Esa virtud tan olvidada y necesaria
Cuando bebas agua, recuerda la fuente. Este breve y sencillo proverbio chino obliga a reparar en aquello que habitualmente olvidamos, que no vemos. Lo obvio. Damos por sentada la existencia del agua, damos por hecho que la tendremos cuando sintamos sed. De la misma manera consideramos natural la existencia del techo que nos cobija, del alimento que nos nutre, del abrigo que nos cubre, de la cama en que dormimos, del aire que respiramos. Como si no fuera un milagro estar vivo al final de cada día, aun cuando, en realidad, nada ni nadie nos garantizó en el comienzo de la jornada que eso ocurriría. De tanto dar por sentada esa suma de cosas y circunstancias que constituyen el hecho de estar vivos, terminamos por olvidar (o desechar, o desdeñar) lo principal. Dar gracias.
Hasta que de pronto aparece un microorganismo, una minúscula e invisible cápsula de material genético llamada coronavirus, y todo lo que dábamos por sentado, todo aquello que considerábamos casi un derecho adquirido de nacimiento, tambalea, se torna incierto. Tememos perderlo. Tememos, sobre todo, perder la vida propia o la de seres queridos, pero sobre todo la propia. Y salimos a los balcones de nuestros confinamientos para aplaudir a quienes arriesgan las suyas para que no nos ocurra lo temido, lo peor. Nuestros aplausos dicen " Gracias ". Suenan así: gra-cias, gra-cias, gra-cias.
¿Recordaremos seguir agradeciendo después, a medida que el temporal pase? ¿Incorporaremos no solo la palabra gracias, sino el sentimiento de gratitud a nuestro equipaje existencial? ¿Dejaremos de ser eternos acreedores, exigiéndole a la vida lo que, según nosotros, ella nos debe? ¿O nos reconoceremos deudores de mucho de eso que naturalmente tenemos y a que a otros les falta? Leroy Page (1906-1982) no fue filósofo. Era una beisbolista que jugó en los Indians, de Cleveland, y los Browns, de Saint Louis Missouri, hasta los 47 años. Entró al Salón de la Fama por su calidad y su longevidad. Pero merece ser recordado por un pensamiento que se hermana al proverbio chino que inicia esta columna. "No reces cuando llueva si no rezas cuando el sol brilla", dijo alguna vez. En efecto, el agradecimiento no debiera ser ocasional y oportunista, sino un valor activo y permanente, una actitud, una forma de vida.
El agradecimiento no debiera ser ocasional y oportunista, sino un valor activo y permanente, una actitud, una forma de vida
Agradecer es admitir nuestras limitaciones, no creernos autosuficientes, reconocer la existencia del otro, del prójimo, saber que no hay un yo sin un tú, porque sin la existencia de alguna de ellas estas dos palabras nada significarían. "Resulta curioso que apenas existan estudios empíricos acerca del fenómeno del agradecimiento, cuando se trata de un fenómeno irrenunciable que mantiene presente en la conciencia la trágica estructura de la existencia", escribe la terapeuta existencial y escritora austríaca Elisabeth Lukas en El sentido del momento .
Quizás, a pesar de todo, el Covid-19 deje algunas secuelas beneficiosas, y una de ellas sea la instalación del agradecimiento.
Ello requerirá que recordemos nuestra condición de mortales frágiles, vulnerables, que solo pueden existir si existen en relación con otros. Con otros, no contra ellos o sin ellos. "El pecado mayor que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento", escribió Cervantes. "Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo de mi cosecha". El agradecimiento, además, convoca y aviva otras virtudes. En primer lugar, la humildad. Agradecer es un acto de humildad.
Y luego la empatía, la generosidad y el amor. Víktor Frankl (1905-1997), el gran médico y pensador austríaco que legó El hombre en busca de sentido (libro imprescindible hoy como nunca) aconsejaba: "Si no sabes por qué agradeces, quien recibe tu agradecimiento lo sabe".
S. S.
S. S.
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