martes, 5 de marzo de 2024

LA HISTORIA DE SPENCER TRACY




Usó el talento para ocultar su faceta más oscura, tuvo un famoso romance clandestino y la MGM intentó controlar su alcoholismo
Spencer Tracy, una estrella de dos caras
Recordado como uno de los intérpretes más destacados del cine clásico y por su historia de amor con Katharine Hepburn, Spencer Tracy logró durante décadas esconder debajo de la alfombra su faceta más oscura
Natalia Trzenko
El impulso de querer designar “al mejor” en determinada actividad profesional es indiscutiblemente humano. Aunque es cierto que en ciertas profesiones la búsqueda de títulos consagratorios resultan más públicas que en otras. Aunque es probable que designar al mejor chofer de colectivo, la mejor dentista o el mejor equipo de cocineros sería mucho más útil para la vida cotidiana, lo cierto es que el más habitual reparto de superlativos se enfoca en el mundo del espectáculo. Y como bien demuestran cada año los premios Oscar, cuya 96a. entrega está a la vuelta de la esquina, elegir al mejor actor es una tarea de lo más subjetiva. Pero no por eso deja de ser entretenido recordar cómo en Hollywood el mote cambia anualmente o que en una época el acuerdo sobre las dotes artísticas de un intérprete podían deslumbrar al público al punto de que sus costados más oscuros quedaran en las sombras.
Uno de los casos más emblemáticos de ese tipo de claroscuro fue Spencer Tracy, el actor que durante décadas fue coronado como el mejor del mundo, una calificación que lo ayudó a esconder una vida privada caótica arrasada por su alcoholismo, la violencia doméstica y las infidelidades. Tal vez algunos recuerden al intérprete nacido en 1900 en Milwaukee, por los papeles en las películas que le consiguieron el Oscar en dos ocasiones consecutivas -Capitanes valientes (1937) y Con los brazos abiertos (1938)-, o por su sociedad artística y personal con Katharine Hepburn, con la que trabajó en nueve films en un período de 25 años en los que su romance clandestino fuera de la pantalla era vox populi en todo el mundo.
Tracy y Hepburn en La mujer del año
Durante décadas, el amor prohibido entre el mejor actor del mundo, casado, y la talentosa e independiente Hepburn fue parte de la leyenda de Hollywood, una suerte de cuento de hadas que la industria susurraba a los gritos. Sin embargo, lo que no se decía era que Tracy estaba muy lejos de ser el príncipe azul y que su comportamiento cuando las cámaras se apagaban -y a veces cuando todavía estaban encendidas-, se parecía más al del ogro de los relatos de terror. El hecho de que sus papeles más recordados en cine sean interpretaciones de hombres nobles, amables y, hacia el final de su carrera, con El padre de la novia y ¿Sábes quién viene a cenar?, de tiernos patriarcas, demuestra su talla como actor. Laurence Olivier, para muchos el mejor intérprete de la historia, consideraba que Tracy era el “más grande actor vivo”, un mote que él rechazó inmediatamente hasta que el británico admitió que ya que Tracy había dejado atrás el teatro podía limitar su apreciación al cine: “ya que no estás dispuesto a intentar el desafío de las tablas, sos el actor de cine vivo más grande”.
Capitanes valientes (1937), el film que le consiguió su primer premio Oscar

Con ese apoyo, entre muchos otros, no sorprende que desde el momento en que llegó a Hollywood, Tracy tuviera vía libre para comportarse tan mal cómo deseara y su alcoholismo se lo dictara. Su carrera en el cine comenzó en 1930 bajo contrato de los estudios Fox, con los que filmó 16 largometrajes en los que demostró su talento interpretativo pero también la habilidad que tenía para causar problemas. Además de sufrir de depresión, de tener un temperamento explosivo y violento y de beber en exceso, Tracy también era un seductor serial cuyas conquistas solían crear desastres en los sets.
Es que su encanto, aunque lo suficientemente poderoso para haber atraído a compañeras de elenco y colegas como Loretta Young, Myrna Loy, Paulette Goddard, Hedy Lamarr, Joan Bennett, Ingrid Bergman, Olivia de Havilland y su hermana Joan Fontaine, Joan Crawford y hasta Judy Garland a la que empezó a “seducir”-en aquella época nadie hablaba o se animaba a hablar de grooming-, cuando la actriz tenía 17 años, también era efímero. En cuanto Tracy se embarcaba en uno de sus habituales atracones alcohólicos, todo el romance se venía abajo junto con la fachada de buen tipo que las películas le prestaban. Lo cierto es que el actor se aprovechaba de su fama de marido amoroso y padre devoto de su hijo nacido con hipoacusia para justificar su alcoholismo. El hecho de que ejercía su rol familiar a la distancia no llamaba la atención hasta que comenzaba sus maratones etílicas. La rutina se repetía: el actor alquilaba una habitación de hotel por una semana y se registraba con un equipaje que constaba de tres cajas de botellas de whisky, se metía en la bañadera a tomar y no salía del cuarto hasta que no se quedaba sin bebida. Después de cinco años en Hollywood trabajando para Fox, su comportamiento era tan disruptivo que los ejecutivos del estudio le advirtieron que no renovarían su contrato si no controlaba su adicción. Su respuesta ante el ultimátum, según su biógrafo Bill Davidson, fue salir de la reunión, cruzar la calle, entrar al primer bar que encontró, emborracharse para luego volver al estudio y destruir la oficina en la que había estado unas horas antes. Al día siguiente, Tracy fue despedido de Fox pero, lejos de terminar, su carrera floreció cuando se convirtió en uno de los actores más valorados de la Metro Goldwyn Mayer.
Spencer Tracy, una cara en la pantalla y otra muy distinta en la vida cotidiana
Allí, ya advertidos sobre su fama y con el fin de proteger la inversión de contratarlo, se puso en marcha el “escuadrón Tracy”, un grupo que incluía a un chofer, un médico y a cuatro guardaespaldas asignados para seguir al actor en todo momento. Sus tareas consistían, sobre todo, en rastrearlo por bares y tiendas de licor y confiscarle las botellas que hubiera logrado comprar antes de su llegada y en pagarle a los gerentes de los hoteles que el actor visitaba y destruía cuando se les escapaba. Claro que las medidas preventivas de la MGM no alcanzaban y los desmanes de Tracy a veces afectaban directamente al negocio de hacer películas. En 1943, el actor estaba filmando Dos en el cielo, un drama romántico con Irene Dunne y Van Johnson, en el que interpretaba a Pete, un piloto de guerra fallecido que se transforma en el ángel guardián de uno de sus colegas encarnado por Johnson. Dunne tenía el papel de la novia de Pete, destrozada por su pérdida. La película dirigida por Victor Fleming (Lo que el viento se llevó, El mago de Oz), prometía ser uno de los proyectos más exitosos del año y por eso cuando Dunne amenazó con abandonarlo debido a las obscenidades que Tracy le susurraba al oído durante sus escenas románticas, el poderoso dueño del estudio, Louis B. Mayer, tuvo que intervenir para evitar perder a su estrella. “Si alguien es despedido de esta película será Tracy”, sentenció el productor. La película logró salvarse de casualidad: debido a un accidente de coche sufrido por Johnson, el film fue puesto en pausa el tiempo suficiente para que Tracy registrara la orden de dejar de acosar a Dunne.
Lecciones de química
Tracy y Hepburn en La impetuosa

A principios de los años 40, Katharine Hepburn estaba preparándose para filmar La mujer del año, una nueva comedia romántica para MGM que una temporada antes había producido su exitosísima Pecadora equivocada. Involucrada como productora del proyecto -un trabajo que Hepburn hizo gran parte de su carrera sin el debido reconocimiento-, la actriz quería que Tracy fuera su coprotagonista. En la historia de La mujer del año, ella interpretaría a la sofisticada columnista política de un diario cuyas diferencias con uno de los escritores de deportes, el personaje de Tracy, devenían en un romance inesperado. Un típico relato de opuestos que se atraen que los actores llevaron mucho más allá del rodaje. Claro que el comienzo no fue fácil. Aunque Hepburn creía que Tracy no la conocía, lo cierto es que el actor tenía muy claro quién era pero no estaba muy interesado en trabajar con ella por los rumores que la señalaban como una diva caprichosa con la que era difícil llevarse bien y las habladurías que decían que era lesbiana.
En el primer encuentro entre ambos, las sospechas de Tracy parecieron confirmarse cuando la actriz se burló de su altura -ella medía 1,72 y el actor era apenas tres centímetros más alto-, pero de todos modos el proyecto siguió adelante porque hasta para el orgulloso actor el atractivo de taquilla de Hepburn era difícil de ignorar. La química entre ambos en pantalla fue evidente desde la primera escena, al punto que desde el principio muchos sospechaban de su vínculo detrás de cámaras. Lo cierto es que para 1941, Tracy ya no vivía con su esposa e hijos aunque tampoco lo hacía con Hepburn, un modelo de pareja que sostuvieron por más de veinte años. Parte de la leyenda de su romance pretendidamente secreto era que al ser un devoto católico, Tracy no creía en el divorcio y por ende no podía casarse con la actriz.
El padre de la novia (1951), protagonizada por Spencer Tracy y Elizabeth Taylor

Lo cierto es que su estado marital era un problema menor en comparación con las dificultades asociadas con la adicción al alcohol del actor que, al principio, Hepburn pensaba poder manejar. Eso hasta que después del rodaje de Sin amor, su segunda película juntos, Tracy desapareció durante dos semanas en las que se dedicó a beber sin control. Aún así, según escribió en su autobiografía Yo misma, publicada en 1991, la actriz no creía que la solución fuera que Tracy asistiera a Alcohólicos Anónimos, como le aconsejaban sus amigos. Para ella, el actor era demasiado famoso para esa asociación y también lo era para que se fueran a vivir juntos.
Al temor de que su relación se hiciera pública se sumaba para Hepburn el hecho de que Tracy sufría de insomnio crónico, lo que hacía imposible la convivencia. Lo cierto es que lo más complicado de su vínculo era que cuando bebía, el actor se ponía violento. Las demostraciones públicas de su temperamento incluían destrozos en los bares de los hoteles en los que acostumbraba a lanzar copas, después de vaciarlas, claro. Y a veces esos estallidos iban dirigidos a Hepburn. En una ocasión, ella misma contó que una noche en Nueva York, Tracy intentó estrangularla pero que logró zafarse y encerrarlo en un armario. Con el tiempo, mientras que su sociedad en la pantalla sumaba grandes éxitos y la carrera del actor atravesaba su mejor momento con películas como Conspiración en silencio, El viejo y el mar, Heredarás el viento, Juicio en Nüremberg y El padre de la novia, por las que fue nominado al Oscar, su imagen pública también empezaba a resultar indistinguible de sus papeles más reconocidos. Una identificación que confirmó y cimentó su trabajo en ¿Sabés quién viene a cenar?, la comedia de 1967 de Stanley Kramer en la que aparecía como el desconcertado aunque benévolo padre de una joven enamorada de un hombre negro que interpretaba Sidney Poitier.
El enorme suceso del film y su mensaje a favor de la diversidad racial completaron la percepción pública sobre el actor que falleció semanas después de terminar el rodaje. A finales de los años sesenta, a la prensa amarilla y al público les importaba poco y nada su estado marital o su pasado como borracho violento. Como sucedió muchas veces antes y volvería a suceder después, en el caso de Tracy, Hollywood decidió excusar y silenciar sus abusos en nombre de las recaudaciones de taquilla y el peso de un enorme talento.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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