martes, 26 de septiembre de 2023

LECTURA....ENSAYO RECOMENDADO


Lugares comunes, atajos de la mente que llevan a callejones sin salida
Damos por buenas, a fuerza de repetirlas, afirmaciones que no tienen asidero 
Por Gustavo Noriega
Una mujer cruza el Puente de Brooklyn durante la pandemia; el confinamiento ayudó a multiplicar premisas erradas
Tan lejos como en 1976, en su famoso libro El gen egoísta, el biólogo evolutivo Richard Dawkins, luego de postular que la unidad de selección sobre la cual la evolución aplicaba la supervivencia del más apto era el gen y no el individuo, quiso extender esa noción a la cultura. postuló que podría existir una unidad de transmisión cultural –análoga al gen que replica información biológica– y lo llamó “meme”. así, pensó que existían ideas o expresiones de la cultura que se van repitiendo de persona en persona o de generación en generación, merced a algún valor que las hacía sobrevivir y perdurar en el tiempo.
Decía Dawkins: “Ejemplos de memes son: tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos. al igual que los genes se propagan en un acervo génico al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, así los memes se propagan en el acervo de memes al saltar de un cerebro a otro mediante un proceso que, considerado en su sentido más amplio, puede llamarse de imitación. Si un científico escucha o lee una buena idea, la transmite a sus colegas y estudiantes. La menciona en sus artículos y ponencias. Si la idea se hace popular, puede decirse que se ha propagado, esparciéndose de cerebro en cerebro”.



El meme no es necesariamente verdadero ni falso: simplemente logra replicarse una y otra vez. La idea se sostuvo sin encarnar durante mucho tiempo hasta que aparecieron las redes sociales. Desde el momento en que las imágenes conquistaron ese espacio por sobre el texto, apareció nuevamente la idea de “meme”, ahora aplicada a imágenes o frases breves que se repiten una y otra vez en las redes por obra y gracia de su capacidad de resumir una idea con precisión. La historia no recogerá el nombre de quien linkeó aquella idea de hace medio siglo de Dawkins con los memes humorísticos que se reproducen a lo largo del tiempo en el frenesí de las redes sociales, pero lo cierto es que la conexión es acertada.
Ahora bien, hay una forma del meme –tomando estrictamente el sentido de Dawkins– especialmente estable y singularmente dañina para la conversación pública: los lugares comunes. Son frases simples y simplificadoras, que reducen una idea a su formulación más contundente, que van imponiéndose en la discusión, obturándola, y que reflejan de una manera concreta el espíritu de una época. Los lugares comunes son un atajo del pensamiento, pero no llegan al mismo lugar al que llevaría la libre discusión mental de ideas: por el contrario, refuerzan el sentido común de la era, quitándole posibilidades de competir a ideas que ponen en cuestión esa hegemonía.
En los últimos años, esa hegemonía en nuestro país estuvo representada por ideas de corte progresista, asociadas a reivindicaciones identitarias, reconocimiento de derechos específicos, no universales, y una fuerte presencia del Estado para garantizarlos o imponerlos. Quizás estemos viviendo el comienzo del final de esa hegemonía. El kirchnerismo, ahora sin fuerzas para imponer su mundo ideal, se apoyó sobre algunas características tradicionales del pensamiento generalizado argentino: una cierta desconfianza del capitalismo, un antinorteamericanismo flagrante, y la sensación de que el ciudadano es acreedor de varios deudores, desde el Estado hasta los vecinos y parientes. Esas convicciones fueron expresadas a menudo a través de lugares comuel nes, causa y efecto de una forma de pensamiento político que se beneficia de la simplificación.
Haciéndose eco de este estado de las cosas, el editor Leopoldo Kulesz, de Libros del Zorzal, tuvo la idea de convocar a algunas personas quienes, más allá de su ubicación en el mapa intelectual argentino, tenían como denominador común la pretensión de no dejarse llevar por ideas instaladas. El objetivo fue hacer, entre todos, un manual que diera respuesta a esos lugares comunes. Le dio como nombre Manual de autodefensa intelectual y me otorgó el privilegio de coordinar el trabajo de los distintos autores. Una de las tareas fue pensar cuáles eran los temas en donde esos lugares comunes se habían asentado y obturado la conversación.
Luego de intercambios con los autores elegidos llegamos a la siguiente lista de discusiones abiertas en donde había que responder articuladamente a ideas instaladas y formuladas de manera simplista: populismo, antisemitismo, peronismo, Cuba, pandemia, comunismo y feminismo. En todos esos ámbitos de discusión, los lugares comunes se habían encargado de poner un techo a lo que se podía decir, dejando la discusión en un terreno acotado. Cada uno de los autores le opuso a cada lugar común datos y argumentación, ideas e intuiciones, tratando de romper ese techo.
Hagamos un breve recorrido por las distintas temáticas desarrolladas en el libro.
El brillante académico italiano Loris Zanatta, encargado de contestar los lugares comunes del populismo, dice de estas frases hechas: “Certezas de granito, a su alrededor se forman las comunidades populistas, se calientan los corazones y las mentes de los devotos, se crean identidades indestructibles: el paso del lugar común a la ideología es corto, cómodo, espontáneo. Ya nadie preguntará a esa altura si el cliché populista está justificado o no: no se discute lo que es cierto a priori”. Zanatta analiza afirmaciones concluyentes que a menudo derivan de la práctica del catolicismo: desde la naturaleza maligna del dinero y el capitalismo hasta la pureza original del “pueblo”.
Cecilia Denot, joven politóloga y experta en relaciones internacionales, habla sobre el antisemitismo, una teoría conspirativa que hoy disfraza su racismo en la forma de “antisionismo”, es decir, del ataque sistemático contra el Estado de Israel. De hecho, uno de los lugares comunes que Denot analiza, deconstruye y destruye es “Yo no soy antisemita, soy antisionista”. Dice Denot: “El antisionismo disfrazó el odio hacia los judíos de justicia social y consiguió así que miles de personas lo reproduzcan mientras piensan que en realidad están combatiendo la opresión, el apartheid y colonialismo y no a los judíos”. La respuesta incluye un recorrido erudito sobre la idea de la creación de un Estado judío, su calidad de refugio de un pueblo diezmado y de la amenazante idea actual de algunos países de que Israel no debe existir.
“Cuba es la dictadura militar más exitosa que tuvo américa Latina”, dice Leonardo D’espósito en su apartado sobre la isla revolucionaria. a pesar de ese dato incontrastable, la revolución cubana ha sido uno de los productores más grandes de lugares comunes de izquierda en nuestro país. Con minuciosidad y cuidado por los datos, D’espósito analiza y responde a algunos de sus mitos más repetidos, desde la excelencia de su salud hasta el bloqueo norteamericano como fuente única de sus evidentes penurias económicas, pasando por la vigencia de los derechos humanos bajo un régimen opresivo. Desgastada por los años, evidenciada por los testimonios de los que huyen de ella y ahora registrada por teléfonos que pueden grabar y documentar su decadencia, la revolución cubana sigue sin embargo generando una nostalgia que amerita el análisis riguroso de su contenido.
La arquitecta Gabriela Saldaña aborda un tema muy interesante y que es transversal a los demás temas: cómo el peronismo –especialmente en su encarnación kirchnerista– se apropia de movimientos sociales, convirtiendo reclamos sectoriales en formas particulares de su militancia partidaria. El comienzo es fundacional, con su apropiación del movimiento obrero, en manos del laborismo, pero luego se continúa a lo largo del tiempo hasta llegar a las instancias que hemos vivido en los últimos años. “Trabajadores y sindicatos, patria y pueblo, derechos humanos, cultura, progresismo, feminismo, indigenismo,ambiente: la apropiación de causas no tiene límites, a menos que la sociedad sepa reconocer y rechazar la manipulación permanente que habilita el avance apropiatorio”.
Me tocó hablar de la pandemia y digo que es un tema del cual nadie ya quiere acordarse, porque los recuerdos son malos y porque los hechos que vuelven a nuestra memoria nos resultan especialmente absurdos: horarios para circular, la gente dividida entre “esenciales” y “no esenciales”, las mil ideas acerca de cómo se contagia y la sanitización de ropa y salames y frutas al entrar a nuestros hogares. Muchos disparates se vivieron durante la pandemia y algunos lugares comunes intentaban simular una realidad que no existía. El brutal mazazo aplicado a los niños, obligados al encierro y la soledad, se ocultaba con la frase clave: “Clases hubo”. Por supuesto que clases no hubo, que su remedo generó un desastre que todavía estamos pagando y la profundización de una brecha que hoy nos corroe el alma, la que separa pudientes y desposeídos. Las medidas tomadas durante la pandemia, apoyadas en lugares comunes que hoy suenan absurdos, fueron todas desastrosas para nuestra vida en común.
El crítico de cine, literatura y fútbol conocido como Quintín explora una idea extraordinaria: dice que el gran logro del comunismo ha sido convencer a todo el mundo de que ya no existe más y que, por lo tanto, el anticomunismo es una antigualla a la que no hay que escuchar. De esa manera, resulta más fácil en nuestras sociedades democráticas elogiar a países con partido único, sin independencia de poderes y sin prensa independiente que denunciarlas. Quienes celebran esas dictaduras comunistas encubiertas pueden ser incluso dirigentes de alto rango de nuestro país. Quienes las critican son, en cambio, calificados como decrépitos atados a las categorías de la Guerra Fría. El recorrido histórico que hace Quintín deja en claro el peligro de aceptar esos lugares comunes y la necesidad de ejercer la resistencia a esos regímenes.
Para la doctora en Comunicación Andrea Calamari quedó el debate más contemporáneo, el generado por el feminismo verde y el fervor identitario. Los lugares comunes son los que resuenan en nuestra cabeza, son tan nuevos que nuestro sistema inmunológico no generó las saludables defensas. “No se puede ser liberal y feminista”, “El feminismo lucha para revertir toda forma de opresión”, “El lenguaje es sexista”, “Entre nosotras nos cuidamos”, “Los cuerpos de las mujeres son territorios en disputa”. Enamorada de las palabras, Calamari las desmenuza para encontrar el verdadero sentido de la oleada feminista: no se trata de defender libertades individuales sino de la pertenencia. Usar el lenguaje “correcto” no es un avance contra la opresión, sino una señal de identidad.
El Manual de defensa intelectual es una herramienta valiosa para la discusión pública. Alerta sobre verdades preestablecidas, las pone en cuestión, coteja con datos, argumenta, intenta rechazar la enunciación simple con un discurso articulado. Ahora bien, el retroceso del kirchnerismo en la Argentina, su pérdida de control del relato, su incapacidad de traducir el discurso en algo tan simple como mejorar la vida de la gente en la vida real y no en el plano de las palabras, muestra que esa batalla está siendo ganada. Lo que queda es estar alertas: existe la posibilidad de un cambio de paradigmas pero que traiga lugares comunes nuevos, especulares de los que venimos escuchando en estos años.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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