El discurso de milei GPS presidencial: recalculando
Félix V. Lonigro
Si se analizan los hechos y los dichos del presidente de la Nación desde que asumió el cargo, es fácil advertir que tiene un profundo desdén por el sistema republicano de gobierno, caracterizado por la existencia de diferentes órganos, a cada uno de los cuáles la Constitución nacional les asigna ciertas y determinadas potestades. Pareciera considerar que los contrapesos que, desde la ley fundamental, el funcionamiento institucional propone para limitar el poder que ejercen los primeros mandatarios constituyen una suerte de obstáculo que se interpone entre él y sus objetivos.
En efecto, la saga de desplantes e improperios presidenciales se inició el pasado 10 de diciembre, en el minuto uno de la asunción: si bien allí Milei juró ante la Asamblea Legislativa, evitó dirigirse a ella en su discurso inaugural, y prefirió leerlo en las escalinatas del Congreso, pero de espaldas a él, hablándole directamente a la gente.
A los pocos días, el primer mandatario dictó un decreto de necesidad y urgencia, atribuyéndose una enorme cantidad de potestades legislativas, sabiendo que, al enviarlo al Congreso para su aprobación, y por imperio de la ley que reglamenta el ejercicio de facultades legislativas por parte del presidente, los legisladores están obligados a aceptar o rechazar en conjunto.
Prácticamente en forma paralela, convocó al Congreso a sesiones extraordinarias para el tratamiento de un proyecto de ley “ómnibus”, en el que también se abordaron cuestiones de la más diversa índole (casi setecientos artículos y seis anexos), para que el Congreso los apruebe en el exiguo plazo de un mes.
De pronto, entre el decreto de necesidad y urgencia, y el proyecto de ley referidos, los legisladores se encontraron con que tenían que analizar, debatir y votar más de mil artículos vinculados a cuestiones de las más variadas disciplinas jurídicas, políticas e institucionales. La intención del Presidente no fue que esas cuestiones fueran debatidas por las cámaras, sino que el Congreso las aprobara sin vacilar, por considerar, probablemente, que ahí estaría la razón universal revelada por las “fuerzas del cielo”.
Como ello constituyó una subestimación de la labor legislativa, constitucionalmente consagrada para funcionar como contrapeso del poder presidencial, la estrategia fracasó con respecto a la “ley ómnibus”, y actualmente está peligrando la continuidad del “megadecreto” de necesidad y urgencia, que en un futuro no muy lejano podría ser rechazado por ambas cámaras del Parlamento. Ello generó la ira del primer mandatario, que calificó al Congreso de un “nido de ratas”, y a los legisladores de “traidores”. Al mismo tiempo, continuó despotricando contra “la casta” y se enfrentó con los gobernadores.
No transcurrieron aún tres meses desde que se inició el nuevo período presidencial, y aunque el Presidente no lo haya reconocido en forma explícita, evidentemente entendió, al menos por ahora, que el país no es una pista de autitos chocadores, y que la estrategia de la confrontación no lo conduce a buen puerto. Es así, entonces, que decidió escuchar a su GPS, recalcular, retroceder en el tiempo y pronunciar, en la pasada inauguración de las sesiones ordinarias, el discurso que debió leer cuando juró. El hecho de que haya convocado a un “pacto” fundacional, invitando allí a los gobernadores y a miembros de “la casta” a la que tanto desprecia, es un claro reconocimiento, aunque no manifestado, de que ha revisado su estrategia
Milei ha reproducido en su discurso del 1º de marzo las medidas que había volcado previamente en el DNU Nº 70/23 y en la denominada “Ley de bases”, las que, en su gran mayoría, merecen una decidida aprobación. Lo que vienen fallando son los métodos abruptos, intimidantes, intempestivos y dudosamente republicanos, que le hicieron perder noventa eternos días.
Si detrás del vehemente discurso en el Congreso el Presidente esconde un cambio de estrategia política y personal, el futuro se verá claramente despejado, las perspectivas recuperarán optimismo, y al ya célebre grito de “¡viva la libertad, carajo!” se le agregará el deseo de que también vivan la templanza, la prudencia y la institucionalidad republicana.
Abogado constitucionalista, profesor de Derecho Constitucional UBA
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La geopolítica de la inteligencia artificial
Patricio Carmody
Las dos superpotencias de la inteligencia artificial (IA) –EE.UU. y China– entienden claramente los cambios que puede causar la IA en lo económico, en lo militar, y en consecuencia en lo geopolítico. Solo en el campo civil, la IA –especialmente la generativa, que puede generar nuevos contenidos– alterará el proceso de creación y distribución de la información para generar enormes avances en productividad en materia tecnológica, de salud, servicios financieros, y del sector energético. Esto llevará a profundos cambios en el peso geopolítico de las naciones.
Tanto EE.UU. como China tienen dos atributos fundamentales: el poderío de sus supercomputadoras y una gran reserva de talento dedicado a la IA. Washington tiende a poner el acento en sistemas que son inherentemente generales, que sirven a la mayor cantidad de gente posible en la mayor variedad de maneras. La generalidad es el objetivo de sus compañías de IA. Pero la mayoría de estos sistemas pueden tener un uso dual, civil o militar. Así, como afirman Ian Bremmer y Mustafa Suleyman, los mismos sistemas que manejan autos pueden manejar tanques.
Por su parte, Pekín tiende a querer controlar la IA, integrando sus empresas de IA a la estructura del Estado. Para ambas potencias, el quedar rezagadas implica graves riesgos geopolíticos, lo que determina que ambas dediquen inmensos recursos a la IA, y no estén dispuestas a detenerse, lo que equivaldría a un desarme unilateral. El desarrollo de IA es visto como un juego de “suma cero” por Washington y Pekín. Por ello, EE.UU. restringe la exportación de semiconductores avanzados a China.
Pero la IA no es exclusiva de las dos superpotencias, ya que varias potencias medias en materia de IA procuran sacar ventaja de sus conocimientos para mantenerse competitivos económicamente y relevantes a nivel militar y geopolítico. Ejemplo de ello son naciones con amplio talento como Francia –con apoyo estatal–, Reino Unido –con prestigiosas universidades y especializado capital de riesgo– e India. Como también Canadá y Corea del Sur.
Rusia comprende la importancia de la AI, pero su atraso erosionará su impacto geopolítico. Moscú progresa en lo militar –en la IA en drones autónomos– , pero no ha logrado avances relevantes en el campo civil, que florece en EE.UU. y China. Así, en cuanto a supercomputadoras, Rusia posee solo 7 de las más poderosas del mundo, mientras que EE.UU. tiene 150. Además, sufre limitaciones por la guerra de Ucrania, lo que le impide el acceso a los microchips que EE.UU., Corea del Sur y Taiwán concentran. En cuanto a talento, ha perdido 100.000 técnicos, un 10% de su personal de IA en un año. En ese contexto, Putin contempla incrementar el número de supercomputadoras, incrementar la formación de expertos en IA y aumentar la cooperación con los países de los Brics, incluyendo China e India. Pero parece difícil que pueda alcanzar a las superpotencias.
La mayoría de las naciones no tendrán ni el capital ni el know how para competir en IA, y su acceso a ella puede estar determinado por sus relaciones con poderosos países y empresas. Además, las complejas y restrictivas limitaciones al flujo de tecnología y capital –sea por la guerra en Ucrania o por la creciente rivalidad entre EE.UU. y China– crean barreras a la difusión internacional de la IA. Por ello, crece el temor de que las innovaciones en IA sean desarrolladas e implementadas en formas que magnifiquen los ya existentes desbalances económicos y geopolíticos entre naciones.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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