lunes, 1 de enero de 2024

Pluralismo de ideas.




Pluralismo de ideas. Se aprende de los libros, pero también de los otros
La universidad como ámbito para cultivar el diálogo entre lo distinto
Por Juan José Cruces
El estudio debe también ser un espacio de intercambio, reflexión y respeto
Este texto reproduce el discurso que el rector de la Universidad Torcuato Di Tella, Juan José Cruces, ofreció en la reciente graduación de grado
Queridas familias y colegas, pero, sobre todo, queridos graduados y graduadas: hoy es un día muy importante para ustedes. Están recibiendo sus títulos como graduados universitarios. Es un día de coronación en el que todos los esfuerzos de estos años se plasman en un diploma frente a la sociedad, ante sus seres queridos y, sobre todo, frente ustedes mismos.
Es también un día muy importante para nuestra universidad. En cada graduación volcamos a la sociedad lo más preciado que tenemos: nuestros estudiantes, como si fueran nuestros propios hijos. En cada ceremonia, renovamos nuestro compromiso con la sociedad de contribuir a la formación de las nuevas generaciones que el país, la región y el mundo necesitan.
Pero debo admitir con sentimientos encontrados que este es un fin de año particular. Por un lado, ustedes están por atravesar un mojón importantísimo en sus vidas, y eso nos llena de felicidad y orgullo. A su vez, este 2023 nos encuentra, como hace años, con una Di Tella pujante y en pleno crecimiento.
Pero no vivimos en una isla. Sabemos que, incluso equipados con las herramientas de primera calidad que ustedes se llevan de estas aulas, desembarcan arropados con energía y motivación a un país hoy poco generoso en oportunidades y muchas veces hostil para la convivencia transversal. Salen también a un mundo que en las últimas semanas nos ha mostrado su rostro más oscuro, que ha exhibido y sigue exhibiendo un grado de intolerancia que hasta hace pocos años no habríamos podido prever. No son semanas optimistas.
Quizá por eso no quiero ahora hablarles, como suelo hacerlo en estas ocasiones, de lo que les espera de acá en más. Quiero invitarlos a volver la mirada a los cuatro o cinco años que pasaron en nuestras aulas, a la luz de lo que estamos viendo que hoy ocurre en un número importante de universidades prestigiosas de otras latitudes del mundo. Allí, pareciera que la capacidad de convivencia, reflexión y discusión en entornos diversos pero respetuosos, comprometidos con la libertad de pensar y expresarse sin hostigar a nadie, se ha visto seriamente comprometida en los últimos tiempos, tornándose esos campus en lugares hostiles y violentos.
Doy un paso para atrás, como cuando uno quiere ver con perspectiva en un museo un cuadro de grandes dimensiones, lleno de detalles, matices y complejidades. Miro y miro, y todavía no me alcanza la distancia que tomo para entender. Entonces doy otro paso para atrás y me miro para adentro, haciéndome una pregunta básica: ¿para qué venimos a la universidad?; ¿para qué entraron ustedes acá hace casi un lustro?
No hay a esto, desde luego, una sola respuesta legítima. Algunos de ustedes habrán venido para aprender una profesión, otros para tener en el futuro con qué ganarse la vida, otros para adquirir conocimientos que canalicen una vocación clara, otros para descubrir en la marea de clases y materias de todos los días una inclinación profesional y una curiosidad intelectual que no terminaba de definirse, y otros para muchas otras cosas más.
Yo creo sin embargo que, lo busquen o no, lo quieran o no, lo sepan o no, lo más importante para lo que todos venimos a la universidad es para transformarnos. Para salir distintos de como entramos. Para distanciarnos un poco de las ideas recibidas de nuestros entornos cercanos, poniéndolas en diálogo con otras nuevas que a veces confirmarán lo que trajimos, otras veces nos lo pondrán en duda y otras simplemente nos harán ver que lo que pensábamos estaba equivocado, era incompleto o se había transformado en inadecuado con el paso del tiempo y las circunstancias.
Sea como sea el resultado de ese proceso de transformación intelectual y personal, que veo como el corazón de lo que ocurre en la universidad, su condición de posibilidad es el entorno y la atmósfera en que ocurre ese lento pero potente cambio de piel, en una edad sensible y plástica para absorber lo que nos ofrecen el mundo y los otros. Ese entorno y esa atmósfera propicios y necesarios para esta transformación están hechos de intangibles, de detalles, de pequeños cuidados cotidianos y de ciertas decisiones que ustedes casi nunca ven pero que son el colchón mullido en el que se apoyan estos años suyos. Y sobre eso quiero llamar la atención.
Nuestra universidad se asienta sobre tres pilares: la excelencia académica, la igualdad de oportunidades y el pluralismo de ideas. Los hemos sabido honrar a lo largo de los años, en una tarea silenciosa que es la madre de la comunidad social e ideológicamente heterogénea que convive en nuestras aulas y que hace posible la diversidad pacífica y constructiva –aunque no sin roces y divergencias esporádicas– que nos expone a otras experiencias, otras ideas, otros puntos de vista.
Hace poco organizamos nuestra cena de recaudación anual para el Fondo de Becas con el que solventamos a jóvenes enormemente capaces que no podrían pagar lo que cuesta educarse en la Di Tella. Para el librito que repartimos esa noche, una profesora de la casa escribió un texto cuyo contenido quiero compartir con ustedes hoy.
A través de una anécdota cotidiana y aparentemente trivial de nuestro día a día, el relato de nuestra docente ponía la lupa sobre el vínculo entre transformación virtuosa y exposición a lo diverso.
La autora de esos párrafos enseña desde hace años un curso de literatura medieval y renacentista en primer año de las carreras de Historia y Ciencias Sociales, en el que todos los años leen la Divina Comedia. No toda, pero sí los cantos más importantes, como el 30 del Purgatorio, en el que Dante y Virgilio se separan.
Después de haber recorrido juntos círculos aterradores y terrazas expiatorias, Dante peregrino se da vuelta en busca del calor de su guía y maestro. Pero el maestro ya no está. Se esfumó. Tres cantos antes, Virgilio –el “dulce padre” latino– se había despedido con estas palabras anticipatorias pero crípticas, como les dirían ustedes, queridos padres, a sus hijos aquí presentes: “Hasta aquí te traje con ingenio y con arte .... Ya mi tutela no andarás buscando: libre es tu arbitrio”.
Para Dante y para los lectores, explica la profesora, la separación es un momento de sorpresa y también, incluso al borde de entrar al Paraíso, de pérdida, desprotección y soledad. Todos los años en ese curso se detienen en ese episodio.
Pero en 2022 sucedió algo especial. Al final de la clase, una alumna muy tímida con acento de una provincia norteña se le acercó a la profesora y le dijo que seguramente era una interpretación tonta pero que, cuando leyó el pasaje, se puso a llorar.
Entendió que esa despedida ficcional entre Dante y Virgilio expresaba lo que ella sintió pocos meses antes, cuando abrazó a sus padres y se subió al micro que la traía, lejos y sola, a Buenos Aires para estudiar en la Di Tella. “Yo vengo de una escuela chiquita”, siguió la estudiante, “nunca leímos libros así; por eso entré a la Divina Comedia con mucho miedo de no entender nada. Y sin embargo encontré que me hablaba a mí”.
Mientras hablaba, se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. La profesora cuenta que le aseguró a su alumna que su interpretación, tan hija de una experiencia íntima y personal, estaba muy bien por muchas razones, entre ellas porque ilustraba maravillosamente bien algo de lo que se conversa desde el principio en ese curso de literatura: los clásicos perduran si nos ayudan a darles sentido con palabras de otros tiempos a experiencias de hoy y si sirven también para ampliarnos el rango de experiencias y emociones vivibles, independientemente de si nos tocaron o no vivirlas a nosotros.
La anécdota refleja algo que está en la base de la transformación que les ofrecemos. Aquí, la diversidad del estudiantado, que se ve y se escucha en los pasillos y en las clases de nuestro campus cada vez más desde hace años, enriquece nuestra mirada del mundo, ilumina aristas nuevas de los temas tratados en clase, les da un espesor a las discusiones del aula solo explicables por nuestras diferencias y, por último, tal vez en estos tiempos mucho más importante todavía, hace posible que intercambiemos abiertamente visiones diferentes del mundo en contextos amables y cuidados.
Venimos a la universidad para aprender. Aprendemos de los libros, pero también de los otros y de cómo otros, de vidas diferentes a las nuestras, entienden distinto los mismos hechos, los mismos conflictos, los mismos libros, las mismas palabras, las mismas ideas. Esa variedad pacífica nos enriquece, nos potencia y nos hace una comunidad fértil para el desarrollo humano e intelectual en la reflexión, el diálogo y el respeto, incluso –o, sobre todo– en la discrepancia y el disenso.
Los quiero despedir hoy recordándoles este valioso trasfondo que se llevan, para que lo conserven, lo cuiden y lo cultiven en todo lugar a donde vayan. Diálogo, reflexión y respeto van anudados a sus diplomas y son, en gran parte también, obra de ustedes. Son tesoros a recordar y preservar para que la transformación que comenzó en estas aulas vuelva a encontrar un terreno tan fértil y afable afuera como el que encontraron acá. Esto recién empieza, el mundo afuera está oscuro, pero ustedes llevan consigo esta luz.

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Las cartas del maestro de Milei y su enseñanza para la Argentina
¿Puede una receta económica ser aplicada sin adaptarse a la realidad?
Por Damián NabotJavier Milei, al arribar al Hotel Libertador
El ídolo económico de Javier Milei, Milton Friedman, publicó en los años 70 una carta corrosiva en The New York Times. Tenía un destinatario concreto: el economista Paul Volcker, a quien directamente le pedía que renunciara a su cargo de presidente de la Reserva Federal, es decir, que abandonara la conducción del Banco Central de Estados Unidos por incumplir con sus dictados teóricos. Los términos de Friedman eran inflexibles y acusaba a Volcker de ser incompetente para vencer la inflación. El intercambio de esas cartas se proyecta de forma crucial sobre el futuro de la Argentina.
En aquellos tiempos, cuando las discusiones públicas cuidaban sus formas, el pedido de renuncia formulado por un premio Nobel de Economía, como era el recientemente galardonado Milton Friedman, resultaba un golpe lacerante. Si bien tenía la elegancia de la letra impresa, la iracundia de Friedman era comparable al tono dramático de un panel de televisión. “Usted ha sido el responsable de la política monetaria más errática e incoherente que se ha visto en la historia de nuestro país –acusaba Friedman a Volcker–. Usted ha permitido que la oferta de dinero crezca a tasas excesivas y variables, que han alimentado la inflación y la incertidumbre. Usted ha provocado que las tasas de interés suban a niveles récord que han frenado la inversión y el empleo. Usted ha contribuido a que el dólar se deprecie frente a otras monedas, lo que ha erosionado nuestro poder adquisitivo y nuestra competitividad. Usted ha generado una crisis de confianza en nuestro sistema financiero, que ha puesto en riesgo la solvencia de los bancos y las empresas”.
El debate entre Friedman y Volcker en torno a la forma de combatir la inflación era llamativo, porque ambos compartían las ideas centrales y un concepto básico: la Reserva Federal debía servir de contención a las políticas electorales que empujaban el gasto y desmadraban los precios. Eso no estaba en discusión.
Ambos se veían como guardianes de la moneda frente a la irresponsabilidad de los políticos. Los dos coincidían en la necesidad de contener la oferta de dinero, pero igualmente Friedman cuestionaba a Volcker con crudeza. “Usted ha ignorado los consejos de los economistas más prestigiosos y experimentados, que le han recomendado que adopte una política monetaria simple y predecible, basada en una regla de crecimiento constante para la oferta de dinero –escribió en The New York Times–. Usted ha preferido seguir su propio criterio, basado en modelos matemáticos y estadísticos que no reflejan la realidad económica y social. Usted ha actuado como un burócrata ciego que se guía por indicadores abstractos y arbitrarios, y que ignora las consecuencias de sus decisiones”.
En el fondo, la polémica enfrentaba a un teórico, desprendido de la dificultad cotidiana de la gestión, con el funcionario que debía aplicar la teoría al presente económico y lidiar con el resto de los factores de la realidad, y tener en cuenta también el desempleo, el crecimiento o, incluso, la tensión política.
Contra todos los pronósticos, Volcker resistió al ataque. “Estimado profesor Friedman: He leído con interés su carta abierta del 6 de noviembre, en la que me pide que renuncie a mi cargo de presidente de la Reserva Federal. Usted me acusa de ser el responsable de la inflación y el desempleo que aquejan a nuestro país, y de no seguir sus consejos sobre la política monetaria. Permítame decirle, con todo respeto, que sus críticas son injustificadas y que sus propuestas son impracticables –le contestó en otra carta–. Usted sabe muy bien que la inflación no es un fenómeno que se pueda controlar de la noche a la mañana, sino que es el resultado de años de excesos monetarios y fiscales, que han erosionado la confianza en nuestra moneda y en nuestro sistema económico. Usted sabe también que el desempleo no es una consecuencia directa de la política monetaria, sino de los desajustes estructurales y de la falta de competitividad que afectan a muchos sectores de nuestra economía”.
Volcker respondía al profesor desde la realidad y el pragmatismo, lo confrontaba desde el timón con el que intentaba controlar al temporal inflacionario más allá de las formulaciones académicas. “Usted me recomienda que adopte una regla monetaria simple y predecible, que consiste en fijar una tasa de crecimiento constante para la oferta de dinero, sin importar las condiciones económicas o financieras. Usted cree que esta regla garantizaría la estabilidad de los precios y el crecimiento económico, y que eliminaría la incertidumbre y la especulación. Yo no comparto su visión. Creo que la política monetaria debe tener cierta flexibilidad para responder a las circunstancias cambiantes y a las señales del mercado. Creo que la oferta de dinero no es una variable fácil de definir o medir, y que su relación con la inflación y el crecimiento no es tan estable como usted supone. Creo que una regla monetaria rígida e inflexible podría tener efectos indeseables y contraproducentes, como provocar una mayor volatilidad de las tasas de interés, una mayor inestabilidad financiera y una menor capacidad de respuesta ante los shocks externos”.
Milei atraviesa el dilema de Friedman y Volcker. Su futuro depende de la posibilidad de aplacar la inflación, pero la teoría y los modelos económicos que sobrevuelan en su cabeza enfrentan la singularidad argentina, deben adaptarse a la piel lastimada de una sociedad empobrecida, entre límites políticos, conflictividad temprana, tradición especuladora y una especial volatilidad en el tipo de cambio y la demanda de dinero. En los primeros días, su política económica logró acortar la brecha cambiaria que impedía acceder a los dólares. Pero ahora enfrenta una dinámica que llevó a los precios a correr como un tren bala, mientras el tipo de cambio camina como una tortuga. Si esa proyección se extiende en el tiempo, la Argentina puede pasar en meses de ser un país barato a otro con costos imposibles.
“El dólar exportación se está deteriorando al 25% por mes respecto a los precios”, alertó esta semana el economista Carlos Rodríguez, que supo estar cerca de Milei. Si no frenan los precios se necesitaría una nueva devaluación. Un ciclo de inflación y devaluación que volvería impracticable la gestión. La realidad desafía a la teoría.
Los modelos económicos exigen mirar el terreno. Volcker tomó gran parte de la teoría de Friedman, pero luego lo adaptó al presente económico y político de los Estados Unidos de las décadas del 70 y el 80. “Yo no me guío por modelos matemáticos y estadísticos, sino por la evidencia y el análisis. Yo no soy un servidor de los intereses de los banqueros y de los políticos, sino de los intereses de la nación. Yo me preocupo por el bienestar de los ciudadanos y por eso estoy decidido a combatir la inflación, que es el mayor enemigo de la prosperidad y la justicia social”, le contestó a Friedman. Sus primeras acciones generaron recesión y una feroz controversia. Pero las medidas de Volcker, apoyado primero por el demócrata Jimmy Carter y luego por el republicano Ronald Reagan, finalmente lograron dominar la inflación y abrieron tres décadas de desarrollo sin aumento de precios en los Estados Unidos.ß
Fue una polémica entre un teórico y un economista en funciones
las medidas de Volcker abrieron tres décadas de desarrollo

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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