jueves, 27 de agosto de 2020

HÉCTOR M. GUYOT OBSERVA Y RAZONA,


El asalto a la Justicia y a la prensa
Autor - Héctor M. Guyot - LA NACION
Héctor M. Guyot
El kirchnerismo siempre va por más. Todavía no lo aprendimos cabalmente, a pesar de que hasta aquí hemos visto demasiado. Cristina Kirchner considera que no hay ley más alta que su voluntad y necesita una Argentina convertida en lo que hoy es Santa Cruz. Ya se comporta como si el país fuera su feudo. Lo prueba el desacato del fallo que le impedía al Senado avanzar en la revisión de los traslados de los jueces Bruglia y Bertuzzi, los mismos que confirmaron el procesamiento y la prisión preventiva de la vicepresidenta en la causa de los cuadernos de las coimas. La señora no tiene paciencia para esperar el resultado de la purga judicial que está llevando a cabo. Aunque todavía no ha logrado institucionalizar su impunidad, ese gesto dice que ninguna sentencia judicial le impedirá satisfacer sus deseos ya mismo. Por si hiciera falta, la jueza desobedecida ayer dio luz verde.
Cristina Kirchner va por más porque va por todo. La colonización de una Justicia que desprecia sería un premio incompleto sin el sometimiento de la prensa. La impunidad se perfecciona con la posibilidad de ser el único que escribe la historia. El triunfo del relato y la ambición de un kirchnerismo “eterno” exigen jueces y periodistas adictos capaces de subordinar la realidad de los hechos a las órdenes de la jefa. Ese y no otro es el objetivo de la reforma judicial que tratará la semana que viene el Senado, ahora con un agregado de última hora que pone en jaque a la prensa independiente.
En virtud de esa adición, los jueces deberán denunciar ante el Consejo de la Magistratura cualquier intento de influencia en sus decisiones por parte de los “poderes mediáticos”. De promulgarse, la ley daría entidad a la teoría del lawfare a la que Cristina Kirchner le atribuye sus penurias judiciales. Pero, más grave, sería la llave perfecta para poner una mordaza a la prensa. Amparándose en la ambigüedad de la ley, un juez podría considerar presión una nota editorial o de opinión y hasta una nota informativa que aborde asuntos relacionados con la causa que sigue. Con jueces adictos, la Justicia se convertiría en el ariete perfecto para acallar a la prensa.
A ocho meses de gobierno, las cartas parecen echadas. Cristina sola no podía. Alberto solo no existía. Cristina pudo con Alberto. Ahora Alberto no puede con Cristina, que se para sobre los hombros del Presidente para alcanzar el fruto rojo de la impunidad eterna mientras el peso de ese anhelo hunde al mandatario en el fango del descrédito. Con él, se embarra todo un gobierno y la mancha crece a medida que el objetivo exige sacrificios mayores. No solo de la democracia y la república, sino también de la retórica y de una imagen presidencial cada vez más magullada. Cada punto que gana Cristina Kirchner lo pierde Alberto Fernández. Y son todos para ella.
Lo que ocurrió esta semana indica que el Presidente bajó la cabeza. La imagen de la resignación se impone al recordar los calificativos que le dedicó a su socia antes de que ella lo eligiera para el cargo que ahora ocupa. Pero tampoco es seguro. Más que un hombre de convicciones, el archivo dice que es un político de memoria corta que subordina su palabra al reclamo de la coyuntura. “No nos van a doblegar. Los que gritan suelen no tener razón”, dijo tras el multitudinario banderazo del lunes. La primera persona del plural remite a una confesión hecha en la efervescencia del triunfo electoral: “Cristina y yo somos lo mismo”. Dejemos a Freud lo que es de Freud y convengamos que aquí los hechos no lo desmienten: los dos quieren lo mismo y están dispuestos a conseguirlo. Como sea.
Así, el Presidente desoye el clamor de una parte importante de la sociedad y se sube al “vamos por todo” que impulsa la vicepresidenta desde el Senado. Entre el diálogo y la grieta, extremos en los que en apariencia oscilaba, optó por esta última, pues en la estrategia oficial todos aquellos que se oponen a la hegemonía kirchnerista y defienden la división de poderes y la república pasan a ser “odiadores” que le dan la espalda al pueblo y gritan sin razón.
La marcha del lunes marca un antes y un después. El Gobierno intentó socavarla y apeló al miedo, agitando el fantasma de un contagio indiscriminado. Además, le cargó la responsabilidad por un eventual colapso del sistema sanitario. La acusación responde más bien a un mecanismo de proyección. En verdad, la razón de que hubiera gente protestando en las calles (con barbijo y distanciamiento) hay que buscarla en el Gobierno, único responsable del clima de tensión que envuelve al país: si el operativo impunidad no estuviera avanzando como lo está haciendo, la gente no saldría a mostrar su indignación. Porque ese fue el motivo casi excluyente del banderazo. Ahora que el “vamos por todo” es más ostensible, con un gobierno radicalizado en sus objetivos, todo indica que vienen semanas difíciles. Y no a causa de la pandemia, que el Gobierno ha relegado a segundo plano por motivos inconfesables pero evidentes.

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