La religión y el vino: de misa, kosher, biodinámico, vegano
By Diego Bigongiari
Quien suscribe es agnóstico y racionalista y como tal respeta con mayor o menor incredulidad todas las creencias (¡exclusión de terraplanistas!) en tanto no interfieran con la vida de no creyentes y no procuren imponer verdades religiosas: si ello sucede, se vuelve ateo flamígero y combate a quienes desean forzar a los demás a tomar sus creencias como verdades reveladas o demostradas. No tiene nada que objetar a quienes creen que es bueno tomarse el trabajo de elaborar vinos misales, kosher, biodinámicos o veganos. Ni a quienes los beben con mayor gusto porque son mejores para su espíritu, aunque no sean mejores cualitativamente o distinguibles en una cata a ciegas. En general, al menos los de misa y los kosher, son más caros que un vino impuro y por lo tanto, inferiores en relación calidad-precio irreligiosa.
El vino de misa es el más laxo de los vinos religiosos. Debe ser de Vitis vinifera y, según el Código de Derecho Canónico,“natural, del fruto de la vid, y no corrompido. No se puede agregar ningún aditivo ni conservante”. Si no hay vino de misa a mano, cualquier otro puede funcionar. Cosa extraña por simbolizar la sangre de Cristo, puede ser blanco o tinto y generalmente es dulce por dos razones: para hacer más fácil su ingesta –aguado– en una misa matinal y para que el vino descorchado y bebido en pequeños sorbos dure más. Cuando los Estados Unidos enloquecieron entre 1920 y 1933 con la 18ava. Enmienda que prohibió el alcohol, la cosa se complicó bastante para la elaboración del vino sacramental en las bodegas californianas. Que sin embargo tuvieron un crecimiento inaudito: la producción de vino de misa aumentó 700% y desde arzobispos hasta curas participaban en la venta clandestina de vino de misa para consumo doméstico aunque también hubo robos en iglesias y hasta asesinatos de curas por causa del vino. Nunca probé vino de misa ni vi una botella en el comercio.

El vino kosher es más estricto. Para comenzar, desde el prensado de las uvas hasta el embotellado, debe ser elaborado por judíos observantes del Sabbath. Basta que un judío no observante o un gentil participen en el proceso, el vino se torna impuro. También si lo toca un idólatra (hay rabinos que discuten si los cristianos son idólatras) pero con una curiosa salvedad: si el vino es hervido o termovinificado, se conserva kosher aunque un idólatra lo toque. Este tipo de vino, llamado mevushal, se suele servir en restaurantes kosher para que un camarero no judío observante pueda tocar la botella. Hay también vinos kosher para la Pascua hebrea, que no tienen que haber tenido ningún contacto con nada que contenga levaduras o con granos, cereales y legumbres.

Para que un vino sea kosher, además de los judíos observantes que lo elaboran, hace falta un mashgichim que no necesariamente debe ser un rabino (aunque con frecuencia lo es) que supervisa todo el proceso. El mashgichim debe ser judío, observante del Sabbath, del Torah, del kosher y temeroso del Cielo: el presidente Milei pega en el poste. La mayoría de éstos son varones ortodoxos, pero entre los judíos liberales o progresistas hay cada vez más mujeres, llamadas mashgichot. Por aquello de que donde hay dos judíos hay tres opiniones, existen rabinos estadounidenses que sostienen que prácticamente todo el vino actual es kosher ya que es producido por máquinas en forma automática. También están los otros, que piensan que todo producto kosher debe venderse con doble envoltorio hermético e incluso ser transportado en modo kosher. En Estados Unidos, el vino kosher solía ser elaborado con uvas Concord no viníferas, un asquito. Pero desde hace ya algunas décadas, al igual que en Israel, se comenzó a producir vino kosher con uvas de calidad para lograr buenos vinos. Probé algunos, israelíes y estadounidenses, todos tintos, y si bien no eran malos vinos tampoco poseían virtudes (más allá de las religiosas, imperceptibles para mí) que justificaran el diferencial de precio. Porque el mashgichim o la mashgichot, el rabino o la agencia de certificación kosher cobran por su servicio purificador pero no necesariamente mejorador del vino.
En la religión antroposófica fundada por Rudolf Steiner a principios de siglo XX, entre sus varias ramas que van de la arquitectura a la medicina y la enseñanza, existe una práctica esotérica llamada agricultura biodinámica que tiene creyentes dispersos por todo el planeta, algunos de los cuales son también productores de vino. Cabe no confundir a estos espíritus religiosos o esotéricos con los cultivadores orgánicos que pueden ser racionales y empíricos en su rechazo al empleo de agroquímicos. Quienes siguen a la pseudociencia biodinámica la denominan “filosofía” y pretenden hacer “investigación” cuando en realidad se trata de una construcción verbal basada en aporías, sofismas y falacias que nunca nadie demostró empíricamente, ni siquiera el propio Steiner que las enunció sacándolas de su cabeza y encargando a los agricultores que se ocuparan de demostrarlas.

En Argentina hay una docena de estas bodegas creyentes y un total de medio millar de hectáreas cultivadas con los criterios que exige la certificadora Démeter, que bien se hace pagar por controlar que los devotos abonen la tierra con BD500 (cuerno de vaca que amamanta relleno de bosta de la misma vaca, enterrado durante 6 meses con la punta arriba), BD501 (cuerno de vaca relleno con polvo de cristal de cuarzo y agua de lluvia), BD502 (vejiga de ciervo rellena de flores de milenrama secadas al sol todo el verano), BD503 (chinchulín de vaca lleno de flores de manzanilla secas, enterrado durante 6 meses), BD505 (cráneo de vaca relleno de corteza de roble molida, enterrado 6 meses) o BD506 (mesenterio vacuno relleno de flores de diente de león, cosido y enterrado en luna menguante), etcétera. Todo ello resulta grotesco para un escéptico no creyente, pero los productores de vino biodinámicos se lo toman muy en serio: me pregunto si realmente creen en ello o lo hacen sólo por moda y marketing. Es que cuesta creer que personas educadas apliquen no sólo los estrambóticos preparados citados arriba, sino que además sigan las fases de la luna y otros astrales para elaborar sus vinos y se atrevan a poner el sello o dicitura biodinámico en su botella, sin sentido del ridículo. También sorprende que no se molesten en indagar acerca de los resultados de su fe vinífera: jamás nadie demostró ninguna diferencia entre un vino biodinámico y otro orgánico o no orgánico, porque como es obvio ni los cuernos de vaca ni la luna o las estrellas tienen un pomo que ver con el vino.
Finalmente está el veganismo, otra creciente religión o práctica esotérica seudocientífica que se autodefine “filosofía” y desciende del más racional vegetarianismo. Esta moda también ha llegado a los vinos, donde el uso de substancias de origen animal es mínimo y marginal. Pero los productores oportunistas que quieren añadir el sello de certificación vegano a su contraetiqueta (hay ya varios en Argentina) tienen que demostrar que hacen su vino sin uso de gelatina (que es el clarificador más eficaz para el vino, 30 gramos alcanzan para 4 mil litros), caseína o albúmina de huevo (clara de huevo) ni tampoco carbón activado de origen animal, que es más eficaz que el vegetal. Es decir: los únicos animales que intervienen en la elaboración del vino son los humanos, que a veces no se comportan como animales racionales.

Excluidos los terraplanistas a los que no tolero en ninguna salsa, por mí cada uno es libre de creer en lo que quiera. Obviamente no se puede ser vegano y biodinámico por aquello de la bosta, los cuernos y los chinchulines. Ignoro si se puede hacer vino kosher biodinámico y no me interesa saberlo. Pero hacer vino de misa vegano sería del todo contradictorio, ya que el producto es la sangre del mismísimo Cristo.
Al menos todos ellos comparten su amor por el vino. Piénsese que, también por razones religiosas (Islam, hinduísmo y algunas iglesias cristianas) o gusto personal, la mitad de la humanidad no bebe vino… ni otro alcohol. Peor aún, hay creencias religiosas, similares en esto a los veganos extremistas, que creen que se debe luchar contra el vino y el alcohol.
En un mundo ideal, toda vinificación debería ser asunto excluyente del enólogo y como mucho el productor. Ni siquiera los de marketing con sus desaforadas creencias paganas deberían opinar.
Colofón: desde que publiqué esta nota en cuyo título aparece la palabra kosher y cuyo contenido explica cómo se hacen dichos vinos, en los comentarios de mi fan page Diego Bigongiari aparecieron cinco posteos: un mensaje nazi de un tal Darío Mustaff que borré y reporté al igual que el de un tal Marcelo Balcaza que sólo por que el título decía “kosher” puso una foto de Netanyahu travestido de Hitler y un “aguante Palestina carajo!”. También borré y bloqueé al nazi Juan Manuel Herrera, un asqueroso que atrevió a preguntar “¿ese vino tiene gusto a sangre de niño palestino?”. También recibí un mensaje antisemita de una tal Roka Mignone que dejé allí para que se pueda apreciar el nivel mental de esa gentuza. La tal se pregunta: “¿porqué tanta propaganda judía últimamente?” demostrando que ni siquiera leyó el artículo o si lo leyó, no entendió nada. Otro antisemita que tuve que reportar, borrar y bloquear es un tal Fabio Barrera quien tuvo el coraje de postear una imagen de Cristo apagando con matafuegos una menorá y la dicitura “éste es el camino”. Es claro que los nazis y antisemitas para mí están junto a los terraplanistas. Escoria frente a la cual hay que ser intolerantes.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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