Pino Histórico
”Allí alcanzó San Martín su primer triunfo americano y aquel pino marca el punto de partida de su gran campaña continental, cuyo teatro de operaciones fue la América meridional, a través de ríos, pampas, mares y montañas.
El pino es uno de los emblemas de San Lorenzo. Bajo su sombra descansó José de San Martín el 3 de febrero de 1813, después de la batalla contra las tropas realistas, y desde ahí mismo dictó el parte de guerra a Buenos Aires, bañado en su propia sangre y cubierto con el polvo y el sudor de la victoria.
- Bartolomé Mitre
Está ubicado sobre la avenida San Martín, la principal arteria de la ciudad, a la altura del 1.300.
Es un ejemplar de Pinus pinea o Pino piñonero, una conífera originaria del la costa del mar Mediterráneo. Según algunos historiadores, este pino sirvió de marca o mojón para señalar el pago de San Lorenzo, dentro de la estancia de San Miguel, que perteneció a los Jesuitas.
No queda claro su origen: hay quienes aseguran que lo trajeron desde Europa como una plántula, pero también es posible que lo hayan plantado los franciscanos cuando se instalaron en la zona, hacia 1796, en los fondos de la huerta conventual. Sus piñones se utilizaban en confituras de panificación en la cocina.
Tras su paso el 28 de octubre de 1902 por la ciudad que lo vio nacer, Pablo Riccheri, por entonces ministro de Guerra de la Nación, ordenó construir una verja perimetral de protección. Fue forjada en gran parte en fundición de bronce en el Arsenal Superior de Guerra e instalada en 1904. Años más tarde se ampliaron las dimensiones del ornamentado cerco.
En 1923, con motivo de su visita a la ciudad, el presidente Marcelo T. de Alvear hizo instalar la pequeña verja que rodeaba a la anterior, mandada a construir por Riccheri, y desde entonces luce de esa manera.
Fue declarado Monumento Histórico Nacional por ley Nº 12.648 del 2 de octubre de 1940. Y seis años más tarde, el decreto nacional Nº 3.038 lo declaró Árbol Histórico.
“Pero la dura batalla con la vida hizo mella en él. Enfermo del cuerpo –no del alma–, debió ser atendido. Y hacia 1955 el gobierno nacional encomendó al científico japonés Miyamoto Katsusaburo la tarea. Entonces, reverdeció y pareció reanimarse”, cuenta el historiador Roberto Biraghi sobre los vaivenes de la salud del pino.
Durante sus más de 220 años de vida el pino soportó la acción de la naturaleza y también del hombre, todo lo cual fue generando un deterioro en su estado. Una tormenta de granizo y viento, en octubre de 2012, terminó por vencerlo. Pese a los intentos por preservar el follaje, el pino se secó, no así el significado que encierra para la historia grande de San Lorenzo y la República Argentina....PERO TUVO RETOÑOS
Retoño del Pino de San Lorenzo
Categoría Retoño de Árbol Histórico - Ubicado en Barrancas de Belgrano
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El ejemplar original se encontraba en el huerto del Convento de los Padres de la Compañía de Jesús, San Lorenzo, Provincia de Santa Fe. A su sombra San Martín firmó el parte de la victoria de la batalla de San Lorenzo, en 1813. Tal circunstancia, motivó su reconocimiento como uno de los primeros Árboles Históricos.

(Decreto PEN Nº 3038, 30 de enero de 1946). Fue el primer ejemplar señalado con una placa conmemorativa colocada por la Sociedad Forestal Argentina (1913), el primer ejemplar reproducido para originar retoños (1915). Este ejemplar fue plantado el 25 de mayo de 1932 por la Asociación Cultural Sanmartiniana de Belgrano.
Características:Categoría: Árbol Histórico.
Ubicación: Plaza Barrancas de Belgrano

“Febo asoma, ya sus rayos iluminan el histórico convento…”. Aquel 3 de febrero de 1813 los primeros rayos de sol iluminaban el convento de San Carlos Borromeo, a orillas del Paraná.
El Regimiento de Granaderos a Caballo había llegado la noche anterior. Eran 120 hombres reclutados y entrenados por el coronel José de San Martín por encargo del gobierno; un cuerpo de caballería de elite que ese día tendría su bautismo de fuego. San Martín había aceptado gustoso aquella encomienda: deseaba demostrar su valía y, de paso, desmentir algunas versiones malintencionadas que se habían echado a rodar en Buenos Aires: que era un agente inglés o un espía al servicio de los españoles. Tras 28 años de ausencia, nada le había resultado fácil en su tierra, donde era casi un desconocido.
“Tras sus muros, sordos ruidos oír se dejan de corceles y de aceros…”. Hacía días que San Martín venía siguiendo desde tierra el recorrido de aquella escuadrilla española que el Triunvirato gobernante quería impedir que siguiera asolando la ribera. Apenas clareó, subió al campanario con su catalejo para constatar el desembarco.
“Son las huestes que prepara San Martín para luchar en San Lorenzo…”. Mandó entonces a sus hombres a salir sigilosamente por detrás con sus caballos, y parapetarse detrás del edificio hasta que ordenara el ataque. Debían aguardar que el enemigo bajara a tierra y sorprenderlo a campo abierto.
“El clarín, estridente sonó, y la voz del Gran Jefe a la carga ordenó…”. El plan de acción consistía en la división del batallón en dos compañías que cargarían simultáneamente, una comandada por San Martín en persona y la otra por el capitán Justo Bermúdez.
“Avanza el enemigo, al paso redoblado y al viento desplegado su rojo pabellón…”. Entre la barranca y el convento había unos 300 metros de terreno llano, donde se libraría el combate. Los intrusos, alrededor de 250 hombres, marchaban al compás del redoble de sus tambores, con sus banderas flameando. No se imaginaban lo que les esperaba.
“Cabral, soldado heroico, cubriéndose de gloria, cual precio a la victoria, su vida rinde, haciéndose inmortal…”. Una ligera falla de sincronización con el flanco comandado por Bermúdez hizo que San Martín se adelantara y quedara expuesto al fuego enemigo. Una descarga de metralla derribó su corcel, que cayó a tierra aprisionando la pierna izquierda del jinete; un revival de lo ocurrido durante la carga de Arjonilla en 1808. Cuando los realistas advirtieron que el caído era el jefe patriota, se abalanzaron sobre él. San Martín zafó del primer bayonetazo de milagro, pero de no ser por el puntano Juan Bautista Baigorria y el correntino Juan Bautista Cabral, hubiera perdido la vida: el primero abatió al soldado español que se aprestaba a eliminarlo, mientras que el segundo lo ayudó a salir de la difícil situación en la que se hallaba. El valiente granadero que salvó la vida de su jefe a costa de la propia, balbuceó sus últimas palabras en su lengua guaraní.
“Y nuestros granaderos, aliados de la gloria, inscriben en la historia su página mejor…”. El combate había sido intenso y breve; bastaron quince minutos para que la acometida de los bravos granaderos pusiera en fuga a los realistas, que se precipitaron hacia los botes dejando tras de sí 40 muertos, 14 prisioneros, dos cañones, varias armas y una bandera que el jefe vencedor envió como trofeo a Buenos Aires. En el hospital montado en el convento murió el capitán Bermúdez, uno de los catorce héroes caídos en combate.
Acallados los ecos de la refriega, bajo la sombra de un pino, San Martín dictó el parte de la victoria, la primera de una larga serie que lo tendría por protagonista. “Tengo el honor de decir a V.E. que los granaderos de mi mando en su primer ensayo han agregado un nuevo triunfo a las armas de la patria”. Luego se quedó en silencio, con el pensamiento reconcentrado en la memoria del correntino que aquel día le salvó la vida y orgulloso del coraje y patriotismo de los suyos.
“¡Honor, honor al gran Cabral! ...”. Durante años, al pasarse lista, cuando se lo nombraba a Juan Bautista Cabral, el sargento más antiguo respondía: “¡Murió en el Campo de Honor, pero existe en nuestros corazones!”
San Lorenzo quizás no fue una gran batalla, ni tuvo un valor estratégico decisivo en la guerra de la independencia, pero marcó un hito de alto simbolismo en la historia de la patria y, como afirmó Bartolomé Mitre décadas más tarde “dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple”.
En 1901, Cayetano Silva inmortalizó el acontecimiento en la hermosa y queridísima “Marcha de San Lorenzo”.
“¡Honor, honor al gran Cabral! ...”. Durante años, al pasarse lista, cuando se lo nombraba a Juan Bautista Cabral, el sargento más antiguo respondía: “¡Murió en el Campo de Honor, pero existe en nuestros corazones!”
San Lorenzo quizás no fue una gran batalla, ni tuvo un valor estratégico decisivo en la guerra de la independencia, pero marcó un hito de alto simbolismo en la historia de la patria y, como afirmó Bartolomé Mitre décadas más tarde “dio un nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple”.
En 1901, Cayetano Silva inmortalizó el acontecimiento en la hermosa y queridísima “Marcha de San Lorenzo”.
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