Cómo nace un artista: Sendrós reabrirá su galería con pinturas de un escritor
Washington Cucurto, autor de unos cincuenta libros traducidos a varios idiomas, debutará como pintor en La Boca
Sendrós y Cucurto, en la nueva galería
“¿Sabés qué creo? Que Washington Cucurto es un gran provocador”, dice Alberto Sendrós , tras varios minutos de resistirse a dar una definición sobre su nuevo hallazgo: el nacimiento como pintor de un autor que ya lleva publicados unos cincuenta libros.
Al galerista no le gustan los lugares comunes: ni “maestro”, ni “niño genio”, ni “artista precoz”. “Nuestro medio es muy rápido y torpe para etiquetar, pero eso es muy limitante”, agrega este experto en “descubrir potenciales, no talentos”, semanas antes de abrir un nuevo espacio en Wenceslao Villafañe 584, en La Boca.
A una cuadra de allí tuvo otro, Prisma, hasta 2018. Aunque el proyecto que lo consagró en la escena local fue la galería que dirigió durante más de una década sobre el Pasaje Tres Sargentos, en Retiro. Allí hicieron sus primeras muestras individuales algunos de los jóvenes artistas argentinos más destacados en la escena internacional actual, como Matías Duville, Luciana Lamothe, Nicanor Aráoz y Gabriel Chaile.
Otro hito fue el debut porteño en 2009 de la rosarina Mariana Telleria, quien diez años después representaría al país en la Bienal de Venecia. O la intervención de Diego Bianchi, un año antes, que transformó en una rampa la escalera que llevaba al primer piso, donde había funcionado la célebre marquería de Jorge Lumi. De esa manera, el artista obligó al público a trepar al primer piso ayudado por una soga y se ganó el reconocimiento de colegas y críticos.
Las pinturas de Cucurto demuestran ahora una audacia similar a la de Bianchi, ganador del premio Azcuy 2019 y curador de la muestra con la cual abrirá el 13 de abril la Galería Sendrós. “Es su desparpajo lo que me atrae, la libertad para tratar personajes reales y ficticios tan poderosos”, dice el galerista sobre la producción pictórica del escritor, comparado por Ricardo Piglia con Roberto Arlt.
Su propia historia es digna de una novela. “Washington Cucurto” fue el apodo que le pusieron sus colegas del ambiente literario a Santiago Vega, un joven humilde nacido en Quilmes en 1973, cuando devoraba libros en las bibliotecas públicas al terminar sus turnos como repositor en supermercados.
La publicación de su libro de poemas Zelarayán, en 1997, marcó el inicio de una carrera internacional que incluye traducciones de sus obras a idiomas que incluyen el persa, el chino y el coreano. A comienzos del nuevo milenio, en plena crisis, impulsó con Javier Barilaro y Fernanda Laguna la editorial y cooperativa Eloísa Cartonera, un proyecto social que llegaría a ganar el premio Príncipe Claus y el diploma al mérito del Konex.
Lo que inicia ahora es un nuevo capítulo. Si bien ya había expuesto dibujos, collages y pequeñas pinturas sobre papel en un monoambiente, hace dos años, ahora se presentará por primera vez como artista en una galería, con pinturas en gran formato que recuerdan el legado de Jean-Michel Basquiat.
Claro que esa comparación con el estadounidense de origen caribeño que llevó el grafiti callejero alas principales galerías neoyorquinas no convence tampoco a Sendrós. “Hay algo similar en la iconografía pero hay otra intención, una profundidad muy distinta en la obra de ambos –opina–. Basquiat no provenía del mundo de la cultura como sí viene Cucurto, que es un gran lector de literatura latinoamericana, lo cual ha enriquecido su imagen. Supo vincular esos dos mundos con gran libertad”.
Ojo entrenado
Una poética propia fue lo primero que detectó el ojo entrenado del galerista al ver aquellos trabajos iniciales. De inmediato lo incentivó a ir por más, y el resultado fue un éxito. Cucurto creó pinturas que tienen que ver con sus lecturas: incluyen frases escritas y retratos de autores como Reinaldo Arenas, Virgilio Piñera y José Lezama Lima.
“Le propusimos alejarse del lenguaje anterior y la respuesta fue magnífica. Demostró un dominio de la composición muy maduro y refinado, que me sorprendió”, admite Sendrós, y agrega que fue “un caso ejemplar” de su método de trabajo. Eso implica que intuye el potencial de un artista aunque no tenga una gran cantidad de producción.
“No necesito ver mucha obra si tiene una idea clara, contundente de lo que quiere decir. Una carrera se construye, el don se encuentra trabajando”, explica y agrega, sin rodeos: “En la Argentina el rol de la galería suele ser comercial, pero eso no me interesa. Para mí el rol del galerista es el del cuestionador, el que interpela constantemente desde un lugar crítico. Yo puedo llegar a ser cruel, en el buen sentido. La galería tiene que ser una parte activa, facilitar el camino a la obra, aunque sin compartir la autoría”.
Tan bien le fue en ese rol que ya no pudo acompañar a sus artistas en la siguiente etapa. “Habían crecido mucho y demandaban mejores condiciones, más acordes con lo que pasaba en el mundo: otro tipo de espacialidad y mayor presencia en ferias internacionales –recuerda–. Necesitábamos casa nueva y me embalé con la construcción de este edificio. Siempre tuve la certeza de que el cierre no era definitivo”.
El cierre de la galería, en 2014, fue memorable; en Librada, Nicanor Aráoz rendía homenaje a su madre y aludía a la venganza, la violencia, las relaciones de poder y la posibilidad de salvación. El artista esparció por el piso cúrcuma, especia de color anaranjado que expandió las huellas del público hacia la calle hasta el día siguiente.
La continuidad llegará ahora hasta La Boca. Otro de los artistas de aquella época dorada, Martín Legón, será el autor del texto de la muestra de Cucurto, aún sin título definido. El calendario de exposiciones se completará con artistas que tuvieron poca o nula visibilidad en la escena local: Manuel Esnoz, Andrés Aizicovich, Andrés Piña, Irina Kirchuk y Carolina Fusilier. “Los recibimos haciendo –señala Sendrós, que estará acompañado por Natalia Malamute–, y los devolvemos criados”.
C. CH.
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