jueves, 14 de marzo de 2024

Isabel: lo que vio, lo que sabe, lo que oculta




Isabel: lo que vio, lo que sabe, lo que oculta
Isabel Martínez de Perón..Alfredo Sábat

Con la historia detrás de la foto de aquel helicóptero que simboliza la transición de la democracia a la dictadura, la madrugada del 24 de marzo de 1976, comienza el nuevo libro de Facundo Pastor, que reconstruye con ritmo de thriller un capítulo de la Argentina: ¿cómo es la vida hoy de esta mujer?
Una imagen en blanco y negro disparó la idea de este libro. Hace meses que miro esa foto que recorté de un diario de época y decidí pegar sobre la base de madera del escritorio en el que trabajo cada día. Está colocada junto a una línea de tiempo que me ayuda a orientar mi investigación. La foto es el punto de partida. El mojón inicial.
Contemplo esa fotografía cargada de interrogantes sin la garantía de poder darle respuesta a todo lo que busco. Cada vez que me detengo sobre la imagen aflora el mismo sentimiento. Es un magnetismo particular que me atrapa y me obsesiona; que me arrastra y me deja sin aliento. Y que siempre me obliga, como un voyeur, a volver a mirar. Pese a las decenas de veces que vi esta instantánea, por algún extraño motivo cada vez que volvía sobre ella sentía que era la primera vez que la miraba. Siempre surgían detalles en donde reparar. La imagen es hipnótica.
"Isabel", de Facundo Pastor (Penguin Random House, $12.999)
La noche convive con el resplandor de dos farolas encendidas. Las celosías de las ventanas están entreabiertas. Las cortinas no dejan ver más allá. Nadie se asoma. Las luces de adentro están apagadas. No hay una sola oficina iluminada. En la parte superior de la imagen hay un helicóptero.
El helicóptero lleva una escarapela gigante pintada. También una inscripción que dice Fuerza Aérea Argentina junto a una letra y dos números. Un guion gigante los separa: H-02. Las letras negras abarcan casi la totalidad de la estructura de cola. Más atrás está el rotor. En la parte de adelante, sobre la puerta de acceso a la cabina de pasajeros, se ve una bandera argentina con un Sol de Mayo diminuto.
El helicóptero acaba de despegar. Lleva un reflector encendido en la trompa. La luz encandila. Rompe la monotonía de la noche y genera un manchón blanco en la fotografía. Un círculo imperfecto. Un destello inevitable.
Hacia abajo, unas veinte personas concentran sus miradas sin sospechar lo que está a punto de suceder. Todos, sin excepción, miran hacia arriba. Hacia el cielo negro. Hacia el helicóptero. Es medianoche. Hacía cuarenta y nueve minutos que era 24 de marzo de 1976.
La foto ostenta que algo trágico está a punto de suceder. El pensamiento es arbitrario porque la miro conociendo el final de la historia. Aun así, estoy convencido de que esa fotografía hace posible un juego de fantasías. Como si existiera un lenguaje encriptado entre el ejercicio de mirar y la acción de imaginar.
Ese juego de fantasías se asemeja a una alucinación. A una mezcla de sentidos.
El ruido del helicóptero.
El bullicio de los testigos.
La noche ventosa.
La acción de mirar se confunde con la acción de escuchar, con la acción de sentir, pero sobre todo con una sensación indescriptible. Una sensación que te traslada hacia ese lugar, en el preciso instante en que suceden los hechos.
¿Qué busco en esa fotografía? En rigor, nada de lo que me interesa se puede ver en esa imagen. Más bien es un recorte, una edición. Mi investigación va mucho más allá de ese instante. Todo lo que busco, justamente, es lo que no se ve. Aun así, vuelvo a esa imagen en blanco y negro por lo menos una vez al día en los últimos meses.
El periodista Facundo Pastor, autor de "Isabel", escribió antes "Nisman. ¿Crimen o suicidio?" y "La historia oculta de la desaparición de Rodolfo Walsh y el misterio de sus cuentos inéditos"Alejandra Lopez - Random House

Necesito saber quién fue el reportero que logró esa fotografía. ¿Qué pasó cuando el obturador de su cámara abrió camino a la luz? ¿Pudo darse cuenta de que estaba documentando un momento de inflexión para la historia argentina?
Tardé dos días en encontrar a Horacio Villalobos, un cronista argentino que, al momento de lograr esa imagen, trabajaba para la United Press Internacional, una agencia de noticias, con sede central en Washington, fundada en 1907.
—Claro que recuerdo la foto del helicóptero. ¿Cómo olvidarla? —rememora ni bien atiende el teléfono en su estudio de la ciudad costera de Estoril.
Va a repetir esa frase varias veces: la foto del helicóptero. Como si fuera un mantra periodístico, como si la imagen llevara impregnada esa síntesis de cuatro palabras. Luego, me contará que reside en Portugal desde 2016 y que podría describir, con precisión, cada detalle de aquella noche.
Y es así. Habla pausado de un oficio que nunca abandonó a pesar de sus 76 años. Su reconstrucción es ordenada. Su memoria no falla. Las sensaciones surgen como huellas imborrables. Huellas que prefiere enumerar:
El sonido del helicóptero dispuesto a desplegarse por una ciudad adormecida.
Los otros testigos, ahí parados, observando el devenir de la historia.
El manchón blanco del reflector encendido en la parte delantera de la nave.
El silencio del final cuando el helicóptero es devorado por la noche, y ya no hay nada más para ver.
El vértigo de revelar esos negativos y transmitirlos al mundo.
El miedo de ser interceptado y nunca poder publicar eso que vuelve a llamar por su nombre: la foto del helicóptero.
Siento una vibración especial en su tono de voz. Antes de cortar, Horacio hace un silencio y remarca:
—No sabíamos lo que iba a pasar, pero ya se respiraba un aire espeso. Empezamos a escuchar el zumbido de las aspas antes de descubrir el vuelo del helicóptero. Había rumores de todo tipo. Se decía que el final era inminente. De un lado, la plaza vacía; del otro, lo que me interesaba retratar. Me alejé unos metros. Necesitaba tomar distancia en busca de una mirada distinta.
Fue eso lo que me quedó retumbando en la cabeza cuando terminó la conversación telefónica. La importancia de una mirada distinta (distante).
La foto de Villalobos es una postal replicada hasta el hartazgo en revistas y diarios viejos, libros de historia y documentales. Es una imagen que simboliza la transición de la democracia hacia la dictadura más cruenta que tuvo nuestro país. Una imagen que documenta de manera certera el camino hacia el horror. Un portal hacia la tragedia.
Es la madrugada del 24 de marzo de 1976. Miércoles. Son los últimos minutos como presidenta de la Argentina de María Estela Martínez de Perón. Isabelita. Los últimos minutos de una democracia débil comandada por la viuda y heredera de Juan Domingo Perón.
En la foto, el helicóptero Sikorsky S-58DT ya está surcando el cielo de la Capital Federal. La ruta de vuelo va a ser modificada. Una conspiración militar está en marcha. El destino final no va a ser la Quinta de Olivos, como suponían los pasajeros. Un nuevo golpe de Estado irrumpía en la Argentina, uno más de los tantos que sucedieron a lo largo del siglo XX.
Isabelita se va a convertir en la primera prisionera de un grupo de militares que usurparon el poder. El mismo grupo de golpistas con los que ella negoció, hasta el final, la eliminación de las organizaciones revolucionarias de izquierda.
¿Cuál fue la responsabilidad de la viuda de Perón en los crímenes de lesa humanidad cometidos durante su presidencia?
¿Cómo se gestaron los tres decretos que ordenaban a las Fuerzas Armadas “aniquilar” a la subversión?
¿Podía Isabel Perón desconocer el funcionamiento de la Triple A creada por el ministro José “El Brujo” López Rega?
¿Quién acompañaba a Isabel Perón en su último viaje presidencial?
¿Fue víctima de una trampa de su propio entorno?
¿Sabía su comitiva que estaban dirigiéndose hacia un golpe de Estado?
¿Cuáles eran los diálogos que se escurrían dentro de la cabina del Sikorsky S-58DT?
Ni bien subió al helicóptero, Isabelita inició un misterioso camino de silencio que se extiende hasta la actualidad. Pasó cinco años, tres meses y once días presa. Primero, en Villa La Angostura, en la residencia El Messidor, un castillo de estilo francés con vistas al lago Nahuel Huapi. Luego en la Base Naval Azopardo, en Azul, bajo la estricta mirada del almirante Emilio Eduardo Massera; y finalmente en la quinta de San Vicente, donde aún descansan los restos de Perón.
Los tres sitios se transformaron en cárceles improvisadas. En escenarios determinantes para esta reconstrucción. Son los lugares donde se fue gestando ese silencio que emerge como un enigma interminable.
Un silencio sepulcral que parece más obligado que voluntario. Un silencio que cobra sonoridad y agiganta la figura de una mujer olvidada por la clase política argentina. También por el pueblo.
Una figura incómoda, perturbadora, incluso, para el propio peronismo.
Esos minutos finales dentro del helicóptero, el infierno de su presidio en el sur del país, la obsesión de Massera sobre su figura y el enigma de su exilio silencioso se entrelazan con los últimos quejidos de su vida.
Con su actualidad.
Con su presente.
Con una vida opaca que ya no pretende ver la luz del sol. Ese misterio rodea el aura de la protagonista forzosa del instante que cambió la historia argentina para siempre. El instante que quedó documentado en la foto en blanco y negro que vuelvo a mirar para comenzar este libro.



Isabel Perón cumple más de 90 años, aferrada a sus secretos y con fobia por la política
Isabel Perón, en una imagen de hace seis años tomada en su casa de Villanueva de la Cañada, Madrid; la expresidenta cumple  años rodeada de recuerdos de su esposo
Casi no sale a la calle. Hace años que su vida transcurre en el interior de un chalet de tres plantas en un barrio cerrado, rodeado de sierras, a 30 kilómetros de Madrid. María Estela Martínez de Perón, Isabelita, cumple este jueves 90 años en el lugar que eligió para el retiro de la actividad pública, rodeada de recuerdos que considera "demasiado dolorosos" y casi sin contacto con el país que le tocó presidir durante 632 días de violencia y caos económico, entre el 1° de julio de 1974, cuando murió su marido, y el golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Unos pocos amigos fieles la llaman a menudo y se preocupan por su estado de salud, frágil desde que hace más de una década sufrió una fractura de cadera y empezó una sucesión penosa de tratamientos y achaques. Cuentan quienes aún tratan a la última esposa de Juan Domingo Perón que ocupa el tiempo leyendo y bajando a un cuaderno ideas y memorias que no comparte con nadie.
Aunque ya no se deja ver por la iglesia de Villanueva de la Cañada, el pueblo donde reside, los últimos años renovó su fervor religioso. Ha comentado entre sus afectos su afinidad con la mirada del Papa Francisco, cuyas encíclicas dijo haber leído en detalle.

La casa donde vive Isabel Perón, en Villanueva de la Cañada, a 30 kilómetros de Madrid

A la Argentina no viene desde 1994, cuando Carlos Menem la invitó por última vez. Nunca más volvió a sugerir la idea de radicarse otra vez en el país del que salió al exilio en 1981, después de los cinco años de encierro que le impuso la dictadura. Siente fobia por la política, cuentan en su entorno. Su principal vínculo con la tierra en que nació -donde vivió menos de un tercio de sus días- es su sobrina y ahijada, Estela Ferreiro. Todos sus hermanos han fallecido ya.
A través de Ferreiro, envió en noviembre pasado un mensaje de audio para la cúpula de la CGT, que decidió rescatarla del olvido al que la relegó el peronismo y hacerle un homenaje público en el emblemático Salón Felipe Vallese. Fue en ocasión de la presentación de una biografía escrita por Diego Mazzieri ("María Estela Martínez, por siempre de Perón").

"Quiero que mi sobrina hable en mi nombre, tienen que hacer de cuenta que soy yo la que está ahí", se la oyó decir en el evento, encabezado por el sindicalista de los judiciales Julio Piumato, en el que además se instaló una placa en homenaje de la expresidenta. "Hagan llegar mis saludos y mis recuerdos más entrañables a la CGT", añadió, después de elogiar el libro en cuestión y emocionarse al nombrar al Papa.
En el sindicalismo es donde más se la reivindica. Ella retribuye ese afecto a los viejos dirigentes que cada tanto le escriben o le dejan mensajes. Por ejemplo se vio cuando publicó un aviso fúnebre por la muerte de Gerónimo "Momo" Venegas.
Del escenario al poder
María Estela Martínez Cartas nació en La Rioja en 1931. Era la menor de seis hermanos. Su padre murió cuando ella tenía siete años y fue entonces cuando la enviaron a Buenos Aires, al cuidado de una familia cercana a su madre. No estudió más allá del quinto grado de la primaria y durante su adolescencia aprendió danzas y piano.
Salió de la Argentina por primera vez con 20 años, cuando se unió a una compañía de baile que recorría clubes nocturnos de América Latina con el nombre artístico de Isabelita.
A Perón lo conoció en Panamá a finales de 1955, poco después de que el general fue derrocado y deambulaba en el exilio en busca de una base definitiva desde donde rearmar su proyecto de poder.
Isabelita, de casi 25 años, se convirtió en pareja del expresidente, que le llevaba 36 años, y lo acompañó hasta su muerte. Estuvo con él en Panamá, Venezuela y República Dominicana hasta recalar en Madrid, donde se convirtió oficialmente en la tercera esposa de Perón en 1961 (después de Aurelia Tizón y Eva Duarte, ambas fallecidas de cáncer).
Durante la década del 60, se estrenó en la política como cabeza de misiones en nombre del proscripto Perón, que la nombró su delegada. En esa función viajó en 1965 y permaneció en el país durante ocho meses. Una tarde de 1966 conoció en Buenos Aires al policía José López Rega, con quien conectó rápidamente por su pasión compartida por el esoterismo y el ocultismo. Le ofreció volver a Madrid con ella y convertirse en secretario privado del matrimonio.
Isabel y López Rega integraron el círculo íntimo de Perón en la residencia de Puerta de Hierro, desde donde el general conducía su movimiento político con la intención de regresar al poder.
López Rega, Perón y su esposa, en una imagen de 1973

Después del triunfo y la renuncia precipitada de Héctor Cámpora en 1973, ya sin proscripciones, Perón se presentó a la presidencia por tercera vez y eligió a su esposa como compañera de fórmula. Así, María Estela Martínez resultó elegida vicepresidenta con el 62% de los votos.
A la muerte de Perón, tomó posesión del cargo el 2 de julio de 1974. Por primera vez una mujer llegaba al sillón de Rivadavia. Su breve mandato estuvo marcado por la creciente violencia política (con la Triple A de López Rega como uno de los actores centrales), el descontrol de las variables económicas, que explotaron después del denominado "Rodrigazo", y los problemas de salud de la propia presidenta, que se tomó licencia el 13 de septiembre de 1975 por algo más de un mes.
En 1975, al lado de José López Rega, Isabel Perón da un discurso desde el balcón de la Casa Rosada
Golpe y detención
El golpe del 24 de marzo significó el fin de su gobierno y también de su libertad. Los militares la detuvieron en la Casa Rosada, desde donde salió en helicóptero. La alojaron en la residencia El Messidor, en Neuquén. Poco después, por decisión del almirante Emilio Massera, la trasladaron al Arsenal Naval de Azul.
Su encarcelamiento duró hasta el 9 de julio de 1981, cuando se le permitió partir hacia el exilio. Otra vez Madrid: se instaló en la residencia de Puerta de Hierro. Tiempo después la vendió y se mudó al centro de Madrid. Durante la campaña para las elecciones de 1983 y en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín siguió ligada al Partido Justicialista. Mantuvo reuniones e influencia, viajó en alguna ocasión al país y negoció con el líder radical, primero, y con Menem después una indemnización por el trato sufrido durante la dictadura.
Isabel Perón, con Raúl Alfonsín, en un encuentro en la Casa Rosada, de 1985

La casa donde vive actualmente -300 metros cuadrados construidos y un parque amplio de fondo- la compró después de cobrar ese resarcimiento del Estado por los bienes familiares decomisados durante la dictadura. Fueron casi 4 millones de dólares. Además, la Anses le paga una pensión vitalicia como expresidenta: el año pasado eran 140.000 pesos al mes. Siempre se guardó como un secreto de Estado con qué dinero se mantenía realmente. La herencia de Perón -o al menos una parte de ella- sigue en litigio en un juzgado de Madrid, donde la expresidenta pugnó durante más de una década con una fundación creada por Mario Rotundo, fallecido exsecretario del general.
Isabel Perón, paseando por Madrid, a finales del año 2000, antes de entrar en la etapa de encierro casi total
En la capital española Isabel Perón mantuvo en los ochenta y los noventa una discreta vida social a medida que se olvidaba de la política argentina. Se codeó con personajes ligados a la aristocracia y a la familia real. Su tranquilidad se rompió a causa del proceso que enfrentó en 2007, cuando la Justicia argentina pidió su extradición por crímenes de lesa humanidad cometidos por la Triple A durante su gobierno.
Una imagen dura: cuando fue detenida en España por el pedido de extradición vinculado a los crímenes de la Triple A, en 2007

Durante meses le tocó ir y venir de los tribunales de Madrid, como parte del trato para mantener el beneficio de la libertad. En esos días sufrió un accidente casero que le provocó una fractura en un brazo y una lesión delicada en la cadera. Estuvo hospitalizada. Pasó semanas en silla de ruedas. Y le dejó secuelas permanentes a la hora de caminar.
El Tribunal Superior de España falló en su favor con argumentos lapidarios contra los jueces argentinos -Norberto Oyarbide y Héctor Acosta- que habían intentado detenerla. Pero la fobia que desarrolló en esos días, sumada a los problemas físicos, acentuó su tendencia al aislamiento. Vive con una asistenta de nombre Gloria y tiene a disposición un chofer (y custodia) para las contadas veces que necesita salir del domicilio.
Quienes la tratan periódicamente sostienen en que su decisión de tomar distancia de la política es definitiva. No recibe a periodistas ni a dirigentes políticos. Como mucho envía cartas o mensajes de audio a (los pocos) que reivindican su legado

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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