La escuela de Satán, de Marcos Herrera
Otra cara del realismo sucio
Siete son los relatos que integran La escuela de Satán, de Marcos Herrera (Buenos Aires, 1966), narrador a quien a veces se sigue presentando a partir de su participación en Las fieras, antología de serie negra realizada por Ricardo Piglia. Herrera, sin embargo, tiene camino propio: Cacerías (1997), Ropa de fuego(2001), La mitad mejor (2009) y Polígono Buenos Aires (2013). Personajes marginales, hampa, violencia: su escritura presenta una búsqueda desplazada de las reglas dominantes del género. Su nuevo libro hace foco "en esos personajes que son juzgados y malinterpretados por la sociedad, para contar sus posibles historias, con cercanía pero sin piedad".
Los relatos de La escuela de Satán se pueden agrupar en dos clases: los adscriptos al realismo sucio y los que son memorias del narrador. "Espejo" es el relato circular de un asalto que deviene carnicería. Se menciona una banda que reaparece en "Labio", cuyo protagonista, un pibe de veinte años con labio leporino es viejo, como los personajes en general: la vejez les viene por la intensidad de lo vivido, por "miedo, odio y velocidad". En "Adentro de un reloj roto", Pablo, su hermana adolescente y su madre alcohólica escapan a Gualeguaychú en pleno carnaval, luego de que el chico traiciona a un dealer. Los otros dos relatos tienen a un boxeador violento, aunque evangelista, y a un argentino en Colombia como protagonistas de historias que oscilan entre lo brutal y el humor negro.
En "Primer año", la dedicatoria a los "compañeritos" de la E.N.E.T 27 propone una clave autobiográfica. Anécdotas escolares, códigos de varones, las peleas a la salida de la escuela como espectáculo para una eufórica tribuna adolescente. Transcurre en 1979; la dictadura estaba ahí, pero no se filtra explícitamente. "La iglesia de Satán" es el otro relato de este grupo.
En general, los recuerdos aparecen sin que medie ningún indicador temporal, lo que obliga al lector a reacomodarse para entender cuál es el momento del que se habla, porque los tiempos verbales tampoco colaboran. Todo parece ser el mismo pretérito; los hechos ocurren en un mismo tiempo prolongado: la infancia, la adolescencia, la adultez, el ahora. Hay diálogos marcados por guiones, pero otros se organizan por los nombres de quienes hablan. ¿Qué lectura habilitan estas inconsistencias? Deliberadas o no, ponen el discurso en un plano volumétrico, como si se hiciera un corte de un área de la Tierra, por ejemplo, y el dibujo mostrara todas las capas que hay desde el núcleo hasta la superficie. Quien mira ve todo simultáneamente: fragmentos antiguos, fallas del terreno, zonas asentadas y otras en producción. Ese recorte es un estado, no un proceso. Es el mundo de quienes no tienen porvenir o cuyo presente es un punto de fuga. La escuela de Satán abre así una nueva puerta del realismo sucio.
LA ESCUELA DE SATÁN
Por Marcos Herrera. Edhasa. 202 págs. $ 365
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