El sueño recurrente de la expropiación
Pablo Sirvén
Si hay algo que Juan Domingo Perón realizó con verdadera precisión fue calificar a su partido de “movimiento”. Resulta una denominación más laxa y amorfa que busca, y logra, romper las fronteras previsibles que la democracia ha trazado para que las agrupaciones políticas no se salgan de cauce y mantengan las reglas del juego en el seno de una sociedad civilizada.
El “movimiento” se permite oscilar con cínica versatilidad fluctuando entre la izquierda y la derecha y, según la conveniencia del momento, acomodándose entre el liberalismo y el nacionalismo. Todo vale. La ideología permanente es, paradójicamente, el “movimiento”. Así, la reforma previsional de Mauricio Macri puede ser considerada horrenda y merecer catorce toneladas de piedras, y a los pocos meses, de vuelta en el poder, el “movimiento” da sucesivos y peores guadañazos a las jubilaciones (salvo a la mínima) sin el menor remordimiento y con plena conformidad social.
Oportunismo puro, a la enésima potencia, pero siempre contado en tono épico y de salvación de la Patria de “los enemigos internos y externos”. El culebrón patriótico e inflamado que el peronismo nos cuenta desde hace 75 años, pero con una extraordinaria rotación de objetivos que van de un extremo al otro, según la decisión del líder del momento y de las circunstancias que le toque surfear. Nada nuevo, en tal sentido, se vio en estos días.
Solo así puede concebirse que el peronismo haya privatizado YPF en 1992, con Oscar Parrilli como miembro informante, pero que como secretario general de la presidenta Cristina Kirchner haya aplaudido su reestatización en 2014 (“No va a costar nada”, dijo entonces Axel Kicillof) y que, ahora como senador, presente un proyecto que busca crear una comisión bicameral para investigar a la agroexportadora Vicentin, cuya intención de expropiarla anunció en la semana que pasó el presidente Alberto Fernández. Estamos hablando de una misma persona (Parrilli) que defiende posiciones diametralmente opuestas con idéntica convicción.
El peronismo destruye aquel axioma que afirma que “nadie resiste un archivo”. La incoherencia en el tiempo simplemente le resbala y hasta es fuente de orgullo. El peronismo pudo ser al mismo tiempo, en los años setenta, guerrilla de ultraizquierda y represión de ultraderecha. Ser tan versátil en aquellas circunstancias lo convirtió en sumamente mortífero.
Impertinente hablador, con su voz áspera y estridente, Julio Bárbaro me dijo anteanoche en Hablemos de otra cosa, por LN+, que “el peronismo murió con Perón” y que hace rato se convirtió en una simple cáscara que busca el control de “las cajas” (cuantiosos flujos de dinero que surgen de impuestos, comisiones, ingresos de empresas estatales y licitaciones amañadas). “Perón nacionaliza los ferrocarriles y Menem los vende”, agregó Bárbaro, aunque el actual senador hizo algo mucho peor: los desguazó.
Conocedor profundo del justicialismo desde adentro, Bárbaro no admite cuando le digo que entre los cíclicos cambios de manos de YPF “algunos billetes” seguramente quedaron pegados en las manos de los intermediarios políticos. “¿¿¿Algunos billetes??? ¡¡¡Todos!!!”, saltó. Sobran los ejemplos, pero enseguida viene a la memoria aquel promisorio ministro menemista que se retiró de la política y hoy es un potentado empresario, siempre atento a hacer buenos y redituables negocios.
Mientras se define en estas horas cuál será el futuro de Vicentin, tras el estropicio legal propiciado por La Cámpora, y que el Presidente gustoso tomó a su cargo, desde el costado de la escena, con un perfil más bajo, Cristina Kirchner retomó su nueva siembra de odio hacia el periodismo, al que acusó de armar una “asociación ilícita” con el gobierno anterior, en una colosal proyección de la figura que usó la Justicia para explicar el origen de su cuantiosa fortuna.
El 1º de agosto se cumplirán 46 años de lo que fue primero una intervención, luego se presentó como una expropiación, pero terminó siendo una confiscación (ya que no pagaron indemnización alguna): la estatización de los canales de TV, al mes de morir Perón y cuando ya gobernaba su viuda.
Y el año que viene se cumplirán setenta años redondos de lo que también fue anunciado como una expropiación, que también terminó siendo una confiscación, sobre el final del primer gobierno de Perón: el desalojo de los legítimos dueños del diario La Prensa para darle la conducción de ese medio a la CGT. Fue el corolario de años de hostigamiento: desde Radio del Estado (hoy Nacional) había diatribas constantes, anónimos rompían con frecuencia sus vidrieras sobre la Avenida de Mayo y el diario oral Octubre, desde enfrente del edificio de La Prensa, atronaba con consignas peronistas salidas de sus potentes parlantes. Cuando se consumó la expropiación, el diputado Arturo Frondizi (que siete años más tarde sería presidente de la Nación) culminó su discurso de cierre en el recinto de la cámara baja con una frase elocuente: “La Prensa cae abatida por una oscura tiranía”. Eva Perón, en cambio, reivindicó aquel zarpazo como la consolidación de “la nueva era justicialista de Perón”.
Apelando a su formato movimientista, el peronismo intenta un nuevo zarpazo
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