Nuevo clima de época: recesión con ilusión
Guillermo Oliveto
La tensión temporal se consolida como el elemento crítico y central para interpretar la tumultuosa realidad en la que estamos inmersos. De ese nodo, donde presente, pasado y futuro colisionan y luchan por dominar el sentido, no cesan de brotar paradojas. En cuestión de semanas, pasamos con vértigo del consumo con depresión a la recesión con ilusión. Aparentemente contradictorias y, por lo tanto, paradójicas, ambas concepciones son cara y reverso de la misma moneda.
Estas verdades, que por lucir tan inesperadas como ilógicas se llevan mal con lo conocido o lo creíble, generan confusión. La sucesión de disrupciones que abruma y tiene en jaque al sistema está poniendo en crisis el marco interpretativo. Simplemente, no se entiende lo que sucede. Y cada nuevo dato que surge agudiza la perplejidad.
Muchos se preguntan cómo es posible que con una contracción de la economía real tan abrupta y evidente como la que se vivió durante enero, el Presidente tenga una imagen positiva del 57%, de acuerdo con la última encuesta de opinión publicada la semana pasada por Aresco. En la misma línea se ubica el índice de confianza en el Gobierno que presentó la Universidad Torcuato Di Tella para febrero: 2,57 puntos, en un gradiente que va de 0 a 5 puntos. Es medido desde hace años por una encuesta nacional de Poliarquía. Ese valor llevado a una escala de 0 a 100 puntos equivale a decir que el 51% de la población cree en la gestión de Milei. Es más: utilizando la misma técnica, se concluye que el 62% de la sociedad confía en que el Gobierno tiene la capacidad para resolver los problemas del país, siendo su atributo más valorado.
Lo llamativo de este momento no es la violenta caída del consumo que reflejan los datos de enero. ¿Acaso alguien puede sorprenderse? Tanto los ciudadanos como los empresarios sabían que todo en la economía estaba crujiendo y que en algún momento “la carroza sería calabaza”. Podían dudar acerca del momento o quizá de la magnitud, pero no de la ocurrencia. El nivel de emisión monetaria, la aceleración de la inflación, la caída de reservas del Banco Central, la enorme brecha cambiaria, la necesidad de una devaluación, la deuda con los importadores y la volatilidad del dólar libre eran insostenibles. Sin importar quién triunfara en las elecciones.
Los argentinos son capaces de escuchar los tambores en la oscuridad de la selva. No fue nada casual que los consumidores compraran todo lo que pudieran antes de cada una de las instancias electorales de 2023. “No dejes para mañana lo que podés comprar hoy”, “si ahorrás, no llegás”, “perdimos el sentido de lo que valen las cosas”, “si no comprás hoy, no sabés si mañana te lo venden”, “la plata no sirve para invertir en nada, hay que gastarla toda”, eran algunas de las cosas que nos decían en los focus groups del año pasado.
Tampoco fue al azar que los fabricantes y los comerciantes se apuraran a vender, cobrar y cubrirse como pudieran. Todos corrían. El consumo se había transformado para unos y para otros en una carrera contra el tiempo. Era vox populi que, cito textual de nuestros estudios de mediados de 2023, “gane quien gane, acá va a haber un quiebre”.
Al asumir el nuevo gobierno, se tomó la decisión de poner el reloj en hora y sonaron las 12 campanadas. Asistimos ahora a la crónica de un final anunciado.
Aquella ilusión que una centennial en TikTok bautizó “fingir demencia”, y que fue utilizada como paliativo para tolerar una realidad opresiva y angustiante, previsiblemente se rompió. Nació con fecha de caducidad y se la vivió como una embriaguez meramente coyuntural y ansiolítica. Había consumo sí, pero sin horizonte. Con un salario formal promedio de apenas 470 dólares blue –valores similares a los de 2002– y una inflación que crecía de manera exponencial, tanto el mundo como los grandes bienes –casa, auto– quedaban demasiado lejos para demasiada gente. Especialmente los jóvenes. Una generación nacida y criada en la hipertrofia del deseo generada por el ecosistema tecnológico y la globalización. Todo corto plazo, todo vivir el hoy. Puro presente, sin futuro ni proyecto.
Tristeza, apatía, dolor, decepción, melancolía, impotencia, frustración y hartazgo constituyeron el abanico de los siete sentimientos oscuros entre los que deambuló la sociedad durante larguísimos y extenuantes meses. “La Argentina me duele”, fue el signo de esos tiempos, y la necesidad imperiosa de un cambio, la vibración de la época. “Esto así no va más”, “todo empeora todo el tiempo” y “me siento asfixiado”, los gritos silenciosos de la gran mayoría, independientemente de lo que votaran.
En ese entorno deprimente, los argentinos se consolaban comprando lo que podían, lo que había, lo que conseguían. Era un goce efímero que la realidad se encargaba de dilapidar una y otra vez. En esencia, un “consumo con depresión”.
Por otro lado, no es inesperado que un nuevo gobierno tenga la confianza de buena parte de la población a menos de tres meses de haber asumido. Lo que sí llama la atención y fuerza un análisis más hondo y denso es que ambas energías logren coexistir con tanta potencia. Si la realidad de hoy fuese un objeto, luciría tan intenso el resplandor de la recesión code mo el brillo de una nueva ilusión.
Ilusión que, en este caso, contrariamente a lo que sucedió en el pasado reciente, nace con la impronta de lo estructural. No se trata ya de “fingir demencia”, sino de volver a creer, de aferrarse a un imaginario futuro que se daba por perdido. La palabra esperanza reapareció en el discurso público después de varios años, a pesar de la abrupta y esperada restricción que se vive y se sufre en el presente.
La otra cara de la moneda: “recesión con ilusión”, ¿cómo se explica? ¿Es esta extrañeza sostenible? ¿Cuánto tiempo? ¿De qué depende?
Buscando responder estos y otros interrogantes, acabamos de realizar nuestra primera medición cualitativa del humor social en la era Milei, basada en focus groups con largas conversaciones de dos horas con ciudadanos de las principales ciudades del país. Todavía estamos procesando y analizando ese corpus de información que obligadamente debe leerse manteniendo un hilo de continuidad con todo lo que veníamos relevando en los años anteriores.
Y esta es la primera conclusión inicial: no se puede entender lo que ocurre si no tenemos una comprensión profunda de lo que sucedió no solo en la órbita de la economía cotidiana, sino especialmente en la dimensión moral y espiritual de las personas en aquellas tinieblas del shock 2020/2021. La génesis de este presente tan peculiar excede las variables clásicas del marco analítico habitual, sus raíces son de otro orden.
Estamos frente a uan fenómeno inédito, que produce hechos inéditos, porque se gestó en un momento absolutamente inédito. La tolerancia, la templanza y la esperanza actuales son hijas de ese dolor y aquel encierro que, en retrospectiva, la sociedad juzgó abusivos y, por ende, traumáticos.
La gente lo sabía y lo decía: “el ajuste es inevitable”. Votó siendo consciente de eso. Pero naturalmente una cosa es prever y otra muy diferente, vivir y sentir. Además, ha quedado demostrado con creces en diferentes momentos de la historia que los argentinos son mucho más hábiles para gestionar inflación que recesión. Dos factores claves que habrá que considerar en los meses por venir, al igual que la evolución de la inflación –estaría bajando más rápido de lo previsto inicialmente– y la tasa de desempleo, que podría volver a subir en el segundo trimestre, cuando los economistas calculan que se daría el piso de la recesión.
Matices de los que “la ven”
Nuestros hallazgos primarios coinciden con lo que muestran los datos duros de las encuestas. Hay una mayoría de la población que eligió, y elige creer. Utilizando la semántica del propio gobierno: que “la ve”. Obvio, no son todos. Pero sí muchos. Oscilan entre el 50% y el 60% de la población. Hay que señalar que entre aquellos que “la ven” hay matices, diferencias por edades y por niveles sociales. No es un colectivo social homogéneo, aunque sí aglutinado por la ilusión, por la recuperación del sentido, por la estimulante visualización de un nuevo amanecer y por volver a encontrar respuestas a esa pregunta tan fundamental en la intimidad de los seres humanos que estaba huérfana y vacía de significado: “¿para qué?”.
En el resto que “no la ve”, la ideología es el gran factor de cohesión. Aunque vale la pena señalar que tampoco se registra allí una estructura monolítica.
Insisto: para una contracción del consumo que, al menos en enero, tuvo “magnitud 2002” es un dato que “quema los manuales”. Descartar la hipótesis de que acá está ocurriendo “otra cosa”, algo diferente de lo que vimos y vivimos hasta ahora, puede resultar peligroso. Del mismo modo, siempre es arriesgado subestimar la complejidad.
Por sus características intrínsecas, los entramados de múltiples nodos cuyos flujos se influencian y retroalimentan entre sí presentan una configuración que los vuelve mutantes, al menos como una latencia posible.
“Recesión con ilusión”, para el adn de la argentinidad que conocimos hasta acá es un oxímoron, un contrasentido lógico, una paradoja difícil de procesar. Tan real como enigmática.
Para analizar su devenir habrá que decodificar muy bien la tensión temporal entre un pasado que opera como un recuerdo cercano y que legitima el esfuerzo actual, un presente que promete ser aún más arduo durante los próximos meses y un futuro que volvió a iluminar el alma de millones de argentinos. Con pragmatismo, en su discurso del 1º de marzo, que midió 51 puntos de rating, algo también inédito, sobre el final, el Presidente le pidió a la sociedad dos cosas: confianza y paciencia. Resultarán vitales.
En el ejercicio de reflexión permanente que tenemos por delante será imperativo tener buen juicio, lo que necesariamente implica despojarse del prejuicio. Y combinarlo con la prudencia y la madurez. Al fin y al cabo, de eso se trata pensar, y actuar, con sensatez.
Cómo es posible que con una contracción de la economía real tan abrupta el Presidente tenga una imagen positiva del 57%
La tolerancia, la templanza y la esperanza actuales son hijas de ese dolor y aquel encierro
Para analizar el devenir habrá que decodificar muy bien la tensión temporal entre un pasado cercano, un presente arduo y un futuro que volvió a iluminar el alma
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La clase media busca cómo llegar a fin de mes
Las familias cortan servicios, se pasan a planes más baratos y cambian de marcas.
Silvina Vitale
Es sábado temprano por la mañana; Virginia S. desayuna ligero y sale a la calle con el carrito de compras. Se trata del día de los descuentos con las aplicaciones de sus bancos y lo espera toda la semana. “Ayer me hacían falta huevos, pero me arreglé con lo que tenía porque hoy tengo 40% de descuento en la feria, me llevo un maple y me sale mucho más económico. Lo mismo para la verdura y la fruta, espero los sábados, que es el día que tengo rebajas”, dice la vecina del barrio porteño de Villa Urquiza, madre de dos adolescentes.
Su esposo la secunda y se reparten las compras; él va a la carnicería, que también ofrece promociones para llevar carne y pollo para unos días. “Con mi marido vamos viendo los días de descuentos con cada banco o aplicación para aprovecharlos. Se terminó eso de una compra grande en un solo lugar, ya no nos alcanza, vamos buscando las ofertas”, explica. Y agrega que en algunos rubros dejó de comprar primeras marcas: “Por ejemplo, compraba un pan lactal que aumentó un 400%; lo mismo el café, que se fue por las nubes. Me es imposible consumir como antes, si bien busco calidad lo más posible, me fui a marcas más económicas”, detalla.
El relato de Virginia refleja la situación que vive la clase media argentina hoy con el aumento de precios y la caída del salario, que representan un combo difícil de afrontar. En los últimos meses, la aceleración de la inflación hizo estragos en los bolsillos y se complicó sostener los gastos fijos. Es por eso que los consumos se empezaron a revisar con lupa, y actualmente el ajuste y el diseño de estrategias para hacerle frente a la crisis están a la orden del día.
La premisa es ahorrar todo lo posible; sin embargo, en un contexto donde todo está en revisión, parece que el único consenso reside en que el colegio de los chicos no se toca. El cambio de escuela aparece como última opción y los padres recurren a sus ahorros o buscan ingresos extras para mantener a sus hijos en las instituciones que los forman. En todo lo demás, agudizan el ingenio para ajustarse.
Judith Verónica El Ali vive en Villa Mitre con su familia y reconoce que con la crisis tuvieron que recortar por todos lados. “La cuota de la facultad de mi hijo y el club y gimnasio de mi hija los mantenemos, pero después revisamos todos los gastos”, dice. En esa línea, cuenta que dio de baja las plataformas de streaming que usaba y también sacó el cable. Y añade que además recortó en la nafta: “Antes cargaba la mejor de una de las distribuidoras y ahora cargo la mejor de otra, que es más barata, pero también es buena.
Desde hace once años que cargaba la misma, pero con este cambio me ahorro $200 por litro. Igualmente trato de usar el auto lo menos posible y lo que puedo hacer caminando lo hago caminando. Me voy con el changuito a hacer las compras, y el auto lo dejo y lo uso para lo que necesito sí o sí. Lo mismo mi marido, que se maneja mucho en la bicicleta”, describe.
En cuanto a alimentos, asegura que se mueve por todos lados y no compra todo en un lugar, sino que busca las ofertas. “Nosotros consumimos mucha verdura y antes encontrabas una verdulería barata y comprabas todo ahí; ahora comprás la lechuga en una, el tomate en otra y la banana en otra, hay mucha diferencia en los precios de un negocio a otro”, aclara. “En carnes, compro poco, para los chicos más que nada, porque está cara”, suma. Afirma que también dejaron de comprar ropa y que mandó a reformar a la modista prendas que tenía y que, por algún detalle en el largo o porque le quedaban grandes, no usaba. “Es ropa nueva o con poco uso, que nos gusta, pero que estaba guardada en el placard. Entonces preferimos no sumar gastos y acondicionar lo que ya tenemos”, sostiene. Otros recortes fueron sobre las compañías de telefonía: “Nos pasamos los cuatro a otra en la que pagamos dos veces menos”.
En el caso de Jimena Veiga, profesora de inglés, la crisis le significó un cambio importante. La docente cuenta que vivía con su hijo de casi dos años en un departamento de dos ambientes que alquilaba en Villa Urquiza, pero que no pudo pagar más el alquiler. “Nos tuvimos que mudar a Saavedra a la casa de mi mamá. A su vez, ella se mudó a un departamento que por suerte tiene, que es más chiquito, pero eso implicó que no pudiera contar más con el dinero de su alquiler. Fue muy difícil porque de movida nos quedamos sin nuestro barrio, y mi hijo, sin su jardín”, explica.
Investigadores de precios
A pesar de la mudanza, tiene que hacer más recortes para llegar a fin de mes. Por ejemplo, bajó el plan de la obra social y cambió a su hijo de un colegio de jornada completa a uno de jornada extendida; “son tres horas menos, que representan unos $50.000 de ahorro”, advierte. Además, dio de baja el teléfono fijo y remarca que las salidas ya no existen: “Los paseos con mi hijo son a la plaza o a la casa de algún familiar o de un amiguito a jugar”.
Jimena cuenta que vive estos momentos con angustia, incertidumpaíses bre y mucho estrés. “Además, la rutina cambió un montón porque uno está todo el tiempo buscando descuentos, aunque eso implique estar todo el sábado haciendo compras. Otra cosa que hago para ahorrar es bajarme al celular aplicaciones que dan descuentos o tomarme un colectivo y comprar en otro barrio que tiene mejores precios”, señala. “Por ejemplo, me voy a la carnicería que está cerca de mi trabajo, que sé que tiene precios más accesibles. Pero buscar precios es una pérdida infinita de tiempo porque uno tiene que recorrer distintos lugares para saber cuánto sale un mismo producto en un lado o en otro y, a veces, la diferencia de precios es realmente disparatada”, lamenta.
Frente al difícil panorama, el analista económico Damián Di Pace sostiene que esta crisis implica un gran costo para la sociedad. El director de la consultora Focus Market advierte que este no se paga solamente con el estrés de no llegar a fin de mes, sino que además en el momento en que la persona debería descansar o tener un tiempo de ocio tiene que salir a buscar precios para optimizar el gasto hogareño. “El estrés y el costo social de la inflación son enormes. La Argentina tiene la inflación más alta del mundo, es terrible, es dramático, de doscientos del mundo somos el primero”, indica.
Respecto de los recortes, confirma que, en principio, la clase media intenta mantener la educación de los chicos. “Hubo una buena renovación de matrícula a pesar de los aumentos, porque es un problema grande para un chico que lo cambien de colegio”, dice. Por otro lado, ante los incrementos en las prepagas, uno de los recursos de la clase media es el pase a un plan más económico. “También los servicios de internet, cable, telefonía y streaming están recontra recortados”, enumera. Y reconoce que el ajuste contempla a todos los miembros de la familia, “esto es, menos salidas de ocio y entretenimiento, como el cine o el teatro, además de la gastronomía, que está cayendo fuertemente producto de esto y hoy es uno de los sectores más afectados”, afirma.
Di Pace explica que actualmente las compras están superajustadas, tanto que las familias buscan las promociones de 2x1 o 3x2 que empezaron a aparecer en los supermercados durante febrero, por la caída del consumo en diciembre y enero. “Pero además tenés una distorsión de precios absoluta, el mismo producto puede valer un 30% más de un local a otro. No hay ningún punto de venta que te consolide una eficiencia al momento de la optimización del gasto hogareño. Entonces, lo importante es ir a la tienda de descuento, a la verdulería, a la carnicería, al chino, al mayorista, a la gran cadena y tratar de encontrar en cada lugar el mejor precio. Si vos hacés una compra de 35 a 50 productos te podés ahorrar entre un 35% y un 40%”, informa, y enfatiza que hay que comportarse como un investigador porque la diferencia es grande.
La caída del consumo genera, a su vez, la pérdida de trabajo para muchas personas. Analía Rocha, de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, recuerda que se quedó sin trabajo el año pasado producto de esta baja generalizada. Vive con su marido y dos hijos, uno en edad escolar; cuenta que cocinaba viandas para una nutricionista, pero que con la crisis y los constantes aumentos la gente dejó de pedirlas. “No deja de ser un lujo una vianda, entonces el emprendimiento se cayó y me quedé sin trabajo. Esa entrada que desapareció y la inflación nos afectaron bastante. Por suerte, mi marido tiene trabajo”, expresa.
Los recortes llegaron a su casa de múltiples maneras: “Por empezar, este año no pudimos irnos de vacaciones”. Asimismo, cambió la empresa de cable a una más económica y recortó el abono de los celulares. “El único que pagamos es el de mi marido, porque él es el que está doce horas en la calle y nosotros tenemos el wifi en casa, de manera que nos arreglamos con eso. Si necesitamos, les cargamos a nuestros teléfonos lo que se pueda”, asevera.
A esto se sumó la baja de la plataforma de streaming que pagaban. Mientras que, en alimentos, elige los combos con variedad de carnes que ofrecen las carnicerías del barrio, los fracciona y organiza así las comidas para varios días. “En la verdulería, trato de comprar lo que está en oferta”, menciona. “Las cosas de limpieza dejamos de comprarlas en el supermercado, ahora vamos a un lugar que venden suelto. Me llevo lavandina, papel higiénico, jabón líquido y detergente; dejé de usar suavizante para la ropa. Uno fue recortando cosas que no son tan necesarias porque hay que rebuscárselas como se puede para llegar a fin de mes”, finaliza.
Es sábado temprano por la mañana; Virginia S. desayuna ligero y sale a la calle con el carrito de compras. Se trata del día de los descuentos con las aplicaciones de sus bancos y lo espera toda la semana. “Ayer me hacían falta huevos, pero me arreglé con lo que tenía porque hoy tengo 40% de descuento en la feria, me llevo un maple y me sale mucho más económico. Lo mismo para la verdura y la fruta, espero los sábados, que es el día que tengo rebajas”, dice la vecina del barrio porteño de Villa Urquiza, madre de dos adolescentes.
Su esposo la secunda y se reparten las compras; él va a la carnicería, que también ofrece promociones para llevar carne y pollo para unos días. “Con mi marido vamos viendo los días de descuentos con cada banco o aplicación para aprovecharlos. Se terminó eso de una compra grande en un solo lugar, ya no nos alcanza, vamos buscando las ofertas”, explica. Y agrega que en algunos rubros dejó de comprar primeras marcas: “Por ejemplo, compraba un pan lactal que aumentó un 400%; lo mismo el café, que se fue por las nubes. Me es imposible consumir como antes, si bien busco calidad lo más posible, me fui a marcas más económicas”, detalla.
El relato de Virginia refleja la situación que vive la clase media argentina hoy con el aumento de precios y la caída del salario, que representan un combo difícil de afrontar. En los últimos meses, la aceleración de la inflación hizo estragos en los bolsillos y se complicó sostener los gastos fijos. Es por eso que los consumos se empezaron a revisar con lupa, y actualmente el ajuste y el diseño de estrategias para hacerle frente a la crisis están a la orden del día.
La premisa es ahorrar todo lo posible; sin embargo, en un contexto donde todo está en revisión, parece que el único consenso reside en que el colegio de los chicos no se toca. El cambio de escuela aparece como última opción y los padres recurren a sus ahorros o buscan ingresos extras para mantener a sus hijos en las instituciones que los forman. En todo lo demás, agudizan el ingenio para ajustarse.
Judith Verónica El Ali vive en Villa Mitre con su familia y reconoce que con la crisis tuvieron que recortar por todos lados. “La cuota de la facultad de mi hijo y el club y gimnasio de mi hija los mantenemos, pero después revisamos todos los gastos”, dice. En esa línea, cuenta que dio de baja las plataformas de streaming que usaba y también sacó el cable. Y añade que además recortó en la nafta: “Antes cargaba la mejor de una de las distribuidoras y ahora cargo la mejor de otra, que es más barata, pero también es buena.
Desde hace once años que cargaba la misma, pero con este cambio me ahorro $200 por litro. Igualmente trato de usar el auto lo menos posible y lo que puedo hacer caminando lo hago caminando. Me voy con el changuito a hacer las compras, y el auto lo dejo y lo uso para lo que necesito sí o sí. Lo mismo mi marido, que se maneja mucho en la bicicleta”, describe.
En cuanto a alimentos, asegura que se mueve por todos lados y no compra todo en un lugar, sino que busca las ofertas. “Nosotros consumimos mucha verdura y antes encontrabas una verdulería barata y comprabas todo ahí; ahora comprás la lechuga en una, el tomate en otra y la banana en otra, hay mucha diferencia en los precios de un negocio a otro”, aclara. “En carnes, compro poco, para los chicos más que nada, porque está cara”, suma. Afirma que también dejaron de comprar ropa y que mandó a reformar a la modista prendas que tenía y que, por algún detalle en el largo o porque le quedaban grandes, no usaba. “Es ropa nueva o con poco uso, que nos gusta, pero que estaba guardada en el placard. Entonces preferimos no sumar gastos y acondicionar lo que ya tenemos”, sostiene. Otros recortes fueron sobre las compañías de telefonía: “Nos pasamos los cuatro a otra en la que pagamos dos veces menos”.
En el caso de Jimena Veiga, profesora de inglés, la crisis le significó un cambio importante. La docente cuenta que vivía con su hijo de casi dos años en un departamento de dos ambientes que alquilaba en Villa Urquiza, pero que no pudo pagar más el alquiler. “Nos tuvimos que mudar a Saavedra a la casa de mi mamá. A su vez, ella se mudó a un departamento que por suerte tiene, que es más chiquito, pero eso implicó que no pudiera contar más con el dinero de su alquiler. Fue muy difícil porque de movida nos quedamos sin nuestro barrio, y mi hijo, sin su jardín”, explica.
Investigadores de precios
A pesar de la mudanza, tiene que hacer más recortes para llegar a fin de mes. Por ejemplo, bajó el plan de la obra social y cambió a su hijo de un colegio de jornada completa a uno de jornada extendida; “son tres horas menos, que representan unos $50.000 de ahorro”, advierte. Además, dio de baja el teléfono fijo y remarca que las salidas ya no existen: “Los paseos con mi hijo son a la plaza o a la casa de algún familiar o de un amiguito a jugar”.
Jimena cuenta que vive estos momentos con angustia, incertidumpaíses bre y mucho estrés. “Además, la rutina cambió un montón porque uno está todo el tiempo buscando descuentos, aunque eso implique estar todo el sábado haciendo compras. Otra cosa que hago para ahorrar es bajarme al celular aplicaciones que dan descuentos o tomarme un colectivo y comprar en otro barrio que tiene mejores precios”, señala. “Por ejemplo, me voy a la carnicería que está cerca de mi trabajo, que sé que tiene precios más accesibles. Pero buscar precios es una pérdida infinita de tiempo porque uno tiene que recorrer distintos lugares para saber cuánto sale un mismo producto en un lado o en otro y, a veces, la diferencia de precios es realmente disparatada”, lamenta.
Frente al difícil panorama, el analista económico Damián Di Pace sostiene que esta crisis implica un gran costo para la sociedad. El director de la consultora Focus Market advierte que este no se paga solamente con el estrés de no llegar a fin de mes, sino que además en el momento en que la persona debería descansar o tener un tiempo de ocio tiene que salir a buscar precios para optimizar el gasto hogareño. “El estrés y el costo social de la inflación son enormes. La Argentina tiene la inflación más alta del mundo, es terrible, es dramático, de doscientos del mundo somos el primero”, indica.
Respecto de los recortes, confirma que, en principio, la clase media intenta mantener la educación de los chicos. “Hubo una buena renovación de matrícula a pesar de los aumentos, porque es un problema grande para un chico que lo cambien de colegio”, dice. Por otro lado, ante los incrementos en las prepagas, uno de los recursos de la clase media es el pase a un plan más económico. “También los servicios de internet, cable, telefonía y streaming están recontra recortados”, enumera. Y reconoce que el ajuste contempla a todos los miembros de la familia, “esto es, menos salidas de ocio y entretenimiento, como el cine o el teatro, además de la gastronomía, que está cayendo fuertemente producto de esto y hoy es uno de los sectores más afectados”, afirma.
Di Pace explica que actualmente las compras están superajustadas, tanto que las familias buscan las promociones de 2x1 o 3x2 que empezaron a aparecer en los supermercados durante febrero, por la caída del consumo en diciembre y enero. “Pero además tenés una distorsión de precios absoluta, el mismo producto puede valer un 30% más de un local a otro. No hay ningún punto de venta que te consolide una eficiencia al momento de la optimización del gasto hogareño. Entonces, lo importante es ir a la tienda de descuento, a la verdulería, a la carnicería, al chino, al mayorista, a la gran cadena y tratar de encontrar en cada lugar el mejor precio. Si vos hacés una compra de 35 a 50 productos te podés ahorrar entre un 35% y un 40%”, informa, y enfatiza que hay que comportarse como un investigador porque la diferencia es grande.
La caída del consumo genera, a su vez, la pérdida de trabajo para muchas personas. Analía Rocha, de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, recuerda que se quedó sin trabajo el año pasado producto de esta baja generalizada. Vive con su marido y dos hijos, uno en edad escolar; cuenta que cocinaba viandas para una nutricionista, pero que con la crisis y los constantes aumentos la gente dejó de pedirlas. “No deja de ser un lujo una vianda, entonces el emprendimiento se cayó y me quedé sin trabajo. Esa entrada que desapareció y la inflación nos afectaron bastante. Por suerte, mi marido tiene trabajo”, expresa.
Los recortes llegaron a su casa de múltiples maneras: “Por empezar, este año no pudimos irnos de vacaciones”. Asimismo, cambió la empresa de cable a una más económica y recortó el abono de los celulares. “El único que pagamos es el de mi marido, porque él es el que está doce horas en la calle y nosotros tenemos el wifi en casa, de manera que nos arreglamos con eso. Si necesitamos, les cargamos a nuestros teléfonos lo que se pueda”, asevera.
A esto se sumó la baja de la plataforma de streaming que pagaban. Mientras que, en alimentos, elige los combos con variedad de carnes que ofrecen las carnicerías del barrio, los fracciona y organiza así las comidas para varios días. “En la verdulería, trato de comprar lo que está en oferta”, menciona. “Las cosas de limpieza dejamos de comprarlas en el supermercado, ahora vamos a un lugar que venden suelto. Me llevo lavandina, papel higiénico, jabón líquido y detergente; dejé de usar suavizante para la ropa. Uno fue recortando cosas que no son tan necesarias porque hay que rebuscárselas como se puede para llegar a fin de mes”, finaliza.
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