miércoles, 9 de septiembre de 2020
LA OPINIÓN DE CLAUDIO JACQUELIN,
Fernández y el costo de un discurso para cada audiencia
Claudio Jacquelin
Después de algo más de un mes de atender solo requisitorias periodísticas amigables, Alberto Fernández decidió buscar mejores fines por otros medios. El Presidente pretende y necesita ampliar su auditorio más allá del círculo de militantes y adherentes convencidos. Cambió la táctica. No los métodos ni los recursos discursivos. Por ahora, los resultados deben esperar.
Advertido de la pérdida de buena parte de la adhesión y la audiencia cautiva que le había brindado hasta hace un bimestre la pandemia del Covid-19, el Presidente vio en el cierre del canje de la deuda una oportunidad y una plataforma para tratar de recuperar centralidad e imagen. Dos activos que han sido dañados por la fatiga social de la cuarentena (que no existe, pero se padece), la profunda crisis económica, la fallida estatización de Vicentin y la polémica presentación de la reforma judicial y su posterior tránsito parlamentario, rodeado de escándalos. Tanto como lo impactó el creciente protagonismo de Cristina Kirchner. La enunciación es solo a título ejemplificativo y de ninguna manera es taxativa. Sí acumulativa.
Para intentar su objetivo Fernández recurrió otra vez al traje con el que más cómodo se siente y que lo llevó al sitial más alto de la política nacional, el del hombre capaz de articular un discurso para cada auditorio. Aunque sus públicos se ubiquen en las antípodas.
Es lo que ha hecho en sus casi 30 años de vida política. Pero ahora debe ensayarlo en condiciones diferentes. En el pasado, la mayoría de las veces lo practicó entre bambalinas (o las sombras), ante audiencias aisladas cuyo punto de contacto era solo él. Administrador de secretos, deseos, reclamos, debilidades y fortalezas de las partes. En público y con público, casi en simultáneo, mantener un discurso para cada uno se le hace hoy complejo. Se nota y lo nota.
El profesor consensual, el experimentado burócrata, el experto operador político, el sintetizador de ideologías y orígenes diversos o el constructor de un proyecto superador está obligado a armonizar todos esos atributos con el rol de garante político y personal de quien lo ungió candidato y le aportó la mayor parte de los votos que lo llevaron a la Casa Rosada. Difícil tarea dialéctica. La contradicción entre las partes de un todo se conoce como inconsistencia. Complicado en tiempos de dificultades extremas, éxitos relativos y soluciones esquivas.
El Presidente peronista de una “Argentina unida” no se lleva bien con el líder de masas de “los argentinos de bien” que lo apoyan y a los que tácitamente arenga para que salgan (cuando pase la pandemia) a defender su gestión, en contra de los opositores (irresponsables) que se manifestaron en medio de la cuarentena. Entre ambos extremos se mostró esta semana. No es nuevo. Solo algo más agudizado y más expuesto.
Con matices y algunos cambios ocasionales, es lo que ha hecho en los últimos meses de su gestión por distintos medios. Mucho menos por estrategia que por impulso. Su cuenta personal de Twitter aún más que los archivos de los medios de comunicación constituye un reservorio notable de imágenes de Fernández al natural y no siempre de su mejor perfil.
Por eso, varios de sus más estrechos colaboradores sueñan despiertos con quitarle algún día el celular y el acceso a las redes sociales, sobre todo después de las 23. Sin embargo, lo más frecuente es que se despierten con la pesadilla de algún posteo inoportuno y desafortunado.
Como bien señaló un mordaz analista, los tuits son, por lo general, del “Alberto albertista”, la faceta moderada, consensual y ejecutiva del Presidente. Los retuits, en cambio, suelen ser del “albercristinista”, que hace suyas des calificaciones, provocaciones o disputas más propias de los que en su entorno llaman los “kukas silvestres” que del “presidente de todos”.
El improvisador en jefe
El repertorio del peronista republicano y dialoguista convive con el aficionado al manual del discurso populista, constructor de enemigos. Demasiados papeles para un solo actor en un teatro tan modesto. El unipersonal es un trabajo exigente que requiere de extrema precisión y planificación. Más aún cuando no siempre hay libreto y el protagonista se convierte con frecuencia en “el improvisador en jefe”.
Es un hecho que las redes sociales son un campo polarizante en el que comunidades endogámicas reproducen y amplifican sus conjuntos de ideas y creencias para confrontan con quienes no comparten sus cosmovisiones. La conversación no es diálogo, sino combate. Pero que las partes no se escuchen entre sí no implica que desoigan a los sujetos u objetos de su disputa. La posibilidad de encarnar a cada uno de los sectores en conflicto y ser aceptado por todos es una quimera. Imposible ser juez y parte. No hay cambio de vestuario que resista. Y a casi nadie se conforma. Pero Fernández insiste.
En el comienzo de la gestión, el equipo del Presidente pensó en una estrategia destinada a construir discursos que abarcaran a todo el heterogéneo electorado del Frente de Todos y también a los no votantes “blandos”. Para ello trabajaba (o trabaja) un grupo de intelectuales Pero pasaron cosas. La pandemia y otras circunstancias más previsibles alteraron los planes. Entre lo inevitable se incluyen las características personales del Presidente y su vicepresidenta. Como con casi todo. Al igual que en los tuits, muchas de las apariciones presidenciales en los medios no responden a una estrategia ni se ajustan a un plan preciso.
La impronta personal y la autopercepción mandan. Fernández se considera un experto en comunicación, que no necesita de asesores, sino, en el mejor de los casos, de asistentes, que muchas veces se convierten en meros acompañantes.
Las dos apariciones estelares de la semana pasada en la televisión mostraron claramente esas facetas. En el living que le ofreció C5N, el traje y la corbata contrastaron, por su formalidad, con la comodidad y distensión que exhibió en la extensa participación que lo tuvo como entrevistado, panelista, comentarista y coconductor.
Tan cómodo se sintió que, a pesar de que le ofrecieron retirarse antes de que se cumplieran las dos horas de programa, Fernández eligió quedarse los 183 minutos que duró la emisión. No pareció sufrir Sobredosis de TV. Así se llama el ciclo, que tuvo su pico de audiencia, con fans delirando por las redes y la hinchada contraria despotricando ante algunos de sus deslices. No fue afortunado decir que al día siguientes tendría un almuerzo con “gente querida”. La mención del nombre de su invitada podría haberle ganado más adhesión de algunos “kukas silvestres”, que siguen midiéndole su lealtad en sangre.
Cinco días después del recital para los propios, Fernández decidió ir a terreno menos amigable: apareció en TN. El propósito admitido por sus colaboradores fue ampliar su audiencia y llegar a los bordes blandos del otro lado de la grieta. El presidente de aires paternales y aficiones musicales dejó lugar a un funcionario dispuesto tanto a explicar como a dar pelea, muchas veces a la defensiva o en el rol de comentarista antes que de ejecutor. Sin relajarse nunca, también, ofició de político con pretensiones de bajar las defensas de sus críticos y adversarios.
Podría haber logrado avanzar algunos casilleros en terreno adverso si no fuera porque al otro día desde su entorno filtraron el ensayo de conducción política que le organizó el ubicuo diputado Eduardo Valdés, tan amigo del Presidente como de Cristina Kirchner. Pareció una compensación a la osadía de ir un canal enemigo. Allí, en el enfervorizado mensaje a la militancia que practicó, marcó la comentada diferencia entre los “argentinos de bien” que lo apoyan y los otros (argentinos de mal) que lo cuestionan. Suma cero. Un muestra más de que los planes suelen cambiar a la hora de la ejecución y de que las cuestiones subjetivas tienen tanto peso como las objetivas.
Así, es razonable explicar lo mismo de diferentes maneras a distintos receptores para lograr mejor comprensión de objetivos, proyectos o políticas, y generar confianza. Pero más difícil es pretender el mismo resultado positivo diciendo cosas distintas para cada auditorio.y es imposible cuando los mensajes se contradicen con las palabras o los hechos. Los costos de ensayar un discurso para cada audiencia están a la vista.
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