Pese a los fracasos, la leyenda de los herederos de Perón continúa
En El Medioevo Peronista y la llegada de la peste, Fernando Iglesias analiza el eterno retorno del peronismo
Fernando A. Iglesias
Si a un argentino de izquierda se le pregunta qué partido fue el creador de la legislación social responderá, sin dudarlo, “el peronismo”. Pero si se le pregunta qué gobierno fue el mayor destructor de esa misma legislación, dirá que Menem lo hizo.
El mérito es del peronismo. El descrédito, neoliberal. Simétricamente, si a un argentino de derecha se le pregunta qué partido es el único que puede poner orden en la Argentina responderá, sin dudarlo, “el peronismo”. Pero si se le pregunta a qué partido pertenecen los mayores promotores del caos, dirá también “al peronismo”, sin darse cuenta siquiera de la flagrante contradicción.
El peronismo es inocente por definición. Si un antiperonista roba o asesina, la culpa recae sobre todo en el antiperonismo. Si lo hace un peronista, es porque es un mal peronista o porque no es un verdadero peronista. Si lo fuera, no se comportaría así. Porque el peronismo es –por definición– la Justicia Social, la democracia, los Derechos Humanos, el pueblo, la Patria y vaya Dios a saber qué otra cosa. De manera que los que lo critican jamás lo hacen por buenas razones. Es por odio y por resentimiento contra el pueblo, que es peronista independientemente de los resultados electorales.
Faltaba más.
El peor delito del peronismo no ha sido cometido contra los ricos, las clases medias y los que llama despectivamente “gorilas” y “privilegiados”. El peor delito político del peronismo ha sido cometido contra los pobres, los trabajadores, los desheredados, el subsuelo sublevado de la Patria que pretendía y pretende representar; quienes desde el 17 de octubre de 1945 para acá han visto degradarse sus condiciones de vida y de trabajo respecto de latinoamericanos y europeos.
El peor delito del peronismo no ha sido cometido contra los ricos, las clases medias y los que llama despectivamente “gorilas” y “privilegiados”. El peor delito político del peronismo ha sido cometido contra los pobres, los trabajadores, los desheredados, el subsuelo sublevado de la Patria que pretendía y pretende representar; quienes desde el 17 de octubre de 1945 para acá han visto degradarse sus condiciones de vida y de trabajo respecto de latinoamericanos y europeos.
Desde luego que se vive mejor hoy que en 1945, pero no ha sido mérito del peronismo. Para no convertirse en ahistórico, el cálculo de dos factores que el peronismo usa para desvirtuar realidades temporales muy distintas (la Argentina peronista contra la Argentina oligárquica de 1910, la legislación social actual contra la anterior al peronismo, etc.) debe realizarse considerando cuatro componentes.
La legislación argentina de 1945 debe ser comparada con la del resto de los países en 1945, y la legislación actual, con la legislación actual de esos mismos países. Solo así es posible evitar el componente del progreso histórico que distorsiona el cálcuel lo hecho con apenas dos variables.
Es cierto que el peronismo, como invoca la Leyenda, encarnó enormes y respetabilísimos deseos de democracia y justicia social de gran parte de la sociedad argentina. Tan cierto como que los defraudó, y que el partido que llegó a la Historia prometiendo acabar con todas las oligarquías se transformó en una oligarquía, la peor.
Lo que permite una reinterpretación del 17 de octubre de 1945 en otra clave: no ya como el subsuelo de la Patria que se sublevó contra las condiciones de vida injustas y opresivas establecidas por una elite reaccionaria a contramano de las necesidades del país, según las pretensiones de la Leyenda, sino como la justa expresión de los deseos de prosperidad económica, mejora social y participación política de los trabajadores y el pueblo argentinos en un contexto de crecimiento, avance e industrialización que el peronismo no mejoró, sino todo lo contrario.
Más allá de sus pretensiones de originalidad y creatividad, el peronismo encarnó, a través de las épocas, todas y cada una de las peores tendencias políticas mundiales: el nacionalismo militarista autoritario, que Perón había admirado en la Italia de Mussolini, durante los años cuarenta y los cincuenta; guevarismo terrorista que se difundió por toda Latinoamérica a partir de la Revolución Cubana, en los tempranos setenta; la represión ilegal y salvaje que los siguió, con la Triple A de López Rega creada por encargo de Perón; el neoliberismo extremo y corrupto de los noventa, con Menem; el bolivarianismo totalitario auspiciado por los golden commodities y presentado como “socialismo del siglo XXI”, con el kirchnerismo. Y bien, ¿qué encarna el peronismo hoy?
Pasados los fastos y descendidos los commodities a valores razonables, no hay espacio para la revolución imaginaria kirchnerista ni para la Latinoamérica insurrecta propiciada por los Castro a través del coronel Chávez.
Del extremismo del Foro de Sao Paulo a las menos arriesgadas elucubraciones del grupo de Puebla, el chavismo vergonzante ha entrado en lo que ellos mismos llamarían “fase de repliegue y acumulación”.
Un paso atrás para no quedarse sin nada. Agazaparse y esperar una nueva oportunidad, acaso de la mano de los rusos y los chinos, y evitar la cárcel, sobre todo. Sin soja voladora y habiendo liquidado todos los activos, los nuevos tiempos no dan para más. Sin embargo, el estancamiento que padece la región por la baja de los commodities, que llevó a la derrota a los populismos en Brasil y la Argentina, podría representar también una oportunidad bolivariana: la de prender fuego la región.
Y la pandemia del coronavirus –que analizaremos al final de este libro– puede ser un inesperado aliado, ya que, aunque complique la situación económica, facilita el sueño autárquico del default y el vivir con lo nuestro, brinda inesperadas oportunidades para la corrupción, la impunidad y la acumulación de poder, y lleva casi naturalmente a un escenario económico cubano-venezolano en el cual los sectores productivos privados se desmoronan y los únicos que salen indemnes son el Estado y sus subvencionados.
Inútil es argumentar que no todo el peronismo es kirchnerista, lo que es verdad, pero no constituye una razón. Y no lo es por culpa de los peronistas no kirchneristas, que desde la aparición del kirchnerismo han aceptado el rol de legitimadores de todas y cada una de las barrabasadas K. Le han dado el poder y los votos de ambas cámaras entre 2003 y 2015, amparado la impunidad de Cristina y sus muchachos entre 2015 y 2019, y vuelven a apoyarlos y a votarlos hoy a cambio de migajas. La oportunidad renovadora del peronismo, que la hubo, fue destruida por quienes dejaron el Partido Justicialista en manos de la disputa entre los Gioja y los Barrionuevo, y por quienes se ofendían cuando se los llamaba “Frente Reciclador”, pero terminaron ubicándose como presidente de la Nación, canciller de la Nación, presidente de la Cámara de Diputados, director del Indec, directora de Aysa y mil lugares más, gracias a la que prometían meter presa.
El peronismo no kirchnerista es hoy parte de un pacto de impunidad que ofrece al kirchnerismo todo lo que necesita para pasar el mal trago: cuatro años de gobierno sin que Cristina termine en la cárcel mientras se desactivan sus causas y son liberados “presos políticos” como De Vido y Boudou; cuatro años en los que Alberto Fernández y los gobernadores serán la cara visible del ajuste; cuatro años para recomponer fuerzas, con La Cámpora agazapada bajo Kicillof en la provincia de Buenos Aires y Máximo Kirchner en rol de príncipe sucesor desde la jefatura de bloque de la Cámara de Diputados. Ese es el plan kirchnerista, y para llevarlo a cabo el peronismo es indispensable y, a la vez, un aliado menor.
“Se atribuye el ascendente ejercido por Napoleón sobre el pueblo a un carisma personal y a una autoridad natural. Ambos factores son reales. Pero se olvida que ese carisma se va construyendo metódicamente gracias a todos los medios de la época. Ya estamos, aquí, asistiendo a la leyenda”. La afirmación pertenece al ex primer ministro francés, Lionel Jospin. La he tomado de su libro El mal napoleónico. La frase describe magistralmente la obra iniciada por Apold e incansablemente perfeccionada por sus herederos: la construcción metódica de un carisma a través de la invención de una leyenda gracias a todos los medios de la época.
El peronismo fue un fracaso, pero un fracaso deslumbrante.
Un fracaso repleto de epopeyas conmovedoras y personajes fellinescos capaces de provocar el entusiasmo de adolescentes de todas las edades. Esos adolescentes que detestan a los pálidos ingenieros y los CEO pechofríos, racionalistas carentes de imaginación que proponen hacer en la Argentina lo que ha funcionado bastante bien en todos lados. En cambio, la Leyenda Peronista es un éxito de taquilla original y único en el mundo, que sigue manteniendo intacta su atracción a pesar de sus catastróficos resultados.
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