lunes, 4 de marzo de 2024

EL ESCENARIO Y LA CORRUPCIÓN FERNANDEZ KK




El arte de injuriar
José Claudio EscribanoJavier Milei y Jorge Luis Borges


Hay preguntas que definen una época.
La cólera, la irascibilidad constante ¿proyectan una propiedad orgánica, central, constitutiva de la personalidad psicológica del Presidente? ¿O habrá de suponerse que se trata de un comediante que exprime, como no ha habido otro en nuestra política, las habilidades histriónicas de enfurecerse, a un punto que habría envidiado sir John Gielgud, el gran trágico inglés de memorables papeles shakespearianos?
Anteanoche, en el Congreso, Milei fue en las formas más ángel que diablo, seguramente por el corsé que viste en algunas ocasiones y tan bien observó Carlos Roberts, en su columna de ayer en la nacion. Nadie, sin embargo, hurgue en los archivos en busca de un discurso presidencial más provocador en la sustancia contra la mayoría de los legisladores que lo escuchaban paralizados por el estupor. No lo encontrará. Fue también el discurso más franco, de crudeza excepcional, que esperaron generaciones de argentinos para que alguien les dijera, desde ese sitial, que la Argentina ha sido trasegada por políticas corruptas, ineficientes y sin sentido.
Al margen de esta sesión de apertura del período legislativo, los voltajes de procacidad en el lenguaje político argentino han aumentado a niveles sin precedentes en el pasado y el Presidente se ha llevado las palmas por sus caudalosas contribuciones a ese fenómeno. Nadie podría, con todo, quejarse de que se haya vulnerado estos meses una supuesta limpidez del historial vernáculo en tan delicado capítulo.
Había desde antes manchas por todos lados. Borges, en un artículo publicado en Sur en 1933, y reproducido más tarde en Historia de la Eternidad, se despachó sobre el arte de injuriar. Lo hizo por el lado de los meros pensamientos: “El hombre de Corrientes y Esmeralda –dijo– adivina la misma profesión en la madre de todos”.
La lengua de los argentinos se ha ensuciado más y más en las últimas décadas. En escuelas, universidades, redes sociales, familias. Madres, abuelas y maestras recriminaban en su tiempo a los chicos por hablar “como carreros”.
Ignorábamos bastante sobre cómo hablaban los carreros, aunque lo imaginábamos, con la fértil fantasía de la infancia. Ahora es notorio que hasta la prensa gráfica ha perdido por propia determinación, contagiada por hábitos sociales más elásticos que los de nuestros mayores, el viejo prurito de escribir las palabras malsonantes con solo la primera letra, seguida de puntos suspensivos en remedo de las letras censuradas. Además, desde hace largo tiempo, quienquiera que esté dispuesto a oír radio y mirar televisión, y ni qué decir a navegar por las redes sociales, podrá sentirse al día sobre los términos escatológicos que enriquecen –¿enriquecen?– gradualmente la lengua que hablan y farfullan los argentinos. La novedad es el registro creciente de anglicismos que utilizan para injuriar.
En medio de este cuadro, el gobierno de Milei ha hecho por lo menos una manifestación de sensatez al prohibir en la administración pública el lenguaje inclusivo. Los falsos progresistas del kirchnerismo, que trabajaban poco y mal, pero adherían a cualquier dislate que sirviera a la ruptura de las convenciones establecidas, habían condenado al ostracismo el uso genérico del masculino que se halla en las tradiciones lingüísticas del español.
Pretendieron reemplazarlo por signos neutros (e, x, @), pero fue inútil. Desconocían que la lengua no se inventa por decreto de gobiernos, elucubraciones académicas, trasnochadas de algún intelectual o fantasías del Instituto Patria: es producto de una gestación popular legitimada por el uso, tanto en tiempo como en espacios territoriales razonablemente extendidos.
Si se tratara de un torneo futbolístico, en lugar de un cotejo de injurias, el presidente Javier Milei encabezaría la tabla de goleadores, justo él, que fue arquero. Cabe pensar que en la inconsciencia sobre la peculiaridad de su estilo Milei tome como elogio lo que procura ser la anotación de fatiga por el cúmulo de interjecciones groseras que ha lanzado por sí o por la vía más cautelosa de adherir con un “me gusta” a tal o cual injuria disparada en las redes por sus epígonos.
Esa fatiga tempranera, para que lo comprenda, denota un estado de ánimo que podría traducirse más tarde en un hartazgo en sentido inverso, pero no menos rotundo, que el del voto popular del 19 de noviembre, el que lo instaló milagrosamente en el poder por hastío mayoritario con las políticas mafiosas y perversas que han llevado la Argentina a la ruina.
Es débil la ilusión de que un presidente de tan asombrosa personalidad, más apropiada al artillero que dispara cañones en la batalla antes que a la de un esgrimista y estratega de la política, cambie fácilmente de maneras. Anteanoche, por lo menos, pareció haberse entrenado unos días en la cuerda que vindicó Borges, al recordar las maravillas que hacía Samuel Johnson: “Su esposa, caballero –le espetó una vez al interlocutor–, con el pretexto de que trabaja en un lupanar vende géneros de contrabando”.
Milei, en otra línea, opta generalmente por el garrote, no por el florete. Más que el estilo del célebre ensayista inglés del siglo XVIII, Milei frecuenta el de Bette Davis. Fue la diva que en su tiempo vituperó de esta forma a Joan Crawford, otra gran figura de Hollywood, a quien detestaba: “Se ha acostado con todas las estrellas de la Metro, excepto con Lassie”.
Con menos indulgencia que los argentinos condescendientes con estilo de Milei en el afán de que nada frustre una política económica indispensable de austeridad e inversiones destinada a acabar con la inviabilidad de la Argentina, Ortega y Gasset habría dictaminado a esta altura que los rasgos coléricos del Presidente constituyen un caso perdido: “Hombre y figura, hasta la sepultura”. El filósofo español, gran colaborador de la primera parte del siglo XX, describió concienzudamente que el comportamiento, o carácter, no es más que el reflejo de la fisonomía interior de un ser, así como los ojos, la boca, la altura, y demás, se aúnan para definir, de modo casi irrevocable, la exteriorización física de cada individuo.
Si en estos meses, por reiteración apabullante de actos poco menos que automáticos, ha quedado traslúcida y desprovista de cualquier velo la personalidad de Milei, una segunda razón refuerza el argumento sobre la dificultad de que este se trasvista, de aquí en adelante, en un tipo de hombre más clásico en la política. Así las cosas, mantendremos sobre él la misma esperanza que expuso anteanoche de que “la casta” corregirá su visión de país.
¿Por qué Milei habría de cambiar cuando cuenta todavía con el aliento de una importante franja ciudadana que, sobrevaluando su estilo, cree que se trata de la personificación singular de un actor que juega con los efectos que espera de sus actitudes y palabras? Milei ha logrado en pocos años éxitos estruendosos tal como es: producto genuino de la calle hostil y de la cultura que configuró su personalidad en esa cincuentena de años que parecieran haber sido más agrios de lo común.
Milei no aparenta nada; es como es, acaso con algo de candor infantil y con la inteligencia para el razonamiento económico que destacan quienes han hecho una carrera profesional a su lado. Estos hacen la salvedad de que los intereses mentales del actual presidente rara vez iban más allá de los encantos que percibía en la complejidad de las cuestiones económicas y financieras.
Milei ha triunfado hasta aquí no solo por haberse subido a una ola de reclamos generales contra la casta de políticos, sindicalistas y piqueteros que han trapicheado años y años negocios sucios a costa del resto de la sociedad. También porque lo ha hecho merced al shock de perplejidad que ha provocado con la dimensión, fuera de manuales, de sus rasgos excéntricos de poseído y de un perfil personal de fuerte espiritualidad, trazado a brocha gorda, lejos de las cuidadosas líneas y los matices sutiles a que propenden los pinceles de paleta.
Se ha abierto paso a los gritos, sin medir en desafueros que han sido esenciales, aunque resulte insólito, tanto para llevarlo al triunfo del 19 de noviembre como para convertirlo, oh, sí, en figura de atracción mundial. No olvidemos el contexto: Milei ha irrumpido en un ciclo de desvalorización creciente de la democracia en la sociedad: más del 67 por ciento de los argentinos han contestado en una encuesta internacional publicada por esta semana que la democracia tiene cuentas para saldar con ellos.
¿Por qué, entonces, Milei habría de enmendarse, a menos que en algún momento percibiera el vahído del abismo, si la amplísima mayoría de ciudadanos que lo votó se mantiene aún relativamente estable, y en muchos casos eufórica, a pesar de políticas que soliviantan gravemente a otra gran franja del país?
Difícil pedir, pues, a Milei que abandone, si es que eso fuera humanamente posible, la pulsión hacia la ofuscación furibunda que solo abandona cuando se prepara especialmente para anularla, como anteanoche. Difícil que baje los altos decibeles y descienda a escribir sobre los adversarios epitafios como los que un Borges aún veinteañero satirizaba a los congéneres. Ese arte de injuriar se reflejaba en plenitud en líneas publicadas sin firma en la revista Proa y atribuidas a Borges por sus cofrades. Iban en desmedro, por caso, de quien sería miembro de la Academia Argentina de Letras, destacado diplomático y figura eminente de la Argentina en su época:
Aquí yace Jorge Max Rohde Ya no xode Más
Nada, por lo tanto, puede sorprender a un viejo cronista, pero eso no evita que la instalación consuetudinaria de un lenguaje más valedero de ámbitos vulgares que de las más altas instancias de la República lleve a preguntar por cuánto tiempo más puede sostenerse una línea de actuación verbal desenfrenada antes de que muchos otros terminen por emularla. Una tarde de 1959 o 1960, en tiempos en que los cronistas parlamentarios todavía ingresaban sin restricciones en medio de una sesión al recinto de la Cámara de Diputados, este cronista conversaba animadael mente con Arturo Mathov, legislador porteño.
Mathov ocupaba un sitial en la fila del bloque de diputados de la UCR del Pueblo más próxima a la presidencia del cuerpo. Colgaba de sus labios un eterno cigarrillo; con cada colilla encendía el siguiente, y así, sin parar. Debía haber sido aquella una charla trivial, porque nada recuerdo de lo que hablábamos.
En esas circunstancias, pidió la palabra José Liceaga, Pepe, diputado por la UCRI y estanciero de Lobería que lo perdió todo por la política. Al oírlo, Mathov saltó como un resorte de la banca. Extendiendo hacia Liceaga el brazo que agitaría para enfatizar el oprobio, pronunció no menos de diez veces el vocablo maldito que ha amargado en los últimos meses la vida de Gerardo Morales, el exgobernador de Jujuy castigado en el discurso de Milei. “Usted es un c...”. “Usted es un c…”. “Usted es un c…”.
Liceaga, político de prosapia radical, fiel seguidor, en principio, del presidente Frondizi, estaba casado con Marisa Liceaga, la bella mujer envuelta por el escándalo, y también ella diputada nacional. Los Liceaga habían sido subyugados por las ideas desarrollistas de Rogelio Frigerio. Mathov aún lanzaba denuestos –en realidad, un escueto mantra, escalofriante– cuando los diputados de la UCRI, todos a una, avanzaron para silenciarlo. Tropezaron con la pared conciliatoria de los demás diputados de la UCR del Pueblo, armada alrededor de quien iba a ser destinatario de golpes por la ira generada.
El profesor Federico Fernández de Monjardín, hombre sobrio y bondadoso, de Luján, que vestía a la antigua y ejercía la presidencia de la Cámara, dispuso testar el epíteto irreproducible de la versión taquigráfica de la sesión. Se atuvo así a tradiciones inmemoriales en el Congreso. Lo que no logró es que perdurara en la borra del tiempo una sensación de amargura entre quienes asistieron a aquella intempestiva interrupción del debate por un diputado que solía interpretar los fuertes sentimientos antifrigeristas de la Armada.
Todavía a fines de los cincuenta los viejos taquígrafos del Congreso mentaban en rueda de café una brutalidad de parecida naturaleza lanzada por el senador Lisandro de la Torre, durante el famoso debate por la cuestión de las carnes, contra el ministro Federico Pinedo. De modo que no hay hoy en escena ninguna obra de pioneros en eso del insulto como arma destinada a lograr efectos políticos.
El kirchnerismo, con sus personajes tan propicios a la diatriba, dejó abonado el terreno tan resbaladizo sobre el que el Milei trabaja con llamativa persistencia, pero también aquellos carecieron de la perspicacia en el arte de injuriar con expresiones de alta gama, como las calificaría un vendedor de automóviles. Abundan en el mundo diccionarios con el alfabeto del oprobio. Entre las entradas de rigor, es infaltable el relato de que a punto de estrenar Pigmalion, en el Majestic Theater, de Londres, Bernard Shaw envió a Winston Churchill dos entradas. Llegaron a sus manos con la esquela que sigue: “Para que venga con un amigo, si es que lo tiene”.
A lo que el ilustre invitado contestó: “Me es imposible asistir la noche de apertura, pero iré a la segunda función, si la hay”

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La trama del escándalo de los segurosNegocios millonarios durante la gestión de Fernández y un viejo club de amigos bajo sospecha
Texto de Diego Cabot y Camila Dolabjian
Empezaba 2020 y se vivía una verdadera luna de miel entre Alberto Fernández y la sociedad. Poco importaba que el entonces presidente ya había sacado de la galera un impuesto nuevo, el PAIS, y que contaba con más de media docena de emergencias declaradas por el Congreso. Como buen conocedor del rubro, colocó en la compañía de seguros estatal a un viejo club de amigos, cercanos desde principio de los 90, cuando el exmandatario era el número uno de la Superintendencia de Seguros de la Nación. Ese equipo, especializado en pólizas y con larguísima experiencia también en el Grupo Bapro, empezó a manejar Nación Seguros. Con buen olfato para detectar comisiones e intermediaciones, Alberto Pagliano, Fernando Arana, Carlos Soria y Gustavo García Argibay, los cuatro capitanes de aquel emprendimiento, pusieron manos a la obra. El entramado de negocios que se comenzó a gestar ese año no era nuevo, ni se detuvo en Héctor Martínez Sosa, el asegurador más cercano a Fernández, marido de su secretaria privada durante 30 años, María Cantero. Tampoco alcanzó tan solo al Estado nacional. La caja de Pandora que se abrió con la intermediación en la Anses, y que fue luego replicada en decenas de dependencias públicas, es más profunda. La gestión del Frente de Todos representa el último capítulo en el que se revivió una modalidad de contratación que benefició a los cercanos al poder.
Cómo fue la maniobra


Los organismos del Estado contratan seguros para sus riesgos, como cualquier particular. Durante la gestión del macrismo, se realizaban licitaciones para competir por las contrataciones, aunque la mayoría de las pólizas públicas se hacían en forma directa con Nación Seguros.
Con el vencimiento de los contratos, ya en época de Alberto Fernández como presidente, se pasó de la modalidad de contratación directa a la intermediación de terceros, con la generación de comisiones que antes no existían.
Nación Seguros comenzó a pedir que alguien responsable autorice por carta la emisión de la renovación de la póliza con la intermediación. A su vez, se requería un poder de quien hacía la solicitud. El segundo requisito no siempre se cumplía y lo suplían con una "declaración jurada".
Las nuevas pólizas, después de 2020, ya generaban millonarias comisiones para productores. En 2021, se estableció por decreto a los entes del Estado la obligatoriedad de contratar Nación Seguros. Todos los contratos se intermediaban y la gran mayoría caían en manos de Héctor Martínez Sosa, marido de la histórica secretaria de Fernández, o brokers cercanos.
A su vez, Nación tomaba la póliza y “coaseguraba” el riesgo en otras empresas, es decir, dividía el contrato y entregaba negocios a otras compañías. Se volvía a generar en esta segunda operación otra comisión a favor del productor.
Después de su paso por la “súper de Seguros”, en 1995, Fernández recaló en el Banco Provincia. Entonces, la entidad bonaerense creó una estructura llamada Grupo Bapro de la que dependían varias empresas. Fernández fue el primer vicepresidente de esa estructura. En esa gestión, decidió la compra de una compañía de seguros llamada Vanguardia, que era propiedad de la familia Martínez Sosa. De hecho, el presidente era el padre de Héctor. Llamó la atención entonces que a una entidad como el Banco Provincia le conviniera una entidad afincada tan lejos: Vanguardia tenía domicilio en Tierra del Fuego, puntualmente en Río Grande, donde también fue fundada Martínez Sosa y Cia SA en la década del 70. Casualidades. La operación resultó ruinosa para la entidad pública. Sucede que muchos siniestros pendientes, que en el seguro son el gran pasivo de las compañías, no estaban declarados y aparecieron con el nuevo dueño. Finalmente, el Bapro tuvo que afrontar esos pagos, se hablaba entonces de más de 10 millones de dólares y, a poco de andar, Vanguardia dejó de funcionar. El Banco Provincia se convertiría en un arca clave para Martínez Sosa aun cuando su amigo no ocupara ningún cargo. El poder de lobby que gestó en la administración pública se expandió por las provincias, con la de Buenos Aires a la cabeza, con la que logró asegurar las ART de los empleados públicos del distrito. En los primeros días de 2020 empezaron las primeras preguntas por parte de los nuevos funcionarios. Varios recuerdan que había mucho interés por conocer el porcentaje que se pagaba a los productores por la intermediación. “Cero”, era la respuesta. Soria, un hombre cercano a Pagliaro con quien trabajó en la creación de Provincia ART, se sorprendió. Durante la administración de Mauricio Macri, e incluso durante el gobierno de Cristina Kirchner, se recurrió principalmente al autoseguro, tanto con compañías públicas como privadas, o ambas, en formato de coaseguro. Es decir, existían productores pero no funcionaban en convenios que vincularan a Nación Seguros y otras dependencias públicas. Pese a su sorpresa, venían de Provincia Seguros donde la práctica era la intermediación, tuvo que convencerse de que esas coberturas eran contratadas sin que nadie en el medio generara un par de millones. “Se hacían mediante documentos interministeriales. Muchas veces competían en una licitación y ganábamos por precio. Entonces la póliza se hacía directa”, recuerda uno de los interlocutores de aquellos amigos presidenciales. Conocedores de los pliegues de una actividad compleja, cuando Pagliano quedó al frente de Nación Seguros se ocupó junto a los suyos de pedir un tipo de cobertura: las pólizas facultativas. En la jerga se denomina así a cierta clase de contratos que por la especificidad del riesgo y por el monto asegurado, se contratan directamente afuera y se pagan en dólares. Por entonces, el nuevo grupo daba vueltas sobre las comisiones. Por su parte, Arana había sido colocado en una gerencia de Nación Seguros por Nicolás Scioli, hoy de regreso como director del Banco de Inversiones (BICE), nombrado por la gestión de Javier Milei. Finalmente, García Argibay, algo así como la voz de los productores en la compañía, era una espada colocada por Matías Tombolini, en ese momento, uno de los directores del Banco Nación, con responsabilidades en las empresas del grupo. Todos, menos Arana, abocado a las cuestiones contables y financieras, conformaban lo que llamaban el “comité comercial”. Nació así el grupo que le entregaría negocios millonarios a decenas de productores, pero sobre todo, al amigo presidencial Martínez Sosa, quien despilfarró dinero público en cuestiones personales, como la compra de trajes y zapatos en Galerías Pacífico, de medicamentos oncológicos desde la caja chica o viandas para cenar. Arana, de acuerdo con fuentes consultadas, fue despedido esta semana cuando  reveló que utilizó una camioneta Amarok de la empresa para su pyme distribuidora de alimentos.
Los documentos que muestran la operatoriaDistintas áreas del Estado pedían la designación de Matínez Sosa como productor de seguros durante la gestión de Fernández
Corría julio de 2020, Pagliano había sido nombrado en mayo y eran días de efusivos preparativos para el banquete de pólizas e intermediaciones. Entonces, hubo un vencimiento: se terminó la cobertura de un satélite argentino. LA NACION no pudo precisar si se trataba de uno de los de Arsat o los del Invap llamados Saocom pero, más allá del tipo, el contrato llegaba a su fin. El primer pedido fue que la póliza se extendiese por 90 días. A nadie llamó la atención que esto sucediera ya que es de rutina que, por la falta de firma o ante la imposibilidad de cursar el expediente administrativo rápidamente, se utilice esta modalidad. En estos casos, la póliza se mantiene con las mismas condiciones que la anterior; solo se cambia la fecha y se conserva la cobertura a cambio del pago de una prima. Pero la renovación tuvo una novedad: el “comité comercial” impuso un broker al que se le liquidó un 27% del total de la póliza. De un contrato directo se pasó a otro que tenía esa comisión. La cobertura que se aseguraba era cualquier daño que pudiera sufrir el satélite en caso de perder la órbita. Es decir, no había gestión posible desde la tierra que pudiese hacer el productor. De hecho, a los beneficiarios de semejante negocio, Castello - Mercuri, asesores del ramo con una enorme cartera en los seguros de la provincia de Buenos Aires, no se les conoce actividad espacial alguna. LA NACION se comunicó con el broker, pero no respondió las consultas. Aquella póliza, cuentan en Nación Seguros, era por 60 millones de pesos (US$821.917 de acuerdo al tipo de cambio oficial de esos días). Así, en plena pandemia, se generó una intermediación de US$221.917. Fue el embrión de un negocio millonario que tuvo su máxima expresión con Martínez Sosa, como principal participante. Alrededor de los cuatro años de gobierno, aparecieron intermediarios en el Ministerio de Seguridad, la Gendarmería, el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, la Casa de la Moneda, el Servicio Penitenciario, Anses, la Superintendencia de Servicios de Salud y la Secretaría de Agricultura, por mencionar tan solo algunos casos que quedaron comprobados en documentación publicada por LA NACION. Los contratos de YPF y Aerolíneas, las centrales hidroeléctricas que tienen pólizas millonarias -en el exterior y en dólares-, los autos del Estado y los riesgos de los edificios donde funcionan dependencias públicas pasaron a la modalidad de la intermediación. También los viajes presidenciales y los aviones de la flota; las fuerzas de seguridad y los seguros de todos los empleados públicos, militares, gendarmes o maestros del país, y finalmente el seguro de saldo pendiente de los jubilados que pidieron los créditos a tasa subsidiada que entregó Sergio Massa en medio del “plan platita” tenían un productor que recolectaba millones. Un dato de este último contrato de la Anses: la comisión cobrada la paga cada uno de los jubilados como un adicional que se incluye dentro de la cuota.En los 90, Alberto Fernández estuvo a cargo de la Superintendencia de Seguros de la Nación y de esa época data el club de amigos que ahora se encuentran en la mira
Cualquier riesgo asegurable era motivo de intermediación y comisiones. Parece imposible entender cuál es el monto final de semejante engranaje de corrupción ya que Nación Seguros utilizó un sistema de coseguro donde se escondían, también, otros pagos a los productores ¿Qué significa? La dependencia contrataba a la aseguradora estatal y ella pagaba una comisión. Luego, Nación tomaba la póliza, la dividía y entregaba una porción a otras empresas colegas. La operación es válida, legal y se utiliza para mitigar el riesgo en pólizas grandes. Pero, acá también se usó para que las empresas privadas paguen comisiones a los intermediarios. Solo un caso: el contrato de la Anses generaba una comisión superior al 10% y luego, cada una de las compañías que intervinieron, pagaba otros montos millonarios por este concepto. A poco de conocerse el escándalo de la Anses, gran parte de las dependencias del Estado empezaron a chequear los antecedentes en sus organismos. Las pólizas brotaron como hongos esta semana. El Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich había sido uno de los primeros en dar de baja estos contratos. Lo hizo el 20 de diciembre. A modo ilustrativo: la Armada Argentina, por una sola póliza, pagó 188 millones de pesos en comisiones en 2023. Según pudo saber LA NACION, ese contrato estuvo vigente desde el 25 de octubre de 2022 y el beneficiado fue Diego Savio, un productor con negocios de seguros de pólizas de la Fuerzas Armadas. En enero, finalmente, se dio de baja y se instruyó que no se renueve la póliza en estos términos, además de que se quitó la intermediación. Otro caso: el seguro de Gendarmería arrojaba un 15% de comisión sobre unos $900 millones por mes. Hubo un intento de Nación Seguros de reducirla a 10% debido a las pérdidas que generaba la cuenta. A Martínez Sosa no le gustó. Encontró un vericueto para presionar sobre el negocio y “se llevó” el cliente a La Caja Seguros. Su argumento fue que los aportes realizados para el seguro de los gendarmes eran voluntarios, es decir, que tenían carácter personal y por ende no debían cumplir con el decreto presidencial. En la empresa estatal contestaron que eso no era así porque el tomador era Gendarmería y no los gendarmes. Todavía no está solucionado el problema. No hubo ninguna improvisación y se calculó cada uno de los pasos. Una de las características del sistema es que la gran mayoría de los pedidos de intermediación se confeccionaron en documentos simples, sin membretes de los organismos y no se gestionaron en el GEDE, el sistema de gestión de documentos públicos que tiene firma digital. Apenas una hoja, una firma y, muchas veces, ni siquiera aparecía el papel sino que se enviaba una foto por teléfono. Con eso alcanzaba. Esta semana, el expresidente aseguró no estar en conocimiento de que sus funcionarios solicitaban la contratación de un productor de seguros, lo cual resultó llamativo porque las cartas con los pedidos estaban directamente dirigidas a Pagliano, con quien tiene una relación de cercanía. Mientras el Estado intermediaba, los millones se acumulaban en decenas de productores que pertenecen al ecosistema del amigo de Fernández, Martínez Sosa. El productor se convirtió en el operador de seguros más importante de todo el país. El vínculo entre ellos es fluido y se remonta a décadas atrás. Tanta es la amistad que los une, que Martínez Sosa le hizo un préstamo de US$20.000 en 2008 cuando renunció como jefe de Gabinete y requería pagar unas deudas. Ese crédito persiste al día de hoy. El propio Fernández reporta no haberle devuelto aquel monto. La relación entre ambos se mantuvo viva en los días de Fernández en Olivos. De acuerdo a los datos que publica Poder Ciudadano, el entonces presidente recibió a Martínez Sosa en Olivos el 8 de enero de 2020. El millonario productor ingresó a las 21.36 y se retiró a la 1.20 de la madrugada de la quinta presidencial. En los mismos horarios figuran también el ingreso de Guillermo Alonso, el segundo de Martínez Sosa en la empresa, y de María Guadalupe Cortés, productora de seguros. Además, estuvo en aquella cena Fernando Salim, también integrante del sistema que orbita alrededor de Martínez Sosa. El 11 de mayo de 2020 y el 14 de mayo de ese mismo año, en la etapa más dura de la cuarentena, aparecen dos ingresos más. En esas ocasiones estuvo acompañado por Cantero, su esposa y secretaria privada de Fernández. “Dudo que ella haga una cosa así; si lo hizo, no lo avalo; ninguno te va a decir que pedí por alguien; yo lo dudo, pero no puedo garantizar que ella no haya hecho una cosa así; si fue así, se extralimitó”, dijo Fernández al ser consultado sobre los llamados que habría hecho la esposa de Martínez Sosa para lograr la designación de su marido. Fernández también aseguró que no ve al broker desde hace dos años. En las planillas oficiales se corrobora que no ingresó a Olivos. Prácticamente, no hay entradas de carácter personal en 2022 y 2023. Llamativo.
Los vínculos entre Fernández y Martínez SosaEn su declaración jurada, Fernández consigna una deuda con Martínez Sosa, quien visitaba con frecuencia Olivos, incluso en tiempos de cuarentena estricta
Otro denominador común entre el Presidente y el broker se ubica en aquel edificio de la calle México 337 donde Fernández instaló su búnker en la campaña de 2019, que tendría relación con algunas de las empresas del poderoso hombre de los seguros. Una sociedad del grupo tiene domicilio en México 441 y cuentan quienes lo frecuentaban que el edificio que terminó por ser el lugar de reuniones del entonces futuro presidente también le pertenecería.
Un inmueble de México al 300, donde Fernández instaló su búnker en la campaña de 2019, también puede ser un nexo con el broker
Alrededor de las intermediaciones, la demostración de dinero y opulencia de Martínez Sosa se convirtieron en un sello. Un par de ejemplos: el acreedor del expresidente festejó el aniversario de su empresa con una monumental fiesta en el estadio Movistar Arena. Lujos de productores exitosos. Presentes en el evento dan cuenta de que Martínez Sosa organizó en los últimos años una recordada fiesta de verano en Montoya, Punta del Este. Con dinero fácil, se convirtió en uno de los principales animadores del automovilismo. Es un hobby para él, inalcanzable para la amplia mayoría. Su logo llegó hasta las 500 millas de Indianápolis en el auto de Agustín Canapino, en la principal categoría de Estados Unidos, el Indy Car. El piloto es como un hijo para él, se conocieron hace cerca de 15 años y Martínez Sosa, que no tuvo hijos, casi lo adoptó cuando el joven perdió a su padre. Abrigado por el poder, siempre desenvainó dos espadas: la relación con el anterior presidente y la silla privilegiada que tuvo su mujer al lado del mandatario. No son pocos quienes refieren los llamados o los mails que cursaba Cantero presentando a su marido para alguna reunión con personas influyentes. Está claro que no era una secretaria más: era la esposa de un millonario acreedor de su jefe.
Amante del automovilismo y anfitrión de fiestas deslumbrantes, Martínez Sosa posee propiedades y oficinas a su medida. Su apellido se lee en letras gigantes desde los carteles que promocionan sus servicios en lugares estratégicos
Fernández pidió en varias entrevistas que se lo recuerde como un presidente honrado. Pagliano, en diálogo , rogó que se consigne en la nota que es un hombre de bien, que jamás hizo nada ilegal y, como ejemplo, dijo que solía andar en sus épocas de presidente de la polémica aseguradora, en una camioneta recuperada. “Pregunte en el mercado quién soy”, propuso. Estos cronistas lo hicieron y las opiniones de la gran mayoría no lo favorecen. En el mundo del seguro, las trapisondas de aquel grupo que empezó a hacer negocios en los 90 detrás de las pólizas del Estado eran conocidas por todos. Claro que no son los únicos. Provincia Seguros, un lugar donde se sienten más cómodos Sergio Massa y Malena Galmarini, desoyó el decreto presidencial y mantuvo el contrato con la aseguradora bonaerense, que maneja toda la cartera oficial intermediada. Lo hizo pese a que hubo una queja formal de Nación Seguros, que remitió una solicitud a la Sindicatura General de la Nación para que se pronuncie al respecto. Le indicó a Aysa que tenía que cambiar su asegurador. El pedido fue ignorado y continuó el negocio con Provincia Seguros. Es un paraíso de la política bonaerense, de todos los partidos. En la ciudad de Buenos Aires, los millonarios seguros que comercializa también están sujetos a miradas profundas. Allí aparece un nombre resaltado: Rodrigo Miguel, hermano de Felipe. En las provincias, el negocio de la intermediación de los seguros es un juego de niños. El modelo Fernández - Pagliano - Martínez Sosa se replica en la mayoría de los distritos, a otra escala, por supuesto. Mientras la gran mayoría de los organismos públicos hurgan en sus archivos y anulan pólizas, el castillo de naipes con dinero del Estado tambalea. El juez federal Julián Ercolini decidió avanzar con la denuncia que presentó el fiscal Ramiro González. El Gobierno definió presentarse a través de la Oficina Anticorrupción. Milei hizo alusión al caso en su discurso inaugural este viernes, con una chicana: “Nos vendieron la idea de que el Estado trabaja como un seguro, pero en la vida real, cuando el siniestro ocurre, defaultea. En términos técnicos, eso ocurre cuando se roban la prima, tal como se puede inferir de un Estado que todo lo hace muy mal”. Seguramente vendrán días de allanamientos y secuestros de documentos. No les va a ser fácil a los implicados esconder todos los papeles que los comprometan. Las pólizas están desperdigadas por decenas de oficinas públicas. Muchas de ellas, además, tienen asiento en registros públicos presentados en la Superintendencia de Seguros. La intermediación dejó huellas, documentos y millones.Todo al calor del poder y el dinero ajeno. La política de todo el país está alerta: una de las históricas cajas está a poco de ser desarticulada.

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