–Sí, claro. Estábamos haciendo Cartoneros y llegamos a grabar enemistados porunadiscusiónquehabíamostenido en casa, pero tratábamos de disimular ante los compañeros. Al mediodía fuimos a almorzar y nos dijimos “ya pasó”, “ya está”, y nos seguimos divirtiendo. A los dos nos gusta trabajar en grupos donde hay buena energía, no nos interesan los chismes ni las rispideces entre compañeros. En lo personal, estoy vieja para engancharme en esas cosas. Pipo siempre dice que todos somos únicos, que el ego hay que cajonearlo, porque nadie puede hacer lo de uno, ni uno puede hacer lo de la otra persona.
–No son competitivos entre ustedes.
–Para nada, es muy lindo ver al otro potenciado. Nos pone muy contentos cuando la gente saluda al otro.
–Nunca se te vio involucrada en chismes de la farándula.
–Para nada, y a Pipo tampoco. Mis padres me hablaron mucho, mis amigas siempre me alertaron con un “guarda con lo que vas a hacer o decir”. Es muy sano tener un entorno que no tiene nada que ver con el medio. Cuando fui mamá, me cuidé aun mucho más de no meterme en problemas. Cada uno elige qué contar, dónde meterse. Siempre supe que metiéndome en escándalos no me iba a sentir cómoda, no es mi naturaleza. Si van a hablar sobre mí, elogiarme o criticarme, que sea por el trabajo y no por mi vida personal.
–En televisión no se te ve demasiado.
–Voy a algunas entrevistas, pero los actores no tenemos mucho espacio para contar sobre nuestro trabajo.
–El teatro es un refugio ante la falta de producción televisiva.
–Es increíble lo que sucede, la calle Corrientes está explotada y los teatros independientes se llenan.
Ser o no ser
Nació y se crio entre Wilde y Don Bosco, zona de casitas residenciales del sur del conurbano bonaerense. Estudió en el colegio San José de Quilmes, donde forjó amistades que aún persisten. Los veranos los vivió en el Club Don Bosco, “era una segunda casa”. Allí disfrutó de carnavales y kermeses. Creció junto a Margarita y Víctor, sus padres, y un hermano, recibido de ingeniero en telecomunicaciones, que luego se radicó en Brasil.
La vocación matriz de Silvia Kutika fue la biología, carrera que cursó hasta cuarto año en la Universidad Nacional de La Plata: “Cada tanto, Pipo me sugiere que termine la carrera”.
–¿Cómo llegás al mundo de la actuación?
–La historia es extraña, nunca encontramos explicación a por qué mi viejo me anotó en el concurso Miss Siete Días.
Ese arranque de su padre implicó que un verano la familia rompiera con la tradición de ir de vacaciones a un paraje poco frecuentado de la provincia de Córdoba, y se instalara en la bulliciosa Mar del Plata. “A mi viejo, que era matricero, se le ocurrió ir a la playa, en busca de los fotógrafos y periodistas que elegían a las chicas para Miss Siete Díaz, algo insólito. Con mi mamá le seguimos el juego y aprovechamos para conocer el mar”.
–¿Encontraron a la gente que hacía las fotos?
–Sí, hice la producción y un tiempo después me llamaron para anunciarme que había llegado a la final y que tenía que practicar cómo caminar en una pasarela.
Sorpresivamente, la joven estudiante de biología quedó elegida como Primera Princesa. “De ahí me mandaron a un reinado panamericano en Colombia, donde fui elegida reina. Aquello sucedió en Cali, donde hasta me designaron un chaperón para que me cuidara”. Fue el espaldarazo para un sinfín de avisos y publicidades.
–¿Cuándo llega la actuación?
–Ya siendo reina, me llamó el secretario de Juan Carlos Calabró para preguntarme si me animaba a participar en un sketch de su programa. Le aclaré que no era actriz, pero él me aseguró que sería algo sencillo, que lo podía hacer bien. De ahí me propusieron asistir a un casting para participar en una película de Sergio Renán.
–¿Quedaste en la película?
–Sí, y me impulsó a comenzar a estudiar teatro.
Aquel film fue Sentimental, réquiem para un amigo. Carlos Moreno y Lito Cruz fueron algunos de sus maestros, los que terminaron de confirmarle el camino: “Meterse en un mundo de“Nuestro bienestar no tiene que ver con el afuera, sino con cómo estamos por dentro”
“Si van a hablar sobre mí, elogiarme o criticarme, que sea por el trabajo y no por mi vida personal”
“Es muy sano tener un entorno que no tiene nada que ver con el medio. Cuando fui mamá, me cuidé aun mucho más de no meterme en problemas”
Exploración de vidas ajenas me resultaba interesante, me hacía acordar a las investigaciones de laboratorio de la biología”.
La actriz es madre de Santiago, fruto de su relación con Darwin Sánchez, ya fallecido; pero no duda en decir varias veces “nuestro hijo”, en relación con su pareja con Luis Luque. “Santi es hijo biológico de Darwin, pero nos separamos cuando el nene tenía tres años y cuando cumplió los seis empecé a estar con Pipo. Formamos un triángulo”, relata.
Reconoce que “Santi habla de Pipo como su papá”. Una anécdota pinta cabalmente el vínculo establecido: “Estando yo de gira y con el papá de Santi internado, Pipo se encargó de acompañarlo a verlo y de pedir los partes médicos. Una noche, me llama al hotel donde estaba alojada y me dice que ‘acaba de pasar algo muy loco’. Pipo, hablando con un enfermero, le dijo: ‘Mi hijo tiene que ver a su papá’. Estaba muy afligido, lo tuve que calmar. Por otra parte, no era más que la verdad, porque Santi habla de sus dos papás”. Santiago hoy les dio un nieto de poco más de un año. “Faustino nos agarró en otra etapa, lo mimamos mucho”.
La actriz recibe a a cara lavada, la nacion algo que dice mucho sobre ella, todo un símbolo de su relación con el paso del tiempo: “Quisiera ser útil para hacerles entender a las chicas muy jovencitas que todo pasa por otro lado, no puede ser que los padres apoyen cirugías estéticas en nenas”.
Kutika, de 67 años, entiende que “nuestro bienestar no tiene que ver con el afuera, sino con cómo estamos por adentro. El paso del tiempo es una lucha perdida, tendrías que morirte a los treinta años para que te recuerden joven. Además, cuando más cirugías te hacés, se nota peor”, dice.
–¿Te has hecho alguna cirugía?
–No, uso cremas y me hago masajes. Lo que ves es lo que soy. El paso del tiempo es maravilloso, te da mas reflexión, te hace no darle bolilla a lo que no tiene importancia, no hay tiempo para perder en lo que no vale la pena, en estupideces. La juventud es divina, es bárbara, pero el espíritu vale más. Si querés parecer más joven es porque hay algo en el presente que no estás resolviendo, que no mirás, y necesitás ir para atrás. Hay que liberar el pasado, ir liviano de cargas y disfrutar el hoy.
La construcción de la sabiduría acaso también resida en esos dolores que la marcaron fuerte: “Una enfermedad de mi viejo fue una de las peores cosas que pude atravesar”.
–¿Cuándo sucedió?
–Arrancó cuando yo tenía once años y terminó con su muerte en 2001. Fue una enfermedad mental, la verdad es que nunca hablo sobre eso.
–¿Qué edad tenía él cuando se manifestó su dolencia?
–A los 45 años tuvo un brote psicótico tremendo, pobre... Aquello fue algo que marcó mi vida absolutamente, de lo más doloroso que me tocó transitar y siendo muy niña. Lo internamos muchas veces. Lo que sucedía era que, cuando se iba sintiendo mejor, dejaba la medicación, entonces aparecían las recaídas. Pobre viejito, tenía una gran sensibilidad. Un médico nos dijo que, justamente, son enfermedades que atraviesan las personas muy sensibles. Era un ser superior, un bufón de una enorme inteligencia, pero se topó con un mundo que no comprendía o que no le interesaba.
Para finalizar, la actriz reconoce que ese mundo tantas veces hostil para muchos puede ser recortado de muchas formas. En la obra Te espero en la oscuridad, un planteo existencialista la conmovió y la llevó a escoger el material: “Mostrar la lucha entre el bien y las oscuridades del mal me parece muy valioso”
Te espero en la oscuridad Domingos, a las 21.15. Teatro Metropolitan, Av. Corrientes 1343.
El cuarto de Verónica Martes, a las 21 (reestreno en octubre) Teatro Metropolitan.
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