Juan Arnau. “La biopolítica puede haber llegado para quedarse y esto abre una nueva era”
El filósofo y astrofísico español Juan Arnau advierte que “idolatrar la ciencia es tan necio como negar sus logros”
Texto Hugo Alconada MonJaime Goberna
Juan Arnau aboga por ubicar a las ciencias en su lugar, sin caer en ilusiones vanas. Nada mal para un astrofísico devenido filósofo sánscrito. Las ciencias, remarca, no son la solución para todo. Mucho menos para los desafíos que nos presenta la pandemia, dice. Con el miedo como factor esencial.
El Covid-19 es solo “parte del problema”, explica. “La otra parte es nuestra reacción a él. Quienes se dejan atrapar por ese otro virus que es el miedo no están ayudando, no están siendo solidarios, aunque sean ciudadanos ejemplares. El miedo debilita nuestras defensas. Lo más sobrecogedor de todo este asunto es el miedo colectivo”, dice.
Trotamundos que pasó por África, Asia, América y retornó a Europa, Arnau dialogó con desde Granada sobre el precio cion “exorbitante” que conllevan los intentos de controlar la pandemia. Y habla sobre la imaginación como factor clave, el tiempo y la biopolítica, que “amenaza con cambiar las reglas de las democracias”.
–En su libro Historia de la imaginación, postula que en estos tiempos hemos reducido todo a lo material. ¿Puede el confinamiento, con el replanteo obligado de nuestro tiempo y consumo, ser una oportunidad para que resurja la imaginación en su mejor sentido?
–La imaginación siempre me ha interesado. Es el factor humano por excelencia; es la base del deseo, y la vida humana es todo afán y deseo. Por ejemplo, uno se imagina arquitecto, ingeniero, o ayudando a los demás, y a partir de ahí empieza; por eso la imaginación es un elemento fundamental de la vida y, por tanto, es un factor de cohesión, añade. En este sentido, la imaginación es el motor del futuro y de la propia evolución humana, ya que uno proyecta lo que todavía no es para acabar siéndolo. Pero, además, este elemento “vital” trasciende el tiempo, va más allá del momento presente o del devenir, pues es precisamente la imaginación la facultad que edifica los recuerdos y, por tanto, el pasado. La imaginación no es tanto un asunto histórico cuanto el factor esencial en la construcción de eso que llamamos “historia”. Flaubert decía que sin la imaginación la historia sería imperfecta; yo creo que ni siquiera “existiría”. Hoy día recibimos un exceso de imágenes, a través de móviles, computadoras o televisores, pero vivimos la imaginación de una forma pasiva, nos llegan las imágenes y hemos de asimilarlas y digerirlas. Falta imaginación activa y creativa, esa que viene de la lectura o del estar sin hacer nada.
–¿Por qué suele decir que el virus no es solo una amenaza exterior?
–El virus no existe, por así decirlo, no “vive” sin la célula que lo cobija y le permite reproducirse. No es una entidad al margen de la vida misma. En este sentido es un constructor científico (de un lenguaje, de una historia, de ciertos laboratorios e instrumentos de medida y observación), por eso considerar el virus al margen de todo esto supone un error de concepción. El virus tiene entidad en la célula que lo asimila o digiere, no en la que lo rechaza. De ahí que, en sí mismo, el virus solo sea parte del problema. La otra parte es nuestra reacción a él. Quienes se dejan atrapar por ese otro virus que es el miedo no están ayudando, no están siendo solidarios, aunque sean ciudadanos ejemplares. El miedo debilita nuestras defensas. Lo más sobrecogedor de todo este asunto es el miedo colectivo. La epidemia no solo es la del Covid-19, sino la del miedo que se ha cernido sobre el mundo. Temperamentos de acero han quedado paralizados, otros han recuperado la retórica del enemigo invisible. Como dijo el padre de la anatomía patológica, Rudolf Virchow, “una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos”. El virus es una buena oportunidad para tomar las riendas de la propia mente.
–¿Con qué herramientas, más allá de las sanitarias, contamos para defendernos del impacto mental de este virus? ¿Cómo impedimos que “colonice nuestras mentes”, en el sentido de su texto Wittgenstein y el coronavirus?
–Vivimos en un gran mercado planetario que no ha sabido despertar sentimientos de fraternidad entre las naciones. El propio sistema se alimenta del miedo, en concreto de un miedo generalizado al futuro (seguros, pensiones) y ese miedo se acaba de “materializar”. La pandemia ha iluminado esta contradicción, los países cierran fronteras o se niegan a recibir a otros, como si el problema fuera un problema nacional y no global. La historia nos enseña que en los períodos de crisis se pueden incrementar fenómenos de clausura y angustia: la caza al infractor o la necesidad de un chivo expiatorio, a menudo identificado con el extranjero o el migrante, pero las crisis pueden también favorecer la imaginación creativa. Para que esto ocurra lo primero y más necesario es dejar por un tiempo de ver los informativos. Pasar a otra cosa. Alimentarse de otro tipo de narraciones, de ser posible alejadas en el tiempo y en el espacio, volver a los clásicos.
–A pesar de las muertes, el desempleo, los cierres de comercios y tanto más que ha provocado esta pandemia, ¿qué lo esperanza?
–La pandemia ha provocado restricciones de movilidad en todo el mundo y también nos ha obligado a una desaceleración que era ya urgente. Todos hemos notado un cambio en nuestro ritmo cotidiano. En cierto sentido, la situación nos ha permitido reapropiarnos del tiempo. [Henri] Bergson, uno de mis pensadores favoritos, entendió bien la diferencia entre el tiempo vivido o interior y el tiempo cronometrado o exterior. Recobrar el tiempo interior es el desafío de nuestro tiempo, tanto a nivel individual como a nivel social. Bergson creía que reducir el tiempo al espacio, como hacen los relojes, era traicionarlo. Los relojes solo miden a otros relojes, solo pueden comprender el tiempo mediante el espacio, ya sea el que recorre la Tierra alrededor del Sol o las transiciones del átomo de cesio. El tiempo real era el tiempo interior, ese que había evocado [Marcel] Proust, que él llamaba duración. Y si el camino de ida se nos hace más largo que el de vuelta, aunque en nuestro cronómetro marquen lo mismo, la ida ha durado más. La experiencia cualitativa del sujeto prima sobre la experiencia cuantitativa de la máquina.
–Jugando con las ideas de su libro La invención de la libertad, y en particular con pensarla como liberación de todo aquello que nos ata, ¿puede esta cuarentena resultarnos una oportunidad?
–La libertad, como la vida, solo la merece quien sabe conquistarla todos los días. La desaceleración del tiempo puede, en este sentido, ayudar. Cuando atendemos a lo vivo, nos llenamos de vida. El problema de hoy es que atendemos demasiado a algo que parece vivo, por ser luminoso, pero que está muerto.
–En una entrevista de 2016 (https://elcultural.com/juanarnau-la-filosofia-no-tienesentido-si-no-se-vive), planteó que “la filosofía es la inteligencia de la vida, si no es pura teoría, material de inventario para aulas o enciclopedias. No puede desligarse de aspectos tales como el medio de vida de cada uno, la vida afectiva o si esta vida es sedentaria o itinerante”. ¿Estamos, acaso, a las puertas de una filosofía de la pandemia?
–La biopolítica, que hasta ahora había sido fuente de inspiración para novelas o series distópicas, puede haber llegado para quedarse y esto abre en cierto sentido una nueva era. La posibilidad de que esta pandemia derive en regímenes de vigilancia y pérdida de la libertad es más real que nunca. El precio por el control del virus está siendo exorbitante y amenaza con cambiar las reglas de las democracias. La historia lo muestra; el miedo colectivo desata autoritarismos y populismos. La histeria de la supervivencia hará que muchos entreguen sin rechistar sus derechos. No hay que olvidar que el poder de los laboratorios es de hecho el poder que poseen unos cuantos individuos, que pueden permitir o no que el resto se beneficie. La llamada victoria sobre la naturaleza, ya sea bomba o vacuna, no es más que un poder ejercido por algunos sujetos o Estados sobre otros, con la naturaleza como medio. Los pequeños seguidores acientíficos de la ciencia no deberían olvidar que ciertas conquistas pueden suponer, como decía C. S. Lewis, la abolición del hombre.
–¿Hay alguna pregunta que no le planteé y quiera responder?
–Sí. ¿Puede la ciencia salvarnos de la pandemia? La ciencia no es una, son muchas narraciones, no siempre coherentes entre ellas. El siglo pasado, en física, se habló de la “teoría del todo”, como si un conjunto de ecuaciones pudiera resolver el enigma del universo. La física tiene un conjunto de leyes que se aplican a un determinado ámbito de nuestra experiencia pero que resultan insuficientes en otros. La vida no se rige por leyes físicas, es pura contradicción y la contradicción es un anatema para las matemáticas y la lógica. Idolatrar la ciencia es tan necio como negar sus logros. Pero hoy vivimos en la época de la tecnolatría y se pierden todos estos matices. No se trata de ciencia sí o ciencia no, se trata de qué queremos hacer, como especie, con los logros de las diversas ciencias y cómo han de orientarse éstas. Cuando se pierde el sentido de pertenencia al orden natural, la ciencia desvaría.
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