Deep truth: un experimento con las dietas online y una conclusión desoladora
Internet está repleta de información valiosa, verificada y responsable, pero le creemos más a lo que tiene glamour; hemos equiparado verdad con show
El fenómeno no es nuevo, pero ahora es endémico, y funciona así: preferimos creer lo que es divertido, breve y fácil de digerir. Pero el conocimiento casi nunca se comporta tan dócilmente
Ariel Torres
¿Qué es lo que más se encuentra en Internet, después de fotos de gatos y de comida? Frases mal atribuidas. Un consejo: si ven una cita de lo más inspiradora firmada por un autor célebre, verifiquen su autenticidad. Un buen lugar para hacerlo es Wikiquote.org, que, al revés que las cuentas menos rigurosas, anota exactamente en qué obra, discurso o reportaje el autor manifestó esa frase. Es más, Wikiquote tiene un apartado especial, en color naranja, para las citas mal atribuidas. ¿No es lindo? Estamos tan desviados con lo que es cierto y con lo que no, con lo que está probado que ocurrió y con lo que nos gustaría que hubiera ocurrido, que un sitio serio, pariente de Wikipedia, tiene que poner un apartado sobre lo que no es. Pongámoslo de este modo: es como si la Britannica, 50 años atrás, hubiera traído un tomo con todo lo que la gente anda diciendo sobre cada tema, pero que, pese a que todo el mundo lo sostiene, es falso. Si me aprietan un poco, tengo la impresión de que esa Britannica tendría más tomos que la original. Y es un poco lo que estamos viendo, especialmente con las redes sociales y WhatsApp.
Pero el fenómeno no es nuevo. Vengo viendo a Aristóteles o Kafka decir cosas cool (que jamás dijeron) desde que nació Internet. Pero es también un fenómeno que anticipó lo que ocurre hoy con las redes sociales, con una primera vuelta de tuerca. Al revés de lo que se dice (otro fake), no todo lo de las redes es una operación, una calumnia o un embuste. El dilema con el que nos encontramos, y que tiene ramificaciones imprevisibles, es que se mezclan verdades con mentiras. En Twitter, en Instagram, en Facebook, en WhatsApp o en YouTube encontramos una frase atribuida a Sun Tzu –que no figura en ninguna parte del Arte de la Guerra– al lado una cita correctamente extraída La Peste de Camus.
Ejemplos cotidianos. Las recetas para hacer queso, pan o yogur se expone de mil maneras diferentes en YouTube, y si bien la cocina es un arte, la chapucería es la norma y el dato profesional, la excepción. Hace unos cuarenta años, cuando no teníamos en nuestras casas nada ni remotamente parecido a Internet, aprendí a preparar yogur en casa. Estos días volví a las andadas y se me ocurrió ver qué decían en YouTube. Pues bien, las recetas abundaban, pero solo una decía cosas muy ciertas, como que no conviene usar instrumentos de metal o que no hay que andar sacudiendo la mezcla enérgicamente (algo que hace décadas me había enseñado un familiar, en esa tradición oral que alimenta desde hace siglos la gastronomía). Otro tanto con el chucrut. De las varias docenas de recetas que encontré, solo en una aparecía un señor que explicaba con lujo de detalles –aunque sin pirotecnia cinematográfica– cuáles eran las tres fermentaciones que ocurrían, en secuencia, las bacterias involucradas y los gases liberados en cada caso. Dato que tal vez no es popular, pero que me parece crucial: no podés cocinar bien si no tenés idea de lo que está pasando con tu preparación.
Bajar de peso sin dejar de comer
¿Y las dietas? Hay videos que son francamente preocupantes. Pero se listan junto a otros que tienen a un doctor que dice la posta sin efectos visuales y sin escenografía espectacular; sin glamour. Dice la verdad, pero tiene pocas vistas, porque el video es aburrido. Es terrible. Y aunque no es de ninguna manera nuevo –la película Don’t look up refleja muy bien este patético desvío cultural–, el caso es que hemos equiparado verdad con show. No solo es horrible. Es peligroso.
Tan desquiciado está el asunto de las dietas en YouTube que me puse a investigar no lo que decían los gurús con 10 millones de seguidores, sino aquello que aconsejaban los académicos (supuestamente) aburridos. De ahí me fui a la bibliografía y, verificada esa información (era raro que un doctor de una universidad prestigiosa mintiera, pero es mi trabajo), puse en práctica una dieta de las impopulares. No solo bajé 11 kilos sin dejar de comer, sino que además mi presión arterial se normalizó y pude abandonar una medicación que venía tomando desde hacía casi 10 años. Esto, validado por mi médico de cabecera, vale aclarar. Contaré más detalles sobre este experimento, que lleva seis meses, en otro texto.
Pero a esas dietas con sustento médico sólido no las mira nadie porque son discursos largos, técnicos y sin charm.
Deep truth
Lo primero que uno piensa –y lo que regurgitará el gurú de turno– es que la verdad ha dejado de importar. Que las personas prefieren leer o escuchar aquello que coincide con sus creencias. Sí, ya sabemos esto. Pasó siempre y es uno de los sesgos más arraigados de la mente humana. En su vasta biografía de Hitler, Ian Kershaw hace hincapié en que el futuro dictador de la Alemania nazi leía mucho, pero solo aquello que coincidía con su ideología esquinada y psicopática.
Así que nada nuevo. Internet a lo sumo nos permite ver más de aquello con lo que estamos de acuerdo, darle like y, llegado el caso, amplificarlo hasta imponerlo como cierto. Es lo que Elon Musk, sin darse cuenta, confesó que quiso hacer cuando compró Twitter. Dijo que quería salvar a Estados Unidos (tal vez al mundo) de la ideología woke. Woke hoy se usa como un término peyorativo, pero su origen tiene que ver con la defensa de los derechos de las minorías. Signifique lo que signifique, Elon dice haberse comprado Twitter para que no prevaleciera la mirada woke del mundo. Es decir, para que prevaleciera otra mirada; la suya propia. No imagino qué razonamiento le hace creer que él tiene toda la razón. Y por qué tener razón podría significar estar en lo cierto. Son cosas muy diferentes.
O sea que la verdad es tan importante hoy como lo fue siempre. Por eso se la desfigura y se la resiste tanto. Además, es importante por razones arquitectónicas, si me permiten al juego de palabras. La verdad funciona como los cimientos. Si construís un imperio sobre mentiras (como lo han hecho siempre los regímenes populistas y los totalitarismos), tarde o temprano la realidad te va a dar un gancho al mentón.
Pero hay asuntos más importantes que la política, digan lo que digan los políticos. Vuelvo a las dietas. El video con ese programa delirante para bajar de peso puede arrancar aconsejando que vayas a un nutricionista, pero es un hecho que la persona que lo ve hará lo contrario. Es decir, nunca irá al nutricionista y, en cambio, seguirá a rajatabla la dieta del video, simplemente porque coincide con su ideología, porque es más cómodo que ir al médico o porque parece de sentido común. Nota importante: no hay sentido común que valga con las dietas. El metabolismo humano es de una complejidad tan exorbitante que confiar en el sentido común puede causar más daño que bien.
Y ahora la vuelta de tuerca insólita, abrumadora, casi paralizante. Internet está repleta de información valiosa, verificada, confiable. No obstante, volvemos a cometer el mismo error de siempre, solo que ahora a escala planetaria: confundimos gritar más fuerte con tener razón y confundimos tener razón con haber alcanzado la verdad. Peor aún, nos olvidamos de que la buena información no sirve para nada, si nadie está dispuesto a leerla. O si, como ocurre a menudo, los niveles educativos caen tan bajo que casi nadie está en condiciones de seguirle el hilo a nada que sea más extenso y complejo que un clip de Tik Tok.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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