domingo, 3 de marzo de 2024

EL ESCENARIO Y LA PARTE Y EL TODO


La tentación de gobernar para las encuestas y las redes
Milei se aferra a una polarización extrema contra toda la clase política 
Por Martín Rodríguez Yebra
El presidente Javier Milei, durante un encuentro conservador en EE.UU.
Una cosa es el rumbo elegido y otra, llegar. Javier Milei conduce la Argentina como un piloto marcado por la audacia: se propone ir hacia donde nadie fue y desafía a conciencia los manuales que recomiendan cómo transitar el camino.
El ritmo de vértigo de su primer verano al mando resulta una consecuencia deseada. A diferencia de otros presidentes que tuvieron que gobernar en minoría, él descartó usar el poder inaugural acumulado en las urnas para tejer un entramado de apoyos que le facilitara las cosas. El sistema político era un campo de escombros con infinidad de derrotados dispuestos a correr en auxilio del ganador. Pero Milei se regodea de ser distinto. Él prefirió invertir su capital inicial en desprestigiar a todos aquellos que percibe como potenciales rivales.
Así llegó a detonar sin temor una crisis con los 24 gobernadores y con casi todos los espacios de la oposición. Los que hablan de consenso –ha dicho– “son unos corruptos”. Un político que quiere negociar persigue, en realidad, “el toma y daca; la entrega a cambio de plata”.
Trazó delante de sus pies la raya que divide a los argentinos de bien y “la casta”, ese Goliat al que se propone destruir. Su honda son las encuestas de opinión pública, que por ahora le dan cifras positivas de popularidad pese a los efectos del durísimo ajuste fiscal en marcha. Los aplausos de aprobación los recoge en sus visitas cotidianas a las redes sociales, reino del desenfreno donde es posible disfrutar del confort de las burbujas de opinión.
La tentación de gobernar para las encuestas y las redes es grande. La Argentina es un país de gente enojada y políticos apichonados, que se saben señalados por años de ineficiencia, deterioro social y una corrupción naturalizada que enloda casi todas las relaciones económicas. Milei hackeó el sistema gracias a que supo encarnar el papel de vengador del hombre común. A su juicio les ganó a todos porque propuso dejar de hacer lo mismo de siempre. Y así pretende seguir.
El gran desafío de su estrategia consiste en lo mucho que depende de conseguir resultados económicos rápidos para que la llama de la opinión pública no se apague y el monstruo de la bronca que él tanto alimenta no se vuelva en su contra.
Nadie con tanto énfasis como la subdirectora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Gita Gopinath, dejó expuestas las dudas sobre la viabilidad política de los planes de Milei. La confianza perdida por la Argentina –insistió– requiere de un rumbo distinto, pero también de pericia para alcanzarlo. Nada nuevo: se sabía desde la campaña que la gobernabilidad de un presidente sin partido propio y con apenas un puñado de legisladores iba a ser una cuestión capital.
Motosierra y Twitter
A Milei lo convencieron al asumir que podía sumar apoyos suficientes entre los escombros del sistema político: el Pro estaba destinado a votarle sus reformas por afinidad ideológica, los radicales podían patalear un poco pero no tenían margen para oponerse y en el peronismo habitaba una legión de gobernadores e intendentes necesitados de fondos y carentes de un liderazgo que los aglutine. Iba a ser un desfile triunfal. Había que mandar todas las reformas juntas.
El proceso de negociación fue más complejo de lo que creía y asqueó al presidente antipolítica. Llegó a decir que su mayor error ha sido confiar en la buena fe de los gobernadores y de “los políticos” en general, a los que acusa de moverse únicamente por intereses oscuros. Por eso, argumenta, dispuso como un castigo el retiro de la ley ómnibus en las sesiones extraordinarias del Congreso.
A partir de ese momento los gobernadores se las iban a ver con la motosierra y el Twitter presidencial. Se aceleró el recorte de fondos y a los más díscolos les aplicó el reglamento a rajatabla, como fue en el caso de Chubut el descuento de los giros de coparticipación a raíz de las deudas acumuladas con el Fondo Fiduciario de Desarrollo Provincial.
En muy poco tiempo, esa tensión escaló a un atisbo de rebelión que encabezó el chubutense Ignacio Torres, del Pro, con el que se solidarizaron 22 de sus 23 colegas gobernadores.
Torres amenazó con cortar el petróleo y el gas de toda la Patagonia. Milei no pestañeó. Trató a su challenger de “Nachito”, lo ridiculizó en las redes de todas las formas imaginables y hasta consintió la crueldad de un usuario anónimo que editó una foto para que el gobernador pareciera una persona con síndrome de Down. Torres dobló antes de chocar, amparado en un fallo judicial que le dio la razón en primera instancia pero que difícilmente tenga efectos inmediatos.
En el Gobierno sacaron pecho. “Milei es como sus perros: percibe con mucha precisión el miedo ajeno”, relata alguien que lo conoce muy bien.
¿Ganó realmente Milei? ¿O será que está dando la vuelta olímpica antes de que termine el partido?
El affaire Torres enturbió el acuerdo que el propio Presidente impulsaba con Mauricio Macri para integrar al Pro con La Libertad Avanza. Patricia Bullrich se embanderó contra Torres y aprovechó el revuelo para desgastar a Macri en momentos en que trabaja para retomar la conducción del partido que fundó. La ministra de Seguridad no busca quedarse con la presidencia del Pro, sino diluirlo en el gobierno libertario.
La dificultad de acercar a los más afines complica aún más atraer a los otros pedazos de lo que fue Juntos por el Cambio, imprescindibles para formar una mayoría parlamentaria. Para ellos, por ahora, solo hay insultos y destrato.
Exponer a “la casta”
Obnubilados con los coranzoncitos de Twitter, los libertarios celebran que los gobernadores están quedando expuestos por “defender sus curros” (Milei dixit). No hacen distinción entre un debutante en el cargo, como Torres, y un viejo lobo como Gildo Insfrán, que manda en Formosa desde antes que el chubutense naciera. Se entusiasman incluso con la posibilidad de alinearlos a todos en un mismo frente. La casta unida.
En la Casa Rosada están convencidos de que el látigo va a funcionar. Que dentro de poco van a hacer fila para firmar proyectos de ley a cambio de fondos que administra el Estado nacional. La orden de cortar todas las transferencias discrecionales, congelar la obra pública nacional y ser implacable con las deudas provinciales hace juego con esa estrategia.
El riesgo que corre Milei es atentar contra sus propios intereses. ¿Le conviene pelearse con todos al mismo tiempo?
El impacto de una crisis en cadena en las provincias difícilmente pueda ser inocua para el gobierno nacional. En la Buenos Aires de Axel Kicillof, el enemigo más caracterizado de la administración libertaria, hay una preocupación creciente por la posibilidad de que en meses cercanos falte el dinero para pagar los sueldos estatales. El gobernador ya dijo que no descarta emitir cuasimonedas si todo se complica. Una cosa es dejar que se hunda La Rioja de Ricardo Quintela y otra, el distrito que cobija al 40% de la población argentina.
Los argentinos “la están empezando a ver”, clama Milei, aferrado a uno de sus eslóganes de las redes. Difundió esta semana una encuesta de Julio Aurelio en la que se registra una mejora en las expectativas económicas y que le da una imagen positiva del 56%. Un número alto, pero que debería analizarse en perspectiva. Es casi idéntico al porcentaje de votos que sacó en el balotaje. Todos los presidentes de las últimas décadas mantuvieron o ampliaron su base de respaldo electoral en los primeros tres meses de gestión.
Al no aprovechar la luna de miel para pasar leyes y construir una base de apoyo duradera, el método disruptivo de Milei lo obligará a alimentar de manera constante los índices de popularidad. Es la mejor forma de que “la casta” siga teniendo miedo. La polarización le juega a favor: los que lo rechazan no tienen quien los represente.
Hay que fogonear la indignación por el despilfarro del dinero público, señalar a los “degenerados fiscales” y fomentar la caza de brujas de los traidores, aunque haya que ponerle ese mote a un liberal indiscutible como Ricardo López Murphy. En paralelo, toca rogar que la inflación empiece a bajar antes de que se acabe la paciencia social y que el remedio elegido –la recesión– no sea peor que la enfermedad.
Milei predica sobre la luz al final del túnel. Desborda de emoción cuando relata el destino al que quiere conducir a la Argentina. “Hemos enviado 1000 reformas, pero aún nos quedan 3000 más por presentar”, le dijo esta semana al Financial Times. Su hazaña pendiente es aprobar al menos alguna.

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Milei no acepta socios, busca subordinados
Sergio Suppo

La parte y el todo
Cuando no tropieza con una oportunidad, Javier Milei la provoca; no hay día en el que el Presidente no se anote en una guerra verbal para adaptar la realidad a su pensamiento. El mundo es bastante diferente a su ideal, según su perspectiva, y bajo esa misma mirada corre riesgos todavía más tremebundos de los males que ya padece.
En lo que va de gestión han bastado dos conferencias –Davos y Washington– para conocer la dimensión extrema de sus convicciones. Los duros cruces con diversos sectores de la Argentina fueron a su vez muestra para establecer la manera en la que está intentando transformar el país.
Queda claro que detrás de su irascible forma de relacionarse Milei no solo guarda una personalidad explosiva sino un método de construcción política. No terminan de entenderlo los políticos que tratan de relacionarse con él con modos y formas que el Presidente rechaza.
"El Presidente rechaza alianzas con quienes se ofrecen por proximidad ideológica pero sin subordinarse"
Su rápida llegada al poder no ocultó lo fundamental: el Presidente se mostró como candidato tal cual es ahora en funciones. Está cumpliendo su promesa de usar la motosierra y de arrancar a tirones la gigantesca y deforme estructura del Estado.
Un tercio del electorado eligió al libertario en las primeras dos elecciones nacionales y, clasificado para la segunda vuelta, logró decisivos 26 puntos porcentuales que en un principio habían elegido a versiones liberales menos virulentas para sacar al kirchnerismo del poder e impedir su continuidad a través de Sergio Massa. Paréntesis necesario: una fracción muy significativa de esos votos que al final fueron a Milei antes habían pasado por Patricia Bullrich, que representó sin suerte el papel de una candidata a “todo o nada”, tal su consigna.
El sentido final del voto mayoritario de los argentinos fue asumido por Milei como lo que en verdad significa, un mandato de fuerte transformación social y económica y un sistema de poder distinto a partir de una nueva jefatura.
"En cada posteo agresivo contra quienes Milei pone en la mira habita la decisión de obligar a los argentinos a definirse a su favor"
El Presidente va por ambas cosas al mismo tiempo en nombre de una épica celestial en la que se ve como un heredero de Moisés. Quiere ser mirado como el único en condiciones de comprender a fondo las verdades que postula; verdades que como tales no pueden ser discutidas sino aceptadas o rechazadas en su totalidad.
El planteo que esgrime puede ser interpretado desde una perspectiva más terrenal. Su elección confirmó que el sistema político estaba destruido y que solo restaba que los argentinos decidieran romper con la costumbre de alternar en el poder a dos coaliciones, el peronismo kirchnerista y Juntos por el Cambio.
Es todavía más profunda la decisión; la derrota en común que comparten el peronismo, por no poder seguir en el poder, y Juntos, por no haber podido regresar a él, destruyó los vínculos internos que aglutinaban a cada uno de esos bloques.
El peronismo volvió a ser un archipiélago disperso con los puentes destruidos, más propenso a estrategias individuales que a una acción en común. Cristina Kirchner no está en condiciones de reunir a todos, y mucho menos ahora, que comenzó una fase judicial en la que las condenas serán una noticia corriente.
"El Presidente no quiere socios transitorios que representen algo distinto que su propio liderazgo"
Hay peronistas que quieren negociar con el Gobierno, pero no terminan de abrir ninguna puerta confiable. Es posible que no la haya. Hay otros que quieren oponerse radicalmente en nombre de consignas y conquistas aniquiladas por el fracaso de sus propias gestiones.
El único punto en común del otrora enorme conglomerado oficialista es una especulación: establecer la potencial fragilidad política del Presidente para unirse en torno a su derrocamiento.
Juntos por el Cambio no presenta mejores expectativas. Al contrario. No solo se han separado los partidos que lo integraban, sino que profundas grietas denuncian divisiones en el interior del PRO y del radicalismo. Como en el caso del peronismo, esas divisiones tienen que ver con el interés en estar más cerca o más lejos de Milei.
Hay un dato pasado por alto por peronistas y cambiemitas en sus intentos de conexión con el Gobierno para acompañarlo o atacarlo. Milei no quiere nada con ellos y su único interés respecto de la dirigencia anterior a su llegada es usarla como ejemplo de lo que ya fue o de lo que debe dejar de ser.
Hay un hecho expuesto desde el primer momento, pero torpemente subestimado o malinterpretado por sus oponentes. Cuando el Presidente describe a todos los políticos que no son él o su reducido grupo de incondicionales como “la casta”, no es que se aferre a un acierto electoral, sino que expresa una actitud real de completo desprecio y rechazo a acordar con cualquier dirigente que no evidencie incondicionalidad hacia su jefatura.
Como máxima concesión, Milei acepta no hablar mal de Mauricio Macri, aunque se ataja de todos los intentos de acercamiento concreto del expresidente a ocupar lugar en el esquema de poder.
El Presidente no quiere socios transitorios que representen algo distinto que su propio liderazgo, algunos de los cuales se ofrecieron a acompañarlo en nombre de una coincidencia sobre la necesidad de un cambio estructural del país. Y mucho menos ha querido transacciones clásicas como votos en el Congreso a cambio de fondos para gobernar las provincias o para contentar a distintos sectores económicos o sindicales. Cuando pudo rompió esas negociaciones al extremo de convertir en pecado cualquier tipo de acuerdo que no sea aceptar lo que él decide.
Milei no va en busca de los dirigentes. En su cruzada libertaria, busca el apoyo directo de los votantes que el viejo sistema político cree haberle prestado. En cada posteo agresivo contra quienes pone en la mira habita la decisión de obligar a los argentinos a definirse a su favor y de buscar la ruptura completa con sus afinidades políticas anteriores a su aparición.
Es un nuevo ensayo de dividir entre quienes están a favor o en contra del líder sin matices ni reparos. Es algo nuevo y también algo viejo.



http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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