Una visita inesperada al refugio de presidentes
La fortaleza medieval, retiro oficial del presidente de Francia desde 1868, es utilizada por los mandatarios franceses como un espacio para descansar y conservar la discreción; fue también visitada por figuras como Angela Merkel Una vista del Fort de Brégançon, en la costa azul
Todo comenzó por lo que, en Francia, en jerga periodística se califica de “bala perdida”. Un reportaje que nadie quiere hacer, la idea delirante de un jefe de redacción preocupado por tener material durante los meses de verano y que generalmente recae sobre el más disponible. Mi misión para el medio francés para el cual trabajaba aquel verano de 1996: viajar hasta el Fuerte de Brégançon, en Bornesles-Mimosas, al borde del Mediterráneo, donde el presidente Jacques Chirac pasaba sus vacaciones.
Por entonces, los presidentes podían desaparecer tres semanas de verano sin agitar a la opinión pública. Y los medios tenían suficiente dinero como para enviar a un redactor allí donde, en principio, no había nada para ver, hacer o escribir. Solo “por las dudas”
“Solo por las dudas” fueron las palabras utilizadas por mi jefe de redacción para enviarme a la Costa Azul y narrar lo inenarrable: un presidente de vacaciones, invisible, protegido por los altos muros de ese antiguo fuerte militar comprado por el Estado en 1968.
Como el verano precedente, el Palacio del Elíseo había hecho saber que el primer ministro de la época, Alain Juppé, pasaría el fin de semana del 24 y 25 de agosto en el fuerte junto a su esposa. El tipo de información deslizada a la prensa para indicar que el ejecutivo sigue trabajando, entre un baño de mar y charlas de reposera. Pero también un mensaje de que todo estaba bien entre ellos, en momentos en que los rumores de dimisión de Juppé sacudían los mercados financieros.
No era la primera vez que Brégançon servía de marco a la mise en
scène política. François Mitterrand, que detestaba bastante ese lugar, lo visitó de vez en cuando para recibir a jefes de Estado extranjeros, como Helmut Khol en agosto de 1985. Más tarde, Nicolas Sarkozy invitaría a su primer ministro François Fillon, y François Hollande a Manuel Valls: cartas postales destinadas a los fotógrafos sin que nada fuera develado del contenido de las conversaciones entre los protagonistas. El actual presidente, Emmanuel Macron tampoco renunció a esa práctica. Escapando de los tumultos desatados por el escándalo de uno de sus colaboradores, el famoso “affaire Benalla”, recibió en Brégançon a la entonces primera ministra Theresa May, antes de quedarse 15 días allí junto a su esposa Brigitte.
El “solo por las dudas” de mi jefe de redacción hacía alusión a ese tipo de cosas: a la ínfima probabilidad de que algo se filtrara fuera del imponente edificio, atrapado entre sectores de una playa invadida por bañistas a varias decenas de metros de la entrada principal de la residencia.
Jacques Chirac adoptó Brégançon desde su elección. Adoraba la Costa Azul, donde vivió durante cinco años cuando era niño. Apenas elegido en 1995, pasó gran parte de sus veranos en el fuerte. De una naturaleza jovial, poco le importaba ser fotografiado dejando la playa privada, escondida detrás del fuerte, con una vestimenta que provocaba sonrisas: bermuda y zoquetes negros con zapatos de vestir.
Brégançon forma parte de las cinco residencias presidenciales francesas junto con el Elíseo, el hotel de Marigny y el Palacio de l’Alma en París y la Lanterne en Versalles. La fortaleza, integrada al reino de Francia en el siglo XIII, obtuvo ese estatus en 1968, durante la presidencia de Charles de Gaulle, después de pasar por una rápida y costosa renovación (tres millones de francos de la época): se agregaron habitaciones, se creó un apartamento presidencial en el primer piso, los muros fueron cubiertos de “boiseries”, se restauraron las chimeneas y los pisos de parquet, y se compró nuevo mobiliario.
Enormes gastos que no sirvieron para nada: el general detestaba ese lugar desde que había pasado una noche atroz, atacado por los mosquitos en una cama demasiado corta para su 1,96 m de estatura. Fue gracias a la insistencia del diputado de la región de entonces, Réné-Georges Laurin, que aceptó guardar sus malos recuerdos en el placar y firmar la incorporación del fuerte al patrimonio del Elíseo.
Su sucesor, Georges Pompidou, más bajo y fanático de la Costa Azul, adoraba el fuerte, sus 360° de vista panorámica sobre el Mediterráneo y el macizo de los Moros, y el espectáculo despampanante de las islas de Port-Cros, de Porquerolles y del Levante a lo lejos. Cuando era primer ministro de De Gaulle, el presidente le había solicitado con firmeza poner en sordina su gusto por el lujo, los autos deportivos, las vedettes y las mundanidades.
“Se terminaron las vacaciones en Saint-Tropez. ¡Desde ahora irá a la Bretaña!”, le ordenó, según relata Guillaume Daret en su libro El Fuerte de Brégançon. Historia, secretos y bambalinas de las vacaciones presidenciales.
Ya presidente, Pompidou estimó que Brégançon era el sitio ideal para conciliar su pasión por la Costa Azul, conservando al mismo tiempo la discreción. Pues, más allá de la imagen de brillo y poderío que dan a la República, las residencias oficiales poseen como utilidad principal la de permitir a sus ocupantes descansar al abrigo de las miradas y en total seguridad. Pompidou fue el primero que abrió el edificio a las cámaras de televisión, recibiendo a los periodistas con un cigarrillo en entre los labios y sin corbata, en el verano de 1970.
Su esposa, Claude, modernizó la decoración y Brégançon se convirtió en “the place to be”, atrayendo cada verano a los amigos artistas de la pareja, como Pierre Soulages o Niki de Saint Phalle. Su sucesor, Valéry Giscard d’Estaing, también hizo de ese sitio un elemento fundamental de su comunicación política. Preocupado por aparecer como “un francés como los demás”, provocó sensación llegando al volante de su propio auto y aventurándose en las canchas de tenis de sus acaudalados vecinos para disputar algunos sets con ellos.
Lejos había quedado ese espíritu de apertura en aquel mes de agosto de 1996. La fortaleza parecía haber vuelto a su vocación original: la inaccesibilidad. Al menos para los periodistas, que terminamos instalándonos en la playa del pueblo de Cabasson, “solo por las dudas”, aunque sin demasiadas ilusiones. Para un periodista político, ser invitado por un presidente a una de las residencias mejor custodiadas de la República francesa es casi lo mismo que si a un fan de fútbol le propusieran un entrenamiento con Lionel Messi.
En todo caso, los fotógrafos no estaban contentos. Los habían calificado de “paparazzi” después que, a principios de año, Paris Match había publicado en tapa una foto con Chirac empujando el cochecito de su nieto Martin. Por entonces era impensable. Pocos años después, esos mismos teleobjetivos inmortalizaron los baños de mar en Brégançon de Nicolas Sarkozy y Carla Bruni –que rápidamente prefirieron el confort de la residencia de la familia Bruni en Cap Nègre–, y después los de François Hollande y su compañera de entonces, Valérie Trierweiler.
Pero, como a veces los milagros se producen, cuando agosto llegaba a su fin, un colega llegó un día corriendo casi sin aliento para informarle al grupo que el presidente y su primer ministro nos esperaban en el Fuerte para una conferencia de prensa “sin micrófonos y sin cámaras”.
Bronceado, distendido, vestido con una remera amarilla, un pantalón beige y mocasines sin medias, el presidente comenzó informando que su esposa, junto a la del primer ministro habían ido esa mañana a una misa celebrada por un misionero africano “en situación regular, les aclaro”, ironizó. El día antes, las fuerzas del orden habían evacuado brutalmente unos 300 africanos indocumentados de la iglesia Saint-Bernard en París, provocando una viva emoción en el país y el mundo.
Terminada la conferencia de prensa, Bernadette Chirac invitó al grupo a hacer un rápido recorrido de la residencia. En el primer piso se encuentra el despacho presidencial, situado en una torreta del edificio. La decoración es somera: muros blanqueados a la cal y baldosas de terracota en el piso al más puro estilo provenzal. Como buen fuerte medieval, Brégançon no cuenta con ningún lujo aparente y conserva toda su simplicidad.
La esposa del presidente no dejó, sin embargo, de señalar sus carencias: ventanas con vidrios simples que tiemblan con el viento y tan pequeñas que impiden el paso de la luz. “Y después… ni siquiera hay una piscina”, se quejó. Macron tomó la decisión de hacerla construir durante su primer año de mandato.
Una palabra por fin sobre el fabuloso jardín de Brégançon. Un sitio encantador, que en 2019 recibió a su último invitado de marca: Vladimir Putin, recibido por Macron cuando los dirigentes occidentales todavía creían poder convencerlo de los beneficios de la democracia.....
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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