domingo, 1 de diciembre de 2024

PEQUEÑA MOSCÚ


Uno de los stands de la feria Aurora en Colegiales
En breve, su hijo comenzará las clases en un jardín privado y bilingüe del barrio: “Lo consiguió mi mujer a través de un grupo de compatriotas de Telegram”, comparte Mikhail. No es el único dato que circula de esa forma. “Los rusos casi no usamos WhatsApp”, asegura Kseniia Romantsova, al frente, junto con su esposo Konstantin Voronin, de otro restaurante palermitano en alza, llamado Musgo (Nicaragua 4758). “Nuestra principal app es Telegram, hay muchos grupos para intercambiar información”, dice Kseniia, que tuvo a su hija en Buenos Aires y buscó contención en el grupo “Parto en Argentina”. Otros, como “Argentina después del parto”, reúnen a madres y padres que comparten instituciones educativas, problemas frecuentes en el proceso de adaptación y lugares para realizar compras infantiles.
La mayoría de las mujeres rusas que dan a luz en Buenos Aires lo hacen en clínicas privadas: el sanatorio Finochietto, la clínica Suizo Argentina, el Otamendi, La Trinidad y el Mater Dei encabezan la lista. Incluso existen agencias, como Argentina Family o Argentina mama, que ayudan a los recién llegados a organizar partos, elegir obstetra, buscar departamentos y hacer la documentación necesaria para los padres y el bebé.
Masajes con ramas de roble en el spa Gafarov
Detrás de los sabores
Los últimos domingos del mes, el Centro Comunitario Colegiales, sobre Federico Lacroze, se transforma en sede de una feria cada vez más popular llamada Aurora, que nuclea a “la nueva comunidad libre de habla rusa de Buenos Aires”. Al momento va por su octava edición y allí pueden verse desde puestos de artesanías y comidas típicas (borsch, salmón, carne seca, licores) hasta carteleras con ofrecimientos en cirílico (alfabeto que se utiliza en ruso y otras lenguas eslavas); incluso, una banda cantando en ruso en un rústico escenario y gente alrededor de una pequeña fogata.
Tal vez una de las cosas que más sorprenden al llegar es el puesto de café de la entrada. Sus dueños, Albert y Julia, hablan en inglés mientras sirven la infusión condimentada con canela y cardamomo. Lo llamativo es que la bebida se prepara calentándola en arena a 300 grados centígrados. Albert es diseñador industrial y Julia es periodista, pero ambos comparten una pasión: el café sobre arena, un antiguo método para prepararlo en cezves (una taza pequeña con manija para verter).
Claro que junto a esta exhibición de costumbres, proliferan también situaciones complejas: gente que no domina el idioma español, resigna su formación de origen y encuentra en la gastronomía una forma de subsistencia impensada tiempo atrás. “Yo nunca hubiera imaginado terminar trabajando de esto”, dice Kseniia Kolesnikovo desde su puesto “Malas Hermanas”. En Moscú, Kseniia era organizadora de eventos y traductora de inglés, tajante opositora al gobierno de Putin, al punto de que llegó a solicitar viajar como voluntaria a Ucrania para ofrecer ayuda. Su primer impulso, cuenta, fue irse a vivir a España, pero residir legalmente en Europa es complicado, así que optó por pedir el estatus de refugiada y se radicó en la Argentina.
Hoy ofrece sus productos (borsch y sopas, son sus hits) en la feria de Colegiales. La sucursal del local que tiene en San Isidro sobre la calle Alsina la abrió junto a su pareja, a quien conoció a través de Tinder. Su tiempo libre, dice Kseniia, lo utiliza para ayudar a compatriotas recién llegados con el tema de los papeles.
Fiestas Utrennik “tempraneras”, para adaptarse a los horarios laborales de Rusia
Ser parte de la comunidad
Lo cierto es que detrás del pintoresquismo se esconden cientos de historias: las de hombres jóvenes como Mikhail que se oponían a la guerra y no querían ser reclutados (“uno nunca sabía en qué momento podrían llamarlo”), pero también las de familias que se resistían a criar a sus hijos bajo un clima violento y las de los opositores al gobierno de Putin, críticos de la persecución a todos los que se manifiesten en desacuerdo o suscriban al movimiento LGBTQ. Este último es el caso de Egor Utkin, de 36 años, que llegó a Buenos Aires en octubre de 2023. Egor nació en Siberia, donde estudió y fue a la universidad. Los últimos diez años estuvo en Moscú y allí desarrolló su negocio de industrias creativas, trabajando con empleados de diversos países y compañías. Hoy, desde Monserrat, donde vive con su marido (se casaron hace un año), mantiene su trabajo de manera virtual. “Dejé Rusia en 2022, cuando entendí que la gente queer no era bienvenida: ese fue el año en que se expandieron las políticas anti-LGBTQ”, comparte Egor. “Tampoco estoy de acuerdo con la invasión de Ucrania”, agrega.
En paralelo a su trabajo, Egor, junto a dos socios, comenzó a organizar las Fiestas Utrennik en Buenos Aires, con una particularidad: empiezan a las 19 horas y finalizan a las 23. “Son para quienes se van a dormir temprano y no pueden esperar hasta las 2 o 3 am, que es cuando las verdaderas fiestas comienzan en Buenos Aires”, dice. En ruso, “utro” significa “mañana”. “También es una palabra que se usa en los jardines de infantes de Rusia para eventos en los que los niños actúan frente a sus padres con canciones, bailes y teatro. Generalmente estas ‘fiestas’ ocurren en la mañana o en la tarde”, explica Egor, y detalla que la idea de los encuentros que se realizan en Loyola al 700 nació a partir de sus propias necesidades: estrés por adaptación a una nueva cultura, frustración por las limitaciones que se tienen como extranjero, sentimientos de soledad sin amigos ni familiares cerca.
“Utrennik se convierte en un espacio donde puedes bailar todas tus emociones, conocer gente nueva, escuchar la música del pasado que te trae nostalgia y sentimientos acogedores”, plantea. Las fiestas llegan a tener hasta 100 participantes, en su mayoría, de habla rusa. “Vienen expatriados y refugiados que fueron llegando a Buenos Aires durante los últimos dos años y medio, y por oleadas de inmigración anteriores”, dice Egor. En cuanto a la música, comenta, pasan disco internacional, funk y el pop “que escuchaba nuestra generación o la generación de nuestros padres”. De a poco, fueron sumándose argentinos, “amigos de amigos” seducidos por la propuesta: “Es conmovedor ver cómo reaccionan ante la multitud de extranjeros que cantan juntos una canción en ruso. Realmente queremos ser parte de la comunidad local, y ya sabemos que a muchos argentinos también les encanta salir de fiesta temprano”, asegura Egor.
La importación de la cultura moscovita continúa ramificándose en otro tipo de costumbres. A saber: el spa y el sauna, su espacio estrella para la socialización. “La banya rusa es un lugar tradicional para la salud, basado en la combinación de altas temperaturas y alta humedad. En la banya suele haber varias habitaciones: la sala de vapor (donde la temperatura puede alcanzar entre 70 y 100°C, y la humedad llega al 100%), las salas de descanso y una piscina de agua fría o una bañera para contrastar temperaturas”, cuenta Illia Gafarov, de 36 años, que nació en la ciudad de Vladivostok y vivió los últimos seis años en Moscú. Llegó hace un año a Buenos Aires, junto a su mujer y sus dos hijas. Y abrió hace solo tres meses Gafarov, el primer sauna y spa ruso de Buenos Aires (Moreno 354).
Stand de "Malas hermanas", en la feria Aurora
Allí cobran en dólares, reciben a rusos y turistas (aunque también van locales) y ofrecen una propuesta poco frecuente para el concepto porteño de descanso. Es que una de las características principales de la banya rusa es el uso de ramas, generalmente de abedul o de roble, con las que se golpea al cliente para mejorar la circulación sanguínea y relajar los músculos dentro de las “salas calientes”. Luego es clave pasar del calor al agua fría de la pileta o a la bañera de madera llena de hielo, que ayuda a estimular el sistema inmunológico y acelera el metabolismo. “La banya en Rusia no solo se usa para limpiar el cuerpo, sino también como un espacio para socializar y descansar”, describe Illia, al frente de este lugar al que solo entran hombres, a excepción de los miércoles y domingos, que son “días de mujeres”. Hay, también, una terraza techada para disfrutar de un té de especialidad y de masajes convencionales, que se pueden tomar aparte.
La idiosincrasia rusa se expresa, a la vez, en manifestaciones artísticas que ya tienen sede propia, como Medias Lunas Theatre, en el bar Faro (también de la comunidad), ubicado en Gorriti 5801. Desde las mesas y degustando platos de Europa del Este, es posible apreciar obras en ruso y para rusos, aunque acaban de incursionar con subtítulos en español para atraer al público argentino. La mentora del proyecto, que se comunica exclusivamente en inglés, es Aleksandra Polonik, de 42 años, nacida en Moscú y llegada al país hace dos años “por razones obvias”.
Aleksandra es música y actriz; su marido es ingeniero de sonido. Llegó embarazada a la Argentina y el nacimiento de su hijo fue el comienzo de su aventura. “Cuando me encontré aquí con un bebé en brazos pensé que la única opción para volver a subir a un escenario era crear mi propio lugar, así que armé mi primera muestra, los Monólogos de la Vagina”, cuenta Aleksandra. Luego montó God of Carnage e inauguró un laboratorio de actuación con el que estrenó la obra Retratos de mujeres brillantes. “El guion es mío, basado en los diarios, cartas y entrevistas de aquellas mujeres que elegimos con las participantes, como Marilyn Monroe, Charlotte Gainsbourg, Tove Jansen, Maura Godoy, Anna German y otras”, describe entusiasmada con la propuesta, una más de las crecientes manifestaciones frecuentadas por sus compatriotas en nuestro país.
Hablar con ellos es confirmar que todos tienen conocidos, socios, más y más proyectos en carpeta. Un popurrí de comida, costumbres, integración e intercambio. La comunidad rusa sigue tendiendo redes y reafirma sus bases: entre la nostalgia y el hambre de futuro, una nueva cultura se amalgama a la sociedad argentina.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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