miércoles, 3 de octubre de 2018

LA PÁGINA DE JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ,


JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
La FMK2, modelo 0, es un objeto insignificante que cabe en un puño, pero que contiene la suficiente cantidad de hexágono y trotyl como para producir una fuerte detonación.
Su onda expansiva en 360 grados suele llegar hasta seis o siete metros: pudo haber alcanzado perfectamente unos tanques aledaños de oxígeno y volado el Hospital Paroissien, de Isidro Casanova.

La granada fue fabricada por el Ejército y estaba entre dos caños, contra la pared de un pasillo; su arandela tenía una tanza que a su vez iba atada a una puerta: cualquiera podría haberse llevado por delante aquel hilo invisible y accionado el mecanismo.
Vidal se caracteriza por una dinámica inédita contra el hampa estructural. La batalla es, lisa y llanamente, a favor o en contra de la “colombianización” de la Argentina.
Un policía detectó esa trampa mortífera y avisó a la Brigada de Explosivos, que tiene últimamente una rutina muy ajetreada en el conurbano: todos los días hay amenazas en escuelas y hospitales.
La mayoría de ellas, afortunadamente, no pasan de ser intimidaciones. En los cines de un shopping de Pilar donde daban la película Soledad, que filmó la hija del jefe del Estado, hallaron dentro del baño de mujeres un artefacto que tenía todo el aspecto de una bomba casera de relojería, pero que no pasaba de ser un simulacro, una macabra advertencia.
En el caso de la FMK2 la cosa fue bien distinta. Los expertos se la llevaron y la hicieron estallar con éxito; no era retórica ni chapucería, sino una instalación verdadera y sofisticada.
Las esquirlas habrían matado y herido a mucha gente. Las cámaras de la guardia estaban dobladas, creando un sospechoso punto ciego que hizo imposible distinguir al ejecutor del atentado.
Una represalia o un mensaje: la gobernadora en persona investiga este hecho inusual que fue cobrando relevancia a medida que avanzaron las pesquisas.
Buscar una conexión directa es bastante difícil, porque los sospechosos son multitud. Es que la administración de Vidal se ha caracterizado por poner en marcha una dinámica inédita contra el hampa estructural y, en consecuencia, sus enemigos son cada día más grandes y cada vez más peligrosos.
Nadie puede descartar que esto no sea una devolución de gentilezas por el desmantelamiento de la terrorífica banda de jueces, comisarios, convictos y matones de tablón que funcionaba en la ciudad de La Plata desde hacía años.
O por el descubrimiento de chalecos antibalas llenos de cocaína en la propia Brigada Antidrogas de La Matanza, el reino del justicialismo eterno, donde hace dos días arrestaron además a quince barrabravas de Laferrère que importaban droga para su distribución, directamente desde Medellín.
Ensimismada en corridas cambiarias y acuerdos macroeconómicos, la opinión pública solo mira de soslayo este fenómeno inquietante que está ocurriendo en la provincia de Buenos Aires. Y, sin embargo, se trata de un combate decisivo, aunque de imprevisibles consecuencias, entre la democracia y la mafia.
Vidal anunció, antes de que se desataran las últimas represalias, la segunda parte de su reforma policial; previno que acortaría los plazos de exoneración y que brindaría una lista pública y completa de los expulsados de la fuerza, y que tomaría el control interno de los ascensos y el manejo de los recursos de cada comisaría.
Introdujo cambios tecnológicos que permiten denuncias judiciales anónimas e impiden que las causas sean cajoneadas: los expedientes se incrementaron de manera exponencial y el yeite de las zonas liberadas sufrió un duro impacto.
Ya se sabe: no hay delincuentes organizados sin connivencia uniformada. Y la ofensiva general incluyó, muy especialmente, a los clanes narco y se concentró también en cortar negocios de bandas marginales dedicadas a dominio territorial, trabajo esclavo, producción en negro, venta ilegal y toda clase de irregularidades.
Avanzar contra estas vastas economías luctuosas sin poder ofrecer, a cambio, economías específicas de sustitución puede producir situaciones paradojales, en las que miles de “empleados” de estas industrias siniestras se quedan bruscamente sin conchabos, mutan de modalidad, amasan resentimientos y fraguan revanchas.
A este estado de nerviosismo se agrega la recesión puntual: quienes antes se negaban a acopiar droga en sus casas o a trabajar de narcovigías en las calles, ahora aceptan las faenas para hacer frente a la mishiadura.
Y esto se combina con los incendios en serie de las escuelas, que habían comenzado antes de la de Vidal al poder, pero que esta semana alcanzaron el número 24 en lo que va del año, con la reducción a cenizas de la secundaria 36 de Moreno, donde el nogobierno camporista ha desatado un pandemónium y fuertes disputas entre facciones violentas de diversa índole.
Las investigaciones de esos incendios por lo general no conducen a militantes, sino a alumnos pirómanos o a trafiadictos vandálicos, pero el kirchnerismo aprovecha todas esas desgracias para instalar en los barrios la idea de que Vidal es inoperante.
El problema de Vidal, más allá de sus eventuales errores, parece exactamente el contrario: resulta demasiado operativa, cierra todos los grifos, y en consecuencia a lo que estamos asistiendo es al desmoronamiento y a la rebelión de un régimen gansteril y clientelista, profundamente retrógrado y cristalizador de la miseria y sus infinitos abusos, que ha sido gerenciado y consentido por el justicialismo bonaerense durante sus 27 años ininterrumpidos de hegemonía.
El conurbano es el “paraíso terrenal” que el peronismo construyó a sus anchas para mostrarle al mundo; el resultado es una afrenta a la lógica, a la ética, al progreso, a la justicia social y a los derechos humanos.
No es extraño que en ese territorio moldeado por la corrupción, las acusaciones contra la Pasionaria del Calafate resulten insignificantes.
Tampoco les importa que Cristina Kirchner sea multimillonaria, aunque le recriminan fuertemente a Mauricio Macri que lo sea.
También ciertos barones del conurbano se han vuelto obscenamente ricos a la vista de su población más pauperizada, pero eso en lugar de indignar a los votantes, los tranquiliza porque les parece un signo de estatus, control y fortaleza.
Y aquí solo importa el asistencialismo, la lluvia de empleos públicos y las distintas prebendas, y se descuenta que la inseguridad no tiene arreglo.
Vidal cosecha en esos lares la misma imagen positiva que Cristina, puesto que sus adherentes más pobres viven en la misma cuadra, pero tienen valores contrapuestos: le reconocen su sensibilidad, elogian su lucha contra el narco, ponderan el ahorro y la cultura del trabajo, y tienen la peor opinión de los “avivados” que cobran planes y se dejan utilizar por pandillas políticas de muy diversos propósitos.
A unos y a otros, sin embargo, los une el espanto de la estanflación, que corroe al oficialismo. Refiere el historiador Jorge Ossona, quien realiza valiosas investigaciones de campo, que punteros del cristinismo machacan por Facebook y promueven en las villas y en otros barrios carenciados una rebelión en masa contra el Gobierno, pero que la arenga por el momento no prende en las bases, donde hay bronca y hasta tristeza, aunque también recuerdos muy vívidos y traumáticos del año 2001, cuando el remedio fue muchísimo peor que la enfermedad.
Sin embargo, existe una amenazante crispación en distintos sectores civiles y policiales a los que por acción gubernamental se les estranguló el circuito de recaudación espuria.
Si “el aparato” quiere retomar el poder no puede sino derrotar a Vidal, y tal vez no le alcance con la economía, puesto que en esos distritos muchos culpan al Presidente y salvan a la gobernadora.
Faltan pocos meses, y a ella hay que limarla como sea. La historia demuestra que no trepidarán en utilizar a las “víctimas” de sus purgas y a la mano de obra desocupada de las mafias que desarticuló: todos ellos están al servicio del mejor postor y anhelan el urgente regreso del sistema más vil.
Por eso mismo, esta batalla no es partidaria ni ideológica. Es, lisa y llanamente, a favor o en contra de la “colombianización” de la Argentina. El mínimo intento de dignidad contra la más abyecta y venenosa de las resignaciones.

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