miércoles, 26 de agosto de 2020
LA OPINIÓN DE CLAUDIO JACQUELIN,
El empeño del oficialismo por unir a la oposición
Claudio Jacquelin
Nadie hace tanto por mantener unida a la principal fuerza de la oposición como el oficialismo. A sus cuestionados proyectos de reformas judiciales, el Frente de Todos acaba de sumar otro polémico trámite en el Senado que terminó por servir de poderoso pegamento para las crecientes fisuras que atraviesan a Juntos por el Cambio (JXC). Ante los trazos gruesos oficialistas, los matices opositores pierden relevancia.
Las iniciativas para modificar el fuero federal y para analizar cambios en la Corte Suprema, la Procuraduría y el Consejo de la Magistratura precipitaron, además, las multitudinarias manifestaciones del lunes pasado, aunque los manifestantes sumaran también otros motivos para transgredir por tercera vez la cuarentena y salir a protestar contra el Gobierno. Otro incentivo para que la oposición se mantenga unida.
Sin embargo, curiosamente (o no), la magnitud del “banderazo” abrió nuevas discusiones dentro de la coalición opositora, que amenazaban con profundizarse seriamente. Hasta que volvió a aparecer el Gobierno.
La protesta lejos estuvo de alterar el curso de los proyectos del Presidente o de atenuarlos. Fernández optó por redoblar su apuesta y contradecir otra vez su autoproclamada vocación unificadora. Descalificó los reclamos con la afirmación de que “los que gritan usualmente no tienen razón” y lanzó una advertencia para los que ocuparon las calles en varias ciudades del país: “No nos van a doblegar”. Juntos por el Cambio agradece al estratega en comunicación que sugirió ese mensaje.
Solo faltaba otra polémica en el Senado, donde impera Cristina Kirchner, como la que se produjo ayer. La mayoría oficialista demoró inusual y sospechosamente la difusión del texto del dictamen sobra la reforma judicial, que la mayoría kirchnerista había sacado el día anterior en el plenario de comisiones con el objetivo de aprobarlo la semana próxima en el recinto.
El trámite alimentó las sospechas y las acusaciones de la bancada de JXC respecto de supuestas manipulaciones en el proyecto aprobado. Y precipitó el llamado a otra marcha al Congreso para la semana próxima. Una gota más de pegamento para el conglomerado opositor. Una palada para profundizar la grieta. El cristinismo lo volvió a hacer.
Los líderes de las distintas facciones cambiemitas no pueden más que celebrarlo. Todos están unidos en el rechazo a esas iniciativas y aún más contra el recurrente recurso cristinista de imponer la mayoría y de desoír todos los disensos.
Las diferencias surgen a la hora de decidir cómo plantarse frente a la gestión de Alberto Fernández. La manifestación del lunes, que golpeó al Gobierno, no fue inocua tampoco para JXC. Reavivó la disputa entre duros y blandos. Dialoguistas y confrontativos. Larretistas heterogéneos y macristas puros. Cada bando consolidó sus posiciones.
Los sectores más combativos, que lidera el macrismo cerril, con la presidenta de Pro, Patricia Bullrich,a la cabeza, se sintieron fortalecidos por el banderazo, del que fueron impulsores y participantes, frente al ala dialoguista encabezada por Horacio Rodríguez Larreta, que no convocó a las plazas, aunque tampoco desalentó la protesta. El medio de la calle es un lugar peligroso.
Los días posteriores a la manifestación alimentaron aún más las diferencias. La celebración por la masividad del reclamo que hizo Mauricio Macri desde Suiza, con una solapada, pero inocultable crítica a quienes no habían alentado la protesta, sumó malestares. Fue un punto de inflexión y de nuevos desequilibrios.
El viaje del expresidente incomoda hasta a varios de los propios, incluida Patricia Bullrich. La participación política a distancia del expresidente, mientras la mayoría de los argentinos no pueden viajar siquiera internamente, no les facilita la tarea a los que acá lo representan. Lo admiten en privado.
Sin embargo, lo más curioso resulta que los acontecimientos precipitaron reclamos sobre el dirigente de JXC con mejor imagen en el país. Horacio Rodríguez Larreta ya no solo es blanco de cuestionamientos del ala más dura de su espacio por su actitud dialoguista con el oficialismo.
También le demandan algunos cambios de actitud los que lo siguen en su cruzada moderada. El planteo nada tiene que ver con lo que exigen Patricia Bullrich y los suyos para que eleve su perfil contra el Gobierno.
Varios dirigentes del sector en el que se enrolan María Eugenia Vidal, Martín Lousteau, Emilio Monzó y Rogelio Frigerio, entre otros, le reclaman que eleve su perfil y asuma un liderazgo más claro en la diferenciación del espacio combativo.
Entre los duros, además de Bullrich, resaltan voces como las de Miguel Pichetto, Guillermo Dietrich, Luis Brandoni o Fernando Iglesias, que, a veces, cuentan con el aliento del temperamental titular de la UCR, Alfredo Cornejo, o de la flamígera Elisa Carrió. Aunque la exdiputada suele desacomodar a todos con la ventaja que le dan su versatilidad y su oficio político.
A los consensuales les preocupa el curso que está tomando el Gobierno y lo que consideran una inevitable profundización de la crisis económica y social. Eso, sumado al hartazgo ciudadano por la pandemia y la cuarentena, podría fortalecer las posiciones extremas, donde mandan Macri y Cristina Kirchner y no Larreta y Fernández. Aunque en las encuestas ganen los moderados. Ese es otro debate.
El jefe de gobierno porteño considera que aún no es hora de subir el perfil. Apuesta a seguir diferenciándose del Gobierno paulatinamente con el manejo de la pandemia y a mostrarse enfocado en la gestión. Al mismo tiempo, deja trascender su rechazo a varios proyectos oficialistas, como la reforma judicial. Pero no se lo ha visto buscando micrófonos para hacer oír las críticas.
Es cierto que a Larreta no le faltan problemas en tiempos de pandemia y de recesión como para sumar nuevos conflictos a los que ya tiene y a los que sabe que vendrán. En su administración dan por hecho que el proyecto de presupuesto nacional para 2021 vendrá con el recorte aun no concretado de la coparticipación para la ciudad. No quiere anticipar los tiempos ni dar motivos para represalias de la administración nacional.
Así, la discusión de fondo en el mundo Pro es una cuestión de tiempos y de interpretaciones electorales. Además de las obvias diferencias de estilos de liderazgo y de acción política. Los ADN de Larreta y de Bullrich no pueden tener menos parentescos.
La disputa se resume en cuál es el electorado al que deben atender. Bullrich tiene por objetivo consolidar el núcleo duro antikirchnerista. Argumenta que las posiciones poco confrontativas, como la de Larreta, ponen en riesgo esas adhesiones. Sostiene (en su favor) que el electorado más opositor pueden terminar optando por ofertas más combativas, ya sea de perfiles ultraliberales, como los de los economistas José Luis Espert o Javier Milei, o algún emergente de la derecha más clásica. A todas las razones Bullrich suma la natural facilidad con que le sale el papel.
En el entorno de la titular de Pro dicen que el reclamo de muchos de esos votantes se sintetiza en una frase: “Ustedes hicieron que vuelva el kirchnerismo y ahora nos dejan solos frente a ellos”. Juegan fuerte. En la crítica también hay una autocrítica que Macri aún no ha hecho.
En las cercanías de Larreta consideran que con el antikirchnerismo duro no alcanza para intentar un regreso al poder, sino que solo sirve para ser una fuerza testimonial opositora. Las encuestas le juegan a favor. Apuestan también que el tiempo lo haga. La mira está puesta en 2023. Ya no lo disimulan.
“Hay que ampliar la base electoral. Nosotros perdimos por los electores de voto blando que llevaron a la presidencia al Frente de Todos, desilusionados con la gestión económica de Macri e ilusionados con que Alberto Fernández y Sergio Massa le pusieran límites a Cristina. A esos tenemos que ir a buscar. La recuperación de la centralidad de ella y el rumbo del Gobierno ya los están desilusionando. Pero esos votantes no quieren volver a la grieta”, explican desde el larretismo más puro.
Las diferencias no pueden ser más explícitas. Pero el Gobierno se esmera en ayudarlos a postergar las discusiones de fondo. La unidad opositora es un logro oficialista.
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