miércoles, 9 de septiembre de 2020

AUTORA Y LECTURAS RECOMENDADAS,


Los pasos errantes de la escritora polaca Olga Tokarczuk
La autora polaca, Premio Nobel de Literatura, cree que la pandemia permitirá volver a una visión del mundo como misterio
“En la escritura encuentro un espacio propio y misterioso”, dice Tokarczuk
12 libros esenciales de Olga Tokarczuk - Cultura Genial
La autora, Premio Nobel de Literatura 2018, cree que la pandemia permitirá volver a una visión del mundo como misterio, y considera que hay en esta crisis una enorme lección de humildad que podría inaugurar un tiempo más interesante
12 libros esenciales de Olga Tokarczuk - Cultura Genial
Crear un lugar propio y generar en torno a él una mitología válida para explicar la vida o para esbozar los límites de nuestra incapacidad de comprenderla es una meta a la altura de pocos autores. Gabriel García Márquez lo hizo en Macondo, Cervantes en un lugar de La Mancha y Lewis Carroll en el País de las Maravillas. Pero hay otro sitio llamando a la puerta: Antaño, “un lugar situado en el centro del universo”, la creación probablemente más fantasiosa, imaginativa y desbordante de Olga Tokarczuk, (Sulechow, Polonia, 1962), la autora premiada en 2019 con el Nobel de Literatura de 2018, año en el que la Academia sueca lo aplazó.
12 libros esenciales de Olga Tokarczuk - Cultura Genial
Un lugar llamado Antaño (Anagrama) es el título que acaba de publicarse en España (todavía no llegó a la Argentina) de esta polaca, de quien apenas se conocían hasta ahora Sobre los huesos de los muertos (Siruela) y Los errantes (Anagrama). 

12 libros esenciales de Olga Tokarczuk - Cultura Genial
La pandemia frustró los viajes de promoción y todos los planes que la escritora tenía en marcha, pero Tokarczuk ha encontrado en esta peste del siglo XXI, de un mundo que se creía seguro y no lo es, una buena excusa para frenar y además reflexionar. “Fue un alivio renunciar a mis viajes, estaba cansada y hacía mucho tiempo que no vivía en mi propia casa”, cuenta por correo electrónico. El confinamiento coincidió además con la enfermedad de su perro y agradece haberlo podido cuidar. “Creo que la pandemia es ante todo una lección de humildad. Es un concepto antiguo y un tanto olvidado. El hombre olvidó la humildad ante la naturaleza, ante fuerzas superiores a él. Espoleado por una inusitada arrogancia, destruyó muchas cosas a su alrededor: a los seres vivos, el medioambiente, el paisaje. Cambió el clima. Y ahora prepara su despliegue en el cosmos”, reflexiona.
Los que se han acercado a su obra saben que Tokarczuk, nacida bajo el comunismo en Polonia y adulta bajo el capitalismo y la democracia, navega a la vez en la introspección y en el amor a una naturaleza que la conecta fuertemente con el mundo. Su obra es un dique contra la frivolidad, la destrucción, la violencia. “La pandemia nos enseña que seguimos siendo una especie más sobre la tierra, dependiente de una intrincada red de relaciones, que tenemos un cuerpo frágil y mortal y que nuestras posibilidades son limitadas. Tengo la impresión de que vuelve la máxima Memento Mo
ri, tan popular en la formación cultural del Barroco europeo, cuando el ser humano se vio obligado a enfrentarse a epidemias, guerras y fuerzas crueles, inconcebibles. Es la vuelta a una visión del mundo como misterio, a una búsqueda del significado de la existencia humana en la tierra, a indagar sobre la naturaleza del hombre y la presencia del mal. Esta puede ser una época interesante”.
La polaca Olga Tokarczuk y el austriaco Peter Handke, Premios Nobel de  Literatura 2018 y 2019
Y es en esa búsqueda perpetua que propone en la que encarna Un lugar llamado Antaño, la explosión más luminosa que puede realizarse de personajes, conflictos, relaciones, vidas y muertes. Tokarczuk eleva las vidas de locos, pueblerinos, molineros, párrocos, fieles católicos, soldados, invasores nazis o soviéticos, gentes cargadas de miserias, límites y estrechas ambiciones a una categoría majestuosa. De bisutería humana —la que componemos todos— logra sacar joyas. Su foco se va posando en unos y otros, iluminando a humanos, animales y vegetales en una fusión que es común y alentadora en su obra.
Antaño es un pueblo cualquiera de Polonia, claro. Una Polonia católica y rural donde la búsqueda de una forma de vida aceptable está siempre truncada por los avatares que deciden otros: la Primera Guerra Mundial y el servicio al zar ruso, la invasión nazi y luego la soviética en la Segunda Guerra Mundial; el régimen comunista y la corrupción intrínseca que aliño mentó entre los más arribistas y serviles. Bosques, huertos, vacas sufren también los vaivenes de una historia que solo tiene que ver con voluntades ajenas.
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“Antaño es un lugar alegórico y metafórico. En ese sentido, nunca ha existido y a la vez siempre existe”, cuenta Tokarczuk. “En Antaño, el tiempo es el orden básico, la estructura: si bien no es común para todos, en cierto sentido todos lo poseen. El tiempo de cada personaje es una especie de burbuja individual, una escena psicofísica en la que los personajes interpretan sus vidas. Estos tiempos interactúan mutuamente, llegando a veces a interferir entre sí”. Tokarczuk escribió esta novela hace 25 años, “cuando aún veía el mundo como Leibniz, es decir, repleto de mónadas independientes. Hoy en día lo concibo un poco diferente: como una red de influencias mutuas”. En Antaño, son otros quienes deciden y los habitantes y el hábitat de Antatexto sufren. Una poderosa metáfora vigente.
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Pero no es solo eso. Detrás de todo acontecer se va hilando un cuestionamiento de Dios y de la creencia ciega en su poder. Ese que está en todas partes y que cuando se lo intenta encontrar no está. Ese que nos creó y quedó tan orgulloso que no pensó en las consecuencias. Ese que no nos hizo el favor de la inmutabilidad, sino que nos permitió mutar para nuestra desgracia. Ese que va él mismo mutando. Reflexiones salpicadas por todo el libro de la mano de uno de los protagonistas, el hidrocefálico Izydor, que siendo un diferente, un discapacitado, crece en la novela como el único capaz de la genialidad en el pensamiento. No entiende Izydor por qué murió su madre en la guerra, por qué murió su padre, por qué se fue Ruta, su alma gemela, su amor, maltratada y esclavizada por un marido al que eligió para poder llevar zapatos de tacón.
¿Porque acaso no es todo eso incomprensible? ¿Acaso se puede sobrellevar tanto sin borracheras de vodka, sin revanchas? ¿Acaso alguien creía que por estar escondido en el centro del universo, ese centro que es el pueblo de cada cual, alguien se iba a librar de la muerte injusta, la invasión, la dictadura, el marido borracho, la violación o la rebelión de la naturaleza?
Son grandes las reflexiones posibles tras leer Un lugar llamado Antaño, como lo son las de Sobre los huesos de los muertos, una rica y singular novela negra donde una vieja animalista ejerce un protagonismo nada empático, pero resolutivo y brillante. Imposible sintonizar con ella salvo por los lazos del humor y la perplejidad. Que son enormes.
Hay autores fáciles que le dan todo resuelto al lector. Los hay más difíciles, más desafiantes, que los hacen trabajar. Tokarczuk nos entrega la pala y nos dice: excava. Busca esas joyas, las lecciones de la conservación y la adaptación, de la naturaleza, de la mutabilidad, de la fe y de la pérdida de fe. Toma toda esa bisutería y descubre que te preparé piedras preciosas porque no hablo de Antaño, ni de Polonia, sino del pueblo propio y de la propia persona. Enorme literatura que nos lleva a preguntarle por su motor. “¿Por qué escribe?”
“En el umbral de la vida adulta –relata– escribir me procuró una sensación de libertad y autoestima. Fue un gran consuelo, pues no tenía que realizarme en un papel impuesto por los demás. Encontré un espacio propio, misterioso y particular”. Escribía tanto en esos años que agradece que muchos de sus primeros textos no vieran la luz. “Ahora es mi profesión. Tengo la suerte de que, en mi caso, mi trabajo es también mi hobbie. Creo que no sabría hacer ninguna otra cosa”.

Olga Tokarczuk, fabuladora negrolegendaria
En ocasiones, dice, “quisiera creer que la literatura, la escritura es un proceso que recrea el mundo”. Pero son pocos quienes se interesan por los libros y tan solo un reducido número de personas lee.
“Unas palabras pronunciadas o firmadas por algún escritor son mucho menos relevantes que las decisiones de los economistas y políticos, los importantes descubrimientos científicos o los nuevos medicamentos –afirma la escritora polaca–. Son estos los que cambian el mundo. La literatura es un campo un tanto elitista en la actualidad. Implica a los países avanzados, con una infraestructura editorial desarrollada, donde opera un mercado, existe una red de librerías y periódicos. Somos unos privilegiados, tanto los escritores como los lectores. Ni en las recónditas estepas de Asia ni en los barrios bajos de las grandes ciudades africanas o americanas se lee literatura ya”.
La suya, confiesa, está de mudanza. Tokarczuk acaba de volver a vivir a su antigua casa, donde se gestaron sus primeros libros. “Me pregunto qué inspiraciones encontraré aquí, nuevas o añejas”. Estaremos atentos.


B. G. H. 

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