Javi-Cris: un pacto para cambiar la historia
Carlos M. Reymundo Roberts
La fiebre Milei es contagiosa, al menos en el Río de la Plata. Enfrentados en las elecciones de Uruguay un zurdo y un liberal, un casta y un alma pura, ¿quién ganó? El comunista. Recalculando, uruguayos. Nosotros les damos lecciones, les adelantamos los signos de los tiempos, y ustedes votan a un tipo de nombre Yamandú. “Yamandú” lo dice todo, es una declaración de principios: seguro que es indigenista, feminista, ecologista, estatista, chavista, kirchnerista. El mensaje más fervoroso que recibió fue el de Cristina, que acaba de sumar a José Ignacio como posible destino en caso de un exilio. En el río se va a cruzar con las oleadas de uruguayos que huirán a nado o en gomones de la dictadura marxista de este pibe. Nuestros hermanos orientales están perdidos: han contribuido a la expansión de la mancha roja. Boric, Petro, Arce Catacora (Catacora: a revisar urgente sus ancestros), Xiomara Castro (Xiomara, ni hace falta buscar), Maduro, Ortega, Lula, Yamandú... Javi, nos rodearon la manzana. ¡A los botes! ¡A Punta del Este con Cris!
Como que a las fuerzas del cielo les está costando hacer pie en América
Bienaventurado el Presi, que ha logrado dividir todo, menos el peronismo
Latina. Donald querido, ya ves lo solos que estamos: tiranos un hueso. O la revolución de la libertad empieza en estas playas o va a haber bases chinas hasta en el Maracaná.
Podría hacerse una lectura indulgente de las elecciones uruguayas: todo el affaire Bielsa en la selección los tiene distraídos. Suele pasar. Nuestro gobierno, de impecable rigor a la hora de expresarse en foros internacionales, acaba de condenar en la ONU la violencia contra mujeres y niños, 11 días después de haber votado allí mismo exactamente lo contrario. Yo en ese momento aplaudí la bravura con que nuestra cancillería le dio la espalda a la satánica agenda woke, diferenciándose de casi todo el mundo. Y ahora aplaudo la humildad con que, en un reconocimiento de aquel error, dimos marcha para atriqui. Un postrer homenaje a Mondino, que era mejor woke que Werthein. No fui el único que pedaleó en el aire. El facho star de estas horas, Agustín Laje, creyó morir de emoción con el primer voto, y con el segundo se quería matar. La realidad es dinámica, Agus, y la política en manos de Javi, arte.
¿Improvisación? ¿Despistes? ¿Incoherencia? Nada que ver. El Presi sigue la impronta de Machado (o de Serrat, no me acuerdo): se hace camino al andar; sin volver la vista atrás, para no extraviarse en el bulevar de los sueños rotos (¿Perales? ¿Abel Pintos?). Todos hemos madurado desde el 10 de diciembre. Ahora sabemos que haber llamado dolarización a la más radical recuperación del peso pelea el Nobel de Marketing con el salariazo de Menem y la institucionalización de Cristina. Ahora sabemos, con Clausewitz, que Lijo en la Corte es la continuación de la guerra a la casta por otros medios, y que se puede correr en la escudería de Dios y petardear “ficha limpia” como parte de un acuerdo con el kirchnerismo en temas sensibles. ¿Acuerdo Milei-Cristina? Sí, y nada de rasgarse las vestiduras: un renunciamiento histórico de ambas partes ha permitido, por fin, que demos por terminada la grieta que desangró a nuestra sociedad. El Operativo Pantalla (cortarle las jubilaciones de privilegio a Cris, beneficios que, como corresponde, ya le serán devueltos por un juez) cumplió su objetivo de distraernos mientras negociaban la letra chica del tratado de paz y amistad; tratado que reconoce su inspiración en el que Milei firmó en campaña con Massita, con el mismo objetivo: sacar al macrismo de la cancha. Javi, digámoslo, es un monstruo. “Monstruo” en su acepción futbolera: lo bien que le pega con las dos.
Parecían días de extrema tensión, por las peleas del Presi con Vicky Villarruel, con el Papa (“el jefe de la oposición” lo llaman en la Casa Rosada), con la UIA, hasta que los primeros rumores de pacto en las altas cumbres tuvieron un efecto beatífico. “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mateo 5). Bienaventurado Javi, que ha logrado dinamitar Juntos por el Cambio, dividir a Pro y a la UCR, partir la CGT; no sé si con el peronismo fracasó o le gusta verlo así, un rebaño que se mantiene unido y dócil a la voz de su pastora. Finalmente, con alguien hay que sentarse a negociar cuando se gobierna en minoría. Él es un buen cumplidor de lo que firma, siempre en un contexto de vínculos líquidos. Talibán en lo doctrinario, hiperpragmático en el día a día; le prohíbe a su mano derecha enterarse de las cosas feítas en las que se mete la izquierda. Es lo que pasó en la ONU: mandó a prender fuego a esas movidas progres y enseguida mandó a bendecirlas. Un hombre de mando.
La foto de anteayer del gabinete es un cuadro de época. Él, el único sentado. Pegadas, las tres mujeres del equipo. Sobre la mesa, la motosierra. Con la camisa afuera, Santi Caputo, el que armó ese circo. Escenografía, actores, relato. Para celebrar el pacto, un homenaje a la cultura kirchnerista
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La tendencia fatal del poder a la impunidad
HÉCTOR M. GUYOT
El fracaso del proyecto de “ficha limpia” en el Congreso confirma que al presidente Javier Milei le importa más la construcción de poder que terminar con los privilegios de “la casta”. Si los corruptos nos apoyan, la lucha contra la corrupción puede esperar. Y lo mismo la condena judicial definitiva de quienes llevaron adelante un latrocinio sin precedente. La vieja casta, presionada por el peso de la prueba de sus delitos, colabora con el fortalecimiento de la nueva. Y se convierte en interlocutor del Gobierno para dar forma a la Justicia y a la Corte Suprema que la juzgará en última instancia. Linda forma de lavar los pecados. También, de perpetuar la corrupción endémica que mantiene al país en la pobreza material y moral.
El kirchnerismo hace su juego. Lo esperable, ni más ni menos. La ausencia de ocho diputados libertarios en la sesión del jueves es, en cambio, reveladora: muestra que el Presidente, como un integrante más de la casta que tanto desprecia, también puede decir una cosa y hacer la contraria. Cuando se trata de acumular poder, los declamados principios quedan a un lado. En la falta de quorum que frustró la iniciativa de Pro contribuyeron, en más o en menos, todos los espacios políticos, salvo la Coalición Cívica. Sin embargo, la defección del Gobierno es la más grave porque no se limita a dejar abierta la posibilidad de que los corruptos nos vuelvan a gobernar y a robar, sino que ha puesto en evidencia, por si hacía falta, que el Poder Judicial está en jaque.
Milei, que vive de la polarización, la quiere a Cristina en las próximas elecciones. De allí la traición a “ficha limpia”, cuya sanción le hubiera vedado a la expresidenta la posibilidad de ser candidata el año que viene. Cristina, por su parte, se quiere impune y libre. Como se ve, las coincidencias entre La Libertad Avanza y el kirchnerismo van más allá de sus métodos o la personalidad de sus líderes. Hoy el Gobierno y el kirchnerismo bailan un dudoso minué que combina negociaciones más o menos secretas con bravatas para la tribuna.
El Presidente es dogmático en la economía y pragmático en lo político. Los principios del liberalismo económico ortodoxo son para él sagrados, pero no muestra ninguna estima por los presupuestos del liberalismo político: libertad es solo libertad de empresa. En cuestiones económicas, se recuesta en el sufrido apoyo de la llamada oposición dialoguista, sobre todo los legisladores de Pro. En cuestiones políticas, transa con el peronismo y teje lazos de complicidad con el kirchnerismo. En ese entente se fraguan la reelección de Martín
Menem como presidente de la Cámara de Diputados, la derogación de las PASO y el camino de Ariel Lijo, impugnado por un concierto multitudinario de voces autorizadas, hacia la Corte.
La Justicia, como el resto de las instituciones del país, tiene miembros honestos y capaces, pero no faltan los que venden sus sentencias al poder político o económico. La calidad de la Justicia, que determina el grado de transparencia de la política y la salud de la economía, depende de que haya más jueces del primer grupo y menos del segundo.
En este sentido, no está todo perdido: tenemos una Corte respetada por la idoneidad e imparcialidad de la mayoría de sus integrantes; también, tribunales capaces de condenar a una expresidenta y otros funcionarios por corrupción, basados en las evidencias reunidas por fiscales que asumieron con valentía el papel que les tocó. Estos avances, que pusieron en acto principios esenciales del Estado de Derecho, como la igualdad ante la ley, están amenazados. Todo indica que nos encaminamos a un retroceso: si depende de un pacto entre el gobierno libertario y el kirchnerismo, hoy la Justicia está en las peores manos.
Cuando era poder, el kirchnerismo se lanzó a colonizarla con jueces militantes que respondían a un proyecto hegemónico. Para salvar a la jefa de condenas que se veían inexorables inició una guerra de guerrillas, con el intento fracasado de la reforma judicial y el frustrado juicio político a los miembros de la Corte. Ahí, bien arriba, donde Cristina se juega su destino, apuntan hoy los cañones. Y todo lo que quiere Milei de la Justicia, parece, es que no entorpezca el curso de su cruzada purificadora y la construcción en marcha de una hegemonía política y cultural libertaria.
En un libro que se acaba de publicar en España y que llegará a las librerías argentinas, el fiscal Diego Luciani señala que, ante la falta de un fuerte rechazo social, la corrupción en la Argentina se fue instalando como una costumbre. Y advierte: “El peligro radica en que existe una tendencia a la ilegalidad y a la falta de respeto a la ley que permite justificar no solo las corruptelas menores, sino también la gran corrupción”.
¿Los éxitos económicos de los que se jacta el Gobierno lo relevarán del compromiso, asumido en campaña, de acabar con la corrupción? ¿Se le permitirá todo si la economía despega? ¿Asistiremos, otra vez, a la historia de siempre? La respuesta, como desliza Luciani, depende de la presión que sea capaz de ejercer la sociedad contra la tendencia fatal del poder a la impunidad.
Milei es dogmático en lo económico y pragmático en lo político. Venera la ortodoxia económica, pero no muestra estima por los principios del liberalismo político
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